Apuntes del natural

[Del 29 de agosto al 4 de septiembre de 2003]

 

 

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El espíritu antiguo

(Jueves, 4 de septiembre de 2003)

Tres ejes tendrá la campaña electoral socialista, según decidieron ayer sus dirigentes –«Los tres ejes de la campaña socialista serán tres», acaban de decir en el informativo de la Ser– y el tercero de ellos será superar «el espíritu antiguo» del PP.

Aunque parezca paradójico, hay que constatar que la identificación de lo moderno con lo bueno está anticuada. Forma parte del progresismo ingenuo de los primeros tramos del siglo XX.  Lo más reciente no es siempre mejor.

No hay más que ver cómo vienen las nuevas generaciones europeas para constatar que el PP es, por desgracia, bastante moderno.

Aparte de lo cual, el personal con el que la dirección del PSOE pretende construir su alternativa de modernidad no parece el más adecuado: tres cuartas partes –si es que no más– forman parte de la vieja guardia del felipismo. Para espíritu antiguo, el suyo.

Ni lo moderno es necesariamente estupendo ni ellos son demasiado modernos.

Lo que son –ellos y los otros– es contemporáneos. Para nuestra desgracia.

 

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De la O y otros tics insufribles

(Miércoles, 3 de septiembre de 2003)

«En el festival de Getxo de este año se podrá oír músicas de Senegal, Marruecos, Sudáfrica o Camerún», dice la locutriz radiofónica.

¿«O»? ¿Habrán de elegir los asistentes? ¿No podrán oír todas esas músicas, una tras otra?

Tienen declarada una absurda guerra a muerte a la y griega. Vengo observándolo desde hace tiempo. Es cosa de todas las radios y televisiones. Cada vez que hacen una enumeración, la convierten en opción.  «En la exposición cabe encontrar obras de Tapies, Saura o Barceló». 

Oigo en otro medio: «Aznar tuvo palabras de agradecimiento para Rato, Mayor Oreja o Arenas».

No se lo han pensado. Lo hacen instintivamente, porque se imitan entre ellos. Los jóvenes periodistas reproducen los tics de sus mayores para sentirse periodistas de verdad.

Otra manía que les ha entrado: cargarse las preposiciones y los artículos. «Abierto sábados tarde», «Frente estación Renfe». Y así todo. Como si leyeran telegramas.

Lo peor de estos disparates no son los propios disparates, sino su carácter irreflexivo. Porque revelan cómo se hacen las cosas en los medios de comunicación. Los jefes aquilatan milimétricamente el lenguaje cuando de lo que se trata es de afirmar los pilares del pensamiento único, pero el resto lo dejan ir. Fomentan la desidia. No vaya a ser que al personal le dé por pensar. 

 

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El ADN

(Martes, 2 de septiembre de 2003)

Pongamos que las pruebas científicas de ADN de la saliva contenida en los filtros de cigarrillo encontrados junto a los cadáveres de Sonia Carabantes y Rocío Wanninkhof demuestren que la persona que fue acusada y condenada en juicio con jurado popular por la muerte de esta última, Dolores Vázquez, no pudo ser la asesina. ¿En qué lugar quedarán entonces el jurado y los jueces que respaldaron la condena? ¿En qué lugar los familiares de Rocío Wanninkhof, que se han referido siempre a Dolores Vázquez como «la asesina», sin esperar al término del procedimiento judicial? ¿En qué lugar esas turbas vecinales que se agolpaban para insultar a la acusada y para reclamar su severa condena?

Pongamos –insisto en el condicional, porque no tengo elementos para plantearlo como certeza– que se demuestra que Dolores Vázquez es inocente. ¿Qué dirán todos los medios de comunicación que no respetaron la presunción de inocencia de la detenida? La frivolidad periodística se ha convertido en un vicio: ayer hubo diarios que se refirieron al cantante vasco Fermín Muguruza presentándolo como condenado por la Audiencia de San Sebastián por un delito de injurias contra Rodríguez Galindo... y obviando el detalle de que el Tribunal Supremo anuló esa condena.

