[Del 26 de noviembre al 2 de diciembre de 2004]

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Aguirre y Lecube

(Jueves 2 de diciembre de 2004)

Hoy por la mañana se presenta en Bilbao la reedición de De Guernica a Nueva York pasando por Berlín. Como director de Foca, la colección editorial que ha asumido la reedición de la obra del primer lehendakari del Gobierno Vasco, me tocará participar en el acto, cuyo contenido fundamental será un parlamento del actual lehendakari, Juan José Ibarretxe. Escribo estas líneas desde una habitación del hotel Carlton, que es donde va a tener lugar la presentación y que es el sitio donde tuvo su sede el Gobierno de Aguirre durante el poco tiempo que pudo sobrevivir en Euskadi desde la aprobación del Estatuto, en octubre de 1936.

De Guernica... (escrito con esa grafía, lo mismo que los apellidos del autor, porque así los escribió él) es una obra muy interesante, que relata la peripecia rocambolesca por la que atravesó Aguirre hasta instalarse legalmente en el exilio. Es eso, pero es también el retrato del político que fue Aguirre quien, tanto en su papel de lehendakari del Gobierno como en el de presidente del Euskadi Buru Batzar (es decir, la Ejecutiva Nacional) del PNV, revolucionó el mundo del nacionalismo vasco.

En mi criterio, Aguirre metió al PNV por varias sendas nuevas, esencialmente distintas de las marcadas por el fundador del partido, Sabino Arana Goiri. En primer lugar, extendió la atribución de la nacionalidad vasca a todos los ciudadanos y ciudadanas de Euskadi, con independencia de su origen geográfico y del de sus ancestros. En segundo lugar, y al margen de sus propias convicciones religiosas, dio un importante impulso al laicismo dentro del nacionalismo vasco, en la línea por la que llevaban abogando ya desde algunos años antes los militantes de Acción Nacionalista Vasca (ANV). En tercer lugar, fue partidario de la colaboración con las fuerzas republicanas españolas, cosa que no habían hecho sus antecesores, lo que les llevó a distanciarse de la lucha por la instauración de la República y a aliarse en varias ocasiones con los reaccionarios carlistas. En fin, no tuvo ningún inconveniente en trabajar codo con codo con comunistas y anarquistas, pese a las proclamas internacionalistas –a veces ingenuamente internacionalistas– de los unos y los otros.

Cada una de esas opciones suyas le trajo problemas internos, algunos de ellos bastante graves.

El personaje tuvo sus grandes luces, pero también sus sombras. Una de ellas, que también daría con el tiempo no pocos quebraderos de cabeza, fue la colaboración de la estructura clandestina del PNV –lo que en la jerga interna denominan los Servicios– con la CIA y el MI6 británico. Esa colaboración, más o menos comprensible durante la II Guerra Mundial, se convirtió luego en una pesada carga, porque la CIA animaba al PNV a sumarse a la lucha contra el comunismo mundial y, en consecuencia, a dejar tranquilo a Franco, aliado en esa lucha. Esa colaboración, a la que algunos dirigentes nacionalistas se opusieron (Juan Ajuriaguerra, en especial), está en el origen de importantes crisis del PNV, algunas de ellas arrastradas hasta los años 70 y 80 del pasado siglo.

En resumen: que el personaje vale la pena, lo mismo que el libro. Aunque, como editor, me esté mal decirlo.

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Catch

(Miércoles 1 de diciembre de 2004)

El Gobierno de Rodríguez Zapatero remueve el agua para que se forme espuma y no se vea lo contaminadas que están las aguas que circulan por debajo. La oposición mayoritaria del PP –¿mayoritaria o única?– agita también el agua para hacer como que hace y disimular que no tiene nada que decir sobre buena parte de lo esencial, porque su política y la del PSOE, vistas en sus rasgos fundamentales, se parecen como una directiva de Bruselas a otra directiva de Bruselas.

La actualidad noticiada está llena de asuntos de poco fuste, cuando no de ninguno. Que si Bono ha ido a una cafetería del centro de Madrid a disculparse por la bronca que montó un sargento al que se le ocurrió hacer un absurdo simulacro. Pues qué bien. Que si Moratinos insiste en que el Gobierno de Aznar estuvo del lado de los golpistas anti-Chávez  hasta que no le quedó más remedio. Y qué; ya lo sabíamos. Profundice un rato en las relaciones entre Felipe González y Carlos Andrés Pérez y verá qué risa. Que si el Gobierno le pide a la jerarquía católica que se atenga a los hechos y no denuncie proyectos de ampliación de la ley del aborto y de legalización de la eutanasia porque no hay tales. Ah, pues qué mal: estaría mucho mejor que los hubiera. Cháchara. «Words, words, words», que decía el chico de Stanford-on-Avon (*).

