Apuntes del natural

[Del 23 al 29 de enero de 2004]

 

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Ferrat - Ferré

(Jueves 29 de enero de 2004)

Mientras en un ordenador me pegaba ayer con el archivo index.html de mi página web –con el que suscribí una especie de armisticio al cabo de muy largos y penosos forcejeos: él me abrió un hueco para que pudiera funcionar provisionalmente y yo renuncié a domeñarlo, a la espera de que me lleguen refuerzos informáticos–, dejé otro ordenador trabajando para que acabara de bajarme la obra completa de Jean Ferrat y Léo Ferré.

Y lo logré. Pasé el resto del día escuchando de fondo la amplia discografía de ambos.

Como no tenéis ninguna obligación de saber quiénes son, os lo explicaré brevemente. 

Jean Ferrat fue durante muchos años –desde 1961 y hasta mediados los noventa, más o menos–el cantante oficial del Partido Comunista de Francia. Era un buen mozo que hacía canciones a todo lo que convenía a la línea del partido: a favor de la Resistencia, contra Franco, en defensa de la clase trabajadora, contra Pinochet, en alabanza de Fidel, en pro del patriotismo democrático, frente al imperialismo norteamericano, de respaldo a la Unidad de la Izquierda, a favor de la igualdad jurídica de las mujeres, contra el clero católico...

Sinceramente: a día de hoy, sus canciones tienen un inequívoco olor a naftalina. Los versos son por lo general fáciles, predecibles; su defensa de determinadas causas, superficial y burocrática; sus melodías suenan, ya que no a déjà vu, a déjà entendu; los arreglos orquestales son deudores –muy deudores– de cada una de las modas del pop con las que les tocó convivir...

Ferrat era un hombre de talento. Algunas de sus piezas no dejan lugar a la duda. Pero son las más raras: alguna música evocadora que enfunda tales o cuales versos de Louis Aragon o de Paul Éluard, esta o aquella licencia de amargura dejada caer en medio de la obligatoria exhibición de optimismo histórico, tal o cual brizna de duda que tiembla en el aire empañando las mil y un certezas de rigor...

Ferré es... ¿todo lo contrario? Sí, en realidad: todo lo contrario. Genial, anárquico, seguidor implacable de sus intuiciones, mil veces músico, cien mil veces poeta, valiente, iconoclasta de todos los iconos (empezando por los suyos propios), creativo, trasgresor, imaginativo, capaz de los mayores excesos y de las contenciones más ascéticas... Anarquista convicto y confeso.

Algunos de los discos de Ferré que escuché ayer («Amour, anarchie», «Poète, vos papiers!») arrastran cerca de medio siglo. Qué más da: conservan una frescura impresionante. Podrían aparecer mañana, que tanto daría: provocarían –me provocarían– idéntico entusiasmo, la misma sorpresa, igual  emoción. 

Recuerdo que, allá por mis veinte años, me sentía a gusto con las canciones de Ferrat. Admiraba a Ferré, cómo no, pero desconfiaba de su carácter imprevisible. Con él no ganábamos para sorpresas. O para heterodoxias. Todavía me acuerdo del día que salió diciendo que su mujer, con la que había convivido años y más años, era una perfecta gilipollas. ¡El viejo cascarrabias, el impertinente, el deslenguado!

Ferrat nunca habría dicho eso. Aunque lo pensara. Porque era políticamente correcto.

Ferré se limpiaba el culo con lo políticamente correcto.

Y ahora lo escucho, y me doy cuenta de que era mucho más correcto, sin pretenderlo, que la mayoría de los que lo pretendían.

Pero bueno, vale. Ya paro.

Qué pesados somos los afrancesados, ¿verdad? Con razón nos odia Aznar.

 

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Resumiendo

(Miércoles 28 de enero de 2004)

Resumiendo, y no sólo porque ese asunto me pone de los nervios, sino también porque –para completar el panorama, supongo– esta mañana, según me he puesto delante del ordenador a muy primera hora, he descubierto que tenía una poderosa invasión de virus que abarcaba al conjunto de mi pequeña red doméstica (o sea, a los tres ordenadores disponibles), lo que me ha hecho perder un taco de horas de trabajo que necesitaba para otros menesteres.

