Apuntes del natural

[Del 12 al 18 de septiembre de 2003]

 

 

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¡Cuanta presión!

(Jueves, 18 de septiembre de 2003)

Empiezo a escribir hoy a las 9:47 de la mañana.

–¡Bien has dormido, viejo vago! –se dirá más de uno.

–¡Y una mierda! –contesto yo.

Os cuento.

Trabajé ayer por la mañana en el hotel, en Bilbao, desde las 6:30, preparando mi apunte del día, mi intervención en la tertulia de Radio Euskadi y las tareas que debía cumplir luego. Salí zingando a las 8, sin tiempo de desayunar, hacia la radio. Y el taxi que no venía. Llegué justo a tiempo de tomarme un café apresurado y ponerme delante del micrófono. Intervenciones, debate... Apareció por allí Jone Goirizelaia, abogada y dirigente de la extinta Batasuna. La entrevistamos, acabamos, salí, me topé con Balza, consejero de Interior –intercambio de saludos, etc.–, charlé un ratito en la calle con Gorizelaia, cogí un taxi, me fui al hotel, recogí mis cosas, las bajé al coche –jodé, cómo pesan: la intendencia informática va a acabar conmigo–, me fui buscando un parking, el que pillaba más cerca del punto al que iba estaba completo, conseguí deshacerme del coche, me metí al trabajo que tenía pendiente, estuve en él toda la mañana, hasta la 1:30, y salí precipitadamente porque quería llegar a Miranda de Ebro a la hora de comer para hacerlo con mis familiares de allí, que hacía la tira que no los veía.

Cuando salía del control de la autopista junto a Miranda me quedé sin embrague (y, ya de paso, anonadado). Conseguí arrastrar el coche hasta el asador donde habíamos quedado (sistema: se mete la marcha con el motor parado y se arranca a tirones hasta que el motor gira. Único sistema de parar: frenar y cortar el contacto). Informé a la rama mirandesa de la familia de mis cuitas, comimos (yo con el entusiasmo que es de imaginar), contactaron ellos con un taller amigo, arrastré el coche hasta el taller, allí una gente estupenda se puso a mirar el desastre y descubrieron que aparte de tener el embrague hecho unos zorros también llevaba mal la bomba del líquido del freno. Lograron hacer un apaño para que pudiera continuar viaje.

–Embraga y desembraga lo menos posible –me dijo el mecánico.

–¿Podré llegar a Madrid? –le pregunté.

–Yo creo que sí –me respondió, dubitativo.

Salí. Conduje embragando y desembragando lo menos posible hasta llegar a 30 km. de Madrid, donde me topé con una hermosa caravana. Cada vez que pisaba el pedal del embrague, se oía una fiesta de chirridos en el motor.

No he dicho nada de la radio. Y debería haberlo hecho. Cuando me enteré de que Garzón había cursado una orden internacional de búsqueda y captura de Ben Laden, a 120 km/h y en zona de curvas, casi me estrello, víctima de un ataque conjunto de estupor e hilaridad. Y cuando le oí decir a Acebes que el único gesto que tiene que hacer Ibarretxe es retirar su plan –¿cómo diablos podría retirar un plan que todavía no ha presentado? ¿Y cómo puede él juzgarlo si no lo conoce?–, otro tanto. (Nota bene: Me refiero a Acebes, sí, Ángel por nombre de pila: el de los Legionarios de Cristo, esa asociación que, según otra radio, ha comprado a hurtadillas un colegio laico en Madrid y ha informado a las familias, ya empezado el curso, de que les va a cambiar por completo el modelo educativo, separando a los niños de las niñas y llevando a comulgar a los unos y las otras a la hora del recreo).

Conseguí llegar a casa, pero con los nervios en mal estado. Subí las cosas –jodé, cómo pesan–, deshice las maletas, recompuse los ordenadores, me topé con un virus, lo destruí, eché un vistazo al partido de la Real –que también me puso de los nervios–, cené algo y caí agotado en la cama.

Tardé un rato en dormirme porque la muela que arrastro jodida optó por hacerse notar.

