Apuntes del natural

[Del 10 al 16 de octubre de 2003]

 

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Wojtyla: ¿qué luces y qué sombras?

(Jueves, 16 de octubre de 2003)

Todos los medios de comunicación dedican hoy amplio espacio a comentar y valorar los 25 años de papado de Karol Wojtyla. Por lo que oigo y veo, salvo los más entusiastas –que sólo ven ventajas al personaje–, casi todos se apuntan al tópico de «las luces» y «las sombras».

Dicen que la línea que el papa polaco ha marcado a la Iglesia Católica durante este cuarto de siglo presenta aspectos negativos, particularmente en todo lo referente a sexualidad, igualdad de los sexos y libertad de pensamiento, pero que también ha tenido su lado positivo: inquietud por los problemas sociales, denuncia de las desigualdades, oposición a la guerra, etc.

Ese balance se basa, sin embargo, en una trampa.

Compara magnitudes de carácter muy diverso. Incomparables, de hecho.

Los aspectos negativos de la posición de Wojtyla –a los que habría que añadir el haber puesto el tinglado burocrático y organizativo del Vaticano en las manos exclusivas del Opus Dei, lo que no sólo ha marcado su mandato, sino que condicionará decisivamente el de su sucesor– han tenido todos ellos consecuencias palpables, prácticas. Por ejemplo: su rechazo frontal del uso de preservativos en las relaciones sexuales ha representado un obstáculo importante para la lucha contra el sida en muchos puntos de África.

En cambio, los alegados «aspectos positivos» de su mandato apenas han tenido repercusiones concretas. No se han materializado en casi nada. Sus condenas retóricas del neoliberalismo o de las desigualdades han tenido siempre un carácter totalmente abstracto. Nunca ha puesto nombre y apellidos a esos males, nunca ha denunciado al FMI, nunca ha criticado expresamente a tal o cual gobierno, nunca ha puesto en la muy católica picota a estas o aquellas multinacionales. ¿Que ha negado su apoyo a alguna guerra? Cierto. Pero nunca se ha servido de sus poderes para tratar de pararla en seco. Por ejemplo, amenazando a los gobernantes católicos con excomulgarlos, que es algo que está en sus manos y que los habría colocado en una posición muy difícil.

Ha sido siempre, en el fondo, totalmente pusilánime ante los poderosos, y muy resolutivo con los débiles.

Nada de luces y sombras. Sombras sobre todo. Tinieblas.

 

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Una lógica infernal

(Miércoles, 15 de octubre de 2003)

Haciendo tiempo en la habitación del hotel, en Bilbao, a la espera de una cita, vi ayer por la tarde en el canal franco-alemán Arte un reportaje sobre el antisemitismo en Francia.

Dentro del reportaje, aparecían los autores de un libro que acaba de ser publicado, referido a esta realidad, cuyos puntos de vista me parecieron desagradablemente familiares.

Empezaré por decir que, siempre que hablo de Israel, pongo todo mi empeño en aclarar que mis críticas van dirigidas al Estado sionista y sus dirigentes; que considero al pueblo judío igual en derechos y en deberes que cualquier otro, el mío incluido, y que ni he aceptado nunca, ni acepto, ni aceptaré jamás ninguna forma de antisemitismo. Con relación al propio término «antisemitismo», suelo recordar que semitas son también los palestinos, de modo que malamente podría asumirse el antisemitismo como una muestra de solidaridad hacia el pueblo palestino.

Los autores del libro –que parece que está teniendo bastante éxito en Francia– se ponían de los nervios cuando se referían a puntos de vista como el mío. Según ellos, la distinción entre sionistas y judíos es filfa: una mera coartada de cierta gente destinada a disfrazar su antisemitismo vergonzante.  Los que nos expresamos así somos casi peores que los antisemitas declarados, porque damos una apariencia civilizada al viejo antisemitismo de siempre. En realidad, poner objeciones de principio al Estado de Israel equivale, en la práctica, a proponer el exterminio de los judíos.