Resumiendo, digo –vuelvo a decir–, porque tampoco es cosa de perder todavía más tiempo dedicándolo a polemizar sobre lo obvio.

Carod cometió un error, de acuerdo. Debió informar a Maragall de su cita con ETA. Debió hacerlo por dos razones. Primera, porque no podía abstraerse de su condición de conseller en cap y actuar sólo en su calidad de secretario general de ERC. Y segunda, porque tenía que dar por hecho que este tipo de cosas es dificilísimo mantenerlas en secreto.

¿Ingenuidad? Tal vez, en parte. También irreflexión, sin duda. Y puede que más. Alguien que lo conoce bien me comentó ayer que no hay que descartar tampoco un exceso de soberbia, dictada por la serie de éxitos que le ha acompañado en los últimos meses. ¿Por qué no iba a conseguir él, él que tuvo un papel decisivo en el cese de la actividad violenta de Terra Lliure, algún avance en la pacificación en Euskadi?

Vale, de acuerdo. Pero estaremos en todo caso ante errores políticos; no ante crímenes. Y en una sociedad en la que la mayoría de los dirigentes políticos tienen bajo la alfombra kilos y kilos de basura –y con frecuencia más de un cadáver en el armario– los meros errores deben ser puestos a su escala y juzgados con la debida distancia.

Hay un tópico muy propio de la casta dirigente francesa que no recuerdo a qué Richelieu se atribuye. «C’est pire qu’un crime; c’est une faute», dice. «Es peor que un crimen; es un error». Jamás lo aceptaré. Sólo un esteta de la política puede dar más importancia a los errores que a los crímenes. Que Rodríguez Zapatero se ponga dar lecciones de ética --él, que se abraza amorosamente cada dos por tres a cuanto teórico o práctico de los GAL se le pone por delante– es, sencillamente, como para mandarlo al guano y pedirle que no regrese en su puñetera vida, el maldito hipócrita.

Y paro, que ya digo que voy mal de tiempo y no quisiera cansaros con mis evidencias.

 

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Un atracón de principios

(Martes 27 de enero de 2004)

«No se puede admitir y condeno cualquier tipo de contacto con la banda terrorista ETA», dijo ayer por la tarde José Luis Rodríguez Zapatero. Según él, ésa es una cuestión «de principio».

No sé qué clase de principio puede ser ése. Según lo formula el secretario general del PSOE, tal parece que considere un crimen reunirse con la dirección de ETA, sea cómo, cuándo y para lo que sea. Si ésa es la idea que trata de expresar, habrá que decirle que no pasa de ser una mamarrachada. Otra. Ni siquiera en plena guerra puede uno descartar de antemano la posibilidad de entrevistarse con el enemigo. Depende de las condiciones en que se plantee la hipotética reunión, y para qué pueda servir. Todos los gobiernos que ha tenido España desde 1977 han mantenido contactos con ETA, así haya sido tan sólo «para tomarle la temperatura», según celebrada expresión de un alto responsable socialista de Interior. El propio Aznar envió a algunos de sus colaboradores más cercanos no ya a hablar, sino incluso a negociar con ETA –después de celebrar una conferencia de Prensa en la que no pronunció ni una sola vez el adjetivo «terrorista», recordémoslo–, y el hecho de que no resultara nada positivo de aquella reunión no altera para nada la realidad de su existencia. ¿Hizo mal? Desde luego que no. ¿Fue convocado por algún juez de la Audiencia Nacional para que declarara sobre las circunstancias de ese encuentro? ¿Le acusó alguien de colaboración con banda armada? Va, venga: un poco de seriedad.

Cualquiera que conozca a Josep-Lluís Carod Rovira, así sea mínimamente, sabe que el conseller en cap de la Generalitat rechaza por completo la violencia de ETA, en Cataluña y fuera de Cataluña. Me parece obvio que, si admitió entrevistarse con la dirección de ETA, lo hizo para enterarse viva voce de cómo ve las cosas. Para «tomarle la temperatura», sí. Lo cual podrá ser más o menos oportuno –como podrá ser más o menos acertado que no se lo contara a Maragall–, pero no tiene nada de aberrante, ni de criminal, ni de perverso.

