Apuntes del natural

[Del 30 de julio al 5 de agosto de 2004]

 

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Gibraltar

Jueves 5 de agosto de 2004

Algunas precisiones sobre el asunto de Gibraltar, tan en boga ahora.

1º) Los gobiernos españoles –y en esto no veo demasiada diferencia entre los unos y los otros– siempre han demostrado tener un extraño concepto de la soberanía española. No le dan importancia cuando se trata de cederla, incluso en puntos clave, a determinados organismos supranacionales (la Unión Europea en primer lugar), pero se ponen pesadísimos con ella cuando lo que ven en peligro son tales o cuales aspectos de su imagen o de sus tics nacionalistas tradicionales. Son capaces de ceder sin siquiera pestañear elementos tan básicos de la soberanía nacional como el control de la moneda, pero se ponen de uñas cuando los representantes de una nacionalidad interior reclaman algún poder de decisión en aspectos en los que el propio Estado ya apenas controla nada. Del mismo modo, se llenan la boca hablando de Gibraltar –o, por el lado contrario, de Ceuta y Melilla–, cuando hay extensiones mucho más amplias del territorio estatal en las que, de hecho, el mando está en manos extranjeras. Y no hablo sólo de las bases militares estadounidenses, en las que Washington ha negado que los jueces españoles tengan jurisdicción –y todos tan anchos–, sino también de enormes urbanizaciones costeras, con población más abundante que la de Gibraltar, que en la práctica no son parte de España, entre otras cosas porque ni siquiera puede vivir –relacionarse, comprar, etc.– alguien que no hable inglés.

2º) No puede decirse lo mismo de los gobiernos británicos (ni de la población británica), que tienen un muy superior apego a su soberanía, como ponen de manifiesto cada dos por tres con sus constantes reticencias al proceso de construcción europea. Lo que a cada cual nos parezca ese agudo sentido británico de la soberanía estatal –yo hay veces que les diría que si no quieren pertenecer a la UE se vayan de una vez y dejen de dar la murga– tiene interés para otras discusiones, pero no para ésta: es así, y eso establece una diferencia importante entre los respectivos modos de abordar algunos problemas.

3º) Muchos de los argumentos que los gobiernos de Madrid utilizan para reclamar –siempre a efectos estéticos– la soberanía española sobre Gibraltar podrían ser esgrimidos por los gobiernos de Rabat –y de hecho suelen serlo– para exigir de España la devolución de los enclaves de Ceuta y Melilla.

4º) Los verdaderos problemas que plantea el estatus especial de Gibraltar son de otro género. Un problema, y grave, es el régimen jurídico del que gozan las firmas localizadas en su territorio, cuya opacidad y descontrol fiscal les permite servir de tapadera a toda suerte de negocios irregulares. De ese estatus especial propicio para los chanchullos, los negocios turbios y la evasión de impuestos, están sacando tajada bastantes firmas españolas, incluyendo muy importantes bancos. Otro problema no menor, que en parte es el mismo, lo constituye el contrabando, que las autoridades gibraltareñas hacen como que persiguen pero que en realidad toleran, porque constituye una de sus fuentes de ingreso más interesantes.

 

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Las peras de Del Olmo

Miércoles 4 de agosto de 2004

El juez Juan del Olmo, titular del Juzgado Central de Instrucción número 6, decidió anteayer aceptar los avales presentados por la representación legal de Iñaki Uria para cubrir la fianza que el propio juez había impuesto al consejero delegado de Euskaldunon Egunkaria, encarcelado desde hacía 19 meses. Tras comprobar la validez de los avales por 450.000 euros (75 millones de pesetas), Del Olmo decidió ponerlo en libertad provisional.

Es todo irregular.

Es irregular dictar el cierre cautelar de un diario, porque todo el mundo sabe, y la experiencia lo ha confirmado, que los cierres cautelares de periódicos son siempre irremediablemente definitivos. No pueden mantenerse meses y más meses sin ingresos. Los cierres cautelares suponen, en la práctica, condenas anticipadas, lo que viola muy elementales principios jurídicos.