Esta mañana me he levantado a las 7. He acabado de deshacer las maletas y de instalar los ordenadores. Un cable se negaba a funcionar. Lo he arreglado. He visto que tenía medio centenar de correos electrónicos en la bandeja de entrada. Imposible leerlos. Por no hablar de contestarlos. He ido a llevar el coche al taller para ver si me lo pueden reparar a tiempo para salir  mañana al  mediodía en dirección a Donostia porque tengo una reunión de trabajo el sábado y quiero acudir el domingo al estreno de La pelota vasca. Y de repente descubro que no he recibido aún las invitaciones para la película. Busco el número de teléfono de Medem y constato que lo he perdido. Llamo a la organización del Festival y consigo, tras varias y largas gestiones, el número de la productora. Telefoneo, pero no hay nadie. Dejo recado en el contestador.

De modo que, en este momento, no sé ni si tengo coche para ir ni si tengo película que ver. Pero eso no es nada, porque debería estar gestionándome una cita con el dentista y llamando a unos amigos que están de paso por Madrid y a los que quisiera ver antes de que se vayan.

Aparte de eso, debería estar llamando también a la editorial, y al periódico, y a varios amigos más a los que he jurado que contactaría en cuanto pudiera y a los que, además, tengo muchísimas ganas de ver.

Me recuerda todo esto la canción de Jesús Cutillas «¡Cuánta presión!» (de la que podéis escuchar un amplio fragmento pinchando aquí). Es una acumulación de inconvenientes excesiva, desbordante, cabreante. Que te (me) supera.

Y me preguntaréis: «Y si tienes todo ese lío, ¿por qué pierdes el tiempo escribiendo sobre él?».

Muy pertinente, la pregunta. Pero supongo que sólo podría responderla adecuadamente mi psicoanalista. Lo cual plantea otro problema más: no tengo psiconanalista.

 

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La pelota vasca

(Miércoles, 17 de septiembre de 2003)

Dos miembros del Foro de Ermua, la profesora Gotzone Mora y el periodista Iñaki Ezquerra (él escribe así su apellido), han pedido a Julio Medem que retire sus testimonios de la película La pelota vasca, que se estrenará el próximo domingo en el Festival de Cine de San Sebastián. No lo hacen porque consideren que el director de la película-documental haya manipulado el sentido de sus palabras, sino porque no están de acuerdo con la tesis que parece desprenderse de la cinta. Según ellos, la película da la razón «al entorno de ETA».

Yo no he visto la película todavía –la veré el domingo–, pero doy por hecho que esas acusaciones son una estupidez.

Por dos muy sólidas razones. Primera, porque hablé con Julio Medem durante el rodaje –soy uno de los muchos que aparecen entrevistados– y me contó con detalle lo que estaba haciendo. Su propósito era dejar hablar a todos y que cada cual expusiera sus razones. Si hay desproporción en las intervenciones es, pura y simplemente, porque mucha gente cercana al PP se negó a ser entrevistada.

La segunda razón es aún de más peso: porque dos personas que sí han visto la película y que distan de situarse en «el entorno de ETA» la han elogiado vivamente. Una es el alcalde de Donostia, Odón Elorza, y la otra, Mireia Lluch, hija de Ernest Lluch, que fue asesinado por ETA. Lluch quedó tan impresionada que decidió participar en la producción del filme, invirtiendo en él una parte del dinero que le dejó su padre en herencia.

Julio Medem está empezando a sufrir en sus carnes lo que algunos le contamos cuando nos entrevistó: que con esas dos bandas de fanáticos que se sitúan en los extremos de la sociedad vasca no hay nada que hacer.

 

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¿El tiempo post-ETA?

(Martes, 16 de septiembre de 2003)

El atentado de anteanoche en Álava supera en chapucería todo lo conocido en ETA hasta el presente. No sólo porque se dejaran una riñonera, un DNI y una tarjeta de crédito en el asiento del coche, sino también por el estilo del ataque y el arma utilizada. Servirse de una escopeta de caza con los cañones recortados es impropio de una organización a la que nunca le han faltado las pistolas y las metralletas modernas. Fue todo tan chapucero que incita a pensar que puede tratarse de un comando espontáneo, de gente que no actúa bajo mando orgánico.