Los jefes del PP montan unos pollos ridículos en el Congreso y hacen declaraciones tan peregrinas como la que publica hoy la prensa: dicen que la Comisión Parlamentaria del 11-M debe seguir hasta que se sepa «toda la verdad». Pero una afirmación así sólo puede hacerla con fundamento alguien que ya conoce «toda la verdad». Y si el PP la conoce, ¿por qué no nos la revela, acompañándola de las pruebas pertinentes? Lo que en realidad están diciendo es: que siga el circo y que se hable de mis especulaciones, tan interesadas como carentes de base, porque así voy manteniendo la tensión y parezco algo.

Porque ése es el asunto: los dos partidos muestran idéntico interés en mantener una tensión muy aparatosa, pero en buena medida artificial y, sobre todo, insustancial. Me recuerdan a las peleas de catch que veía de niño en la televisión francesa –no sé si las seguirán retransmitiendo– en las que cuatro tipos enormes fingían darse los golpes más terribles y en realidad no se hacían ningún daño.

En eso se está convirtiendo la política: en peleas de catch tan espectaculares como inocuas.

 

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(*) No fue el único. Siguiendo su estela, Pete Seeger escribió en 1967 una hermosísima –y muy melancólica– canción, cuya letra, para uso de conocedores de la lengua inglesa, decía lo que sigue:

 

WORDS, WORDS, WORDS

Words, words, words
In my old Bible
How much of truth remains?
If I only understood them,
While my lips pronounced them,
Would not my life be changed?

Words, words, words
In Tom's old Declaration
How much of truth remains?
If I only understood them,
While my lips pronounced them,
Would not my life be changed?

Words, words, words
In my old songs and stories
How much of truth remains?
If I only understood them,
While my lips pronounced them,
Would not my life be changed?

Words, words, words
On cracked old pages
How much of truth remains?
If my mind could understand them,
And if my life pronounced them,
Would not this world be changed?

Words and Music by Pete Seeger (1967)

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El color del cristal

(Martes 30 de noviembre de 2004)

Tras tragarme el discurso inicial y buena parte de las posteriores respuestas que proporcionó ayer José María Aznar durante su asistencia a la Comisión Parlamentaria del 11-M (por cierto: ¿por qué es obligatorio llamar a eso «comparecencia»?), mi resumen final fue que no sólo no había logrado enterarme de nada que no supiera ya sobre lo sucedido entre el 11 y el 14 de marzo, sino que tampoco había conseguido enterarme de nada nuevo sobre Aznar.

Por mucho que el careo se prolongara –y cuidado que se prolongó–, aquello era todo el rato más de lo mismo. O eso me pareció.

Pero puede que no fuera así. Porque luego estuve escuchando los comentarios radiofónicos sobre la sesión parlamentaria y descubrí que otros habían visto y oído montones de cosas de las que yo ni me había enterado. Cosas, además, totalmente contradictorias entre sí: Aznar había estado brillante, Aznar había estado aburrido, Aznar había dado a sus oponentes una paliza total, Aznar no había acertado a responder a ninguna pregunta clave, Aznar capeó con estoicismo las impertinencias más intolerables, Aznar fue acorralado por algunos parlamentarios que lograron forzarlo a evidenciar su soberbia... Y así todo.

Confirmé de ese modo algo que no por sabido me resulta menos preocupante: la gente no ve sino lo que quiere ver. Pero eso no es lo peor. Lo peor es que cree que lo que ve es la realidad completa, compacta, perfecta y sin fisuras.

Antes de que se iniciara la sesión parlamentaria, de buena mañana, oí a otro comentarista radiofónico afirmar no sólo muy serio, sino incluso muy crispado, que la tesis de que el atentado del 11-M fue obra de Al Qaeda «ya no se le cree ni el PSOE». Me pareció un caso fascinante de subjetivismo: no sólo confundía sus propias ideas fijas con la realidad, sino que daba por seguro que los demás también participamos de sus ideas fijas, sólo que las disimulamos.