Yo no soy dirigente de ningún partido –ni ganas–, pero lo digo sin ambages: si la dirección de ETA me hiciera saber que quiere tener un contacto conmigo para enterarse de mis opiniones y darme cuenta de las suyas, acudiría a la entrevista sin la menor vacilación. Por supuesto. Un periodista no podría hacer otra cosa. Ni un político. A no ser que se trate de un político como Rodríguez Zapatero, que se vanagloria de los contactos que no tiene, como si le aportara alguna ventaja hablar de oído.

De todo este asunto, lo que más me intriga es lo que nadie comenta. A saber: ¿cómo se enteraron los servicios de espionaje españoles de la existencia de esa reunión? ¿A quién seguían, a Carod o a los de ETA? ¿Por qué no pidieron a la Policía francesa que detuviera a los dirigentes de ETA? ¿Quién decidió pasar esa información al diario que la ha publicado? ¿Ha sido cosa de los propios servicios o han seguido instrucciones del Gobierno? En ambos casos: ¿por qué dar esa información, en general, y por qué dársela a ese diario, en concreto? Ítem más: ¿de dónde se han sacado el presunto conocimiento que dicen tener del contenido de la reunión? ¿Y por qué han colado varias mentiras en medio de las verdades?

En fin: ¿qué papel cumplen los servicios de información del Estado en la campaña electoral y qué ley se lo atribuye?

 

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La excepción cultural

(Lunes 26 de enero de 2004)

Me autoflagelo: no me leí enteros los discursos que pronunció Aznar durante su reciente visita a los Estados Unidos, y en el pecado llevo la penitencia: voy enterándome poco a poco de la amplia variedad de gestos de vasallaje que realizó, para mayor satisfacción de sus señores. Hoy he sabido que también habló de cultura –del sector económico de la cultura– y que aprovechó para meterse con la protección que dispensan las autoridades francesas a la producción cultural de su país. Esa actitud, que nace de la aplicación del llamado «principio de excepción cultural», fue rechazada por Aznar, que la consideró como «un refugio de los países cuya cultura está en declive», mientras que «los [países] que no conocen este problema no tienen nada que temer».

El Gobierno francés entiende que las recetas del mercado libre y de la competencia sin trabas no son de aplicación automática al campo de la cultura, en el que se hace necesario adoptar una política proteccionista, para evitar que los gigantes norteamericanos del cine y de la música laminen las manifestaciones artísticas nacidas de otras culturas y expresadas en lenguas diferentes de la inglesa. Las francesas, por ejemplo. Los sucesivos gobiernos de París vienen aplicando ese «principio de excepción cultural» desde hace años, gracias a lo cual la cultura francesa mantiene algo el tipo –algo, digo– frente a las multinacionales con sede allende el Atlántico.

Casi todo es discutible en esta vida. Es discutible, para empezar, que el proteccionismo no deba abarcar más campos, es decir, que los mercados europeos no deban ser protegidos también de la competencia de otros productos de marca estadounidense no menos nocivos que los culturales. Serán igualmente discutibles –imagino– los criterios con los que el Gobierno de París reparte las ayudas oficiales a la producción cultural autóctona. Pero el argumento central –o se protegen las formas culturales europeas o se van al garete– roza lo obvio.

Tal como presenta las cosas, está claro que Aznar considera que España forma parte de «los países que no conocen ese problema» y que, en consecuencia, «no tienen nada que temer».

¿Cómo es eso? ¿Es que no se da cuenta acaso de los destrozos que están sufriendo nuestras formas culturales en los más diversos campos (en los más diversos, insisto, llegando hasta los hábitos alimentarios y el modo de vestir)?

Por supuesto que se da cuenta. Lo verdaderamente grave en su caso es que lo ve y le parece bien.

 

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El silencio de ETA

(Domingo 25 enero de 2004)

Leo en un periódico que ayer dieron un premio –otro– a los concejales vascos del PP y el PSOE. Fue en Sevilla y los galardonaron, según cuentan, «por su resistencia a la presión terrorista».

Me encuentro en otro diario con un sondeo que jerarquiza las preocupaciones de la población española. De sus conclusiones se desprende que una amplia mayoría sigue situando el terrorismo entre sus principales angustias.