La prisión preventiva tiene dos posibles finalidades jurídicas: evitar que el procesado se sustraiga a la acción de la justicia –o sea, que se escape– y/o impedir que interfiera la labor del juez instructor destruyendo o alterando las pruebas. Ninguna de las dos circunstancias amenazaba con producirse en el caso de Iñaki Uria. No más que en cualquier otro, por lo menos. En consecuencia, es irregular tanto el tiempo que Del Olmo lo ha mantenido en prisión preventiva (¡19 meses!) como la cantidad astronómica que le ha impuesto como fianza. Eso, sinceramente, más que una fianza parece un rescate.

En fin, y a expensas de un mejor conocimiento del sumario, que sigue todavía abierto –porque los jueces de la Audiencia Nacional no se caracterizan precisamente por su diligencia–, me resulta igualmente irregular y más que extraña la argumentación que –de creer las referencias de prensa, insisto– utiliza el juez para imputar a Uria el delito de pertenencia a ETA. Dice Del Olmo que tiene datos que demuestran que ETA vio con buenos ojos que Iñaki Uria fuera elegido consejero delegado de Euskaldunon Egunkaria. ¿Y qué, si fuera así? ¿Qué clase de delito comete alguien por el hecho de que otros lo vean bien? Es como si se confirmara que la Mafia ve con buenos ojos el papel de Del Olmo en la Audiencia Nacional. ¿Habría que procesarlo a él por mafioso?

Éste es un asunto que no hay por donde cogerlo. Sin mancharse, quiero decir.

 

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Koro Erdozia

Martes 3 de agosto de 2004

Hay amistades que se cimentan en un momento importante de la vida y quedan ya clavadas en nuestros sentimientos para siempre, sin necesidad de ningún trámite especial de renovación. Koro Erdozia Landa y yo tuvimos un trato tan constante y directísimo como limitado en el calendario: entre 1966 y 1970. Después ya sólo nos topamos de ciento en viento: apenas el tiempo de darnos un par de besos y hacer unas bromas. La última vez que nos vimos, la ocasión no era demasiado propicia para las chanzas –fue tras el entierro de mi madre–, pero también bromeamos.

Koro (o Mari Koro, o Koruko, como solíamos llamarla) fue una de las componentes principales del grupo de jóvenes militantes antifranquistas donostiarras que conseguimos reunir en 1977. Prima de Begoña, la madre de mi hija Ane, por el lado Landa –y de Empar Pineda por el lado Erdozia, si no me equivoco–, se reveló pronto como una mujer responsable, concienzuda, organizada y enormemente hábil para todas las tareas que exigían pericia técnica. Precisamente por eso, le encargamos de poner en marcha un par de imprentas clandestinas («laboratorios», en la jerga de la clandestinidad), tarea que asumió y realizó como si llevara toda la vida en esas lides.

Llegó a convertirse en un hábito: si queríamos que algo se hiciera con un cuidado especial, se lo encargábamos a ella. Nunca fallaba.

Quizá convenga aclarar que estoy hablando de un grupo de gente que o no llegaba o superaba en poco los 20 años. Casi unos críos. Todos sabíamos que si la Policía nos pillaba con las manos en la masa iríamos a la cárcel por un buen puñado de años (por propaganda ilegal y asociación ilícita, 6 años; en grado de dirigente, hasta 12. Cuando me pillaron, el fiscal pidió que se me condenara a 15). De ahí la importancia que tenía aplicar a rajatabla las medidas de seguridad y actuar con la cabeza bien fría. En ambos terrenos Koro respondía a la perfección.

Pero también éramos jóvenes y teníamos ganas de juerga, aunque no siempre se nos notara demasiado. Cuando nos dábamos tregua, aprovechando que no necesitábamos ninguna coartada especial para estar juntos –a fin de cuentas, éramos familia–, visitábamos algún pueblo en fiestas, o pasábamos la tarde en algún caserío jugando, comiendo o cantando, o nos íbamos de excursión y combinábamos lo útil con lo agradable aprovechando para inspeccionar puntos de la frontera que pudieran servirnos luego para ayudar a algún perseguido a pasar la muga y huir a Francia. (Por uno de esos puntos, en el Bidasoa, pasó al otro lado quien luego sería el marido de Koro, Agustín, que fue víctima de un error de cálculo: se le llevó a un punto por el que se suponía que cabía cruzar el río a pie y acabó viéndose obligado a pasarlo a nado.) En esas actividades festivas tampoco se quedaba atrás Koro, ni mucho menos. Si la cosa iba de juerga, también lo hacía a conciencia.