Es curioso el juego que se monta entre los comentaristas políticos y el gran público. «Me gusta mucho lo que dice usted», me dijo el otro día una señora muy simpática después de una conferencia. «Eso va a ser porque confirma lo que piensa usted», le respondí bromeando.

A mí no me interesa demasiado que me confirmen lo que ya había pensado por mi cuenta. Me gusta más enterarme de cómo ven otros la realidad. Así, haciendo acopio de piezas diferentes, trato de completar el rompecabezas que representa la vida real.

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Otro que se va

(Lunes 29 de noviembre de 2004)

Cuenta hoy García Abadillo en El Mundo que Baltasar Garzón va a solicitar una excedencia para colgar la toga y marchar a Estados Unidos a dar clases. Parece que las gestiones del apaño se las ha hecho gente del grupo Prisa con influencias en las Américas y que su marcha tendrá lugar en la primavera del año que viene.

Hace tiempo que se contaba en los mentideros capitalinos que Garzón ha sufrido una decepción muy grande tras la llegada del nuevo Gobierno. Una vez frustrada su aspiración a presidir la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional –su candidatura no obtuvo el respaldo de la mayoría de los miembros del Consejo General del Poder Judicial–, el juez estrella por antonomasia confiaba en que Rodríguez Zapatero lo nombraría para un cargo de campanillas. Una vez más, le perdió la petulancia: no contó con que hay muchos dirigentes del PSOE que desconfían de los extremos a los que puede llegar por culpa de su ambición y sus ganas de figurar. No sé si entre esos dirigentes se contará el ministro de Defensa, José Bono, que lo apadrinó en su primera incursión en la política profesional y que posiblemente saldría escaldado de la experiencia; sí tengo noticia, en cambio, del claro desafecto que le profesa el actual ministro del Interior, José Antonio Alonso, lo cual ya habría sido suficiente foso para impedir que pudiera reemprender su carrera política, esta vez como gran coordinador de la lucha antiterrorista, que era el puesto al que aspiraba.

Garzón se considera un hombre más bien de izquierdas, y no poca gente tiene esa imagen de él, sobre todo por su participación en el intento de extradición de Pinochet. Yo, que lo traté en tiempos, siempre he pensado que no cuenta ni con la preparación ni con las convicciones políticas necesarias como para asignarle una ideología deliberada. Pero, al margen de eso, lo decisivo es que el último tramo de su carrera judicial lo ha hecho de la mano del PP. Fue el juez de Mayor Oreja, no sólo en el terreno práctico, sino también en el doctrinal: dio una cobertura judicial clave a la política del tándem Aznar-Mayor en relación a Euskadi, contribuyendo a amalgamar y criminalizar conjuntamente el nacionalismo y el terrorismo. Ésa es la marca de fábrica que lleva encima.

Ahora, tras la derrota del PP el 14-M, los principales artífices de aquella política van emprendiendo la huida uno tras otro. Aznar no para de volar –aunque se repare en él sobre todo por sus escalas en Georgetown– y Mayor Oreja, con el inevitable Iturgaiz del brazo, se ha instalado en Estrasburgo. Quedaba Garzón. Se va también.

Es síntoma de que algo está cambiando. ¿Resulta esperanzador? Depende de la palabra en la que pongamos el acento. Si nos fijamos en que la realidad se mueve, cabe alegrarse. Si reparamos en la velocidad de tortuga a la que lo hace, hay motivos para seguir desesperando.

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Madrid, 2012

(Domingo 28 de noviembre de 2004)

Siento una sensación de profunda extrañeza –me temo que la alienación es eso, literalmente hablando– cuando oigo a Josep Lluís Carod-Rovira decir que Madrid no está en condiciones de organizar los Juegos Olímpicos de 2012.

Las preguntas se me agolpan: ¿qué es Madrid, amén de un espacio físico (que, como tal, no puede organizar nada)? ¿Es bueno estar en condiciones de organizar unos Juegos Olímpicos? ¿Es bueno organizar unos Juegos Olímpicos? ¿Es interesante organizar los Juegos Olímpicos de 2012, en concreto? De ser interesante, ¿para quién lo es y para quién, eventualmente, no?

