Apuntes del natural

[Del 12 al 18 de marzo de 2004]

 

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El rumor

(Jueves 18 de marzo de 2004)

Según leí el e-mail, me pareció un perfecto disparate. Citaba una lista de correo de la Cadena Ser, como si eso añadiera solvencia al bulo (una lista de correo es como un buzón; no se puede achacar a quien lo tiene en el portal la responsabilidad de las cartas que le meten). En resumen, lo que decía la misiva es que el Gobierno de Aznar planeó en la noche del sábado, con el visto bueno de la Junta Electoral Central, suspender las elecciones y decretar el estado de excepción. La maniobra –el golpe de Estado, de hecho– fracasó, según el mensaje, porque el rey se negó a estampar su firma al pie de los decretos correspondientes.

La historia hacía agua por los cuatro costados. Al margen de su carácter absurdo, en general, quedaba claro que se la había inventado alguien que no tiene la más mínima idea ni de la composición de la Junta Electoral Central ni de los usos y costumbres políticos.

El Gobierno no habría podido en ningún caso contar con la complicidad de la Junta Electoral Central para un disparate de tal calibre porque en el órgano máximo de la Administración Electoral hay personas elegidas a propuesta de los partidos de la oposición. Personas que, obviamente, no se avendrían a colaborar en un golpe de Estado poco y mal disimulado.

Además, el jefe del Gobierno nunca dirigiría al rey a palo seco una propuesta tan insólita. Para asuntos no ya menores, sino muchísimo menores, le telefonea y le pide su opinión, por si se diera la casualidad de que tuviera alguna. ¡Como para pasarle a la firma un par de decretos golpistas sin previo aviso!

Pero mucha gente se creyó el cuento a pie juntillas y hasta se animó a denunciarlo en público.

–Almodóvar, por ejemplo –me dice mi buen amigo Gervasio Guzmán.

–No, Gervasio –le puntualizo–. No tenemos ninguna prueba de que Almodóvar se creyera lo que contó.

Mi amigo me mira con estupor.

–¿Y por qué iba Almodóvar a soltar eso si no se lo creyera?

–Chico, no sé –digo–. Se encuentra en medio de la campaña de lanzamiento de su nueva película. Tal vez esté pensando en cómo promocionarla.

Gervasio no sale de su asombro.

–Pero... pero eso... ¡Nadie puede afirmar lo que no se sabe!

–Jó que no. Acebes se pasó el fin de semana dándole ejemplo.

 

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La pataleta

(Miércoles 17 de marzo de 2004)

No se puede decir que todos los partidarios del PP hayan encajado su derrota con el mismo fair play que exhibe Mariano Rajoy. Los hay que han pillado una pataleta de mil pares, que –eso es lo peor– no consiguen disimular. Ayer, la ministra Pilar del Castillo se descolgó con la tesis de que su partido fue derrotado en las urnas el pasado domingo por culpa de aquellos que nunca participan en las elecciones y que esta vez lo han hecho en gran número, movilizados por gentes y grupos que han manipulado «descarnadamente» sus sentimientos. Un diputado gallego del PP, por apellido Mantilla, ha declarado que su derrota electoral se explica porque el atentado cuádruple de Madrid fue obra de Al Qaeda, porque, si hubiera sido culpa de ETA, el PP habría vencido. A lo cual añadió sin pestañear que «posiblemente» por eso el Gobierno insistió tanto en culpar a ETA.

Quienes pretenden que la votación del domingo estuvo falseada por la propaganda de quienes acusaron insistentemente al Gobierno de mentir dicen que es falso que el Ejecutivo de Aznar ocultara la verdad. Según ellos, lo cierto es lo contrario: Acebes divulgó constantemente toda la información de la que iba disponiendo.

Lo repiten tanto que para mí que están ya a punto de creérselo.

El Gobierno falseó sistemáticamente la realidad.

