[Del 3 al 9 de diciembre de 2004]

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Las angulas del hambre

(Jueves 9 de diciembre de 2004)

Hay una publicidad de una ONG que pide a la gente que le dé dinero porque ella lo utilizará «sin intereses políticos».

Pues qué mal.

Qué mal, para empezar, que los dirigentes de esa ONG –y los de algunas más– alienten la idea de que en el mundo de la política priman obligatoriamente intereses sectarios, particulares, turbios.

¿Qué concepción de la política asumen? Todos hacemos política, si por tal entendemos lo que la política es realmente. Todos aportamos algo al desarrollo de la vida colectiva. También los que se quedan al margen: ellos aportan su complicidad implícita con lo existente. Muchos tenemos intereses políticos que identificamos con los intereses de la mayoría de los habitantes de esta polis global que es hoy en día la Humanidad. ¿Qué tienen de malo nuestros intereses políticos?

Los dirigentes de esa ONG –y los de algunas más– lo que hacen es apuntarse a la idea topiquera, ramplona e inducida que se hace de la política buena parte de la ciudadanía, que la ve, en primer lugar, como una actividad que permite a algunos desenvueltos vivir a lo grande a costa del contribuyente y, en segundo lugar, como una profesión especialmente dada a la corrupción y al chalaneo sin principios.

Políticos de ésos hay no pocos –sabido es que la nave del Estado es la única embarcación que hace más fácilmente agua por arriba que por abajo–, pero gente de ese género, en sociedades como la nuestra, se la encuentra uno en todos los gremios: entre los periodistas, entre los ingenieros, entre los arquitectos, entre los obispos... y entre los dirigentes de más de una ONG, algunas de las cuales reciben subvenciones oficiales de tal monto que resulta una humorada que se pretendan «no gubernamentales» y que finjan pudoroso rechazo hacia quienes viven a cuenta –o a cuento– del erario.

Cualquier ONG importante, de ésas que tienen oficinas en España y delegaciones por los cinco continentes, cuenta con un muy sólido aparato burocrático, cuyos integrantes se sustentan gracias a los fondos que reciben de los poderes públicos, amén de las aportaciones de bastante gente bienintencionada. Me sé de algunos que llevan viviendo desde hace sus buenas dos décadas de lo que ellos siguen presentando como si fuera un voluntariado desinteresado.

¿Que hay muchos trabajadores fijos de organizaciones no gubernamentales que son perfectamente honorables? Doy por hecho que sí. Pero viven de eso, igual que los políticos profesionales. Conviene que lo admitan y que no traten de hacernos creer que cada euro que reciben llega impoluto a sus pobres destinatarios. Porque todos sabemos que una parte sustancial de ese dinero se queda en sueldos, y en alquileres, y en viajes, y en publicaciones, y en comidas.

Y es que, dicho sea remedando una chanza muy oída en la profesión periodística: es increíble la cantidad de angulas que tienen que comer algunos para conseguir la necesaria solidaridad con los que pasan hambre.

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Con hache

(Miércoles 8 de diciembre de 2004)

Andaba yo anoche cabizbajo por las calles de Riópar, cerca del nacimiento del río Mundo, en las montañas del sur de Albacete –cabizbajo no por ningún estado de ánimo especial, sino tan sólo porque trataba de no resbalar con el manto de hojas que el Ayuntamiento local no barre de las calles, quizá para dar trabajo a los servicios sanitarios castellano-manchegos– y me preguntaba sobre qué asunto decisivo para la Humanidad habría de escribir hoy. ¿Tal vez sobre la revelación póstuma de Diana de Gales, que reconoce en una filmación, tipo Sexo, mentiras y cintas de vídeo, que estuvo enamorada locamente –debería haber dicho «tontamente», pero la pobre chica no era muy dada a la autocrítica– de un guardaespaldas suyo, de nombre Barry Mannakee? ¿Quizá sobre el hecho de que un afamado museo de figuras de cera de la City haya decidido inspirarse en las figuras de Beckham y su señora para hacer una ingeniosa reproducción de San José y la Vírgen María, con Blair, Bush y el Duque de Edimburgo en el papel de Magos?

En ésas estaba cuando entré en un bareto a aliviar mis entrañas y tomarme un algo, lo que me proporcionó la ocasión de captar una conversación de cuatro adolescentes que hojeaban el periódico.

–¿Qué quiere decir «hampa»? –preguntó una de las chicas.

–Asociación de Madres y Padres de Alumnos –respondió un chico.

–Con hache –dijo ella–. Hache, a, eme, pe, a.