Yo, que soy madrileño (y donostiarra, y alicantino, y cántabro: depende de los días), no tengo nada claro que a mi lado madrileño le convenga que en 2012 se perpetren unos Juegos Olímpicos en Madrid. Seguro que provoca muchas obras, y mucho follón, y mucha especulación, y mucha Esperanza Aguirre.

Anoche me tocó ir al centro de Madrid en coche. ¿Por qué en coche? Porque cuando luego te toca regresar a casa, allá por las 4 de la madrugada, y estás en la Plaza de Alonso Martínez, si no llevas revólver no logras coger un taxi ni de coña. Bien, pues la ida fue épica: no hubo modo de recorrer 100 metros sin hacer picnic en tres atascos.

Desde ese punto de vista experimental concreto, ¿saldré ganando o perdiendo de haber unos Juegos Olímpicos de por medio?

Claro que hay una pregunta previa: ¿llegaré a 2012?

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Selecciones nacionales

(Sábado 27 de noviembre de 2004)

En materia ideológica, Rodríguez Zapatero navega a la deriva. Como persona de convicciones vaporosas, definidas en poco más que la ambición de mando, va diciendo y haciendo sobre la marcha lo que él cree que mejor le conviene, aunque lo de hoy se dé de patadas con lo de ayer y lo de mañana acabe siendo una tercera cosa no menos diferente.

El episodio del valenciano fue ejemplar. En el plazo de pocos días, su Gobierno dijo cada cosa y su contrario.

Lo de las selecciones deportivas nacionales amenaza con ser más de lo mismo. Todavía está fresca la tinta de los periódicos que recogieron su intervención en el Senado, en la que criticó el esencialismo nacional del PP por retrógrado (acusación muy acertada) y por caduco (diagnóstico lamentablemente falso). Fue el suyo un discurso orientado en una dirección positiva, tratándose del secretario general del PSOE y presidente del Gobierno, pero tan inconsistente como todo lo suyo: pretendió que el concepto de «nacionalidad» fue un ingenioso invento de los constituyentes españoles de 1978, cuando lo cierto es que tenía para aquel entonces muchos decenios de conflictiva existencia (aunque a veces también venturosa, como podrían atestiguar varios estados del norte de Europa). Bueno, pues apenas dicho que en España conviven varios pueblos, que unos llaman nacionalidades y otros naciones, y que qué más da, instruye a sus colaboradores para que traten de impedir que Cataluña pueda ver reconocida a escala internacional su propia selección nacional de hockey sobre patines, como si fuera de los que creen que, de producirse tal cosa, quedaría gravemente dañada la esencia de España.

Que el registrador de la propiedad Mariano Rajoy (*) sostenga que algo así no puede ser, porque en las justas deportivas internacionales sólo participan los estados, está en el orden natural de las cosas: algo tiene que decir para defender su chiringo, aunque él sepa perfectamente que en las competiciones internacionales de fútbol participan Escocia, Gales, Irlanda del Norte y hasta las Islas Feroe, que no son estados. Pero que alguien que perora contra los esencialismos nacionales conspire para impedir que una colectividad que él mismo ha admitido que puede considerarse nación pueda participar en un campeonato inter-nacional (porque así los llaman: internacionales, no interestatales), es de coña.

Pero que no desesperen los partidarios de que la federación nacional catalana de hockey sea admitida como miembro de pleno derecho a escala mundial: en cuanto Zapatero necesite los votos de Esquerra Republicana para conseguir que el Parlamento de Madrid apruebe algo importante, podrán volver a plantear su demanda. Y es muy probable que entonces cuente no ya sólo con la neutralidad, sino incluso con el apoyo del Gobierno de Madrid.

 

(*) Llamo a Mariano Rajoy «registrador de la propiedad» y no «presidente del Partido Popular» tras constatar que él prefiere citar a las personas por su profesión de origen. Lo supe el otro día, cuando comprobé que se refería sistemáticamente a Hugo Chávez llamándolo «el coronel Chávez» y nunca «el presidente Chávez». Pues yo haré lo mismo, para que no se moleste.

 

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Cosas que son verdad

(Viernes 26 de noviembre de 2004)

De todos los argumentos utilizados en defensa de Miguel Ángel Moratinos y sus declaraciones sobre la actuación del Gobierno de Aznar durante la intentona golpista de Venezuela, el que menos me vale es el que insiste en que lo dicho por el ministro es verdad.

Qué tendrá que ver.