Pero no olvidemos, de todos modos, que la moneda tiene otra cara: por aquí hay algunos casos en los que alguien pone los medios para que se rectifiquen los errores judiciales. Y no me refiero, en el caso de los crímenes de Málaga, a la Audiencia Provincial que obligó a repetir el juicio de Dolores Vázquez –que algo fue–, sino, sobre todo, a los análisis comparativos del ADN contenido en los filtros de las dos colillas. En Estados Unidos los jueces sólo ordenan que se realicen pruebas de ADN cuando el acusado las paga de su bolsillo. El otro día escuché que, por culpa de ello, un hombre ha pasado 15 años en la cárcel, pagando por un crimen que no cometió. Enterado el juez de la que había montado, se limitó a decir: «Pues lo siento». Me quedó la duda de qué era lo que sentía: si que el hombre hubiera pasado 15 años en la cárcel por su culpa o que se hubiera demostrado que él había condenado a un inocente.

 

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Grandes misterios

(Lunes, 1 de septiembre de 2003)

Había pensado en la posibilidad de escribir sobre Mario Onaindia, que murió ayer. Lo conocí cuando los dos teníamos 18 o 19 años, en Eibar. Volví a encontrarme con él hace tres años,  tras integrarse en el Consejo Editorial de El Mundo.

Pero me he puesto a repasar mentalmente lo que debería decir sobre su trayectoria política, y la verdad es que no me apetecía gran cosa. Que descanse en paz.

También se me había ocurrido que podía dedicar el apunte de hoy a Jaime Mayor Oreja, que ha vuelto a perder. Su plan era servirse de Euskadi como trampolín para saltar a la Presidencia del Gobierno y le ha salido todo mal, tanto en Euskadi como en Madrid.

He leído en el periódico que tal vez opte por retirarse de la política y dedicarse a asuntos de empresa. Sería una buena noticia para el mundo de la política... y mala para el mundo empresarial, aunque bien es cierto que la gente como él no desentona ni en el uno ni en el otro.

Al final me he decidido por comentar algunos grandes misterios que tiene para mí la vida moderna.

Veamos.

Ayer, según lo previsto y ya relatado por aquí, cargamos Charo y yo los bártulos en el coche y procedimos a regresar a Madrid. Éramos conscientes de que nos poníamos en la carretera en uno de los peores días que puede haber para eso: 31 de agosto, la más densa operación retorno del año.

Pues bien: para nuestra sorpresa, los accesos de Madrid estaban casi vacíos. Incluida la M-30. Entramos en la ciudad y llegamos a casa sin el más mínimo problema. Mejor que cualquier otro fin de semana.

¿Por qué? Ni idea.

«La gente ha escalonado su regreso», dicen en las radios. Siempre me ha divertido esa idea. Tal como lo cuentan, se diría que «la gente» se ha reunido en asamblea y ha decidido que de tal hora a tal hora salen los conductores cuyos apellidos vayan de la A a la D, y de tal otra hora a tal otra los de la E a la J, etcétera. «La gente» no escalona nada, porque «la gente» no puede ponerse de acuerdo en organizar una determinada cadencia de salida. Cada cual opta por hacer aquello que cree que le convendrá más y, a partir de eso, sólo queda por saber cuántos han decidido lo mismo.

Pues bien: si es así –y es así–, ¿cómo puede ser que algunas veces resulten ser poquísimos los que han decidido que les conviene lo mismo que hemos decidido nosotros y que en otras ocasiones hayan  tomado la misma decisión miles y más miles?

Siempre recordaré con horror cierto día que creímos astutísimo salir de viaje a la misma hora en que la selección española de fútbol jugaba un partido decisivo. ¿Cabía más hábil argucia? Pues bien: la hicimos buena. Nos metimos en un atasco tremendo. No puedo creerme que los madrileños perdieran ese día su interés por el fútbol súbitamente y en masa. Pero pasó exactamente lo que he contado.

