Apuntes del natural

[Del 19 al 25 de marzo de 2004]

 

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¿Qué radio me tocará oír?

(Jueves 25 de marzo de 2004)

Anoche, antes de dar por concluida la jornada y como tantas otras veces a lo largo de los últimos años, sintonicé Hora 25, de la Cadena Ser, para oír una parte de su tertulia.

No es que suela hacerme demasiado feliz, pero por lo menos no siempre me hace radicalmente infeliz, lo que ya es algo, tal como está el patio.

Pero ayer me topé con una novedad. La charla no arrancó con ninguna diatriba sardónica más o menos justificada contra el Gobierno del PP, según rito ya casi establecido, sino con un canto seráfico a los muchas virtudes que, según los contertulios de la emisora de Polanco, adornan la personalidad de quien está destinado a ser vicepresidente y factótum de asuntos económicos en el futuro gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. Todos los presentes cantaron a coro que Pedro Solbes, Pedro Solbes, Pedro Solbes es cojonudo, como Pedro Solbes no hay ninguno.

Uno, que se acuerda bien de cuando Solbes fue ministro de Felipe González, y no ha olvidado los problemas que acarreó su subordinación casi enfermiza a los dogmas del neoliberalismo, y que le ha seguido también la pista en su labor como comisario europeo, en la que ha demostrado con creces que mantiene incólumes las mismas obsesiones macroeconómicas, está, desde luego, muy lejos de compartir ese entusiasmo.

Pero lo significativo no es tanto que haya unos cuantos contertulios de Hora 25 identificados con las opciones económicas neoliberales –tampoco esperaba otra cosa de ellos–, sino el gusto con el que se estrenaron en la tarea de ovacionar los actos de Gobierno de Rodríguez Zapatero. Doy por hecho que ésa va a ser su principal ocupación durante la próxima legislatura.

Con lo cual me veré obligado a sumergirme de nuevo en el dial, en busca de alguna emisora que se muestre dispuesta a denunciar las tropelías que vaya cometiendo –que cometerá a buen seguro– el Gobierno de Zapatero. Pero las tropelías reales, no lo que considere tropelías cualquier enloquecido de ésos que añoran el Non plus ultra del escudo y tratan de llenar su hueco demostrando a diario que es imposible ser más ultra que ellos.

Hay varios lectores de El Mundo que me están castigando estos días enviándome correos electrónicos en los que, tras hacer un breve repaso escatológico por la memoria de mis progenitores, dan por supuesto que, como ya han vencido «los míos», ahora me tocará disfrutar de las prebendas que, según ellos, me he ganado a pulso. Es curioso. Son cartas casi idénticas a las que recibí en 1996, cuando el PP ganó las elecciones. O, mejor dicho: cuando las perdió el PSOE. Entonces también me auguraron que, tras el triunfo electoral de «los míos», pronto nadaría en la abundancia.

Ni a los unos ni a los otros les entra en la cabeza que haya quien conciba esta profesión como un ejercicio de crítica sistemática de lo existente. Aun a costa de que, a fuerza de criticar a los que están, parezca que obra por cuenta de los que aspiran a estar.

Ahora todo volverá a ser como antes. Los del PSOE volverán a sus viejas andadas –tal vez con otras formas– y a nosotros, a los que todavía creemos en la necesidad de la crítica sin cuartel –es decir, pacífica–, nos tocará ponerlos de vuelta y media. Con lo cual dentro de muy poco empezarán a acusarnos de estar haciéndole el juego al PP.

No me preocupa eso. Ya estoy acostumbrado. De momento lo único que me preocupa es saber qué radio me tocará oír a partir de ahora. ¿Habrá alguna que no me ponga del todo enfermo?

 

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Perdieron los suyos, perdieron lo suyo

(Miércoles 24 de marzo de 2004)

Braman, echan espumarajos por la boca, no caben en sí de ira. El uno despotrica contra los votantes, a los que acusa de dejarse manipular cual botarates sin dos dedos de frente; el otro se zisca en el «poder fáctico fácilmente reconocible» al que atribuye haber convertido visto y no visto, con taumaturgia propia de las bodas de Canán, el agua de Génova en vino de Ferraz; el de más allá se proclama convencido de que España se hunde en la infamia, rendida a los pies de Ben Laden y Al Qaeda; un cuarto vaticina que la Nación vive sus últimas horas, presta a rubricar la inminente secesión de Euskadi y Cataluña...