Han pasado muchos, muchísimos años, ya lo sé. Pero jamás he dejado en el olvido aquel tiempo tan especial, ni a quienes lo vivieron conmigo. ¡Me enseñaron tantas cosas! Muchas de ellas no relacionadas con la teoría, sino con el modo de vivir la vida. Con la capacidad para trabajar en grupo, con la ayuda necesaria entre quienes luchan por lo mismo, con el cariño y el respaldo mutuos en los malos momentos, con la búsqueda de satisfacciones que no toman el propio ombligo como centro del universo... Sin pretenderlo, Koro tuvo un papel clave en aquel aprendizaje mío.

Ahora, treintaitantos años después, Koro estaba al frente de SOS Racismo Gipuzkoa. Ayer leí en Indymedia Euskal Herria unas declaraciones suyas de finales de marzo pasado en las que comentaba las dificultades de la lucha contra las leyes hostiles a los inmigrantes. Seguía en la brecha. Y en ésas estaba cuando le surgió la enfermedad, que se desarrolló a la velocidad del rayo y la ha fulminado –a ella, siempre tan fuerte– cuando sólo tenía 58 años.

Lo dejo aquí. No acierto con las palabras. Sólo puedo deciros que siento una pena infinita.

 

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A estas alturas, inevitable

Lunes 2 de agosto de 2004

La Dirección General de Tráfico (*) apenas disimula su satisfacción: la «operación salida» de este año ha registrado bastantes menos muertos que la de 2003. La DGT insinúa que ese relativo éxito –ya sabe que no queda elegante festejar ninguna cifra de muertos– se debe a su insistente campaña de «concienciación» contra el exceso de velocidad.  Pero quienes seguimos con atención los problemas de la seguridad vial sabemos que la cifra mortal del fin de semana debe ser relativizada. Primero, porque la «operación salida» de este año ha durado un día menos que la anterior. Y segundo, porque las salidas y regresos masivos de vacaciones nunca son especialmente mortales. Son los desplazamientos cortos que se efectúan durante las vacaciones los que registran las tasas más altas de siniestros graves. Lo más probable es que, cuando se haga la contabilidad final del año, se compruebe que seguimos en las mismas, muerto arriba muerto abajo.

«¿Y qué crees tú que habría que hacer para resolver el problema?», me preguntará alguien.

No creo que quepa resolver el problema. Me consta que para afrontarlo a fondo habría que transformar la sociedad, tanto en el plano material como en el ideológico. Los poderes públicos deberían reorientar los sistemas de desplazamiento de la población, facilitándole un transporte público excelente en calidad y en cantidad y sometiendo al transporte privado a fuertes trabas y limitaciones. Pero un cambio material así sería imposible de no venir acompañado de un galopante desprestigio social del individualismo, hoy en día dueño y señor de los corazones.

Pero eso no es un plan para resolver los problemas del tráfico rodado, sino muchísimo más. Algo así sólo podría producirse dentro de una profundísima revolución cultural, ella a su vez imposible sin una previa revolución política y social.

De modo que vuelvo a lo de antes: imposible resolver el problema de los accidentes de tráfico.

