Apuntes del natural

[Del 30 de enero al 5 de febrero de 2004]

 

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Cayetana

(Jueves 5 de febrero de 2004)

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.

–¿Qué sabes de lo de Cayetana?

–Lo mismo que tú, supongo. Que existía el rumor ése del que habla hoy El Mundo. Nada más.

–¿Y quién te lo contó?

–Da igual, porque quien me lo contó lo único que conocía era el rumor. Ya sabes cómo son los mentideros de Madrid. Todo el mundo sabe todo de buena tinta, pero nadie tiene en realidad ni puta idea. Si vieras la cantidad de historias falsas de buena tinta que he oído a lo largo de los últimos 25 años…

–¿Tú crees que esa historia no es verdad?

–Creo que es totalmente falsa.

–¿Por qué?

–Porque ninguno de los dos nació ayer. Es posible que Aznar tenga algún lío, pero dudo mucho que, de ser éste, nos hubiéramos enterado. Hay personas especializadas en esas materias, que cobran un pastón por proporcionar a los very vips la infraestructura necesaria para que puedan materializar discretamente sus amoríos y que guardan el secreto como muertos, porque les va en ello el negocio. Lo único que he aprendido relacionándome con los mentideros capitalinos es que están integrados por gente que se pasa el día cotilleando por el gusto de cotillear, sin fundamento ninguno.

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Según hablaba con Gervasio, me fui acordando de las veces –pocas– que a lo largo del tiempo me he enterado realmente, de primera mano, de alguna historia de este género. En cierta ocasión supe del caso de un muy viejo y muy popular político que tenía una amante a la que había puesto piso, cual si fuera un fabricante de telas de Sabadell. La visitaba puntualmente una vez por semana. Supe de la historia porque conocí a una vecina de la mantenida. Había la posibilidad de hacerse con todos los detalles, de fotografiar a la joven en cuestión, al caballero entrando en la casa a hurtadillas, etcétera.

La aventura burocrático-galante me habría interesado menos que nada de no ser porque el político de marras tenía entre sus especialidades la de echar unos rollos interminables sobre las virtudes de la familia cristiana, el deber de fidelidad de los cónyuges y no sé cuantas patochadas más. Era un hipócrita de marca mayor y me pareció que desenmascararlo constituía un apetecible acto de profilaxis social. Pues bien: ofrecí la historia a los jefes de una revista especializada en mezclar las denuncias políticas con la generosa exhibición de culos y tetas. Me mandaron a la mierda. «Don Fulano tiene un enorme prestigio», me dijeron. «¡Pues por eso, precisamente!», respondí yo.

No hubo nada que hacer. Me quedé con mi historia en el bolsillo.

Apuesto a que, si alguien tuviera las pruebas de una aventura secreta de Aznar, no se dedicaría a contarla en charlas de barra de bar. La vendería a precio de oro.

Y probablemente sería el propio Aznar el que se la compraría.

Apuesto a que le mandaría el maletín del dinero con dos maromos que, de paso, le partirían las piernas. Para que se fuera enterando.

 

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Con todo el morro

(Miércoles 4 de febrero de 2004)

«Todos los gobiernos tienen información reservada... El Gobierno de España la tiene... Todos los españoles pueden estar seguros... Pueden creerme: Sadam Husein tiene armas de destrucción masiva».

Así se manifestaba José María Aznar recién declarada la guerra contra Irak.

Ahora lo niega. Lo niega su ministro portavoz (al que, por cierto, le entra la risa floja cuando se mete en ese pantano, y eso que tiene ya una larga experiencia como mentiroso) y lo niega su ministra de Exteriores, quien se muestra indignada porque –dice– pedir a Aznar que demuestre la existencia de armas de destrucción masiva en Irak es «invertir la carga de la prueba».

El primero niega que su jefe dijera lo que todos le oímos decir –nos toma por desmemoriados, si es que no por sordos– y la segunda nos toma directamente por imbéciles, diciendo que pedir a alguien que sustente sus acusaciones es invertir la carga de la prueba, haciendo como si no supiera que quien invierte la carga de la prueba es el que hace lo contrario: exigir al acusado que demuestre su inocencia.

Mienten, y lo hacen con tal caradura que resulta verdaderamente pasmoso. Les he oído decir que las pruebas de la existencia de armas químicas y bacteriológicas en Irak las aportó la ONU, como si hubiéramos olvidado que Bush se ziscó en las demandas de los inspectores, que reclamaban más tiempo para concluir su tarea. Y añaden que el Gobierno español nunca ha tenido ninguna información que no fuera pública, como si no recordáramos que Aznar afirmó varias veces –incluida una entrevista en televisión que le sirvió uno de sus periodistas de cámara– que él contaba con información reservada que le aportaba «evidencias» (que es como él llama a las pruebas, dejando constancia no tanto de sus progresos en inglés como de sus retrocesos en castellano).