Hace unos años no habría dudado ni por un instante en dar esa explicación a lo sucedido, pero ahora tengo dudas. He oído en este viaje a personas teóricamente muy bien informadas sostener que, en el momento presente, ETA es ya prácticamente un fenómeno residual, «tipo GRAPO», e incluso que se puede afirmar que Euskadi ha entrado ya en «el tiempo post-ETA». He oído frases de ésas, ya digo, en boca de políticos que hace unos años decían y repetían que ETA sólo podría desaparecer tras encontrarle una solución dialogada.

Hay cosas que no me encajan. Es cierto que la actividad de ETA, medida en atentados, es ya mínima. Pero no menos cierto es que la cantera de ETA sigue existiendo y es incomparablemente mayor a la que jamás tuvieron los GRAPO. A la vez, es bastante intenso lo que llaman «el terrorismo de persecución», es decir, el hostigamiento a los políticos que menos se acomodan a sus exigencias. No los matan, pero les hacen la vida imposible.

Es obvio que debo informarme más, para opinar –para pensar– con algún tino.

Dentro de un rato regreso a Bilbao. Me espera un día bastante intenso. A ver si consigo aclararme más.

 

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Seudoliberales

(Lunes, 15 de septiembre de 2003)

Ha fracasado la cumbre que celebraba la Organización Mundial del Comercio en Cancún. Los gobernantes de la mayoría de los estados del Tercer Mundo se han negado a aceptar las exigencias planteadas por los estados de economía más poderosa. Si he entendido bien, los representantes del Primer Mundo pretendían obtener plena libertad para invertir en los países pobres y, a la vez, que éstos les ofrecieran garantías sobre sus inversiones. Previamente habían rechazado las críticas del Tercer Mundo a sus políticas agrícolas, fuertemente proteccionistas.

Lo menos que cabe decir de los dirigentes europeos y norteamericanos es que tienen una jeta que se la pisan. Son liberales o antiliberales según les viene. Si alguien les impone alguna restricción, apelan al libre comercio cual dogma de obligado cumplimiento. Pero se olvidan de él a toda velocidad en cuanto se habla de sus propias economías.

Aunque sea cierto que la política de subvenciones agrícolas de la UE resulta a veces un tanto irracional, y que favorece la existencia de cultivos estrafalarios, realizados sin más finalidad que la de obtener la propia subvención, no creo que Europa debiera desproteger su agricultura, exponiéndola a la libre competencia del Tercer Mundo. Si lo hiciera, aceleraría la despoblación y desertización del campo, cosa altamente negativa para el bienestar del conjunto de la población. Provocaría igualmente el encarecimiento brutal –o la desaparición– de toda una serie de productos de calidad. (Iba a escribir que, además, estimularía la sobreexplotación de la mano de obra campesina del Tercer Mundo, pero mucho me temo que eso sea ya casi imposible).

Por esas razones –y más que me dejo en el tintero– no respaldo la exigencia de desarme arancelario que plantean los países del Tercer Mundo con respecto a las agriculturas de los estados desarrollados. Pero, en contrapartida y por elemental coherencia, tampoco creo que la UE y los EUA puedan exigirles a ellos que dejen vía libre a sus capitales, y menos todavía que ofrezcan garantías para sus inversiones. Ese liberalismo en forma de embudo es impresentable.

Recuerdo lo que Salvador Dalí decía de Pablo Ruiz Picasso: «Picasso es un gran pintor. Yo también. Picasso es comunista. Yo tampoco».

A mí me saldría algo parecido con respecto a los gobiernos de la UE: ellos son liberales; yo tampoco.

 

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«Napalm casero»

(Domingo, 14 de septiembre de 2003)

El FBI ha enviado a la Audiencia Nacional española dos informes en los que se dice que, con los materiales requisados a los argelinos que fueron detenidos en Barcelona y posteriormente excarcelados, podría fabricarse «napalm casero». A partir de eso, se ha reabierto el sumario que inició Garzón.

