Apuntes del natural

[Del 23 al 29 de julio de 2004]

 

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Desfachatez

(Jueves 29 de julio de 2004)

Los ex ministros Acebes y Zaplana hicieron ayer ante la Comisión parlamentaria del 11-M una exhibición de desfachatez realmente portentosa.

Algunos comentaristas muestran hoy en los periódicos su asombro por la granítica solidez del edificio de patrañas levantado por este par de legionarios de Aznar. Hasta los hay que presentan su desfachatez como prueba de que se ajustaban a la verdad. Les pasa a estos adalides del PP lo mismo que al par de ex ministros en cuestión (y que a muchos otros mentirosos): acaban por creerse sus propias mentiras. A mí no me sorprendió el monolitismo de sus respuestas. Llevan ya muchos meses representando el mismo papel. Es lógico que dominen el libreto.

Mintieron una y otra vez. En innumerables extremos. Mintieron tanto que llegaron a crear una insólita dificultad técnica: no había tiempo material para tomar nota de todas sus mentiras. Recuerdo una sola parrafada de Ángel Acebes que me dio para rellenar medio folio de brevísimas notas con el mero enunciado de las falsedades que estaba acumulando sobre la marcha. En algunos momentos parecieron dedicarse al prototípico ejercicio circense del «más difícil todavía». Así, cuando llegaron a poner en duda que el atentado tuviera una relación directa con la participación del Ejército español en la guerra de Irak. O cuando insistieron en que sigue siendo una incógnita «la autoría intelectual» del atentado, insinuando la posibilidad de que el comando que puso las bombas fuera algo así como una subcontrata de ETA.

Ellos no me decepcionaron. Sí bastantes de los diputados miembros de la Comisión. Los hubo que demostraron padecer dificultades de expresión oral próximas a lo patológico. Otros (o los mismos, a veces) dieron la irritante sensación de que ni siquiera se sabían bien la asignatura. Por momentos, el papel de los diputados fue directamente patético.

Cada cual tiene sus debilidades, y la mía es Eduardo Zaplana. El ex presidente cartagenero de la Comunidad Valenciana, que se estrenó en el cargo prometiendo que iba a aprender en el más breve plazo la lengua de Ausías March –porque eligieron a un presidente que ignoraba una de las dos lenguas oficiales del país– y que se fue para Madrid al cabo de los años sin siquiera farfullarla, estuvo a la elevada altura del listón que él mismo colocó en su intervención televisiva de la noche del 12-M, cuando aseguró, con toda la jeró, que no ha mentido en su vida. Es ese mismo Zaplana al que le grabaron una conversación telefónica dentro del sumario del caso Naseiro, en la que se le oía confesar a su interlocutor que él se dedica a la política para hacer dinero. El mismísimo Zaplana que hace dos semanas acudió a Valencia a proclamar que él respalda totalmente a Francisco Camps, su sucesor en el cargo, y que acaba de saberse que participó a las pocas horas en la cena en la que un nutrido grupo de parlamentarios del PP decidieron boicotear a Camps en las Cortes valencianas por el bonito procedimiento de no acudir a un pleno de gran importancia y dejarlo en minoría.

No me defraudó ayer. Estuvo a la altura de su biografía.

Como Acebes, el del comando Dixán, asunto sobre el que también volvió ayer sin inmutarse.

La que más desentonó fue Ana Palacio. Mintió también mucho, pero mal. Se le notaba que mentía. Y lo menos que se le puede pedir a un mentiroso profesional es que parezca sincero.

 

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De Argel a Rabat

(Miércoles 28 de julio de 2004)

La vicepresidenta primera del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, ha calificado de «histórico» el acuerdo del rey de Marruecos a la propuesta española de enviar un contingente militar conjunto a Haití. Según Fernández de la Vega, ese acuerdo va a permitir una mejora «significativa» de las relaciones hispano-marroquíes, bastante deterioradas durante el último tramo de la Presidencia de Aznar. El Partido Socialista sugiere que el anterior gobierno contribuyó indebidamente al deterioro de esas relaciones, que ahora Rodríguez Zapatero está reconduciendo por la vía de la buena vecindad.