¿Se podría paliar? O, mejor dicho, ¿podría hacerse algo que no esté haciéndose ya? A mí se me ocurren algunas medidas suplementarias que cabría tomar, aunque me imagino que resultarían muy impopulares. Pienso especialmente en la necesidad de prohibir la fabricación de coches, como algunos de los que están en venta ahora mismo, que son capaces de superar en más de 100 km./h. el máximo de velocidad a la que está permitido circular. ¿Qué sentido tiene que puedan correr a 240 km./h. si la velocidad máxima autorizada es de 120 km./h.? Del mismo modo, debería estar prohibida la fabricación de coches cuya estabilidad y solidez no están para nada en relación con las velocidades que pueden alcanzar. Hablo de esos utilitarios con chapa de papel de fumar y ligeros como plumas que van a 160 o 180 por hora, casi siempre con alguien muy joven al volante. En fin, habría que endurecer mucho más los controles de las ITV para evitar que circulen automóviles que están permanentemente en un tris de sufrir averías que pueden entrañar peligro. Si las estadísticas precisaran las marcas, los modelos y la antigüedad de los vehículos implicados en accidentes graves, se comprobaría que estoy hablando de algunos de los puntos más sensibles del problema.

Pero no me extrañaría nada que estas medidas que propongo también fueran imposibles. Porque provocarían la indignación de los fabricantes de automóviles, y los fabricantes de automóviles, que están entre los más importantes anunciantes de los medios de comunicación, presionarían sobre éstos para que pusieran en marcha sus maquinarias de movilización de la opinión pública. Los medios se encargarían de «demostrar» que esas medidas son inútiles –si es que no contraproducentes– y lograrían impedir que se pusieran en práctica.

Con lo que regresamos al comienzo: a estas alturas y con este tipo de sociedad, inevitable.

Quizá cualquier día de éstos aborde otros dos dramas estivales recurrentes: los muertos de las pateras y los incendios. Los razonamientos no serán muy distintos.

 

(*) Ya sé que el término correcto, en buen castellano, sería tránsito. Es el que emplean en América Latina. Pero en la Madre Patria optamos por barbarizarnos y aquí todo el mundo dice "tráfico", sustantivo que en tiempos se reservaba para la acción de traficar. La Real Academia, siempre tan suya, ha santificado esa acepción, así que mejor nos rendimos.

 

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La verdad es que...

Domingo 1 de agosto de 2004

Apunté hace un par de semanas algunos problemas provocados por la elefantiasis que padece el mercado español del periodismo deportivo. Uno está claro: no es nada fácil rellenar la gran cantidad de diarios deportivos, de secciones de deporte de los diarios de información general, de horas de programación especializada en las radios, en las televisiones llamadas generalistas y en los canales de TV que emiten vía satélite, varios de los cuales tienen carácter monográfico.

Esa realidad enloquece las relaciones entre la oferta y la demanda, incluyendo las de la oferta y la demanda de noticias. Como realmente no suceden todos los días tantas cosas de interés en el mundo del deporte, a los periodistas del ramo no les queda más remedio que exagerar la importancia de hechos o declaraciones que apenas la tienen. Lo cual se nota muy particularmente en épocas de sequía informativa, como ésta que vivimos ahora: como no hay competiciones futbolísticas de interés general, y el fútbol acapara normalmente el 90% de la atención del público y de los medios, se inventan lo que sea para rellenar todo el espacio y todo el tiempo que les sobra, que es mucho.

Uno de los medios de los que se valen con más frecuencia para alcanzar ese objetivo –matar el tiempo como sea– es perpetrar largas, interminables, eternas entrevistas a los protagonistas de las escasas noticias que hay.

Reconozco que con muchas de esas entrevistas me lo paso bomba. Suelen coincidir con las horas a las que me toca realizar en la cocina algunas tareas propias de mi sexo, y me las trago con deleite. Los pobres deportistas las pasan canutas, entre otras cosas porque los periodistas, empeñados en que la charla dure lo más posible, se adornan con preguntas tan concretas como: «¿Te encuentras bien?»,  «¿Cómo ves la nueva temporada?», «¿Tienes buenas sensaciones?» y otras generalidades por el estilo. Ellos, como disertar no es lo suyo –Valdanos excluidos– y además se ponen muy nerviosos en cuanto les plantan delante de la boca la alcachofa correspondiente, buscan refugio en todos los tópicos que les vienen a la memoria, combinándolos al azar. Así, el uno asegura que está dispuesto a «vaciarse», el otro amenaza con sacar «todo lo que tiene dentro» –nada que ver con vomitar, sin embargo–, el de más allá, que busca su beneficio personal como un fiera –por supuesto–, afirma que «lo importante es el equipo» y que él hará «lo que mande el míster»... Y así.