Hablo de la mayoría aplastante de la plantilla de opinantes a sueldo de los medios –extremos– que han acompañado con sus salvas al Gobierno de Aznar durante sus ocho años de hegemonía.

Sus diagnósticos sobre lo sucedido en las urnas del 14-M son disparatados, sin duda. A cambio, los sentimientos que revelan resultan más que comprensibles.

Téngase en cuenta que bastantes de ellos –y ellas–, por el sólo hecho de exhibir su veneración pepera un par de veces por semana en la radio y alguna más en televisión, se han venido llevando más dinero al mes que el que gana el común de los ciudadanos en todo un año. Beneficio de contertulios al que han venido añadiendo las tajadillas –menores, pero también sustanciosas– obtenidas por sus tareas en la prensa escrita.

Un pastón. Un pastón que daban por seguro que iban a seguir cobrando mes tras mes en el futuro, porque ninguno dudaba de la rotunda victoria que iban a obtener el 14-M las huestes de Aznar (es decir, sus huestes).

Ahora, de repente y por sorpresa, ven su situación económica amenazada. No es que teman pasar apuros para comer, satisfacer el plazo del piso y mandar a los críos al colegio de pago. Pero piensan, probablemente con razón, que ya no será lo mismo. Suponen en el alero los pingües beneficios correspondientes a los medios de titularidad pública. Saben que Onda Cero está a punto de echar la persiana. Temen que los obispos acaben por torcer el gesto ante sus excesos, sus diatribas y sus insultos. Les consta que otros medios de su onda están realizando severos ajustes presupuestarios.

¿Cómo no van a estar de los nervios?

Les duele, y mucho, que hayan perdido los suyos. Pero más todavía les duele la posibilidad de perder lo suyo.

 

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ETA y el 11-M

(Martes 23 de marzo de 2004)

ETA no tuvo nada que ver con el 11-M, pero el 11-M va a tener mucho que ver con ETA.

Sus partidarios y sus habituales justificadores han lanzado las más severas descalificaciones contra los autores de la matanza. Aquello ha sido –dicen– un ataque intolerable al pueblo trabajador de la capital del Estado. Una agresión indiscriminada y, por ello, repugnante. La propia ETA se ha sumado a la general condena en términos similares.

Como la barbaridad ha corrido por cuenta ajena, se han concedido rienda suelta.

Pero, al hacerlo, están avalando argumentos que no pueden ser de aplicación exclusiva a la masacre de Madrid.

Cada vez que ETA comete un atentado mortal, sus políticos –propios y asociados– afirman que no lo condenan porque las condenas no sirven de nada, y que esa violencia («lamentable», por supuesto) hay que examinarla «en su contexto», como «parte del contencioso». Las preguntas caen por su propio peso: ¿acaso carecen de «contexto» los atentados de Al Qaeda? ¿No son expresión de un «contencioso»? Entonces, ¿por qué éstos sí vale la pena condenarlos? ¿Cómo es que en este caso las repulsas sí «sirven»?

Convengamos con los contextualizadores de la violencia de ETA en que es repugnante atentar contra la población civil y en que es monstruoso culpar a los estudiantes y los trabajadores de las decisiones adoptadas por el Gobierno de turno. Pero, ¿por qué no aplican siempre el mismo criterio? Que nos expliquen, si es así como piensan, qué culpa achacan a cuantos han muerto en los últimos años porque estaban trabajando o porque pasaban cerca del lugar elegido por ETA para poner una bomba. Y de qué crimen consideraban que eran culpables los hijos de los guardias civiles que jugaban en el patio de la casa cuartel cuando estalló el coche cargado de dinamita. O por qué razón sus comandos confían sistemáticamente en que el enemigo atenderá con celeridad y eficacia sus avisos de bomba y se lo ponen cada vez más difícil, avisando más tarde y dando menos datos sobre el lugar en el que han dejado el artefacto.

ETA dice que no busca víctimas civiles. Quizá, pero tampoco se las prohíbe. Las sitúa en el apartado de los «daños colaterales». O sea: no es que trate de matar a los que pasan; es, sencillamente, que no le importa demasiado matarlos. ¿Es ésa una categoría ética superior?

