Archivo de los

Apuntes del natural

(Del 25 al 31 de julio de 2003)

 

 

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El que faltaba

(31 de julio de 2003)

Siendo como es el escándalo de la Comunidad de Madrid –hasta ahora– un asunto de muchísimas sospechas y ninguna prueba (o casi), estaba yo sorprendido, e incluso un poquitín molesto, por el hecho de que nadie hubiera metido en danza aún a don Sigfrido Herráez, concejal de Vivienda y Movilidad Urbana de la capital de España. Por fin esta soleada mañana de fin de julio me ha reportado la íntima satisfacción de ver –de oír por la radio y a distancia atlántica– a don Sigfrido apareciendo en escena, compensando la tardanza con el número: lleva del brazo, como corresponde a un hombre de los acendrados sentimientos familiares que le son propios, a su señora esposa y a su santa madre.

Reconozco mi debilidad por el señor Herráez, de cuyo talante tengo amplia noticia a través de varias personas que han debido aguantar los ataques de ira que le sobrevienen cada vez que no consigue ver atendidas sus inagotables ansias de notoriedad. Además de ese carácter suyo tan especial –almibarado con los de arriba, soez y tiránico con los de abajo–, retengo de él la inteligencia con la que aborda simultáneamente los problemas de la vivienda y del tráfico de Madrid. (*)

Son igualmente célebres las explicaciones de don Sigfrido. La que hoy recoge El País está a la altura de sus mejores producciones. Dice que él se considera incompatible con cualquier operación inmobiliaria lucrativa en Madrid, pero que en el caso de este negocio que ha hecho con el constructor Francisco Bravo no hay problema porque los terrenos objeto de la compra-venta están... ¡en Móstoles!

Pretende don Sigfrido que su área de influencia como concejal de Urbanismo y Movilidad Urbana de Madrid no llega a Móstoles. Sin embargo, sabe perfectamente –y sabe que los demás sabemos– que el proyecto de Metro-Sur de Madrid incluye ampliamente a Móstoles dentro de su trazado. Y sabe lo que eso va a suponer en materia de revalorización de los terrenos del histórico municipio.

Eso es típico de él: dar explicaciones tontas para uso de tontos. Allá quien se las crea.

 

(*) Mis lectores más vetustos recordarán los comentarios que he dedicado tanto a los conos de don Sigfrido, especialidad con la que consigue entorpecer todavía más el tráfico navideño de Madrid, como a su coche multador, vehículo que transitó de la fama al olvido en un tiempo verdaderamente record.

 

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Una hora menos

(30 de julio de 2003)

Supongo que no hará falta decir que Canarias es un sitio excelente. He pasado cuatro fantásticos días en Tenerife y ayer me vine a la isla de La Palma, que no conocía y que, por lo que llevo visto, es una hermosura.

Tengo oído a los canarios que vivir en un archipiélago, particularmente cuando se encuentra tan alejado del centro administrativo del Estado, tiene serios inconvenientes. Me hago cargo. Medio en broma medio en serio les contesto que el que algo quiere algo le cuesta y que, para disfrutar de una naturaleza y un clima como los de aquí, es justo que paguen un precio. 

Justo o no, me temo que es inevitable, por lo menos hasta cierto punto.

De todos modos, hay una pejiguera que soportan aquí y que no estoy muy seguro de que tenga demasiado sentido. Me refiero al rollo éste de la hora menos.

Habría que comparar el ahorro energético que se deriva del mejor aprovechamiento de la luz solar y el coste de las constantes disfunciones que plantea la descoordinación horaria entre el archipiélago y la península. Porque hay una muy ingente cantidad de actividades y servicios cuyo horario viene fijado por las conveniencias de la vida peninsular. De uno de ellos nos damos cuenta hasta los turistas: las programaciones de las cadenas de radio y de televisión con sede central en la península se adaptan a las pautas horarias de la gente de allí, no a las de aquí.

¿Y a qué viene que me preocupe por eso? Sencillísimo. Para enterarme de las noticias y estar en condiciones de participar en la tertulia de hoy en Radio Euskadi, que empieza a las 8:30 de allí, he tenido que despertarme... a las 6:00 de aquí. He perdido algo así como media hora tratando de encontrar en la oscuridad mi buen humor habitual.