¿Es crasa ignorancia o mala fe pura y simple? Todos los que participamos en la kale borroka de los años 60, ahora pomposamente llamada la revolución del 68 –que ni se limitó al 68 ni constituyó ninguna verdadera revolución–, sabemos que la mezcla de gasolina, ácido sulfúrico y detergente, que es la más temible de las variedades del cóctel molotov, funciona como «napalm casero». Incluso sin ácido sulfúrico, la gasolina mezclada con detergente también hace muy bien las veces de «napalm casero», porque el detergente favorece que el combustible se pegue a lo que sea y sea mucho más difícil de apagar.

Quiere decir esto que no ya los detenidos de Barcelona: cientos de miles de personas, millones, en toda España, cuentan en sus casas con los elementos con los que cabe fabricar «napalm casero». Basta con que usen gasolina, como quitamanchas o como combustible, y con que utilicen detergente para lavar la ropa.

Es posible que Garzón o cualquiera de sus colegas de la Audiencia Nacional no sepa esto –los hay que gozan de una ignorancia multifacética, prácticamente enciclopédica–, pero no me creo que los especialistas del FBI emitan un informe como ése sin ser conscientes de que están haciendo trampa, abusando de la ignorancia del personal en materia de química aplicada.

¡«Napalm casero»!

Lo que le pasa al FBI –me barrunto– es que recuerda el papelón que hizo Colin Powell hace unos meses en televisión, con el puntero delante de la pizarra, explicando las muchas ramificaciones que tiene la red de Al Qaeda all over the world y citando con gran solemnidad «la célula española». Sospecho que el FBI quiere embarullar las cosas lo más posible, para sembrar la duda y salvar la cara de su patrón. Porque, si no fuera así, habría aclarado en su informe que esos componentes, que podrían servir para fabricar «napalm casero», están presentes en las alacenas (del árabe al-jazena, bien es verdad) de muchísimos hogares de toda España.

Es como afirmar que quien posee un viejo reloj despertador cuenta con un instrumento que permite fabricar una bomba de relojería. Por supuesto. ¡Pues vaya una novedad! De hecho, yo, allá por los finales de los 60, tenía un despertador al que le añadí un mecanismo idéntico al que se usa para las bombas de relojería. Sólo que mi reloj lo que hacía era... conectar la radio para que me despertara por la mañana con las noticias. Ahora reprochan a alguno de los detenidos haber manipulado relojes digitales. ¿Y quién les dice –caso de que sea cierta la acusación– que no estaba trabajando en alguna idea del estilo de la mía?

¡Menos mal que hace treinta años Garzón todavía no era juez! Habría sido capaz de procesarme como miembro prominente de la rama vasca de Al Qaeda.

 

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¡Al «fubo»!

Ayer me permití una travesura.

Descubrí que la Real jugaba en Santander y, como estoy pasando el fin de semana en la capital de Cantabria, decidí ir al estadio a ver el partido. Así que me planté en eso que llaman, Dios sabe por qué,  los campos de Sport del Sardinero (curioso plural, porque, por más que uno mire aquello, sólo se ve un campo).

Lo que más me gustó de  la Real Sociedad de esta temporada fue su hinchada. Los forofos realistas se comportaron con educación exquisita. Animosos, pero sin ofender a nadie. Incluso, cuando los altavoces anunciaron que se iba a guardar un minuto de silencio en homenaje a no me enteré qué fallecido, se pusieron todos en pie y mantuvieron el silencio con todo el respeto del mundo. Bien por ellos.

Uno llevaba una bandera palestina. Me sorprendió. Luego me enteré de que el Rácing tiene un jugador israelí.

Experimentado de antiguo en campos de fútbol foráneos visitados por la Real, había tomado medidas de protección. Una: me llevé una pequeña radio digital con auriculares, para no oír a los vocingleros de mi entorno. Los oí de todos modos, pero muy en segundo plano. Gracias a mi lejanía auditiva, pude mantener durante todo el partido una sonrisa beatífica que, según comprobé rápidamente, desconcertó a bastantes de los que me rodeaban: como no aplaudía nada, ni de la Real ni del Racing, debieron de pensar que era otro coreano más, pero operado de los ojos.