1.– Acebes aseguró primero que el explosivo empleado era titadine y luego que, como había estallado por completo, no quedaban rastros que cupiera analizar. Lo primero lo dijo cuando no tenía prueba alguna de ello; lo segundo, cuando sabía ya que era falso.

2.– Acebes dijo que no cabía duda alguna de que el atentado era obra de ETA y que quienes se permitieran ponerlo en duda no eran más que «unos miserables».

3.– El Ministerio español de Exteriores reclamó a la ONU una resolución de condena del atentado en una comunicación en la que afirmaba que estaba probada la autoría de ETA. Inocencio Arias ha tenido que pedir excusas por ello.

4.– La Policía Federal Alemana ha reprochado al Ministerio español de Interior que le ocultara datos que ya tenía y que, a cambio, le proporcionara información no contrastada sobre la autoría de ETA.

5.– Los corresponsales de Prensa extranjera en Madrid han protestado oficialmente ante el secretario de Estado para la Información por las presiones que recibieron de La Moncloa incitándoles a publicar en sus respectivos medios que ETA era la responsable del atentado. En la llamada telefónica que recibieron de Presidencia se les dijo que el Gobierno «tenía pruebas que no podía revelar» de que había sido ETA.

6.– En idéntico sentido fue la carta que Ana Palacio dirigió a los embajadores españoles en todo el mundo instándoles a hacer gestiones en sus países de residencia para que los medios informativos locales recogieran la tesis de la autoría de ETA. Palacio también se refirió a «pruebas que no se puede revelar».

7.– Los trabajadores de TVE, Telemadrid y la Agencia Efe han protestado por la manipulación evidente de la información que llevaron a cabo los responsables de esos medios públicos. En la Radiotelevisión Valencia hubo sonoras protestas de los trabajadores porque los responsables de informativos se negaron a recoger la noticia del desmentido de ETA cuando ya todos los demás medios la estaban difundiendo.

Mintieron y mintieron a sabiendas, tratando de llevar a la opinión pública el convencimiento de que el crimen era obra de ETA, para tratar de rentabilizarlo, y difuminando los datos que obligaban a afirmar que se trataba de un atentado de Al Qaeda o similar.

Si quieren negarlo, que lo nieguen. Allá ellos. Pero que sepan que no van a convencer a nadie de que lo blanco es negro. 

 

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Preguntas y respuestas

(Martes 16 de marzo de 2004)

Pregunta.– ¿Los medios de información de Polanco manipularon la noticia de los atentados del 11-M para influir en los resultados electorales?

Respuesta.– La pregunta desvía la atención hacia aspectos secundarios de la cuestión. Lo que hay que preguntarse es si los medios del grupo Prisa, y en particular la cadena Ser, proporcionaron informaciones veraces y significativas o si falsificaron la realidad. Y la respuesta es que aportaron datos ciertos y muy relevantes para el mejor conocimiento de lo sucedido el 11-M. Las razones por las que lo hicieran –su hipotética pureza o su carácter espurio– son totalmente secundarias.

Estamos ante un fenómeno similar al que se planteó en su día a propósito de las informaciones del diario El Mundo sobre los GAL y la corrupción felipista. Entonces, los simpatizantes del PSOE se empeñaban en denunciar las motivaciones que alimentaban esas denuncias. Algunos respondíamos que daba exactamente igual que se debieran a un noble afán de salud pública o a un deseo rastrero de quitar del poder a los enemigos para que lo ocuparan los amigos; que lo importante era que lo que se contaba era verdad, tal como acababa demostrando la investigación judicial.

Los tribunales de justicia están acostumbradísimos a condenar a criminales apoyándose en el testimonio de otros delincuentes. Lo que les importa de tales testimonios es que se revelen veraces, no la honorabilidad de quien los presta. En periodismo sucede lo mismo. Todos sabemos que los medios de Polanco tiraban a dar a Aznar. Y qué. Lo que importa es que, en este caso, dieron en el centro mismo de la diana.