Al sumarse a la condena del 11-M, ETA ha dado vía libre dentro de sus propias filas al uso de argumentos que, sin apenas necesidad de adaptación, le son aplicables por entero.

La próxima vez que mate –si es que la hay, esperemos que no– serán muchos más los que se preguntarán por qué, con qué derecho, en nombre de qué causa, para qué. Muchos más –y mucho más próximos– los que le dirán: «Ya vale. Hasta aquí hemos llegado».

El 11-M ha extendido, más allá de las diversas opciones ideológicas, un sentimiento de enorme repugnancia hacia el asesinato político. Un sentimiento que no puede detenerse en siglas.

Ha sido demasiado enorme y ha estado demasiado cerca. Ojos que ven, corazón que siente.

El carácter verdaderamente masivo de ese sentimiento va a forzar a ETA a resituarse. Porque, de no hacerlo, lo sufrirá en su propia carne.

Ni la represa más sólida resiste cuando se le abre una grieta. Toda la fuerza del agua contenida se concentra en ese punto débil.

El 11-M ha abierto una grieta en ETA. Ojalá reviente.

 

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ETA y el 14-M

(Lunes 22 de marzo de 2004)

El análisis de los resultados de las elecciones generales que ETA dio a conocer ayer no tiene el más mínimo interés. Como tal análisis, quiero decir. Recolecciona media docena de lugares comunes sobre los que, por lo demás, tampoco aporta ningún enfoque digno de mención.

En lo que todo el mundo ha reparado, y con razón, es en la invitación que hace a Rodríguez Zapatero para que tome una iniciativa «fuerte y valiente» en relación a eso que en este género de comunicados suele definirse como «el contencioso». Le dice que tiene que plantearse la necesidad de reconocer al pueblo vasco el derecho de autodeterminación y que, si entra por esa vía, ella también pondrá algo de su parte.

Supongo que a la dirección de ETA no le habrá sorprendido que el PSOE haya desdeñado su vaporosa –y nada novedosa– oferta. Tampoco le habrá asombrado, imagino, que casi todos los demás partidos, incluyendo los que defienden el derecho de autodeterminación, le hayan respondido que se deje de comunicados prometedores y adopte resoluciones prácticas encaminadas a la pacificación.

Siempre contestan así. Lo que vale la pena subrayar es que las respuestas de ese género son cada vez más sinceras. Que reflejan con creciente exactitud lo que los partidos piensan realmente.

El PSOE se ha sentido incómodo y disgustado por la valoración positiva que ETA ha hecho de su victoria electoral. En la situación presente, la más mínima alabanza de los dirigentes de esa organización se convierte en una puñalada trapera. El vía crucis sufrido por Carod Rovira tendría que haberles hecho reflexionar. Deberían haberse dado cuenta de que, cuando de verdad quieran ayudar a alguien, lo mejor que pueden hacer es no hablar de él, por lo menos para bien.

Habrían de reflexionar también, ya de paso, sobre el patético retrato que esa realidad hace de su propia situación.

ETA no presta atención a la política. Si lo hiciera, se daría cuenta de que, tal como están las cosas, el PSOE no está actualmente en condiciones de tomar ninguna iniciativa en ese terreno. Para llegar a esa meta –si es que llega– habrá de recorrer varias etapas intermedias. Antes habrá de distanciarse del PP y recomponer, así sea en parte, sus relaciones con los partidos nacionalistas. Sin eso no hay nada que hacer. A partir de ahí, podrá plantearse alguna iniciativa de consenso. Pero eso siempre que ETA asuma que ella no pinta ni podrá pintar nada en ninguna negociación política. Que eso corresponderá, en todo caso, a quienes gozan de representatividad política, legal o legítima. Que a ella sólo le corresponde negociar las condiciones materiales de su disolución.

Javier Rojo ha dicho que el PSE quiere volver a los planteamientos del Pacto de Ajuria Enea. En relación al punto en el que los socialistas están ahora, eso representaría ya un buen avance: primero, porque aquel fue un pacto transversal, mano a mano con los nacionalistas; segundo, porque allí se hablaba de una salida negociada; tercero –y tal vez principal– porque reconocía que Euskadi no sólo tiene un problema de pacificación, sino también de normalización política. De hecho, ése era el nombre oficial del Pacto: «Acuerdo por la Normalización y la Pacificación de Euskadi».