Segunda medida astuta: consciente de las deficiencias de mi vista, me proveí de unos binoculares –soviéticos, por cierto– que me permitieron seguir con todo detalle las jugadas, incluidas las más problemáticas. El personal de mi entorno, apreciada la calidad de mi infraestructura, acabó mirándome cada vez que ocurría algo conflictivo, para ver qué cara ponía tras verlo por los prismáticos y escuchar lo que decían en la radio. Sólo lograban comprobar que yo sonreía invariablemente del modo más inexpresivo y menos comprometido que me era dado.

Ganó la Real 0-1. No hizo gran cosa. Me pareció un equipo organizado y aseado, sin más. Varios de sus mejores jugadores se quedaron en casa, reservándose para el partido de Liga de Campeones que juega el miércoles próximo.

Al Rácing lo vi incapaz de meterle un gol al arco iris, que decía el otro.

Cuando dejé el estadio, oí unas declaraciones del entrenador del Rácing, Lucas Alcaraz, que me llenaron de satisfacción. Dijo: «En el fubo, el tema de los goles (sic) es muy importante».

Es lo que tienen los expertos: pueden ilustrarnos con su sabiduría.

Llevaba algo así como quince años sin pisar un estadio de fútbol y, si bien reconozco que es el mejor modo de ver un partido –sobre todo si tienes asiento de tribuna central–, creo que tardaré bastante en volver.

Siempre me ha puesto de los nervios la ausencia total de objetividad de la mayor parte de los espectadores, sus gritos bobos y sus groseros insultos. Pero ahora no es eso lo que más me echa para atrás. Lo que más me reventó ayer es que, además, fuman puros. Puros enormes. Puros apestosos.

No creo que acuda de nuevo a un estadio hasta que prohíban que se fume en las gradas. O, por lo menos, hasta que se establezcan zonas de no fumadores.

Quién me lo iba a decir.

 

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El 13 de septiembre

(Sábado, 13 de septiembre de 2003)

Comenta Ramón Pi en un diálogo radiofónico: «Fíjate, el 11 de septiembre cuántas desgracias se conmemoran, y en cambio el 13, que se supone que es la fecha de la mala suerte, ninguna...».

«¡Serás tú el que no tiene ninguna desgracia que evocar!», le respondo mentalmente.

El 13 de septiembre de 1936 las tropas de Franco entraron en San Sebastián. Fue de las primeras capitales del norte que cayeron en manos de los facciosos. Se encargaron de la faena, en lo esencial, los Tercios de Navarra, requetés.

Donostia cayó tan pronto bajo el control franquista que ni siquiera tuvo tiempo de regirse por el Estatuto de Autonomía, que se promulgó en octubre.

Durante muchos años –los que más marcan: los infantiles y adolescentes– me tocaba pasar a diario varias veces por la Plaza del 13 de Septiembre de San Sebastián. La plazoleta, al pie del edificio «La Equitativa», junto al río Urumea, tenía un pequeño monumento con una lápida que recordaba el acontecimiento. Allí, en un primer piso, estaban las oficinas de Gestoría Ortiz, el negocio de mi padre.

A ras de suelo había una tienda de fotos, «Jomar», en la que nos hicimos retratos durante muchos años todos los miembros de la familia. Con el tiempo, la hija del dueño se casó con un atildado teniente de los grises que no levantaba cuatro palmos del suelo y que se encargaba de dirigir la represión de las manifestaciones. «El tenientillo», lo llamábamos. Desde que Jomar –José Martínez, supongo que se llamaría– aceptó a aquella pieza como yerno, no volví a entrar en su tienda. Ni yo ni mucha otra gente.

En frente, haciendo esquina, había una tienda de coches. No sé por qué, guardo en la memoria el recuerdo del escaparate de esa tienda exhibiendo un Gogomóvil, que fue el primer coche utilitario de fabricación española (el primero con techo y marcha atrás, quiero decir, porque ya hacía tiempo que circulaba el Biscúter, que venía a ser algo así como una moto con asientos de automóvil). El Gogomóvil era tan pequeño y liviano que no había problema para subirlo a la plataforma de un escaparate.

Tardé algunos años –tampoco tantos– en identificar el nombre de aquella plaza, tan familiar para mí, con la fecha de una desgracia colectiva. Pero, desde que lo hice, no dejé de pensar en el gozo que representaría para mí la destrucción de la odiosa lápida colocada en su centro.