Tanto más los oía, tanto más familiar me resultaba su discurso. «Pretender que existe un problema político originario es de hecho justificar el terrorismo, aunque se pretenda lo contrario». No dejan lugar para los matices: si no les aplaudes, aplaudes a quien los mata. Una lógica infernal, enarbolada –como siempre– en nombre de alguna fe.

 

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Pobre Bolivia pobre

(Martes, 14 de octubre de 2003)

Poco importa cuanto se estudien las realidades sociales: los estallidos de ira popular seguirán siendo impredecibles.

¿Por qué Bolivia? ¿Por pobre? Desde luego que no. El pueblo boliviano es pobre de solemnidad desde hace muchísimo. Ya lo era cuando llegó por allí Ernesto Che Guevara y se topó de bruces con el conformismo amedrentado de sus campesinos, que pronto se demostraron más dados a denunciarlo que a prestarle apoyo.

Las masas paupérrimas bolivianas han soportado de todo. Incluso han llegado a permitir la victoria electoral de golpistas de la peor especie, como Hugo Banzer.

Así fue durante largo tiempo, y así siguió siendo hasta que los EUA decidieron que mucho más cómodo que perseguir a los traficantes de coca en su propio territorio era aprovecharse del carácter lacayuno de los gobernantes bolivianos para destruir los campos de coca en origen. El rechazo de los campesinos a la odiada destrucción de sus históricos cultivos –la hoja de coca les ha venido ayudando desde siempre a sobrevivir mejor en la altura– se vio multiplicado por la desidia oficial a la hora de favorecer la implantación de una producción agrícola alternativa. Fuera coca, más miseria.

Aunque por aquí se haya hablado poco de ello, las revueltas populares y los brotes de protesta violentos se vienen sucediendo desde 1999 con creciente intensidad, sin que la sustitución de Banzer por Sánchez de Lozada en las elecciones del año pasado haya propiciado ningún giro significativo.

El actual estallido social tiene, dentro de lo trágico, su tanto de sarcasmo.

Es típico que las clases gobernantes –todas– aprovechen cualquier conflicto exterior, activo o latente, para alimentar mecanismos de «unidad nacional» en la población y frenar la diferenciación y la conflictividad internas. En el caso de Bolivia, la razón –o la excusa– tiene raíces históricas: viene de 1879, cuando Chile arrebató a Bolivia su única salida al mar por la zona de Zarapacá. Desde entonces, las oligarquías bolivianas se han servido del resquemor provocado por aquella derrota y del odio hacia Chile y los chilenos para tratar de proyectar hacia el exterior buena parte de las frustraciones locales.

Pero ahora resulta que, metidos a explotar –y a exportar– el gas que atesora el subsuelo boliviano, a Sánchez de Lozada no se le ocurre mejor idea que aprobar el proyecto de Repsol YPF de hacerlo a través de puertos chilenos.

Es difícil imaginar mayor torpeza. Los sentimientos nacionalistas estaban ya de por sí más que exaltados por el plan de vender a los Estados Unidos el principal recurso energético boliviano a cambio de contraprestaciones de más que dudoso alcance para las masas empobrecidas. Y entonces rematan el disparate anunciando que lo exportarán a través de Chile. ¡La propia criatura de la oligarquía boliviana –el odio a lo chileno– ha acabado por volverse contra sus progenitores!

La confluencia de los tres grandes movimientos sociales existentes en Bolivia –el campesino,  el sindical y el indígena, en no poca medida entrelazados– ha dado origen a la situación prácticamente insurrecional de estos días. La crisis interna de las fuerzas en el poder favorece su desarrollo. En estas condiciones, el factor más inquietante es el Ejército, que parece tan unido como siempre... y más brutal que nunca.

 

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Dalí

(Lunes, 13 de octubre de 2003)

Se conmemora el centenario de Dalí con una exposición antológica que ha inaugurado (o va a inaugurar: no me he enterado muy bien) el rey.

