Je suis français

 

Quizá no sea más que un afrancesado inquieto, retorcido por una influencia volteriana y alentado por la vehemencia de la Marsellesa. Quizá comparta con Goya su afrancesamiento y sus problemas auditivos, aunque mi sordera la padezca el alma que se me escapa entre las grietas de la realidad. Quién me iba a decir que acabaría echando mano del platonismo para reflejar el hastío que me comporta vivir en esta caverna.

En medio de la tiniebla provocada por el germen de la estupidez,  trato de hallar el interruptor de la luz o la fuerza iluminadora e inspiradora de una vela. Pero no, la oscuridad se ha cernido sobre el tiempo que me ha tocado vivir. Je suis français, sí. Un francés cualquiera, sí, uno cualquiera de los que se echarán a la calle el próximo 10 de marzo para plantarle en la cara una huelga al Gobierno francés. Raffarin pretende orinar encima de la ley Aubry, que impulsó la semana laboral de 35 horas en Francia.  El político galo, mendrugón, con trazas de Algarrobo y espíritu de bandolero cobarde alimenta las ansias de una derecha dispuesta  a traer de nuevo la peste negra a Europa.

Mientras, adornado por la fragilidad propia  y la conmiseración  ajena, Juan Pablo II se despacha a gusto  con el comunismo y el nazismo en su libro "Memoria e identidad". La identidad del papa  está clara, pero su memoria tiene algo de desmemoria consciente y vehemente. En cualquier caso, nadie le multará  por exceso de velocidad dialéctica. El papamóvil tiene bula. Descartes, los ilustrados y  Marx, entre otros,  pagan los platos rotos, siempre en un festín ideológico que dormita aún junto a los ronquidos filosóficos de Santo Tomás de Aquino y su Suma Teológica.

"Une autre Europe est posible", gritaban recientemente unos manifestantes en el centro de París. Pensar en un mundo mejor (y distinto, naturalmente, al que plantea Wojtyla) se ha convertido, paradójicamente,  en todo un  dogma de fe. Quizá, quienes contemplamos tal deseo replegados tras la frustración y la desventura utópica,  deberíamos fundar una nueva religión: la de los ilusos. O sea, que al final voy a ser un francés iluso, muy iluso.

 

Para escribir al autor: Marat_44@yahoo.es

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