Alguien se la cargó en los primeros 70, pero volvieron a colocarla.

Fue tras la muerte de Franco cuando desapareció. Para siempre (de momento).

Ahora se llama Plaza de Euskadi.

 

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Las ventajas del pesimismo

(Viernes, 12 de septiembre de 2003)

Día apretado, el de ayer.

A primera hora, desplazamiento de Bilbao a Vitoria.

De entrada, largo encuentro con el lehendakari Ibarretxe. Somos 18 periodistas y contertulios de Radio Euskadi. A algunos es la primera vez que los veo; otros son ya viejos conocidos.

Noto a Ibarretxe más ducho a la hora de expresarse. Incluso se permite alguna broma, aunque de humor negro: «Nuestras posibilidades de éxito –dice– son, si hacemos las cosas bien, muy pocas».

Hay aspectos noticiables en lo que nos cuenta, pero tampoco demasiados. Lo más chocante, quizá: el famoso borrador del «plan Ibarretxe» que filtró el diario ABC no era un borrador del plan, sino un collage de varios documentos hecho por terceros. Un montaje, dicho sea en el sentido más literal del término.

Luego, en un hotel, aperitivo y comida con representantes del tripartito. Dos por cada partido: Joseba Egibar y Emilio Olabarria, por el PNV, Rafael Larreina y Onintza Lasa, por EA, y Óscar Matute y Antxon Carrera, por EB-IU. Durante el aperitivo charlé, sobre todo, con Olabarria. Es excelente conversador y tiene muy buen sentido del humor. En la comida departí más con Antxon Carrera, con el que mantengo desde hace tiempo una buena relación de amistad.

Las parrafadas oficiales corrieron a cargo de Larreina, Egibar y Matute.

Comparativamente muy joven para lo que se estila en la vida política vasca, Óscar Matute se expresa muy bien y con mucho aplomo. Lo conocí hace meses, cuando pasé por Bilbao para dar una charla organizada por las juventudes de Ezker Batua. Pasa por tener muy buena sintonía con Madrazo.

Los otros dos son suficientemente conocidos.

Larreina me hizo sonreír con algo que dijo al arranque. Contó que, cuando bajó a comienzos de mes de la montaña en la que había pasado las vacaciones y cogió un periódico, tuvo la sensación de estar leyendo el mismo periódico de veinte días antes. Me hizo gracia eso de «bajar del monte»: tratándose de ellos, siempre hay alguien que especula con lo contrario.

Egibar estuvo cáustico y directo, según su estilo. No le vi demasiado a gusto con el rumbo que están tomando las cosas, pero tampoco precisaré más, para respetar el off the record y porque esto, a fin de cuentas, no es una crónica política. Los periódicos cuentan que ha quedado descartado como sustituto de Arzalluz, cuando el de Azkoitia deje la Presidencia del PNV.

Hasta ese punto del día, la cosa resultó interesante, distendida y, a ratos, hasta divertida.

No puedo decir lo mismo del resto de la larga jornada.

Por la tarde tuvimos encuentros con Rodolfo Ares, portavoz del PSE-PSOE, y luego con Carmelo Barrio y Carlos Urquijo, del PP. A razón de un par de horas por partido. Era obvio que ni el uno ni los otros se sentían a gusto con nosotros y –tal vez por eso, o porque están programados para actuar así– todas sus respuestas se mantuvieron dentro de los guiones respectivos, que les hemos oído recitar mil veces. A Ares no le dirigí ninguna pregunta. A Barrio y Urquijo me vi obligado a hacerles un par de precisiones, aunque muy breves. La verdad es que no es demasiado útil escuchar a políticos de segunda regional decir lo mismo que sus jefes de Madrid, sólo que más torpemente. Para lo único que vale la pena es para hacerse una idea de cómo son los políticos de segunda regional.

Lo más interesante de las cuatro horas de la tarde fueron algunas intervenciones de mis acompañantes contertulios, agudas y bien fundamentadas.

De regreso a Bilbao, agradable cena con Fernando López Agudín, Joan Guitart y su mujer.

Esperaba –lo confieso– un día bastante peor.

Ventajas que tiene el pesimismo.

 

 

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