Ayer observé que hay una coletilla que ha alcanzado el máximo, el top en las declaraciones de los deportistas de todas las especialidades. Consiste en encabezar las respuestas, sea cual sea la pregunta, con el latiguillo «La verdad es que...». Anoche, mientras fregaba, me tragué una interminable entrevista con una atleta que se dispone a ir a los Juegos Olímpicos. Pues bien: la moza no sólo inició todas sus respuestas con el consabido «La verdad es que...», sino que lo introdujo además una y otra vez en el interior de sus balbuceos. Debió de soltar lo de «La verdad es que...» del orden de veinte o treinta veces. Pobrecilla.

¿Que tiene eso de malo? Que la población menos culta es mimética y repite todo lo que oye en los medios de comunicación. No he hecho aún la prueba, pero me juego lo que sea a que muchísima gente de la calle empieza ya todas sus frases con el consabido «La verdad es que...».

 

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Sin indicios de lo inverosímil

(y un aviso)

(Sábado 31 de julio de 2004)

Aviso. Como quiera que me encuentro de vacaciones, pero tengo trabajo

sobrado por hacer –del que me da de comer, se entiende–, voy a aminorar algo

el tiempo que dedico a los Apuntes del natural.

 Muestra de ello es este apunte de hoy, que copia el texto

que esta mañana me ha publicado El Mundo como columna.

Aviso igualmente de que durante todo el mes de agosto,

si bien leeré a diario el correo electrónico que me llegue,

 sólo contestaré a los recados urgentes.

 

Terminadas por esta temporada las sesiones de la Comisión parlamentaria sobre el 11-M, no creo que sus trabajos hayan influido sobre nadie hasta el punto de animarle a cambiar el signo de sus juicios previos. Cuantos teníamos claro que los de Aznar se aferraron a la tesis de la autoría de ETA por razones de pura supervivencia electoral seguimos convencidos de que fue eso exactamente lo que sucedió y quienes quisieron creer en la rectitud y sinceridad de la actuación del Gobierno del PP en aquellas terribles horas de marzo continúan pensando que los Aznar, Acebes, Zaplana y compañía cumplieron con su deber.

Me consta que las querencias ideológicas y políticas del personal condicionan sus entendederas. Los hay que odian al PSOE con tan negra bilis -melancolía, dicho en griego- que están dispuestos a dar por buenas las acusaciones más disparatadas y desprovistas de fundamento, con tal de que perjudiquen al partido de sus furores. Lo mismo pero al revés puede decirse de muchísimos enemigos jurados del PP: que admiten cualquier imputación que se dirija contra los jefes de ese partido, por muy traída por los pelos que resulte. Lo sé. Pero, con todo y con eso, no deja de asombrarme la capacidad que tienen algunos para cerrar los ojos a la realidad, incluso a la más llamativa, cuando lo que ven no les conviene. Como en la sentencia atribuida a Hegel: «Si los hechos me contradicen, peor para los hechos».

Es obvio que la versión oficial de los atentados del 11-M -la que la mayoría parlamentaria da por buena- deja sin aclarar o aporta explicaciones insatisfactorias de diversos aspectos de importancia. Pero apoyarse en las insuficiencias de una investigación que aún no ha concluido para conceder carta de naturaleza a la hipótesis de que la «autoría intelectual» de los atentados corresponde a ETA supone descender bastante por debajo de los límites mínimos de la racionalidad.

Ya sé que les vendría tan bien que ETA hubiera tenido algo que ver en el 11-M como mal les viene que haya sido obra de un comando islamista. Pero es patético su empeño en sustituir la realidad con sus deseos. Saben que la Policía no ha encontrado hasta ahora nada que invite a apuntar en esa dirección, por más que los presuntos autores de los atentados fueran dejando tras de sí un reguero de llamadas telefónicas detectadas y de agendas bien nutridas. De acuerdo en que nunca conviene descartar ninguna hipótesis, pero no es inteligente desconfiar de lo que se sabe en nombre de las infinitas posibilidades de lo que cabe elucubrar.