Son sorprendentemente burdos. Es cierto. Pero lo son principalmente porque no les importa. Saben que mentir con todo el morro no les quita votos. Me pregunto incluso si no se los dará.

 

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Diálogos humeantes

(Martes 3 de febrero de 2004)

Dos altos dirigentes del PP fuman hermosos habanos y especulan mirando el humo que les huye hacia el techo.

–¿Y si le exigimos que lo expulse? –musita el uno.

–¿Que expulse quién a quién? ¿Maragall a Carod? –susurra el otro.

–¡No, hombre! Eso ya está hecho. En lo que yo estaba pensando es en exigir a Zapatero que expulse a Maragall.

–¿Por qué?

–¿Qué más da? Por lo que sea. Por mal español. Por gangoso. Por lo que ha dicho del 36. Qué más da.

–¿Y para qué?

–Pues para ayudar a que las aguas sigan su curso natural, hacia la desembocadura. ¿No has oído hablar de la teoría del dominó de Kissinger? Maragall tumba a Carod; Zapatero tumba a Maragall; Bono tumba a Zapatero; Rodríguez Ibarra tumba a Bono...

–¡Te veo venir! Tú lo que quieres es que Rodríguez Ibarra se haga con el control del PSOE.

–No; yo estoy pensando en el paso siguiente: adiós al PSOE.

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–Pero, ¿crees que Zapatero puede dejar que se le arrastre a una dinámica tan autodestructiva? –pregunta el menos convencido.

Y el primero, que es gallego, repregunta:

–¿No viste la experiencia, hombre de Dios? ¿Crees que Zapatero es capaz de meterse en alguna dinámica que no sea autodestructiva?

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–Tiene de consejero a Pérez Rubalcaba. Ése sabe mucho.

–¡Rubalcaba! ¡Un gran conspirador! Especialista en el regate corto. Me lo dijo una vez un socialista que lo conoce bien: es capaz de regatear a siete contrarios y acabar metiendo un golazo.

Eso sí: en su propia portería. No se le puede pedir todo.

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–Los partidarios de Carod Rovira están contraatacando.

–¡Ah! ¿Y qué dicen?

–Chorradas. Cuentan que un tal John Hume ha dicho que si alguien tiene la posibilidad de hablar con una organización violenta para persuadirla de que deje de matar, tiene la obligación de hacerlo.

–¿Y quién es ése que ha dicho eso?

–Un líder laborista republicano de Irlanda del Norte. Lo pusieron a caldo en 1993 porque se descubrió que tenía reuniones secretas con el IRA.

–Un Carod cualquiera.

–Sí. La hizo buena.

–¿Y qué?

–Pues nada; que parece que esas conversaciones contribuyeron no sé cómo a los acuerdos de Viernes Santo, cinco años después... Total: que en 1998 le concedieron el Premio Nobel de la Paz, mano a mano con otro que tal baila.

–¡Bah, el Nobel! ¡Eso es como lo de los Goya!

–Hombre, sí. Pero con mucho más dinero.

–¡Es verdad! Por cierto: ¿tú no crees que a Jose...? Hombre, no te digo ahora mismo, que está tan reciente lo de Irak, pero con el tiempo...

 

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Víctimas

(Lunes 2 de febrero de 2004)

La Asociación de Víctimas del Terrorismo (AVT) se ha quejado malhumoradamente de la actitud de las gentes del cine español, que no exhibieron pegatas contra ETA en la última gala de los Goya.

Estoy totalmente de acuerdo con la crítica.

Es más: creo que la AVT se ha quedado muy corta.

Los organizadores de los Goya no sólo se olvidaron de las víctimas de la AVT, sino de muchísimas más víctimas.

De casi todas, si bien se piensa.

¿Cómo pudieron no ponerse en la pechera grandes pegatas de recuerdo de las víctimas de la violencia de género? Es incomprensible. ¡Y eso que con la película de Icíar Bollain lo tenían fácil! La AVT sabe sin duda que el número de víctimas de eso que algunos llaman «terrorismo doméstico» ha sido este año pasado muy superior al de las causadas por ETA.