 

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El material de los sueños

(29 de julio de 2003)

Salimos ayer a cenar para despedirnos de Tenerife y de mi primo Emilio, anfitrión excelso  –hoy partimos para la isla de La Palma–, y acabamos en una terraza charlando hasta las tantas. Me dio tiempo de digerir plácidamente el excelente conejo en salsa que había engullido. Cuando llegamos a casa, caí dormido sin tiempo para más que conectar la radio a volumen de susurro, según costumbre que siempre me acompaña.

He pasado toda la noche metido en un sueño absurdo. Se producía una gran fusión bancaria y yo me dedicaba a enterarme de sus pormenores.

El asunto me traía bastante sin cuidado, de modo que tomaba nota de las peculiaridades del negocio sin experimentar pasión alguna, como quien observa el comportamiento de una columna de hormigas en medio de la montaña.

En todo el largo sueño no pasaba realmente nada que suscitara mi interés.

Me he despertado con un montón de datos sobre la fusión de marras, tan disparatados como inútiles.

Según despejaba las brumas del sueño y retornaba al mundo racional, he imaginado una hipótesis: anoche debí de oír algo en la radio, según iba durmiéndome, que sugirió a mi inconsciente el guión de la historieta bancaria. No sería la primera vez que una noticia escuchada en duermevela se me convierte en sueño.

Así que me he puesto a escuchar las noticias de las 8 –las 7 de aquí– esperando toparme, si no con una fusión de bancos, con algo parecido. Pero no. Nada. Más Tamayo, más Sáez, más Simancas, más Bush, más Liberia...

¿Entonces?

Entonces no sé. Ni idea.

Si pudiera leer en mi inconsciente como en un libro abierto, posiblemente sería mucho más feliz. Pero estoy seguro de que no sentiría este deseo irrefrenable de escribir todos los días, buceando en mis cosas.

 

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La callada por respuesta

(28 de julio de 2003)

Lo malo que tiene ser comentarista político es que no te queda más remedio que responder a las estupideces que sueltan  los que ocupan la escena de la actualidad.

Por ejemplo: el secretario de Libertades Públicas y Desarrollo Autonómico del PSOE, Juan Fernando López Aguilar, afirma con mucho énfasis que es una desvergüenza que el «plan Ibarretxe» no diga ni una sola palabra sobre la violencia de ETA y tú no puedes escaparte de decirle que (a) «el plan Ibarretxe» todavía no dice nada, porque aún no ha sido formulado, y (b) el borrador de documento que anda circulando por ahí sí se refiere a la violencia de ETA, y de manera asaz contundente.

Y si luego aparece el ministro del Interior, Ángel Acebes, y sostiene que lo que debería hacer el Gobierno vasco es detener a los comandos de ETA y dejarse de plantear reivindicaciones, te ves forzado a responderle, en razón de tu oficio, que lo que debería hacer el Gobierno de Madrid –que sigue teniendo plenas atribuciones en la lucha antiterrorista, Euskadi incluida– es detener comandos y no perder el tiempo criticando al Gobierno vasco, que no puede hacer nada contra ETA en Cantabria, porque carece de atribuciones en ese territorio.

Y si, por último, el presidente de la Comunidad Autónoma de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, se exalta mucho y proclama en tono campanudo que mientras ETA exista «no puede haber otra prioridad» que luchar contra ella, estás forzado a responderle que esa aseveración es una perfecta vaciedad, propia de un cantamañanas como él, porque, si los políticos no tuvieran más prioridad que la lucha contra ETA, dejarían de cumplir montones de deberes que son pura y simplemente ineludibles.

Gracias al cielo, ya apenas ejerzo de comentarista político. En virtud de lo cual, cuando me topo por enésima vez con las mismas tonterías en boca de los mismos tontos, los pongo a caldo para mi propio coleto, o lo charlo distraídamente con los amigos –es el caso de este comentario–, y procedo a ocuparme acto seguido de tareas bastante más estimulantes. Como leer, por ejemplo. O como ver que amanece sobre Tenerife y el sol dibuja en el horizonte –hoy también– un cuadro de insólita belleza, con el mar y las nubes fundidos en capas de bruma cargadas de luz, que pronto se desbordará para que sepamos que ha nacido un nuevo día.