Visto desde esos ángulos, las bases del Pacto de Ajuria Enea son la antítesis del actual Pacto Antiterrorista suscrito entre el PP y el PSOE.

 

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9.630.512

(Domingo 21 de marzo de 2004)

Hay quien habla del PP como si fuera un fenómeno ya superado, muerto y enterrado.

Convendrá empezar por recordar que el partido de Rajoy –bueno, de Aznar– obtuvo 9.630.512 votos.

Son, por decirlo en términos científicos, la hostia de votos.

No inequívocos, por supuesto. No todos se deben al irresistible atractivo político del PP.

Cualquiera con experiencia en procesos electorales españoles sabe que hay un amplio sector del electorado que vota por norma al partido que está en el Gobierno, sea el que sea (salvo que se encuentre en las últimas). Son votos conservadores, dicho sea en el sentido más literal de la palabra. Es la opción de gente, muy frecuentemente entrada en años, que teme perder lo que tiene, poco o mucho, y que no quiere correr riesgos. Prefiere que las cosas sigan igual. Su voto no significa que lo que hay les valga, ni que les parezca bien. Puede que lo consideren incluso de manera muy crítica. Pero lo ven como un mal menor. Huyen del riesgo.

Tampoco son necesariamente votos fijos los de aquellos que respaldan al partido gobernante porque viven gracias a su maquinaria de poder o, al menos, instalados en ella. Que han conseguido algún contrato de favor, alguna adjudicación más o menos graciosa, tal o cual privilegio fundamentado en una relación personal, esta o aquella concesión... No hablo de los funcionarios, que tienen el empleo fijo, sino de la nube de pequeñas empresas, de autónomos, de contratados por periodos limitados pero renovables... Y de los familiares que dependen de ellos, por supuesto.

Ése es también un voto trasladable, porque el que entra en el Gobierno sustituye a esa legión de estómagos agradecidos por otra semejante (o en parte por la misma). Y los que formaron parte de la anterior no se esperan cruzados de brazos cuatro años a ver si hay suerte y regresan los suyos, sino que se van buscando la vida como pueden.

Quiero decir con esto que, si bien es un hecho que el PP tuvo el pasado 14 de marzo 9.630.512 votos, ya no los tiene.

Pero, incluso contando con eso, sigue teniendo un respaldo social importante. De gente que, en medida considerable, ocupa puestos de influencia dentro del entramado de los diversos poderes que conforman finalmente el Poder. La Iglesia, el empresariado, la banca, la judicatura, Washington... El PP ya no es el partido de neófitos al que los grandes poderes miraban con prevención en 1996, dudando de que fuera capaz de gestionarles los asuntos como Dios manda. Ahora tienen la certeza de que sabe administrárselos a la medida de sus necesidades materiales e ideológicas y lamentan muy sinceramente su marcha. Harán lo posible para que regrese, a no ser que Rodríguez Zapatero les demuestre pronto y bien que él puede hacer lo mismo con idéntico entusiasmo.

Y luego está el poder local. Como residente alternativo de dos comunidades (la madrileña y la valenciana) controladas por el PP tanto en el ámbito de la administración autónoma como en el del gobierno de las capitales, la realidad no me permite olvidar ni por un momento el poder que conserva ese partido. Se acabaron, es cierto, los tiempos de la Gran Armonía, cuando todos los poderes se ponían de acuerdo para hacer de nuestra capa su sayo y reírsenos en las barbas. Pero hay un enorme ámbito de competencias en el que seguirán moviéndose con plena libertad.

El PP va a seguir estando ahí. O sea, aquí. Va a plantear mil batallas, va a mantener en pie de guerra a sus partidarios, va a atizar las divergencias internas del PSOE –que no son pocas–, va a invocar la Sagrada Unidad de la Patria cada dos por tres... No nos hemos librado de ellos, ni mucho menos.

¿Sabrá Zapatero neutralizar sus embates de algún modo que no sea aplicar sus recetas?

Lo dudo. Pero, bueno, tampoco hay ninguna necesidad de adelantar acontecimientos.  