Lo primero que creo conveniente precisar es que, si bien Aznar incurrió en numerosos errores y torpezas en su política hacia Marruecos, dándose a veces unas ridículas ínfulas de gran potencia, buena parte del ambiente de crispación al que se llegó fue obra de Mohamed VI y su camarilla. Por ejemplo: por muy cierto que sea que la respuesta del Gobierno español al desembarco de soldados marroquíes en el islote de Perejil fue una astracanada digna del entonces ministro del ramo, no es por ello menos cierto que el hecho previo –el tal desembarco– fue una iniciativa alauita tomada con la sola y obvia función de provocar.

Lo segundo que debe tenerse en cuenta es que el rey de Marruecos no está respondiendo de manera positiva porque sí, por la cara bonita de Zapatero y Bono, sino porque el Gobierno del PSOE le ha hecho el regalo de su vida: abandonar por completo al Frente Polisario, olvidarse del referéndum de autodeterminación del Sáhara y alinearse con las tesis que sobre el particular mantiene Francia (que son, en último término, las de Rabat).

En tercer lugar, es preciso recordar a Zapatero que una cosa es el respeto a los principios de la coexistencia pacífica, destinados a permitir la convivencia entre dos estados regidos por sistemas políticos diferentes, y otra la aceptación del régimen marroquí, hostil a las libertades democráticas más elementales y perseguidor y encarcelador de los integrantes de la auténtica oposición.

Aznar apostó claramente por las relaciones con Argelia. El régimen político argelino no es, desde luego, mucho mejor que el marroquí. En todo caso, la opción no es estúpida. A fin de cuentas, casi todo el gas natural y una parte del petróleo que se consumen en España vienen de allí.

¿Que no era correcta una política magrebí que se escoraba del lado argelino a expensas del marroquí? Cierto. Pero la opción inversa es igualmente inadecuada. Habría que buscar un cierto equilibrio, hecho de buenas relaciones y de distancias. En relación a ambos.

El punto y final de las equivocaciones de Zapatero: se ha servido de Juan Carlos de Borbón para la gestión ante Mohamed VI. Bono llevó al monarca alauita una carta del rey de España que incluía la propuesta de colaborar en la misión de Haití. Al rey no hay que permitirle gobernar. Porque no es su misión y porque, además, se corre el peligro de que le guste.

 

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El arte del buen perder

(Martes 27 de julio de 2004)

En vísperas de las elecciones nicaragüenses de 1990, un reportero de TVE entrevistó a Tomás Borge, por entonces ministro del Interior del Gobierno nacido de la Revolución sandinista de 1979. Le preguntó qué harían él y los suyos si perdieran las elecciones. Respuesta: «No vamos a perderlas». El periodista insistió: «¿No han dispuesto nada para esa eventualidad?». Contestación del dirigente del FSLN: «No hemos preparado nada para ese supuesto porque no hace falta: es totalmente imposible que se produzca».

Los sandinistas fueron derrotados en las urnas. La coalición de opositores obtuvo el 55% de los votos y ellos desalojaron el Gobierno sin oponer resistencia.

Todo el mundo alabó su buen perder. Pero lo suyo –creo yo– no fue una demostración de que supieran perder. Una cosa es encajar con elegancia los reveses y otra saber perder, en sentido estricto. Para saber perder, lo primero que debe hacer uno es contar con que ese riesgo existe, por improbable que parezca. Acto seguido, ha de planificar con todo detalle los pasos que daría, en todos los terrenos, caso de sobrevenirle esa desgracia, para minimizar las pérdidas y situarse lo antes posible en condiciones de reemprender el combate.

Tiendo a pensar que Borge fue sincero cuando dijo que no habían tomado en consideración la posibilidad de perder en las urnas. O no lo hicieron… o lo hicieron muy poco y muy mal. De hecho, la derrota dejó al FSLN groggy, abocado a una grave crisis política y moral.

Por aquel entonces, Tomás Borge se declaraba marxista. Pero no creo que eso tenga nada que ver. Ho Chi-minh, que también se decía marxista, actuaba conforme a criterios muy diferentes, si es que no opuestos. El líder vietnamita tenía una divisa fundamental: «Siempre preparados para lo peor».