 

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El tipo canario

(27 de julio de 2003)

Mi primo Emilio nos enseña Tenerife. Las gentes de Tenerife.

Conozco la isla desde 1977, pero es la primera vez que me topo con las fuerzas vivas tinerfeñas. Emilio nos está presentando a escritores, pintores... Personas muy viajadas, que relatan experiencias  apasionantes.

La gente canaria me recuerda a la cubana. Y a la venezolana.

Hace algo menos de 20 años, en Valle de Gran Rey, por entonces todavía un recoleto puertecito gomero, entrevisté a una anciana cuyos ojos habían contemplado casi cien años de largas travesías pesqueras.

–Mis hijos viajaron mucho... ¡Y muy lejos! A Cuba, a Venezuela... ¡Uno incluso pasó por Madrid! –me dijo.

Para ella, Cuba y Venezuela estaban más cerca que Madrid. Y tal vez lo estaban, por su cultura.

El viernes quise darme un chapuzón. Fuimos a la playa de Las Teresitas. Estaba a rebosar. Gente del pueblo, bulliciosa. Mi primo nos habló de los colonizadores de Canarias, de la cristianización –de la españolización– de los guanches, de sus tipos físicos... Nos explicó cómo es «el tipo canario». Su porte. Me vino a la memoria mi primera visita a Santa Cruz. Cómo me sorprendió la belleza espléndida de muchas jóvenes tinerfeñas. «Es una belleza efímera», me dijeron. «Maduran muy jóvenes y marchitan también muy jóvenes».

Ayer estuvimos comiendo en el Club Naútico, centro neurálgico de la high society local. Me fijé en el aire físico de la clientela. Tal vez fuesen también del «tipo canario», pero en ese caso habrá que convenir lo que siempre he observado en mis excursiones mentales por la antropología internacional: que los tipos físicos más comunes, aquí y en las antípodas, son el tipo pobre y el tipo rico.

 

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Género, número y caso

(26 de julio de 2003)

Corren por el aeropuerto.

–¿Habéis visto, tíos? –dice una.

Se lo dice a dos chicas más. 

Son mujeres, pero se llaman «tíos». El lenguaje dominante las impregna, pero no se dan cuenta.

Se lo comento a Charo.

–¿Te has fijado –le apunto– que el castellano es probablemente el único idioma del mundo en el que resulta normal que alguien diga, dirigiéndose a una amiga: “Pero, hombre, mujer...”?».

Hacemos un número con el género. Somos un caso.

 

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Los chicos y las chicas de mi edad

(25 de julio de 2003)

Conecto con un canal francés de televisión –¿TV 5?– vía satélite, de manera casi casual, a punto de salir de casa.

Se trata de un espacio sobre libros. Se ve que lleva ya un buen rato. 

El conductor del programa es un hombre tranquilo, nada pretencioso.

Va hablando con los autores. Uno ha escrito un libro sobre el pop-rock de los 60. Me siento a escucharle. Se expresa con buen criterio y con amenidad, en ese francés entre culto y coloquial que tan bien maneja la intelectualidad parisina.

Luego es el turno de un hijo de Marc Chagall, que ha publicado una obra en la que cuenta historias y anécdotas sobre el magnífico pintor que fue su padre. Bien encaminado por el presentador, que se ha leído el libro con comprobable atención, relata algunas anécdotas francamente divertidas. Algunas sobre la relación entre Chagall y Picasso, muy representativas de ambos.

Desde el comienzo me he fijado en una señora alta y delgada, de inmaculado pelo blanco cortado en melena, que está sentada junto al presentador. Parece mayor: por encima de los sesenta. Apenas va maquillada. Es extraordinariamente atractiva: ojos profundos y vivísimos; labios carnosos que amagan una sonrisa permanente; manos de dedos eternos y marmóreos... Irradia personalidad.

Sólo al final del programa descubro de quién se trata.