Pregunta.– ¿Es inaceptable, como se está diciendo, asociar los atentados del 11-M a la política de Aznar?

Respuesta.– Lo que no cabe es achacar a Aznar ese asesinato en masa. La culpa de esos atentados la tienen exclusivamente quienes los hicieron, es decir, quienes los ordenaron, quienes los planearon, quienes contribuyeron a la procura de los materiales que se precisaban para perpetrarlos a sabiendas de lo que hacían y quienes los materializaron.

Del mismo modo –conviene decirlo– que la responsabilidad de los atentados de ETA la tiene ETA y sólo ETA, digan lo que digan los aznaristas y sus voceros.

Lo que sí cabe reprochar a Aznar es no haber tenido en cuenta lo peligroso que es hostigar a la bestia. Como escribí la pasada semana, no cabe azuzar a la fiera y desentenderse de los zarpazos. O peor: no cabe aplaudir a una fiera y escandalizarse por la existencia de otras.

Aznar tiene una responsabilidad política evidente. Su pretensión de que gracias a la implicación del Estado español en la guerra de Irak habíamos pasado a vivir en «un mundo más seguro» es una de las muestras más acabadas de ceguera política que se hayan visto en los últimos decenios por estos pagos.

Pregunta.– Retirarse ahora de Irak, ¿no es un modo de someterse al chantaje de los terroristas?

Respuesta.– Es, antes que nada, una decisión correcta. Cuanto antes se deshaga lo que nunca debió hacerse, mejor.

Segundo: quien defendía la adopción de esa medida antes de que sucedieran los atentados no tiene por qué justificarse por seguir defendiéndola después.

Tercero: lo que sí implicaría actuar en función de los terroristas sería cambiar de posición tras los atentados.

Pregunta.– ¿A qué me refería en el apunte de ayer cuando escribí que una parte del electorado de IU ha demostrado que anda «floja de ética» dando su voto al PSOE?

Respuesta.– Admito que me expresé mal. Yo me refería en exclusiva a aquellos que  dicen que mantienen posiciones de izquierda radical y que el domingo pasado decidieron apoyar al PSOE con el argumento de que había que derrotar al PP «a cualquier precio».

Alguien que se pretende de izquierda radical no puede considerar exclusivamente ese factor. Hubiera debido pensar también en la necesidad de que, en el caso de ganar el PSOE, tuviera cerca a una fuerza con peso parlamentario considerable que dificultara en alguna medida sus previsibles excesos derechistas. Ciertamente el voto prestado al PSOE podía contribuir a dar a ese partido algún diputado más, pero también podía contribuir a quitárselo a IU (que es lo que realmente ha sucedido).  Por lo demás, hace falta un estómago ciertamente resistente para votar a un equipo de políticos que sigue todavía sin admitir que el trecenato felipista fue lo que todos –ellos incluidos– sabemos que fue, y que conserva a algunos de los principales responsables de aquel desastre, como Alfredo Pérez Rubalcaba, en la dirección máxima del tinglado.

Me consta que hay también bastantes electores que se consideran de izquierda, en general, que no le dan mayor trascendencia a su voto y que, muy a la europea, deciden en cada caso, con criterios meramente tácticos, si votan a éste o a aquel, si es que votan. No he entendido nunca muy bien ese comportamiento (probablemente estoy demasiado imbuido de la doctrina del «No con mi voto»), pero lo he visto con la suficiente frecuencia como para saber que puede manejarlo gente digna de aprecio, coherente con su modo de afrontar las elecciones. No me refería a ella.

 

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Cambiar de ocupación

(Lunes 15 de marzo de 2004)

Lo más importante, lo urgente era que el PP desalojara el poder, y eso se ha conseguido. Por encima incluso de las previsiones más optimistas. El logro de ese objetivo ha acarreado algunas consecuencias negativas. Daños colaterales, por así decirlo.

No se puede pedir todo. 