No dudo de ello. Por todos los datos que salieron a la luz durante aquellos días de aguda crisis, era evidente que el entonces presidente Aznar se habría dado con un canto en los dientes con tal de que triunfaran los golpistas. En realidad, se dio con un canto en los dientes: se puso en evidencia de la manera más escandalosa. Pero la operación les salió mal. A él, a su amigo Bush y a todos los que alentaron de un modo o de otro la aventura.

A todos, digo. También se comprometieron en aquel golpe frustrado no pocas fuerzas de la Internacional Socialista y algunos influyentes aliados mediáticos del propio PSOE. Fue una conjunción de poderosos de muy diversa laya. En este periódico salió publicado, meses antes de aquel intento golpista, que el diputado socialista madrileño Eduardo Tamayo, aún no entregado a los placeres del transfuguismo, había estado en Venezuela conspirando como una fiera contra Chávez en nombre del PSOE. 

Que lo dicho por Moratinos sobre el Gobierno del PP y Venezuela responda a la verdad carece de la más mínima importancia. El ministro tiene constancia a diario de toneladas de verdades, tan graves o aún más graves que ésa, y se las calla con muchísima prudencia.

Por ejemplo: como experto que es en la realidad del Oriente Medio, sabe que algunos dirigentes del Estado de Israel –empezando por Ariel Sharon, al que él mismo trata cual si de un querube se tratara– son criminales de guerra, amén de ladrones. Pero se cuida de decirlo. ¡Y las cosas que no sabrá de George Bush! O del rey de Marruecos –al que alguien cuyo nombre no recuerdo ahora mismo llama «mi hermano»–, que se monta toda suerte de tropelías en el Sahara ex español con armas neo españolas. O de las maravillas que hacen los ex colonos franceses por Costa de Marfil y otros pagos. Y de cómo están realmente las cosas en Afganistán, en donde el Ejército español tiene tropas de apoyo.

Si son realidades que conocemos incluso los que sólo nos enteramos de lo que pasa por ahí a través de lo que oímos, vemos y leemos en los medios de comunicación, ¿cómo podría no sabérselas de memoria el ministro español de Exteriores, que las tiene todo el día delante de las narices, «en vivo y en directo», como aquel que dice?

Pero se hace el longuis. Sólo lanza imputaciones cuando cree que puede sacar rentabilidad política de ellas.

Las podría soltar en tropel y en todas las direcciones, sin miedo a equivocarse. No veo qué pueda tener de especial que alguien que vive en una cochiquera acierte a señalar a un cerdo cuando se decide a levantar el índice. 

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Disculpas.– Pido disculpas a las muchas personas que me han escrito durante estos días y a las que no he respondido.

Se ha producido una desdichada conjunción de problemas. Primero: he estado de viaje y liadísimo, lo que no me ha permitido atender el correo sobre la marcha. Segundo (y derivado del hecho mismo de estar de viaje),  lo poco que he escrito lo he hecho en el ordenador portátil, como es lógico. Pero mi ordenador portátil (lo que ya no es tan lógico) ha decidido tener algunas dificultades técnicas. Se desconfiguró el módem, un par de programas entraron en conflicto... En fin, cosas de ésas. Cuando regresé a casa y quise rebotar el correo del portátil al fijo, parece que hubo bastantes mensajes que se esfumaron, quién sabe por qué.

En tercer lugar, y por antipático que me resulte, he de dejar constancia de que recibo a diario una cantidad de correo que me excede mucho. Muchísimo. Incluso aunque contara con alguien que me ayudara en las labores de secretaría, estaríamos hasta el cuello. Ambos. Pero estoy solo. A lo cual hay que añadir el maldito spam, que también absorbe no poco trabajo, porque hay que separar el trigo de la paja, etcétera.

El resultado de todas estas circunstancias reunidas es que hay bastantes misivas a las que me habría gustado contestar, así fuera sólo por mera educación, pero que me quedaré con las ganas. En unos casos porque no tengo tiempo para hacerlo y en otros porque, sencillamente, he perdido los mensajes. Recuerdo en especial un par de amables invitaciones, que no encuentro por ningún lado, en las que me preguntaban por la posibilidad de que fuera a los respectivos puntos de residencia de los remitentes a conferenciar sobre asuntos varios. No creo que pueda ir a ningún lado en los dos o tres próximos meses, pero si quienes me hicieron esas invitaciones quieren volver a escribirme, por lo menos les responderé.

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