El detalle parece adecuado, porque el pintor de Figueres ponía mucho empeño en declararse monárquico. O, para ser más exactos: Gala ponía mucho empeño en que se declarara monárquico y él le hacía caso.  Se conserva la grabación de una entrevista en la que el periodista pregunta a Dalí por sus convicciones políticas y él, muy en su línea, se pone a fantasear y a divagar. Mientras, se oye en segundo plano a Gala que susurra: «Monárquico... Monárquico». Hasta que Dalí dice: «Soooyyy essssencialmente... monárquico».

Son célebres algunas respuestas de Salvador Dalí en entrevistas más o menos surrealistas.

Hay una, no demasiado conocida, que lo retrata bien y revela hasta qué punto administraba su franquismo puramente oportunista, sin permitir que el régimen lo manejara más allá de lo pactado para beneficio mutuo.

Entrevistaba al pintor uno de los periodistas más conocidos de la época. Me dicen que era Federico Gallo, que ejercía también de político y que llegó a gobernador civil de Murcia. El caso es que el periodista, tratando de caer simpático al público y medio riéndose de las extravagancias de Dalí, le dijo: «A ver, maestro: díganos una de esas cosas suyas tan absurdas y surrealistas, de ésas que provocan el estupor general». A lo cual Dalí respondió sin inmutarse: «Viva Franco. Arriba España».

Parece ser que el preguntón pasó varios años condenado al ostracismo. Por listillo.

 

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Rajoy cuida su imagen

(Domingo, 12 de octubre de 2003)

Decía Mao Zedong: «Para conquistar el Poder, lo primero que se precisa es cuidar bien la  propaganda y preparar a la opinión pública en el terreno ideológico».

Seguro que Mariano Rajoy no ha leído jamás a Mao Zedong, ni ganas. Pero es obvio que está siguiendo sus consejos.

En realidad, Mao se limitó a adelantar lo que en la actualidad es ya un lugar común de la mercadotecnia política.

Publican hoy El País y El Mundo sendos artículos ad majorem Mariani gloriam.

No son artículos de peloteo directo. No podrían serlo. Ninguno de los dos periódicos se habría prestado a ello, a estas alturas de la película. Pero es que a Rajoy y su equipo de propagandistas tampoco les habría interesado que lo fueran. Ellos pretenden difundir al máximo una cierta imagen del sucesor, pero sutilmente, sin alharacas excesivas que pudieran tener un efecto de bumerán. Una imagen de hombre reflexivo, abierto, propicio al trabajo en equipo, nada dado a fanatismos... pero, a la vez, capaz, astuto, con las ideas claras, enérgico en caso de necesidad, decidido.

El artículo de El País expone las artes de las que se sirve Rajoy –de las que se supone que se sirve– para escoger colaboradores bien preparados y en sintonía con su propio talante. El de El Mundo, por su parte, cuenta cómo se está haciendo ya con las riendas de La Moncloa, actuando como jefe de Gobierno de facto (una idea importante de cara a que, llegado el momento de las urnas, los votantes estén convencidos de que, además, tiene ya experiencia en el mando supremo).

Es una campaña inteligente.

Otra cosa es que las ideas que trasmite respondan a la verdad.

Un viejo compañero de armas de Rajoy en Galicia, que pasa por conocerlo bien, me dijo hace algún tiempo: «Mariano es un excelente número 2. Si alguien con autoridad le dice lo que tiene que hacer, él lo pone en práctica estupendamente, entre otras cosas porque capta bien el sentido político de las tácticas trazadas por el mando. Pero, en las pocas ocasiones en las que le vi obligado a decidir por dónde tirar sin que hubiera nadie que le señalara la meta, lo noté inseguro. Desazonado, incluso. Pero lo mismo ha cambiado en eso...».

Por lo que he visto y tengo oído, Rajoy consulta mucho, y a mucha gente. Si fuera porque intenta conocer el máximo de opiniones, sería un dato a su favor. Pero todo el mundo sabe que no es un hombre confiado, que dé por hecho que los demás le dicen todo lo que piensan o le cuentan todo lo que saben. Puede tomarse, entonces, como una muestra de espíritu irresoluto.

A fuer de sincero, lo que más me ha hecho sospechar de la posibilidad de que la imagen de sí mismo que Rajoy trata de difundir no se corresponda con el verdadero talante del personaje es el hecho de que haya encargado de marcar la línea de oposición al llamado plan Ibarretxe... ¡a Jaime Mayor Oreja!