Según me dice el humanista y politólogo Xosé Luis Barreiro, que sabe de lo que habla –y de los que habla–, muchos de los dislates que están cometiendo los dirigentes del PP desde el 14-M se deben a que la derrota les cogió totalmente por sorpresa. No se la esperaban de ningún modo. Creo que, en efecto, el problema de Aznar, Rajoy, Zaplana, Acebes y compañía es que no han sabido perder. En ninguno de los dos sentidos: ni han acertado a encajar la derrota con el  fair play que conviene al caso ni fueron capaces de abandonar el Poder del modo ordenado y sereno que les hubiera convenido.

De haber sabido ordenar su retirada, habrían dejado mejor recuerdo…y muchos menos papeles comprometedores. No se verían en aprietos como el del lobby de la medalla de Aznar, incluyendo sus abochornantes facturas maquilladas. Ese tipo de cosas habrían abandonado para siempre la carpeta de pendientes.

Saber perder no es sólo cuestión de talante. Implica seguir un plan que incluye la adopción de muchas precauciones. Me temo que el PP esté empezando a comprenderlo ahora. Algo tarde, quizá.

 

Un par de patas.– De banco, en concreto, y fresquitas. Ambas del noticiero local de Radio Alicante, Cadena Ser. Primera, de anoche: «Fueron socorridas dos personas que hacían la travesía Denia-Ibiza después de hundirse su barco». ¡Gente emprendedora y audaz, vive Dios! Se les hunde el barco y, en lugar de esforzarse por ganar la costa, ¡se ponen a hacer a nado la travesía Denia-Ibiza!

Otra, de hoy al mediodía: «La Audiencia ha rebajado la indemnización que el Juzgado de Primera Instancia había asignado a la mujer y su hijo tras ser maltratados en aplicación de la vigente legislación». ¿Discutirá ahora alguien que es urgente reformar las leyes?

 

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El calor

(Lunes 26 de julio de 2004)

Hace un calor espantoso. Aquí y, por lo que se oye y lee, en tres cuartos de la península y en los cuatro cuartos de las islas.

El calor no me deja trabajar. O casi. Me abotarga. Y eso que, con el tiempo –lo he contado hace poco–, me he aclimatado bastante al duro clima mesetario, con sus dos únicas estaciones. “Madrid, nueve meses de invierno y tres de infierno”, dicen. Es más o menos así.

Mi adaptación al infierno, de todos modos, da para lo que da. Sobrevivo, puedo moverme –sin exagerar–, soy capaz de tumbarme en un sofá y ver la tele, y hasta, por el aquel de ganarme el pan y de mantener engrasadas las neuronas, acierto a hilar algunos párrafos. Pero ni soñar con esos fecundos días de invierno en los que hago jornadas laborales de 10 y 12 horas sin ponerme a mí mismo –soy mi propio jefe– objeción alguna.

Me pregunto cuánta influencia habrá tenido la climatología en la división Norte/Sur. Seguro que hay muchos y muy sesudos estudios sobre ello, pero yo no los conozco. Resulta sencillo imaginar que los habitantes de los países del norte no sólo han (hemos) tenido desde antiguo unas condiciones que animan más a trabajar (y que animan a trabajar más), sino que el propio territorio, fértil y rico en materias primas, facilitó nuestro despegue. Pero, así que se piensa dos veces en ello, uno recuerda que el antiguo Egipto fue el centro indiscutido de la cultura universal y que la civilización árabe –la de quienes se vinieron por estos pagos, sin ir más lejos– fue durante siglos muy superior a la europea. Dentro del propio continente europeo, las dos referencias clásicas, Grecia y Roma, se asentaron en su parte más cálida, no en las frías tierras del norte.

Seguiría dándole vueltas a la idea, pero no puedo. Resulta demasiado cansado. Necesito remojarme urgentemente la sesera con otra ducha fría. Y secar el teclado.

¿Tendrá el calor la culpa de algunas declaraciones que se oyen en estos días? ¿Serán víctimas los obispos españoles de un golpe de calor? Pues que empiecen por quitarse algo de vestimenta, que con esos ropones nadie puede razonar bien en medio de la canícula.