Voy en plan telegrama, que tiempo habrá para desmenuzar cada apartado.

Una biografía truncada.– Los ojos lacrimosos de Aznar eran anoche un perfecto resumen de lo sucedido. Mariano Rajoy se ha quedado con un palmo de narices, pero el verdadero fracasado es él. Ha tenido cuatro años para subir a las nubes y dos horas para bajar a tierra. ¡Estaba tan orgulloso de haber llevado la contraria al 90% de la población implicándose hasta sus pobladas cejas en la guerra de Irak! Han hecho falta 200 muertos para que la mayoría decidiera ajustarle las cuentas. 9.630.512 votantes siguen sin hacerlo. Tengámoslo en cuenta.

En 72 horas.– No han fallado los sondeos. No necesariamente, al menos. Se limitaron a retratar lo que habría pasado de haberse votado cuando se hizo el trabajo de campo. Pero el 11-M ha estado de por medio, y la misma población que no quiso pasar factura al PP por la guerra hace unos meses, cuando las elecciones municipales, lo ha hecho ahora. No se movilizó cuando los muertos fueron iraquíes. Ha tenido que ver los resultados del belicismo de Aznar en su propia carne.

ZP.– Zapatero me parecía un insustancial ayer por la mañana y me lo sigue pareciendo hoy a la misma hora. No ha vencido: Aznar ha perdido. Llegará a jefe del Gobierno cargado de promesas de problemático cumplimiento –algunas contradictorias entre sí– y sin un programa definido en aspectos tan sustanciales como la organización territorial del Estado (su política hacia Cataluña y Euskadi, en particular) y  las relaciones exteriores (con los EEUU, de un lado, y con Francia y Alemania, del otro). Es muy posible que su débil autoridad en el PSOE se refuerce –nada produce tanto carisma como tener poder para repartir prebendas–, pero seguirá vigilado por la peligrosa guerrilla de la España eterna, con Rodríguez Ibarra, Bono y Paco Vázquez al frente. Dice que va a empezar por tratar de ampliar el Pacto Antiterrorista a todas las fuerzas parlamentarias. Si lo hace se lo carga, porque el tal pacto es, fundamentalmente, un pacto contra los nacionalistas, que en Euskadi y Cataluña han salido reforzados. Si empieza por ahí, ya habrá aportado algo de bueno.

IU.– IU ha tenido más votos que en 2000, pero ha perdido casi medio punto porcentual en razón de la muy superior participación. Y cuando una fuerza se presenta a las elecciones en el conjunto del Estado, un descenso así lo paga duramente. Con el doble de votos que ERC, ha conseguido la mitad de los escaños. No debe preocuparse demasiado –¡digo demasiado!– por ello. Me consta que una parte importante de quienes habitualmente le votan lo han hecho en esta ocasión por el PSOE creyendo que con ello favorecían la derrota del PP (lo que demuestra que una parte de su electorado anda más bien floja de ética, dicho sea de paso).

Euskadi.– Lo mejor de todo, el hundimiento del PP como alternativa al tripartito. Mayor Oreja puede ir buscando otra ocupación. Es como la antítesis del rey Midas: todo lo que toca se volatiliza. La contrapartida es el ascenso del PSE-PSOE, que no es negativa en sí misma (el voto españolista tiene en Euskadi vasos comunicantes: si sube el PP, baja el PSOE, y al revés), sino por sus consecuencias: reforzará las tendencias de un sector importante del PNV, que quiere resucitar la vieja alianza PNV-PSE, lo que significaría la marginación de EB-IU y, aún peor, la vuelta al trantrán constitucionalista del nacionalismo vasco.

Cambiar de ocupación.– Decía Carl Marx que, cuando se cansaba de hacer un trabajo, lo que mejor le venía no era descansar, sino dedicarse a otro. La fórmula no es de aplicación eterna –digo yo que alguna vez dormiría–, pero me consta que funciona.