Ese mismo misterio, pero en otra variante, es el que rige en algunos atascos, que tan pronto se deshacen, y te encuentras yendo a 120, y tan pronto se vuelven a formar, y te tiras diez minutos parado. «Es el “efecto acordeón”», dicen los técnicos. Ah, qué bien. Como si el enigma quedara resuelto con ponerle un nombre.

Un amigo me cuenta un tercer misterio circulatorio, que cabría bautizar –puesto que todo hay que bautizarlo– como «el absurdo de la carretera de Andalucía». Dice que él lo ha observado muchas veces al regresar a Madrid en domingo: viene a buen ritmo y sin problemas mientras la carretera tiene dos carriles pero, así que se amplía y empieza a tener tres vías, se forma el atasco.

No es que yo entienda mucho del resto de los fenómenos sociales. La mayoría de ellos tienen para mí zonas de densísima oscuridad. Pero misterios absolutos, como éstos, me sé de pocos.

 

 

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El suceso del sucesor

(Domingo, 31 de agosto de 2003)

La sección de Nacional de El Mundo me pidió a mediados de julio que participara en una serie de verano sobre la sucesión de Aznar. Se trataba de que un montón de comentaristas políticos nos mojáramos –ésa era la gracia estival– vaticinando quién acabaría por ser el elegido de Aznar. El 18 de julio –divertida coincidencia– les envié un artículo que fue publicado a mediados de agosto con algún corte, por razones de espacio. Lo titulé El sucesor menos improbable.

Lo copio, porque nunca lo subí a la web. Decía:

«En contra de lo que los aspirantes a la sucesión de Aznar afirman todos como un solo hombre –y ninguna mujer–, es falso que el problema de su partido sea que cuenta con demasiados candidatos a la altura del cargo.

No es verdad. Es cierto que tiene varios dirigentes que poseen algunos de los requisitos que hacen falta para asumir con posibilidades de éxito la doble condición de jefe del partido y de aspirante a la Presidencia del Gobierno, pero no veo yo que ninguno de ellos dé el tipo en grado suficiente.

El problema del PP no es encontrar un dirigente que pueda desempeñar correctamente el papel que corresponderá al candidato a la jefatura del Ejecutivo. Para eso podrían valerle varios. Rodrigo Rato, por ejemplo, tiene imagen de hombre competente y versado en asuntos de economía, lo cual infunde hoy en día una profunda admiración al electorado, poco dado a contabilizar las muchísimas veces que los expertos en economía meten el cuezo. También Mariano Rajoy podría aguantar bien el tirón electoral: es un político todoterreno que, como portavoz del Gobierno, ha tenido que familiarizarse con la mayoría de los expedientes que una campaña electoral pone sobre la mesa. En fin, last but not least, Alberto Ruiz Gallardón podría encarar esa prueba con idénticas posibilidades de éxito, en la medida en que su buen cartel llega incluso a una parte del electorado del PSOE.

Es posible que ninguno de ellos fuera un candidato de primerísima fila, pero todas sus carencias se verían más que suficientemente compensadas por las de su principal oponente electoral, José Luis Rodríguez Zapatero que, de seguir firme en su penosa trayectoria actual, se las arreglará para derrotarse solo.

Cuando Aznar se encontrará con verdaderos problemas no será a la hora de proponer –de designar– al cabeza de lista del PP en los próximos comicios generales, sino cuando deba atribuir al candidato de su elección la responsabilidad suplementaria de encabezar el partido.

Supongo que no sorprenderé a nadie si digo que las simpatías que siento por Aznar son más bien limitadas. Pero siempre he reconocido en él las oscuras y complejas habilidades del buen aparatchik. Cuando en enero de 1989 fue designado presidente del PP tomó en sus manos un partido que era una jaula de grillos. Diez meses después lo tenía en orden. Y a sus órdenes. Impuso su autoridad con mano de hierro. Como todos los jefes reservados e implacables, tantos más cadáveres políticos fue dejando a su paso, tanto más se acrecentó el respeto reverencial de sus fieles.