Trato de imaginarme a ETA subcontratando a un comando islamista que, una vez cogido en falta, se suicida. Si me dijeran que tienen pruebas de que es eso lo que ocurrió, exigiría que me las enseñaran.

Como para aceptarlo cuando ni siquiera hay indicios.

 

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Debates con numerito

(Viernes 30 de julio de 2004)

El Forum de Barcelona acogió el martes pasado un debate entre –eso dijeron– «periodistas vascos». Los encargados de la cosa reunieron a Pedro García Larragán (Radio Euskadi), José Félix Azurmendi (ETB), Marxelo Otamendi (Berria), Gorka Landaburu (Grupo 16), Isabel San Sebastián (El Mundo, etc.) y José María Calleja (Canal +, etc.).

ETB emitió el miércoles por la noche la grabación del debate, pero no pude verlo. Vi una selección de momentos estelares que nos pusieron durante el coloquio del programa Pásalo, el propio miércoles por la tarde. También escuché por radio varios fragmentos y leí algunas reseñas de Prensa.

Por lo que entendí, el primer incidente se produjo cuando Pedro García Larragán se permitió aludir al hecho de que José María Calleja vive desde hace años fuera de Euskadi. Parece que eso indignó al propio Calleja y a Isabel San Sebastián. Ignoro por qué. No atribuyo a la condición de vasco ninguna virtud ni mérito especial, pero no por ello creo que haya que considerar vasco a todo el mundo, incluso aunque no lo pretenda. Calleja es del Bierzo –eso creo que me dijo él mismo– y reside en Madrid desde hace la intemerata. El hecho de haber pasado unos años en Euskadi no le convierte en vasco –no más que a mí en francés mi prolongada estadía en Francia–, y aquello se suponía que era un coloquio entre periodistas vascos, no entre periodistas con alguna experiencia o conocimiento de la política vasca. (De ser esto último lo pretendido, habrían podido meter allí a cualquier columnista o contertulio de la radio madrileña, porque no conozco ni uno solo que no se crea experto en Euskadi.)

De todos modos, la mayor equivocación de los organizadores al meter a Calleja no vino por ese lado. Su error principal fue incluir en el debate a alguien que va por la vida de provocador profesional y que es ontológicamente incapaz de dialogar sobre nada que tenga que ver con Euskadi. Porque doy por supuesto que el objetivo del debate era dialogar.

A Calleja sólo lo invitan quienes quieren que monte su numerito, que es siempre el mismo y que lo monta venga o no a cuento. El martes en concreto no venía a cuento, pero él lo montó, acusando a Marxelo Otamendi de ser de ETA. Así, sin más. Y cuando le afearon que lanzara acusaciones de tal envergadura sin base alguna, respondió que a él también le han acusado de muchas cosas sin pruebas.

Obsérvese el nivel intelectual: como se considera injustamente acusado, se ve con derecho a acusar injustamente.

Pero, insisto: se limitó a comportarse a su modo. Del único que sabe. Si los responsables del Forum hubieran querido organizar un debate de argumentos, en el que no cupieran los insultos, habrían limitado la invitación a periodistas habituados a servirse tan solo de argumentos, prescindiendo de los improperios. Al modo de Gorka Landaburu, que tiene infinitas más razones que Calleja para la visceralidad, puesto que fue víctima de un atentado tan cruel como estúpido de ETA, por culpa del cual no puede servirse de sus manos ni para las funciones más elementales.

Invitaron a Calleja y estuvieron a punto de que el debate se les fuera al carajo.

No, no creo que la iniciativa del Forum de Barcelona fuera tan positiva como se ha dicho. Tuvo aspectos positivos, sin duda, pero los organizadores se dejaron arrastrar también en parte por el deseo de hacerse notar por la vía del escándalo.

Dicho lo cual, me parece desproporcionado el interés que algunos medios han mostrado por ese debate. Por lo que me han dicho no sólo algunos de los que lo vieron íntegro, sino también algunos de los que participaron en él, tampoco dio para mucho.

 

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