Veo los próximos tiempos desde esa perspectiva. Estaba ya más que harto de zurrar la badana al PP. Ambos nos repetíamos mucho: él con su mala fe, yo con mis críticas. Ahora van a venir otros. Cambio de ocupación. Descanso.

 

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La locura es suya; las muertes, nuestras

(Domingo 14 de marzo de 2004)

Decían de Napoleón sus contemporáneos críticos que era un loco que se creía Napoleón. De Aznar se dirá que fue un mediocre que se olvidó de que no era más que Aznar. 

Hubo un día indeterminado, allá por 1996, en el que Aznar se miró en el espejo y ya no vio a Aznar, sino a un brillante estadista de talla mundial que se disponía a entrar en el libro de honor de la Historia en virtud de la brillantez de sus movimientos estratégicos.

Los dos principales se le han unido amargamente en sus últimos días como jefe de Gobierno.

El primero le llevó a recuperar «la idea de España» de la vieja derecha española, declarando la guerra a las tendencias centrífugas –levemente federalizantes, en realidad– surgidas durante la Transición. Su negativa cerrada a buscar una solución dialogante al conflicto vasco es sólo un aspecto –todo lo importante que se quiera, pero sólo uno– de esa decisión estratégica. El resultado de tal apuesta ha sido un envenenamiento progresivo de las relaciones entre los diferentes pueblos que tratamos de convivir bajo la autoridad del Estado español. Nunca como hoy Cataluña y Euskadi se habían visto más alejadas del resto de España en el punto más delicado y más frágil: en el de los afectos.

La otra gran decisión estratégica de Aznar fue convertir al Estado español en fiel servidor de los intereses de los EEUU en Europa. A cualquier precio. Incluso al precio de arruinar las relaciones de España con los dos grandes pilares de la construcción europea: Francia y Alemania. Convencido de que su visión de estadista le daba una perspectiva que los demás no teníamos, llegó a la conclusión de que los EEUU iban a resultar indiscutibles vencedores en todas y cada una de las sucesivas contiendas en las que se metían, y que quien les secundara en su carrera hacia el control del mundo entero saldría inevitablemente beneficiado. En esa línea, la decisión más trascendente que hubo de afrontar fue la de convertir a España en promotora de la guerra de Irak. Y la tomó, aun a costa de instalarse en un cenagal de mentiras y de trampas.

Sus dos grandes apuestas han sido dos enormes fiascos. Deja el Gobierno sin haber aportado ninguna solución a la violencia política –prometió que acabaría con ETA en seis años, y a la vista están los resultados– y con España convulsa por las muy trágicas pero nada sorprendentes consecuencias de su participación en la guerra de Irak.

Cuando hubo de justificarse por haber promocionado esa guerra apelando a unas armas de destrucción masiva que no existían, Aznar dijo que, con armas de destrucción masiva o sin ellas, lo innegable es que tras la caída del régimen de Sadam Husein «vivimos en un mundo más seguro». Alguien debería preguntarle ahora, tras los 200 muertos de Madrid, si es éste su mundo «más seguro».

Su responsabilidad en la matanza del 11-M es total. No cabe azuzar a la fiera y pretenderse ajeno a sus zarpazos.

Pero, liquidado ya su capítulo, tampoco cabe desconocer el gravísimo problema que tiene una población que condena muy mayoritariamente una guerra, que constata luego que esa guerra ha causado decenas de miles de muertos y que acaba dejando el asunto a beneficio de inventario, votando mayoritariamente a uno de los culpables de la guerra.

Si hubiéramos llorado con más sinceridad por las víctimas iraquíes, ahora no tendríamos que llorar por las nuestras.

 

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¿Todos unidos?

(Sábado 13 de marzo de 2004)

«¡Todos unidos contra el terrorismo!», claman a coro los más dilectos representantes políticos.

La tentación es grande. ¿Cómo negarme? ¿Acaso no estoy en contra del terrorismo?