El encargo incluye un capítulo muy inquietante referente a la «movilización popular». No lo digo porque tenga nada en contra de que los militantes y simpatizantes del PP salgan a la calle a mostrar sus ideas. Tienen tanto derecho a ello como el que más. Lo que me inquieta es que no sé a qué pueden referirse con eso de la «movilización popular», dado que el PP no ha llamado jamás por sí solo a ninguna manifestación en las calles de Euskadi, ni creo que tenga intenciones de hacerlo ahora. Siempre que ha acudido a una manifestación lo ha hecho apoyándose en convocatorias conjuntas o apuntándose a convocatorias ajenas. Y los dirigentes del PSE  ya le han hecho saber que con ellos no cuente para esto.

De modo que me temo que Rajoy y Mayor Oreja pueden estar hablando de movilizaciones fuera de Euskadi. Y no quiero ni pensar en el tipo de dinámica a la que podría dar lugar algo así.

Nada, desde luego, muy moderado.

 

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Cuevas, ese secesionista

(Sábado, 11 de octubre de 2003)

Me da igual que José María Cuevas cargue con un oneroso pasado de falangista recalcitrante por el que jamás ha expresado autocrítica alguna. Me es igualmente indiferente que haya demostrado su falta de principios adulando con el mismo entusiasmo a Felipe González y a José María Aznar (a cada uno, eso sí, en el momento adecuado). Tampoco me preocupa lo más mínimo que la organización de los empresarios españoles tenga de jefe a alguien que jamás ha ejercido de empresario.

Lo que me resulta sorprendente, y mucho, es que el presidente de la CEOE se permita defender la posibilidad de que el Gobierno tome medidas de excepción contra la autonomía vasca y que sus propios compañeros no lo desautoricen en el acto.

El ciudadano José María Cuevas puede recomendar al Gobierno, a título personal, que dé respuesta al supuesto desafío de Ibarretxe poniendo en marcha las medidas previstas en el artículo 155 de la Constitución, o incluso las sugeridas en el artículo 8, o las que sea. Quien no tiene derecho a hacerlo es el presidente de la organización de los empresarios españoles cuando habla en tanto que tal. Porque no hay nada en los Estatutos de la CEOE que obligue a sus integrantes a estar en contra de las propuestas políticas de Ibarretxe, ni su jefe es quién para pronunciarse contra ellas.

Cabe entender la frustración política de este señor, que pasó años rumiando su rencor contra Aznar porque no daba suficiente cancha en el PP a los ex falangistas como él y como su amigo Martín Villa, pero de ahí a permitir que se sirva de la CEOE como una especie de partido ultra camuflado hay un buen trecho. De entrada, los dirigentes de Confebask se han negado a secundar sus soflamas, y no sólo porque saben que apenas ningún empresario vasco está en sintonía con ellas, sino también, y sobre todo, porque han aprendido en el último año cuántos problemas puede acarrear a una organización empresarial salirse de su campo específico de acción. Pueden –cómo no, y con toda la razón– clamar contra ETA, que los trae por la calle de la amargura. Pero no lanzarse contra un Gobierno democráticamente elegido que les dispensa un trato correcto, cuando no favorable.

El mitin de Cuevas ante Aznar y la Junta Directiva de la CEOE fue, ya digo, totalmente improcedente. Otra cosa sería de haberlo expresado en un lugar distinto y a título personal. En ese caso habría demostrado sólo su ceguera política.

Hay gente que, en su desaforado afán por oponerse a un plan secesionista que no es tal, está trabajando con penosa eficacia en la promoción de un secesionismo real. Y es que, la verdad: si estás viviendo en una casa cuyos dueños te niegan el saludo, te miran con inquina y hacen ver que no se fían ni un pelo de ti, tampoco es fácil que conserves durante mucho tiempo las ganas de quedarte en ella.

 

Nota.– El apunte de hoy es idéntico al artículo que publico en El Mundo.