¿Responde a ese retrato, así sea mínimamente, alguno de los tenidos por aspirantes a sucesor? No lo veo. Al uno se le nota demasiado su debilidad por tal o cual capillita, el otro deja transparentar demasiado impúdicamente su desbordada ambición y su carencia de principios, el de más allá cuenta con demasiada facilidad lo que piensa o sufre de obsesiones enfermizas que le hacen perder la perspectiva general... Eso sin contar con que no todos precisamente tienen la trastienda personal tan limpia de polvo y paja como su antecesor.

En tales condiciones, Aznar habrá de elegir no al mejor, sino al menos malo. A alguien que no se hará fácilmente con las riendas del partido. Si es que consigue hacerse con ellas.

Puesto que esto va de augurios, diré quién creo que será el designado: Mariano Rajoy. Es el menos frágil.»

Rajoy representaba, en mi criterio, la opción más racional y más lógica pero, tratándose de Aznar, ni la racionalidad ni la lógica tenían por qué imponerse. Cuando ayer al mediodía la Cadena Ser empezó a anunciar a bombo y platillo que el sucesor iba a ser Acebes, me dije: «Pues vete a saber».

La verdad es que temblé, porque, por lo que conozco al ministro del Interior, representa un auténtico peligro público. Comenté con unos amigos: «Es de las pocas personas que pueden hacer que Aznar parezca centrista». Un amigo respondió: «Pues mejor. De perdidos, al río».

Yo, de momento, no me siento muy inclinado a eso del «cuanto peor, mejor». Prefiero a Rajoy. Creo que tiene la cabeza para algo más que para embestir.

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Pero corto, que tengo que recoger los bártulos para ponerme en la carretera.

Me espera a varios cientos de kilómetros una nueva temporada laboral llena de promesas. Por así decirlo.

Snif, snif.

 

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La soledad de Dios

(Sábado, 30 de agosto de 2003)

Una pareja de viejos amigos –él dio sus primeros pasos en el periodismo conmigo, en Saida, en el 77– ha venido a pasar unos días en Aigües y anoche, después de ver por TV5 Europe un curioso e irregular homenaje canadiense a Jacques Brel, nos pusimos a jugar al dominó. Ellas ganaron a ellos. Por dos veces.

Son cosas que ocurren.

Hoy me he levantado tarde. Raro, por tanto. He puesto la radio y he ojeado la Prensa (por internet la Prensa siempre se ojea, sin hache). Me he quedado perplejo. Cuentan que Aznar está haciendo una ronda de entrevistas con los principales dirigentes del PP para pedirles que apoyen la decisión que va a tomar en lo que se refiere a su sucesión, pero que no les está diciendo a quién va a designar.

Ya digo que estoy un tanto espeso esta mañana, pero il y a quelque chose qui cloche là-dedans, que dicen los chelis franceses. Ahí hay algo que no encaja.

Aznar sabe de sobra que los jefes de su partido no tienen más narices que apoyar su decisión. ¿Qué podrían hacer, si no? ¿Derribar el castillito de naipes? Podría tener algún sentido hablar de antemano con ellos, uno a uno, para prepararlos anímicamente, de modo que ninguno dé el cante el lunes cuando les diga quién es el designado a título de sucesor. Pero si no les da el nombre, no los prepara para nada. Aparte de que no veo yo qué clase de entrevista podría tener con aquél a quién él ya sabe que va a poner al frente de la barraca, si no se lo revela.

De lo que deduzco que, una de dos: o Aznar está más pirado de lo que me imaginaba, y se ha montado una última cena al modo de Su Señor Jesucristo («¿Acaso soy yo, Maestro?», etcétera) o es mentira que el elegido no sepa qué bala tiene el Jefe en la recámara.

En todo caso, el espectáculo es de bochorno. Ya se sabe que los sistemas sucesorios en los grandes partidos dejan mucho que desear, y que casi todo suele estar atado y bien atado. Pero suelen guardar las formas, para que la decisión tenga un cierto aire colegiado. Esto de Aznar es peor incluso que lo de Franco con el Príncipe. Franco, por lo menos, estaba obligado a elegir a un Borbón. Éste puede poner a quien le dé la Real Gana.