Yo sí. El problema no está en mí, sino en ellos. ¿Están realmente en contra del terrorismo? ¿Todos? ¿En qué medida? ¿Con qué límites?

No espero que lo que voy a escribir a continuación caiga simpático. Confío en que merezca, a cambio, un instante de reflexión.

Por ir al grano: me pregunto qué función exacta cumplen las manifestaciones de masas contra el terrorismo.

Sé que para muchos de los ciudadanos y ciudadanas que participan en ellas tienen un efecto catártico. Les proporcionan un cauce para exteriorizar su ira, su repugnancia, su dolor. Y, en la medida en que dejan aflorar y comparten esos sentimientos, los vuelven menos angustiosos.

Mi pregunta no se refiere a ellos, sino a los convocantes. Al Gobierno, muy especialmente.

El Gobierno sabe que una manifestación de protesta, por grandiosa que sea, no va a influir en el ánimo de los terroristas. Le consta que su resultado práctico es de hecho el contrario: los reafirma.

Eso es así siempre, pero en este caso todavía más. De atenernos a lo escrito por las Brigadas de Abu Hafs-Al Masri *, que son las que se han atribuido la autoría del atentado, su deseo era castigar a España, incluido su pueblo, por la participación del Gobierno de Aznar en el grupo de promotores de la guerra de Irak. En el comunicado que hicieron público el mismo 11-M, las Brigadas en cuestión acusan al pueblo español de haber transigido finalmente con la matanza de civiles iraquíes.

Si el 11-M ha sido una operación de castigo, como dicen, se entenderá que las muestras de dolor de los castigados, lejos de impresionar a los terroristas, les llenen de satisfacción. 

El Gobierno –y, más en general, el establishment– no convoca este tipo de manifestaciones para estremecer a los terroristas, sino para que la población cierre filas. Para que, efectivamente, se una, es decir, no se diferencie. Si la población se comporta como un bloque, sólo puede hacerlo bajo un mando: el de quienes ya mandaban previamente. Todas las grandes unidades nacionales se hacen en beneficio de quien en ese momento ostenta la fuerza hegemónica.

Lo que quieren es que todos nos unamos más allá de nuestras diferencias. Que nos unamos con Aznar, con Zaplana, con Fraga, con Rajoy, con Palacio, con Aguirre, con Acebes, con Michavila, con Trillo... y con Barrionuevo, y con Fernández Tapia, y con Jesús Gil. Y con Rodríguez Zapatero y con Pérez Rubalcaba, también, ya de paso.

Bueno, pues no veo por qué habría de unirme con esa gente, que sé, porque lo ha demostrado de sobra, que es falso que esté en contra del terrorismo venga de donde venga, porque se ha mostrado indiferente o incluso ha aplaudido en uno u otro momento acciones terroristas, desde los bombardeos realizados para aterrorizar a la población iraquí a las razzias del Ejército de Israel en Palestina, pasando por los GAL.

Repito entonces la pregunta que encabeza estas líneas: ¿Todos unidos?

Y respondo: no, de ningún modo.

 

Más datos

Siguen apareciendo informaciones que tienden a corroborar (a) que no fue ETA y (b) que fue un grupo vinculado a Al Qaeda.

a) La llamada de ETA a EITB negando su implicación en los hechos merece ser tenida en cuenta. ETA nunca ha mentido sobre sus responsabilidades. Se recuerda una ocasión en que guardó silencio (fue cuando el atentado en la cafetería Rolando, en la calle Correo de Madrid, en 1974), pero lo que no ha hecho jamás es negar sus propios actos. Tengamos en cuenta, además, que lo ocurrido no ha sido resultado de un error, sino algo buscado deliberadamente. De ser la matanza cosa suya, lo lógico sería que la asumiera.