Es harto difícil entender igualmente que las estrellas del cine español no expresaran anteanoche de manera bien visible su solidaridad con las muchas, muchísimas víctimas de la inmigración ilegal. Aquí ya la comparación entre las cifras –entre los dramas– resulta ociosa. Por cada víctima que se ha cobrado ETA, los traficantes de mano de obra barata se han llevado por delante 50 vidas, o más. La AVT lo sabe. Como sabe que los culpables de esa sangría tienen nombres y apellidos, a veces muy españoles. Y con carné de partido también muy español.

A decir verdad, y puestos a solidarizarse con víctimas de dramas amargos y crueles, ignoro cómo pudo ser que las gentes del cine dejaran de lado a los hombres que perdieron su vida en Puertollano por negligencia de los mandamases de Repsol. En aquel solo accidente de gestación obviamente dolosa murieron más hombres que en todos los atentados de ETA del pasado año. ¿Qué menos que una pegata?

Los responsables de la AVT deberían recordar además que, como bien dicta la sabiduría popular, los duelos con pan son menos. Porque casi ninguna de las familias de esas otras víctimas olvidadas ha cobrado nada que ayude a aliviar el peso de su desgracia. Cosa que no pueden decir ellos.

Otra cosa deberían no olvidar: que la guerra que vilipendiaron el año pasado los participantes en la gala de los premios Goya fue capaz de producir en pocas horas muchísimas más víctimas que ETA a lo largo de toda su existencia.

Desgracias hay muchísimas. Pero no todas del tamaño de una guerra.

Los dirigentes de la AVT se quejan mucho de la gente «que mira siempre para otro lado». Es lo contrario de lo que hacen ellos: sólo miran para el suyo.

 

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Kafkiano

(Domingo 1 de febrero de 2004)

«De hecho, quienes tuvieron oportunidad de escucharle [a Carod-Rovira] a esas horas [primeras de la crisis] afirman que “no se sabía en realidad como valoraba él el asunto. Es como si no tuviera todavía conciencia de la barbaridad que había cometido”», cuenta hoy Victoria Prego en El Mundo.

Imagino cómo debía de sentirse Carod-Rovira en aquellos momentos. Estaba viviendo una escena kafkiana, dicho sea en el más literal de los sentidos. Al igual que José K, el protagonista de El proceso, de Franz Kafka, se veía asediado y tratado como un perfecto criminal por algo cuya terrible gravedad él no veía por parte alguna.

En más de un momento del desarrollo de esta crisis he sentido esa misma sensación. Vale que Carod debería haber informado a Maragall de la cita que ETA le había fijado, y que hizo muy mal en ocultárselo. Vale que debería haber pedido la aprobación del president, renunciando al encuentro en el caso de no recibirla. Vale que fue de una ingenuidad pasmosa –preocupantemente pasmosa, incluso– al imaginar que nadie se enteraría de lo sucedido. Vale que pudo dejarse llevar por una peligrosa mezcla de ambición y petulancia, creyendo que tal vez obtendría algo de ETA y que, de ser así, podría capitalizarlo en beneficio propio y exclusivo de su partido. Vale todo eso. Pero seguimos en las mismas: son errores; no crímenes.

Algunas de las acusaciones que han lanzado sobre Carod son de un surrealismo verdaderamente feroz. ¿Visteis a Josep Piqué dando voces, argumentando que el conseller en cap podía haber sido detenido por la Policía francesa, lo cual sería una gran humillación para la Generalitat catalana? ¿Había olvidado que la Policía suiza también hubiera podido detener a los enviados de Aznar, personal de alto rango de la Presidencia del Gobierno español, cuando se entrevistaron con ETA en las mismas condiciones, es decir, en un lugar fijado por la propia ETA? Porque lo de Argel se llevó a cabo con el Gobierno argelino como anfitrión, pero lo de Zurich fue un encuentro a la Carod, y a nadie se le ocurrió poner esa objeción ridícula.

Seguimos en las mismas que estábamos al comienzo de la crisis. Continúan argumentando que no se puede hablar con ETA, porque eso es todo un crimen (y un insulto a las víctimas, y no sé cuántas cosas más). Y, mientras la acusación fundamental contra Carod sea ésa, seremos muchos los que respondamos que en primer lugar el reproche es estúpido, porque no hay ningún principio democrático que prohíba hablar con el enemigo y, en segundo lugar, que carecen de legitimidad para lanzar esa acusación quienes hicieron tres cuartos de lo mismo cuando les pareció conveniente.

Dicen que Rodríguez Zapatero amenazó a Maragall con presentar candidaturas del PSOE en Cataluña –candidaturas separadas de las del PSC, se entiende– si no se avenía a sus exigencias. ¿Y con quién pensaba contar para integrar las listas? ¿Con los seguidores de Vidal-Quadras?