 

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Una cosa más.

Todo el mundo ha hablado de la alta participación registrada en las elecciones del 14-M, de cómo el electorado «se volcó en las urnas» para demostrar esto y lo otro, etcétera. La ministra Del Castillo llegó a atribuir a esa gran participación la derrota de su partido, hablando en tono de evidente cabreo de «la gente que nunca va a votar y esta vez ha ido», como si esa gente hubiera alterado las reglas del juego, o algo así. Con todo y con eso, hubo 7.628.756 abstencionistas. Dos millones menos que votos ha tenido el PP. Casi el 23% del electorado.

Una de cada cuatro personas inscritas en el censo electoral pasó olímpicamente.

Es un dato que conviene tener en cuenta, para relativizarlo todo aún más.

 

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Un año después

(Sábado 20 de marzo de 2004)

Dice George Bush que los atentados de Madrid demuestran que hay que seguir combatiendo el terrorismo internacional con la misma determinación con la que hace hoy justo un año se emprendió la invasión de Irak.

Este hombre tiene la singular habilidad de sintetizar en una sola frase un montón de patrañas.

En primer lugar, la invasión de Irak no se emprendió para combatir el terrorismo internacional. El Gobierno de Washington no tenía ningún indicio que apuntara a la conexión del régimen de Sadam Husein con redes terroristas internacionales, y sigue sin tenerlo. La excusa que empleó para iniciar la guerra fue, como es bien sabido, que Sadam Husein poseía armas de destrucción masiva (cosa que, por lo demás, también se ha revelado falsa).

En segundo lugar, la invasión de Irak no sólo no ha ayudado a poner freno a lo que él llama «el terrorismo internacional» sino que lo ha avivado. Por centrarnos en lo nuestro: parece fuera de toda duda que, si los atentados de Madrid se han producido, es porque el Gobierno de Aznar colaboró en la declaración de guerra y en la ocupación de Irak. La pretensión, formulada por Bush y repetida varias veces por Aznar, según la cual «desde que Sadam Husein fue derrocado vivimos en un mundo más seguro» es lo que los franceses llaman una contraverdad: no una mentira cualquiera, sino la mentira que invierte con total precisión los términos de la realidad.

En tercer lugar, si algo ha demostrado el año transcurrido desde el comienzo de la guerra de Irak es que Bush y toda la troupe que le rodea son incapaces no ya de controlar, sino incluso de prever las consecuencias de sus propios actos. Desencadenan acontecimientos que derivan con frecuencia por sendas que no tenían previstas y para las que, en consecuencia, no estaban preparados.

Se trata de derivaciones –vale la pena reseñarlo– muy a menudo pronosticadas por algunos que no tenemos ni un mal espía que nos informe; que nos guiamos por el conocimiento de experiencias históricas similares y por el puro sentido común, del que, según todas las trazas, ellos tienen poco.

Ha pasado un año y no sólo Irak está peor, no sólo el mundo entero está peor, sino que incluso el propio Gobierno norteamericano está peor. Cada vez tiene más frentes abiertos y más dificultades para atenderlos. Y encima tienen un jefe que ahora ya ni siquiera piensa en los problemas que afronta en esos frentes, porque sólo se preocupa de las repercusiones que cada uno de los conflictos puede tener sobre su campaña electoral.

Sólo nos queda desearle que haga una campaña tan estudiada hasta sus últimos detalles y tan astuta como la que su amigo Aznar le montó a Mariano Rajoy.

 

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La Red Vasca Roja, sin red

Me entero de que el Gobierno canadiense ha decidido prohibir al servidor que alojaba la web Basque Red Net (Red Vasca Roja) que mantenga ese servicio. La razón que ha dado el servidor canadiense es que, según la Real Policía Montada, «Basque Red está actualmente catalogada como una conocida organización terrorista por el Gobierno canadiense». Así; sin más.

La Red Vasca Roja es una web promovida por el veterano sociólogo de Iruñea Justo de la Cueva, con el que cada cual podrá tener las discrepancias que le dé la gana –yo tengo algunas, como él conmigo–, pero al que nunca nadie, ni siquiera Garzón, ha acusado de terrorismo. Es obvio que el Gobierno de Canadá tiene tanto miedo de que se le acuse de connivencia con la causa «separatista-terrorista» que se apresura a ser más garzonista que Garzón.