 

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¿Terrorismo?

(Viernes, 10 de octubre de 2003)

Cuando las tropas francesas entraron en España en 1808, Napoleón Bonaparte afirmó que su propósito era liberar al pueblo español de una Monarquía oscurantista y permitir su acceso a los valores de la libertad, la igualdad y la fraternidad.

Fue veraz al denunciar el oscurantismo de Fernando VII. Mintió descaradamente al disfrazar de emancipadores sus propósitos imperiales.

Cuando, poco a poco, aquí y allá, primero unos cientos, luego algunos miles de españoles, casi siempre pertenecientes a los sectores más encerrados en el integrismo católico y más hostiles a la libertad de pensamiento, fueron decidiéndose a tomar las armas contra el invasor y sus servidores locales –que los hubo, y no fueron pocos– sirviéndose de formas de guerra irregular, pronto englobadas con el nombre de guerrilla, los propagandistas napoleónicos los tildaron de bandoleros (de hecho, algunos lo habían sido, y lo seguían siendo en horas libres).

Les negaron la categoría de soldados. Y no les faltaba su punto de razón, porque las acciones de los guerrilleros, con cierta frecuencia, no se atenían ni poco ni mucho a las llamadas «leyes de la guerra». Hay constancia histórica de que realizaron no pocas ejecuciones sumarias –unas veces por razones personales, otras por evitarse los engorros de las garantías procesales– y de que practicaban el pillaje.

Cierto es que las tropas invasoras no se comportaron con mucho mayor respeto por las normas del Derecho, como mostró elocuentemente Francisco de Goya en el óleo que retrata los fusilamientos de la montaña del Príncipe Pío.

Hace unos días, la corresponsal de El Mundo en Irak entrevistó a un grupo de combatientes, de los que atacan como pueden a las fuerzas de ocupación. Uno de ellos señaló que se limitan a seguir el ejemplo de los guerrilleros españoles que se enfrentaron a los invasores franceses.

El paralelismo es indiscutible. Los tiempos históricos son muy distintos, pero los elementos de diferencia operan más bien a favor de los guerrilleros iraquíes de hoy. Para empezar, las leyes internacionales que protegen la integridad e inviolabilidad de los territorios nacionales son hoy en día mucho más estrictas que a comienzos del XIX. En segundo término, Napoleón puso en el trono de España a su hermano José siguiendo una vía sin duda forzada y tortuosa, pero dotada de los requisitos formales de la legalidad, logrando el apoyo de la máxima autoridad del país invadido (*). No es ése el caso, desde luego, del Irak actual.

Vistas así las cosas, a los guerrilleros iraquíes de hoy no les ampara un menor derecho, jurídico y moral, que a los españoles de 1808.

¿Son terroristas? No, en sentido estricto. Lo esencial, lo que define la acción terrorista es que siembra el terror en la población civil para que la exasperación y la desesperación de ésta fuercen a sus gobernantes a ceder. Terrorismo, en rigor, fue lo del FLN argelino. Fue también terrorista la acción fundacional del Estado de Israel. Como es terrorismo lo que está haciendo ETA. Todos ellos atacaron –o atacan– a la población civil de sus enemigos.

Pero los guerrilleros iraquíes no atacan a la población civil del enemigo, básicamente porque ellos actúan sólo en Irak y el enemigo no tiene población civil en Irak.

«Con independencia de las motivaciones y de las razones que se alegue, el asesinato de José Antonio Bernal en Bagdad es un acto terrorista», dijo ayer un representante del Ministerio español de Exteriores.

Pues no. A no ser que aceptemos que todo aquello que va en contra de los EEUU y de sus aliados es terrorista, por las mismas que todo aquello que hacen los EEUU y sus aliados es justo y democrático.

 

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(*) Napoleón consiguió que Fernando VII devolviera la titularidad de la Corona a su padre y que éste se la traspasara. Hecho lo cual, El Deseado no sólo aceptó lo sucedido, sino que mostró sin parar su adhesión inquebrantable a la nueva situación durante los seis años de dorado exilio que pasó en el castillo de Valançay.

 

 

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