Cada vez estoy más convencido de que Zapatero es un espía del PP, que ha sido captado para la causa por Rodríguez Ibarra, que no es espía del PP, sino del PP, directamente.

 

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Nota de régimen interno.– Ignoro qué narices le ha pasado al contador de visitas de Nedstat, pero está claro que se ha escacharrado por completo. A partir del día 28 ha dejado de contabilizar las visitas que recibe esta página. Y contar con un contador que no cuenta es, según ya dije a propósito de otro contrasentido similar, como perder un imperdible. De momento he tapado el agujero echando mano del contador del que disponen los amigos de Nodo 50, que alojan esta web. Pero ese contador no contabiliza las visitas a pelo, sino que establece medias. Bueno, yo creo que de momento está bien. Si encuentro algo más parecido a lo que había antes, lo meteré.

 

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Una victoria póstuma

(Sábado 31 de enero de 2004)

Última reflexión sobre la naftalina y la modernidad, pero ya sin cantautores, sin anarquistas y sin comunistas. Adivina adivinanza: tratándose de mí, ¿que capítulo faltaba? Euskadi; bingo.

Me ha tocado hablar durante las últimas semanas de un partido que casi nadie recuerda ya: Acción Nacionalista Vasca. ANV nació, si la memoria no me traiciona, en 1931. Se presentó en público el día de San Andrés, probablemente en homenaje a la cruz del santo, que tiene forma de aspas y figura en color verde dentro de la ikurriña (*). ANV fue una escisión del Partido Nacionalista Vasco protagonizada por unos cientos de militantes que estaban en franco desacuerdo con la línea ideológico-política del partido fundado por los Arana-Goiri. Los miembros de ANV eran partidarios de apartar el credo religioso del ideario político (sus ex compañeros los llamaron «los sin Dios»), consideraban a la población inmigrante tan vasca como la autóctona y defendían los derechos de los trabajadores frente a la patronal y el Estado. Dicho sea a modo de resumen, a grandes trazos.

Recientemente he leído el manifiesto fundacional de ANV y he constatado algo que ya había oído en labios de un dirigente del actual PNV: aquel partido defendía ideas que hoy, 70 años después, forman parte esencial del programa de Gobierno de Juan José Ibarretxe. Y lo que es más curioso: las defendía con un lenguaje que recuerda poderosísimamente al que utiliza el propio Ibarretxe (verbi gratia: «Euskadi será lo que los vascos quieran que sea»).

ANV nunca tuvo un gran desarrollo como partido. Logró representación parlamentaria, pero casi simbólica: nada que le permitiera rivalizar con el PNV en ese terreno.  Sin embargo, su nacionalismo laico y progresista fue ganando en prestigio con el paso del tiempo, en tanto los tópicos euskotarras del sabinianismo, reciamente decimonónicos, se vieron cada vez más arrinconados. La lectura de los muchos artículos costumbristas que escribió a lo largo de su vida quien fue director del órgano de prensa de ANV, José Olivares Larrondo, Tellagorri (**), vizcaíno de Algorta, es reveladora del ser de aquel partido: dotado de un excelente sentido del humor, pleno de ironía, cargado de tolerancia y buen sentido, crítico con el tradicionalismo espeso de la Euskadi de su tiempo, defensor de un nacionalismo moderno, sin sombra de etnicismo y sin ninguna afición estatalista... (Dicho sea al margen: uno de mis sueños como editor es sacar al mercado una buena recopilación de la obra de Tellagorri, hoy casi inencontrable, aunque plenamente vigente.)

Como estructura organizada, ANV tuvo una vida muy lánguida. Tras la derrota de la República y el exilio prácticamente desapareció, por más que algunos –pocos– siguieran hablando en su nombre hasta muchos años después. Sin embargo, la actitud ante la realidad y las gentes de Euskadi que inspiró su nacimiento ha ido ganando en vitalidad, hasta lograr lo que sus fundadores ni siquiera se habrían atrevido a soñar: hacerse hegemónicos en el mundo nacionalista vasco.

ANV ha tenido, es verdad, una victoria póstuma.

Adelantarse al propio tiempo tiene esas cosas.

 

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(*) Para quienes no lo sepan: ikurriña quiere decir bandera, en euskara. En principio, no tiene por qué ser la bicrucífera vasca. Cualquier bandera, incluida la de la Monarquía española, es una ikurriña. Pero el tiempo ha hecho que la mayoría de la gente considere que la bicrucífera es la ikurriña, por antonomasia.