 

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Cuatro años

(Domingo 25 de julio de 2004)

En memoria de Serge Reggiani, actor*

Hace hoy exactamente cuatro años, más o menos a una hora pareja, escribí en esta página el siguiente comentario, bajo el título Las lágrimas del apóstol:

«Primera pregunta: ¿Alguno de vosotros sabe a cuento de qué un Estado laico hace ofrendas institucionales a un supuesto apóstol sedicentemente matamoros?

»Segunda: ¿Alguien puede aclararme por qué últimamente Manuel Fraga es incapaz ni de dar la hora sin echarse a llorar?

»Tercera: ¿Me podría explicar algún experto por qué Galicia soporta lo uno... y al otro?

»Yo tengo respuesta para las tres preguntas, pero preferiría que alguien me proporcionara otras menos tristes.»

Lo releo y compruebo, no sin cierto abatimiento, que conserva intacta su actualidad, salvando el hecho de que lo de Manuel Fraga ya no sucede «últimamente», sino desde hace años. En cualquier caso, parece que no va a cesar –nada: ni Fraga, si su Presidencia, ni su llanto– porque ya ha anunciado que va a presentarse a la reelección, y no veo yo que el electorado gallego tenga trazas de haber cambiado sus querencias.

Otra variación: este año el recochineo tiene estrambote. Van a conceder una medalla a Rodolfo Martín Villa por su gestión de la catástrofe del Prestige. Fraga y Martín Villa, de nuevo juntos. El túnel del tiempo.

Las lágrimas del apóstol fue el primer comentario de actualidad que introduje en mi recién estrenada página web. Desde entonces he venido publicando todos los días, salvo tres o cuatro, un texto de ese estilo –casi siempre más extenso–, primero bajo el título genérico de Diario de un resentido social, luego, desde hace un año, como Apuntes del natural. Si mis cálculos no fallan, la cuenta suma más de 2.000.

Bromeo conmigo mismo, mientras escribo esto: «No sé cómo te atreves a criticar a Fraga. Tú tampoco tienes la menor intención de dimitir», me digo.

Pero lo mío es menos cargante, creo (y confío). Por lo menos, ni cobro del erario ni obligo a los demás a soportarme.

 

* Por aquí no ha sido nunca demasiado conocida la obra musical de Reggiani. Tenía una voz cálida, bien educada, e interpretaba como el gran actor que siempre fue. Se metía y te metía en la historia de la canción. Me aficioné a él durante mi larga estancia en Francia y le he seguido fiel durante los 30 años transcurridos desde entonces. Varias de sus canciones (L’italien, La putain, Ma fille), no necesariamente las más conocidas de su repertorio, siguen pareciéndome obras maestras. Y alguna de ellas se las ha arreglado siempre para arrancarme una lágrima, por mucho que me la sepa de memoria.

 

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Colgarse medallas

(Sábado 24 de 2004)

EL PP TIENE RAZÓN EN QUE…

- La contratación de bufetes de abogados especializados en montar lobbies o grupos de presión (o sea, dedicados al tráfico de influencias) es una práctica legal y bien vista en los EEUU.

- Muchos estados, incluyendo los principales de Europa, suelen recurrir a ese tipo de bufetes cuando aspiran a hacer negocios en los EEUU y necesitan obtener determinadas licencias o permisos oficiales. También se suele buscar su intermediación para realizar campañas de Prensa destinadas a crear estados de opinión favorables al país que paga, a mejorar su imagen –como destino turístico, por ejemplo– o a realzar las virtudes de tales o cuales de sus productos.

- No es un fenómeno particularmente exótico que alguna de estas campañas tenga por objetivo prestigiar al Gobierno que paga la factura del bufete. Por lo general, los gobiernos que echan mano de este recurso lo hacen cuando se sienten en la necesidad de contrarrestar los efectos de las críticas de la Casa Blanca a tales o cuales decisiones políticas o comerciales suyas. Ejemplo claro: la situación en que se vieron Francia y Alemania en las primeras semanas de la Guerra de Irak.

 

PERO EL PP NO TIENE RAZÓN PORQUE…

- La campaña fue encargada cuando, según Aznar afirmaba sin parar, la imagen «de España» en los EEUU –la imagen del Gobierno español y la suya propia, quería decir– era inmejorable, gracias a la incondicionalidad de su alineamiento pro-Bush.