No sé de qué terrorismo hablan.

Hace tiempo que ETA apenas ha causado destrozos. Por no hablar de víctimas. Su presencia en la vida política ha sido durante los últimos meses –muchos meses– casi testimonial. Lo último que se ha sabido de su existencia es la oferta que hizo de no interferir en la campaña electoral, en el caso de que se llegara a presentar una candidatura nacionalista única. PNV y EA no quisieron saber nada al respecto y Arnaldo Otegi les acusó de «escupir en la mano de ETA». Tuvo al menos el detalle de no apuntarse al dicho que habla de «escupir en la mano que te da de comer». Lo que en todo caso no está nada claro es que ETA tenga la menor intención de meter baza en la campaña, con oferta o sin ella. Incluso he oído decir a gente supuestamente bien informada que entra dentro de lo posible que ETA anuncie, coincidiendo con el Aberri Eguna (que este año toca el 11 de abril), el cese indefinido, si es que no definitivo, de su actividad armada.

Pero no es sólo que ETA no dé tiros ni ponga bombas; es que también se ha ido diluyendo eso que llaman «el terrorismo de persecución», es decir, la presión en el propio entorno: las amenazas, los insultos, las pintadas… O las ruedas del coche pinchadas, o el cóctel molotov contra la puerta de casa o la ventana. Ese género de acoso –que en ocasiones puede ser todavía más difícil de sobrellevar, por lo constante– ha bajado en intensidad hasta tal punto que apenas hay ya noticia de su existencia.

En definitiva: que la violencia de ETA y afines podrá constituir una amenaza todo lo potencial que se quiera, pero apenas tiene entidad práctica en la realidad de estos días. Pese a lo cual, algunos hablan de ella como si constituyera el pan suyo de cada día.

Tan es así que resulta inevitable pensar que, efectivamente, es el pan suyo de cada día. Quiero decir: que comen de eso.

El otro día, un escritor catalán fue abucheado en Madrid durante la presentación de un libro porque dijo que, si ETA no existiera, la derecha española la tendría que inventar. Para mí que algo de eso ya está pasando. Porque el hecho es que la derecha española no para de hablar de ETA, por más que ETA diga poco y haga menos.

 

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¿Justicia divina?

(Sábado 24 de enero de 2004)

La Sala de lo Civil del Tribunal Supremo ha condenado a once de los doce magistrados del Tribunal Constitucional –el duodécimo estaba enfermo en el momento de los hechos– a pagar sendas multas de 500 euros a un abogado, José Luis Mazón, que los denunció por haber archivado un recurso suyo sin siquiera examinarlo.

Así que conoció la sentencia, el letrado Mazón, más contento que unas castañuelas, reclamó la dimisión inmediata de los once sancionados del Tribunal Constitucional, entre los que se encuentra su presidente, Manuel Jiménez de Parga. «Es impensable –dijo– que sigan en sus puestos cuando han sido condenados por desempeñar mal su oficio». Y exhaló, a modo de remate: «Estoy sorprendido por este acto de justicia divina».

José Luis Mazón debería administrar mejor su júbilo. Con más realismo, quiero decir.

Desde la autoridad que me confiere mi dilatada experiencia –¿no se dice que más sabe el diablo por viejo que por diablo?–, me permito aconsejarle que no se precipite a la hora de establecer qué cosas son «pensables» y cuáles otras son «impensables». No, al menos, en España. Aquí hace tiempo que se materializó la vieja consigna del Mayo francés: gracias primero al PSOE y luego al PP, la imaginación lleva un montón de años en el Poder. Esta gente es perfectamente capaz de realizar lo impensable. Puede descender más allá de cualquier fondo, robar incluso donde no hay ni un céntimo, lograr que las fuerzas de la Lógica y la Razón pasen rendidas bajo sus Horcas Caudinas... Y, sobre todo, es capaz de aferrarse a sus cargos con una fuerza merecedora del asombro y la envidia de los propios fabricantes de SuperGlue3. Para maravilla general, ha acertado incluso a resolver prácticamente uno de los grandes enigmas de la Teología católica, consiguiendo que los tres poderes del Estado sean uno solo. Qué Dios: el Estado, uno y trino.