(**) Para saber más de Tellagorri, pincha aquí

 

 

 

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Imaginativos, perdedores

(Viernes 30 de enero de 2004)

Sigo con la reflexión que inicié ayer y que dejé en el aire, sin apuntar el fondo –trágico, como casi todos los fondos– de la historia. Porque la comparación entre Ferré y Ferrat pretendía ser algo más que el análisis de los méritos mutuos de dos cantautores franceses. Pretendía referirse también a algunas de las diferencias constatables entre dos tendencias reales, aunque de peso social desigual, de la izquierda radical europea a lo largo del siglo XX: el anarquismo y el comunismo. Hablo de ellas no como posibilidades doctrinarias, no como corrientes del juicio crítico de lo existente, sino como fenómenos históricos.

Si nos fijamos en ellos como tales, me parece obligado constatar que los planteamientos sociales más avanzados, más audaces, más creativos –más revolucionarios, en cierto modo– se sitúaron con mucha más frecuencia del lado del anarquismo que del comunismo. ¿Por qué? Supongo que por muy diversas razones, una de las cuales –y no la menor– creo yo que hubo de ser la vocación de poder de los comunistas, que siempre asumieron –asumimos– la necesidad de conquistar el Estado, como paso previo al avance hacia otras metas más ambiciosas, en tanto los anarquistas pretendían acabar con el Estado –con la autoridad basada en la violencia– desde ya mismo.

Los comunistas, incluso los más próximos del anarquismo –el joven Nikolai Bujarin, el Lenin de El Estado y la Revolución, el Mao de la teoría (que no la práctica) de la Revolución Cultural– siempre criticaron el utopismo de los anarquistas: de acuerdo con ellos en la necesidad de que el Estado desaparezca ( «se extinga»), pero en desacuerdo sobre la posibilidad de avanzar hacia eso sin tomar en las manos las riendas del Estado, esto es, de la organización de la violencia.

De que el planteamiento de los anarquistas era utópico, incluso en el sentido literal de la palabra, da cuenta suficiente el hecho de que jamás en ningún país llegaron a conquistar el Poder (y cuando lo lograron en algunas áreas y durante algún tiempo, como por ejemplo en ciertas zonas de Aragón durante la Guerra Civil española, fue peor: lo que pusieron en práctica fue cualquier cosa menos su ideal antiautoritario).

Pero eso no quiere decir que el planteamiento comunista demostrara ser mucho más práctico. Algunos comunistas –o sedicentemente comunistas, que tanto da a estos efectos– llegaron al Poder en no pocos países, pero el hecho es que, una vez instalados en él, aplicaron lo esencial de su energía a la tarea ímproba de mantenerse. A costa de lo que fuera, incluído el abandono de sus ideales de origen.

Pero la diferencia a la que apunto en este espacio tan breve –tan dado a las simplificaciones groseras, por lo tanto– se halla en la especialización de los comunistas, sobre todo de los anteriores a la II Guerra Mundial,  en el arte de conquistar el Poder. En «la Revolución considerada como una de las Bellas Artes», que diría Lenin. En su especialización en los métodos de encuadrar a la plebe y canalizar sus explosiones de ira en beneficio propio. Un objetivo al que siempre sacrificaron los esfuerzos de transformación social inmediata realizados sobre la marcha y en contra de la ideología dominante en la propia plebe, que es siempre —entendido el término ideología en el sentido de concepción del mundo, de escala de valores, de percepción de la vida cotidiana– la ideología de la clase dominante.

Por concretar: los comunistas denostaron muy frecuentemente los esfuerzos vanguardistas de los anarquistas en diversos terrenos. Por ejemplo: criticaron sus intentos por avanzar en las relaciones igualitarias entre los sexos y en el ejercicio de las libertades individuales, incluida la libertad de creación artística. Con lo cual no contribuyeron al más pronto hundimiento del capitalismo a escala mundial, pero a cambio frustraron experiencias muy estimables de gentes que habrían podido ser algo más felices durante el largo tiempo de espera de la llegada del Gran Día.

Demasiada disciplina colectiva. Demasiado sometimiento de las querencias del individuo a las necesidades supuestas o reales del conjunto (de un conjunto mandado por muy pocos individuos, todo sea dicho). Demasiada obligación de poner todo al servicio de la causa. Demasiada sumisión a «lo que las masas pueden entender».

Por ahí van mis reflexiones. Por la constatación de que el pensamiento y la obra de quienes se salieron de esos cauces, rebeldes incluso contra el movimiento organizado de los rebeldes, aguantan mucho mejor el paso del tiempo. Acertaron más cerca del centro de esa diana móvil que es la Historia. Aunque en su momento fueran unos perfectos perdedores.

Probablemente fueron perdedores, pero ellos al menos lo fueron a posta.

 

 

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