He oído en la Cadena Ser que, según algunos próximos al Hombre del Gran Relevo, su gusto por las sorpresas –¡tócate las narices!– le puede llevar a designar a alguien inesperado. «A Ángel Acebes, en concreto», han dicho.

Me ha parecido una buena idea: dar su nombre para que ya no sea inesperado y quede descartado. Porque si es Acebes, comprobaremos que, por difícil que parezca, todo puede ir a peor. A mucho peor.

 

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¿Semejantes?

(Viernes, 29 de agosto de 2003)

La lectura de los resultados del último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) me ha suscitado, además de diversas reflexiones políticas –algunas de las cuales abordaré en la columna que me toca publicar mañana en El Mundo–, un fuerte sentimiento de inquietud ciudadana.

Me explico.

De ser ciertos los datos proporcionados por el CIS, el 41,2% de los votantes españoles está dispuesto a respaldar a Aznar.

Primera objeción y primera respuesta. Es cierto que el actual presidente del Gobierno no volverá a presentar su candidatura. Pero no menos cierto es que aún no se sabe en quién delegará, de modo que los encuestados se han pronunciado con él como referencia.

Segunda objeción y segunda respuesta. Ya sé que «cuatro de cada diez votantes» no quiere decir «cuatro de cada diez ciudadanos». Hay menores de edad, hay extranjeros sin derecho de sufragio, hay abstencionistas (que deciden no votar) y hay abstinentes (que no votan, sin más). Pero también me consta que, salvando la categoría de los abstencionistas militantes, nada hay que permita atribuir al resto de los no votantes opiniones políticas netamente diferentes de las que sustentan los votantes. Pueden tener ideas menos conscientes o menos decididas, pero no, por lo general, ideas de otro tipo.

De modo que, en términos generales –decimales arriba o abajo–, puede decirse que cuatro de cada diez españoles simpatiza con Aznar.

Pero Aznar, en lo que a mí concierne, no es sólo un señor que se dedica a la política. Es mucho más. Es una categoría. Es la materialización corpórea de todo un cúmulo de ideas y actitudes que me repelen, que me producen alergia. Que me resultan vomitivas, por decirlo claramente.

No pretendo que eso sea razonable. Da igual, a los efectos de lo que estoy contando. Es así y, siendo así, supongo que se entenderá que no puedo mirar de cualquier manera a la gente que siente simpatía por un amasijo de ideas y actos que me repugnan.

Salgo a la calle, veo a la gente que pasea y me digo: «No los conoces personalmente, pero con cuatro de cada diez de ésos estás a la greña».

Y si la cosa se parara ahí... Quedarían los otros seis.

Pero es que sigo leyendo el barómetro del CIS y me hundo todavía más. Porque el siguiente dato que aporta el trabajo sociológico de marras es que, aparte del 41,2% antes mentado, un 35,2% suplementario ha confesado que votaría al PSOE. Y, aunque en este punto tienda a mostrarme menos severo –sé que hay gente desesperada, dispuesta a lo que sea con tal de quitarse al PP de encima–, no puedo por menos que añadir a mi coleto una dosis adicional de pesadumbre.

Que no disminuye precisamente cuando considero algunos restos. Aquí, en donde me hallo, por ejemplo, he de considerar forzosamente a los votantes del regionalismo valenciano cutre, que es capaz a veces incluso de coger al PP por la derecha.

En suma: concluyo que deben de ser algo así como ocho de cada diez los congéneres con los que disiento sobre casi todos los asuntos importantes de la vida.

Como para encerrarse en casa y no salir sino para hacer la compra.

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Pero algo falla en todo este razonamiento.

Porque luego resulta que los veo pasear y me dan aspecto de buena gente. Y les oigo hablar en la tienda de comestibles, o en el bar, y dicen cosas que me hacen gracia. Y los miro jugando con sus críos en la orilla del mar y me enternecen.

 

 

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