Me sumo a la protesta por esta censura, no sólo en defensa de la libertad de expresión sino también como usario de la página ahora silenciada, a la que más de una vez he recurrido en busca de precisiones y datos, en los que abunda. Confío en que la web de De la Cueva vuelva a estar en la Red en el plazo más breve posible. De verse obligada a cambiar de dirección, difundiré gustoso la nueva.

 

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Fere libenter homines...

(Viernes 19 de marzo de 2004)

Siempre que, por azares de la profesión, me ha tocado instruir en el oficio a jóvenes periodistas, les he encarecido lo mismo: «Comprobad cuidadosamente todas las noticias de importancia, especialmente aquellas que confirmen vuestras ideas previas».

Nada tiene tantas posibilidades de engañarnos como las nuevas que nos reafirman en lo que ya pensábamos antes. Si llevas meses mosca porque Don Ínfulas, concejal de Urbanismo de tu ciudad, mantiene un tren de vida que no se corresponde ni poco ni mucho con sus ingresos, y alguien te viene con unos papeles que parecen confirmar que el caballero se lleva unas comisiones de aquí te espero por cada recalificación de terreno que firma, ¡ponte en guardia! No te fíes. Antes de publicar una sola línea, comprueba cada uno de esos papeles como si te fuera la vida en ello.  Porque quizá la vida no, pero el derecho de los lectores a saber la verdad –y ya, de paso, tu prestigio profesional– sí que está en juego.

El consejo vale para lo grande y para lo pequeño. Cada vez que me cuentan una anécdota desternillante que demuestra que el político Tal, al que todos tenemos por cortito, es realmente muy cortito, empiezo por no creérmela. La experiencia me ha demostrado que hago bien en el 90% de los casos. Por Internet han circulado profusamente largas antologías de frases estúpidas de George W. Bush que, si uno se toma el trabajo de seguirles la pista, descubre sin tardanza que previamente fueron atribuidas a Ronald Reagan, y antes todavía a Gerald Ford.

Lo más probable es que no pertenezcan a ninguno de los tres.

Cuando Casandra vio el caballo de madera ante las murallas de Troya y masculló «Desconfío de los griegos», dio una lección muy sabia, pero también muy inútil: los demás se fiaron. Y así les fue.

Esto que digo del periodismo es de igual aplicación en cualquier otro campo de la humana actividad, y muy especialmente en la política. Recordemos una vez más la aguda observación que incluyó Julio César en su De Bello Gallico: «Fere libenter homines id quod volunt credunt». Los hombres tienden a creer aquello que les conviene.

Los ministros Ángel Acebes y Eduardo Zaplana nos dieron el jueves todo un recital de cómo no debería comportarse un buen político. El Centro Nacional de Inteligencia les dijo que, basándose en los antecedentes –pero no en nada que se hubiera obtenido de la investigación específica del caso– era «casi seguro» que el cuádruple atentado del 11-M había sido obra de ETA. Y ellos estaban tan deseando creérselo que no sólo dejaron el «casi» a beneficio de inventario, sino que siguieron aferrándose a esa hipótesis con más que sospechosa terquedad incluso cuando ya estaba más que claro que era «casi segura» su falsedad.

Alegan que tenían esa convicción moral. Puede ser. Pero la convirtieron en una certeza.

Y mintieron, claro que mintieron. Para adornar su «convicción moral». Dieron a entender –y, en algún caso, afirmaron– que contaban con pruebas que no podían revelar. Y sabían que eso era falso. Dijeron que el explosivo utilizado era titadine, con todo lo que eso suponía. Y no tenían ni idea.  Zaplana llegó a decir: «Todo apunta a que ha sido ETA». Cuando lo cierto, para esas alturas, era que ya nada apuntaba a ETA. Y trataron de que la ONU, los embajadores de España, los principales periódicos españoles y los corresponsales extranjeros en España atribuyeran el atentado a ETA cuando, por lo menos, sabían que no sabían.

Les concedo el beneficio de la duda: es posible que obraran así por pura obcecación, cegados por el deseo de amoldar la realidad a sus intereses. De lo que no estoy seguro es de que eso les deje en mejor lugar.

 

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