Es ridículo que el Gobierno niegue credibilidad al comunicado de ETA. Sobre todo porque la persona que telefoneó a EITB, según ha corroborado el análisis de su voz, es la misma que leyó el comunicado en el que la organización terrorista se declaraba en tregua en Cataluña. Y entonces el Gobierno le atribuyó plena credibilidad.

b) Un experto norteamericano en terrorismo, citado ayer por diversos medios, ha declarado que la técnica consistente en hacer estallar en cadena varios artefactos en diversos puntos próximos «es típica de Al Qaeda». ETA jamás la ha usado.

El Gobierno se empeña desesperadamente en llegar al domingo –a las urnas– en medio de la mayor confusión posible. La carta que envió Ana Palacio a las embajadas de España en todo el mundo ordenando a los embajadores que dijeran a los medios de comunicación de los países en que se encuentran que la autoría de ETA está demostrada –carta que mandó cuando ya había sido localizada la furgoneta de Alcalá– prueba la clase de juego sucio que está haciendo el Gobierno. Imagino que les saldrá relativamente bien. El personal de a pie está muy desinformado.

 

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* Según he leído u oído en algún lado, Abu Hafs-Al Masri (es decir, Abu Hafs, «el Egipcio») fue un combatiente islamista que murió en la guerra de Afganistán enfrentándose a las tropas norteamericanas.

 

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Dos hipótesis

(Viernes 12 de marzo de 2004)

Confieso que ayer, inicialmente, di por hecho que la matanza de Madrid era cosa de ETA. Y lo hice –sigo con las confesiones– por razones no muy diferentes a las que esgrimió el ministro del Interior, en particular la fijación de ETA por Madrid y por las estaciones de tren.

Pero, a diferencia de Acebes, dejé una puerta abierta a la evaluación de otras hipótesis. De modo que, así que Arnaldo Otegi convocó a la Prensa para afirmar que no admitía «ni siquiera como hipótesis» que ETA fuera responsable de los atentados, decidí no sacar más conclusiones hasta que el panorama se aclarara.

Vinieron luego otros datos que reforzaban todavía más las dudas. En primer lugar, el ministro del Interior admitió implícitamente que había mentido por la mañana al reconocer que no sabía si la dinamita usada en los atentados era Titadine o no. Sin embargo, se trataba de un dato clave, porque en todos los últimos atentados o intentos de atentado de ETA ha estado presente la Titadine, sola o acompañada de cloratita. Al haber afirmado que el explosivo utilizado en los atentados era Titadine, Acebes nos indujo –es obvio que deliberadamente– a error. El hallazgo en Alcalá de una furgoneta robada el 28 de febrero en la que se encontraron varios detonadores y una grabación con versículos del Corán recitados en árabe fue aún más importante, y ya el propio Acebes tuvo que admitir que se abría «otra línea de investigación» (ciertamente, por lo menos hasta ahora, entre las peculiaridades de ETA nunca se había encontrado la de dedicarse al estudio en árabe de la religión islámica). En fin, llegó luego la carta publicada en Londres, en la que un comando vinculado a Al Qaeda se atribuía la autoría del atentado, carta a la que algunos reputados expertos, entre los que no me encuentro, concedieron de inmediato bastante crédito.

No quiero decir con esto que ahora dé por certificado que la masacre fue obra de un grupo de árabes fanáticos. Me parece claro que ésa ha pasado a ser la hipótesis más probable, pero no deja de ser una hipótesis.

Sigo a la espera de más datos. Pero lo hago con la firme esperanza de que aquellos políticos vinculados al Gobierno y a su partido que en cuanto se endosó el crimen a ETA empezaron a atribuir responsabilidades concomitantes a los partidos nacionalistas y al Gobierno vasco admitan como la cosa más normal del mundo que, si se confirma que el atentado fue obra de Al Qaeda y que lo ha perpetrado para castigar al Estado español por su posición favorable a la guerra de Irak, haya otros que atribuyan onerosas responsabilidades al Gobierno que nos metió en esa guerra.

 

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