–Gracias, Françoise Hardy, por su presencia...

¡Françoise Hardy! Sus can-ciones adolescentes se hicieron tremendamente famosas cuando yo tenía 14, 15 años. Tous les garçons et les filles de mon age... Tenía una voz cristalina y una belleza inconfundiblemente fran-cesa: de una elegancia a lo Juliette Greco, pero en rubia, en guapa... y en jovencísima. 

Acabado el programa, hago lo posible por saber qué ha sido de ella. Veo que ha seguido cantando, que ha seguido grabando y que ha mantenido un nivel de ventas más que aceptable. Sólo en los países francófonos, claro: se acabaron los tiempos en los que un cantautor francés podía triunfar en España.

Se ha especializado en astrología. Qué curioso.

Me hago con varios discos suyos. Me impresiona la amarga dulzura de uno de ellos, encabezado por una canción cuyo título me deja evocador: Ma jeunesse fout le camp. “Mi juventud se escapa”, pero dicho con menos miramientos.

Qué bien ha envejecido esta mujer.

Pero, por bien que se envejezca, qué amargo es envejecer.

“¡Qué terriblemente extraño es ser sexagenario!”, escribió Paul Simon en Old Friends, cuando él apenas pasaba de los 20.

Ahora ya sabe que sin duda es terrible, pero no extraño.

 

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El apunte que viene a continuación nunca vio la luz. Lo había escrito para subirlo a la Red pero, según lo leí, me di cuenta de que estaba empezando estos Apuntes del natural muy malamente, es decir, muy politizadamente. Me pareció fatal, así que lo deseché, y arranqué con Françoise Hardy.

Pero soy de natural práctico. De modo que, al final, considerando que ya estaba escrito, lo metí en el archivo. Tampoco pasa nada.

 

Los huevos de Polanco

(sin fecha)

En el mar no, pero en la tierra de los tiburones a veces el pez chico se come al grande.

Argentaria se zampó al BBV. Ahora, Canal Satélite ha engullido a Vía Digital.

Frente al gigante financiero con sede en Bilbao, el banco residual del Estado era casi una broma. Frente a Telefónica, el tinglado de Polanco era un chiringo de cuatro perras, y tres ajenas.

En el primer caso fue una operación del Gobierno de Aznar. ¿Y en el segundo? ¿De alguno de los aspirantes a sucesor, tal vez?

Digital Plus no ha podido ponerse en marcha con más arrogancia. Se ha pasado por el arco del triunfo diez de las condiciones que dictó la autoridad administrativa para aceptar la fusión.

No hablo hoy de alta política, sino de mis intereses personales más arrastrados: han aprovechado la fusión para subir la tarifa de conexión y se las han arreglado para poner en fuga a algunas de las productoras independientes de mayor interés cultural, alojadas hasta ahora en Vía Digital. Por su maldita culpa, me he quedado, por ejemplo, sin mi Canal Historia, infatigable compañero de mis gripes.

«En este país no hay cojones para impedirme a mí tener un canal de televisión», afirmó en histórica ocasión Jesús Polanco. Lo dijo cuando mandaba Felipe González. Ahora ha tirado con la misma desenvoltura por la calle de en medio, sin temer que la gentecilla de Aznar pueda cerrarle el paso por incumplir la ley.

Imaginemos la que se armaría si el Gobierno ordenara suspender cautelarmente las emisiones de Digital Plus hasta que asegurara el cumplimiento de las condiciones estipuladas, y si, ya metido en gastos, le forzara a consultar con los ex abonados de Vía Digital y Canal Satélite para saber si quieren o no ser clientes de Digital Plus, que es una empresa nueva con la ni los unos ni los otros adquirieron ningún compromiso contractual. He ojeado mis contratos de abono a Vía Digital y Canal Satélite –estaba suscrito a ambos– y no veo que digan nada sobre mi integración automática y forzada en la nómina de abonados de terceras empresas.

A decir verdad, no creo que éste sea para nada un asunto de huevos. Ni creo que lo haya sido nunca. Es un asunto de relación de fuerzas. Y de carteras también. Ministeriales y de dinero.

 

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