Presenta José Luis Mazón la sentencia del Supremo como «un acto de justicia divina». También en esto peca de ingenuo. La justicia divina, de suyo poco frecuente, no pinta nada en este caso. Tenga por seguro el buen abogado que, si los magistrados del Supremo han lanzado esta tarascada a los del Constitucional, es que hay algún litigio importante entre ellos.

No lo digo porque me sepa ningún secreto, sino por aplicación de las leyes de la Naturaleza: por lo general, los perros no acostumbran a comer carne de perro.

 

Agradecimiento.– Como si de un regalo de cumpleaños se tratara –hoy cumplo los 56–, comprobé anoche, al acabar su existencia mortal el viernes 23 de enero de 2004, que esta página ha alcanzado un nuevo record de visitas. 1.590 en un solo día. Y eso que los viernes no suelen ser especialmente buenos. ¿Pudo tener algo que ver en ello el hecho de que durante varias horas –y por razones que ignoro– esta sección de Apuntes del Natural estuviera en blanco? Tal vez, pero no sé cómo, porque el contador Nedstat sólo registra una visita al día por cada IP, de modo que todas las conexiones realizadas desde el mismo ordenador (o desde la misma red interna) cuentan sólo como una. En todo caso, gracias por vuestro interés. Y sea bienvenida la nueva gente.

 

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Tolerancia infinita

(Viernes 23 de enero de 2004)

El Juzgado de lo Penal de A Coruña ha condenado al alcalde de Toques, Jesús Ares, por llevar demasiado lejos la fidelidad al nombre de su localidad: la sentencia considera probado que el regidor del PP, de 71 años, tocó abusivamente a una muchacha de 16. 

Conocida la resolución judicial, el presidente de la Xunta de Galicia ha declarado que no ve motivo para una «acción inmediata» contra el condenado. En un obvio intento de quitar importancia a lo sucedido, Manuel Fraga se ha referido vagamente a la condena: «Parece que ha sido multado», ha dicho, como si no supiera que la multa en cuestión forma parte de una sanción penal. En fin, en actitud de franco recochineo, ha añadido que no cree que Ares se presente a las próximas elecciones locales… pero sólo por razones de edad.

Como no parece muy probable que la negativa a sancionar al alcalde tocador se deba a que su presencia al frente de la alcaldía de Toques resulte esencial para la supervivencia de la Xunta y el PP gallegos, habremos de deducir que se trata, sin más, de una nueva exhibición del sostenella y no enmendalla al que tan aficionado se ha vuelto el partido del Gobierno. Para estas alturas, da igual ya qué acusación recaiga sobre este o aquel de sus fieles. Abusos sexuales o inmobiliarios, compra de voluntades o utilización de los cargos públicos para realizar negocios privados, tanto le da al partido gobernante: los mantiene en el cargo hasta el mismo día en que cruzan el umbral del presidio. Comportamiento protector que hace extensivo a quienes están de su lado aunque no pertenezcan a su partido, caso del ex presidente del Cabildo de Lanzarote, Dimas Martín, al que sostuvo hasta su encarcelamiento, pese a que había sido condenado por sobornar a un concejal del propio PP.

¿Es éste el mismo partido que hace ocho años reclamaba ipso facto la dimisión o la destitución de todo cargo socialista que fuera acusado de corrupción, no ya ante la Justicia, sino incluso en la Prensa?

Los partidos en el poder –en España muy en especial– no asumen que el mantenimiento de un  buen nivel de exigencia ética en sus filas representa una garantía de futuro para ellos mismos, porque se supone que el electorado debe confiar más y mejor en quienes se muestran incompatibles no ya con el delito probado, sino incluso con la sospecha razonable.

Se supone, digo. Porque el PP viene dando pruebas sobradas de todo lo contrario –ahí está el caso del presidente de la Diputación de Castellón, que es, efectivamente, un caso– y no hay nada que permita deducir que ese comportamiento vaya a acarrear ningún coste electoral al partido de Rajoy.

Ellos son lo que se les permite ser. La política bajo sospecha tiende a ocupar el espacio que deja disponible la tolerancia de los ciudadanos.

 

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