- Sabía de sobra que la obtención de esa medalla de encargo no iba a darle ningún prestigio particular en los EEUU, al estar su clase dirigente perfectamente enterada de los métodos utilizados para lograrla.

- Siendo así, se hace inevitable concluir que trató de hacerse con esa condecoración de atrezzo para servirse de ella como producto de consumo interno, esto es, para exhibirla aquí, presentándola como prueba del prestigio que sus opciones bélicas le habían acarreado en el corazón mismo del Imperio.

 - No podría decirse en ningún caso que la concesión de esa medalla hubiera mejorado la imagen «de España». Téngase en cuenta que su objetivo era festejar la supuesta firmeza de un gobernante que había tomado la decisión de ir a la guerra contrariando la voluntad rotundamente mayoritaria de la población de su país. Dicho de otro modo: tanto mejor quedara Aznar, tanto peor quedaría la sociedad española.

 

Nota.– Aunque la columna que me publica hoy El Mundo tenga el mismo título que uno de mis apuntes de la pasada semana y su arranque sea similar, su contenido y su intención difieren notablemente. Dicho sea para uso de quienes vean el título y se digan: «Ésa ya me la sé».

 

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El límite de lo tolerable

(Viernes 23 de julio de 2004)

Tienen razón quienes lo denuncian: en la Comisión parlamentaria del 11-M y sus aledaños se están oyendo declaraciones de gravedad insólita. Hay diputados del PP que se permiten lanzar acusaciones tremendas contra sus oponentes políticos sin creerse en la obligación de aportar así sea un amago de indicio en su favor.

Quizá la palma se la haya llevado el navarro Jaime Ignacio del Burgo, quien vino a decir ayer que Zapatero accedió al Gobierno gracias a la utilización torticera de los atentados del 11-M, cosa que –añadió– lo convierte en ilegítimo. Sería grave que el señor Del Burgo no supiera qué dice, pero peor sería que lo supiera. Porque catalogar a un Gobierno como ilegítimo es lo único que se requiere para atribuirse el derecho a combatirlo por cualquier medio. De hecho es por ahí por donde suelen empezar todos los aspirantes a golpistas, aunque no sea éste el caso, no tanto porque Del Burgo no estuviera dispuesto a respaldar otra dictadura, sino porque no hay condiciones que permitan su instauración.

Dicen lo que sea, por brutal, injustificado y calumnioso que resulte. Agustín Díaz de Mera, ex director general de la Policía, acudió a la sesión que celebró ayer la Comisión Parlamentaria sobre el 11-M presto a no ahorrarle a nadie su correspondiente lote de insultos. Y por cierto que se mostró más que generoso en la tarea, sin que el presidente de la Comisión le llamara ni una sola vez al orden.

En otras condiciones, la población, en general, estaría escandalizada. Porque hay acusaciones que la gente con sentido común no puede dejar a beneficio de inventario: o quien las formula las prueba o, de lo contrario, se granjea el descrédito general.

Lamentablemente, nuestra vida política no da para tanto. Tampoco la sensibilidad ciudadana media. Llevamos demasiados años acostumbrados a que los políticos del establishment –de cualquiera de los partidos que lo componen– se dediquen a llamar de todo a sus particulares bêtes noires sin que nadie les reclame que prueben nada. Atribuyen a quien les place conductas que, de haberse producido, serían indiscutiblemente delictivas que, si realmente les constaran, deberían comunicar de inmediato a la autoridad judicial,  y se quedan tan anchos.

Y, lo que es peor: el público también.

Ahora los del PSOE se echan las manos a la cabeza ante las acusaciones que les lanzan los del PP y se preguntan con cara de indignación: «¿Será posible?».

Pues claro que sí. Es posible. Y desde hace mucho.

 

P.S.–  Hoy me he quedado dormido y no me he levantado hasta las 7:15. Puede parecer pronto, pero depende para qué. Y para quién. Para mí no. He tenido que salir a escape a Alicante, para acudir a la radio y participar en una tertulia que me ha tocado fuera de día. Cuando he salido de allí, me he puesto a hacer cuatro recados (cuatro, contados con los dedos de una mano) y eso me ha llevado hasta las 12:30. Para cuando he regresado a casa, casi las 13:00. Siento la tardanza.

 

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