–¿Con hache? Ni idea.

Los otros se declararon en las mismas.

–Lee la frase entera –se interesó otro.

–«...Se relacionaba con gente marginal y del hampa».

–Pues ya está –dijo el primero–: se ve que «hampa» quiere decir «marginal».

Acababa yo de leer no sé qué sobre el nivel cultural de los chavales españoles, que según un afamado organismo internacional es comparativamente muy flojillo. Aseguran que son particularmente torpes en lectura. Pero la escena me demostró que no hay realmente ninguna razón para preocuparse.

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La Constitución y la Historia

(Martes 7 de diciembre de 2004)

¡La que se les ha venido encima a los partidos nacionalistas de la vieja Galeusca por no haber asistido a los actos de rememoranza del voto de la Constitución! ¡Pero si hasta los han comparado con ETA, recurriendo al argumento demagógico según el cual «pretenden lo mismo por diferentes métodos»! Primero, que no pretenden lo mismo: los modelos sociales que figuran en sus respectivos programas son muy divergentes y, en no pocos aspectos, antagónicos. Y segundo, que lo esencial del problema está precisamente en la cosa de «los diferentes métodos».

O, si no, que acepten que los demás, en justa correspondencia, afirmemos que ellos, los entusiastas propagandistas de la unidad indisoluble de la nación española, pretenden lo mismo que los secuestradores de Marey, los asesinos de García Gonea y los enterradores en cal viva de Lasa y Zabala... «sólo» que por distintos métodos.

La actitud de los partidos nacionalistas vascos, ERC y BNG es tan antigua como la propia Constitución Española. Algunos parecen haber olvidado que incluso, en el caso de Euskadi, la mayoría de la población no dio respaldo al texto constitucional, de modo que se ve mal qué podrían celebrar sus representantes.

Hacen trampa. Cuando elogian la Constitución con encendidos ditirambos, como hizo ayer el presidente del Congreso de los Diputados, se fijan en exclusiva en el reconocimiento que esa ley fundamental hace de los derechos y libertades de la ciudadanía. Tal como presentan la cuestión, se diría que quien no aplaude todos y cada uno de los artículos que componen la llamada Carta Magna es enemigo de los derechos civiles y de las libertades democráticas. Se olvidan que la Constitución no sólo sanciona esos derechos y esas libertades; también coloca en los altares otros derechos, incluyendo el de las Fuerzas Armadas a intervenir para garantizar opciones políticas que deberían considerarse, como todas, sujetas a la libre determinación de las gentes.

Quienes tienen conocimiento y memoria saben que ese extremo no se decidió tras arduo debate entre los parlamentarios constituyentes, sino que llegó a las Cortes ya escrito. Y que el portador del texto ajeno se limitó a decir: «Esto es lo que hay», dando a entender que, si no se aceptaba, en alguna Brunete nada mediática podían empezar a oírse los motores de los tanques.

Así que menos cuento.

La más chirriante de las paradojas surge cuando se recuerda –yo lo recuerdo, al menos– que esos partidos que no acuden a celebrar la Constitución y que son mirados con desconfianza por el actual establishment fueron de los que más hicieron –y más pagaron– por defender las libertades en tiempos de la dictadura franquista, mientras que muchos de los que ahora los anatematizan no movieron un dedo en pro de los derechos civiles o, incluso, militaron en las filas de quienes los aplastaban.

Así se escribe la Historia. Que, como es bien sabido, siempre la escriben los vencedores.

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Derrotismo

(Lunes 6 de diciembre de 2004)

–¿Y quieres que pierda España, aunque sea frente a Estados Unidos?

Era ayer por la mañana y mi buen amigo Gervasio Guzmán es que ni se lo creía.

–Sí –le contesté–. Y, además, si venciera Carles Moyà, no ganaría «España» frente a «Estados Unidos». No tienes más que ver cómo viste, cómo se mueve, su modo de hablar, para comprobar que ese mocetón es un producto típicamente colonial. Está colonizado hasta la médula. Tendrá el pasaporte que sea, pero es estadounidense en cuerpo y alma.

No es que ese aspecto de la cuestión me importara gran cosa, pero tampoco quería dejarlo pasar por alto, más que nada por señalar las contradicciones de eso que el profesor Aznar, de la Universidad de Georgetown, llama «el antiamericanismo primario».

De todos modos, mi afán derrotista no iba por el lado del hecho diferencial español. Mi problema es que acababa de contemplar las anonadantes consecuencias de la victoria de la Selección Española de Fútbol-Sala en el Campeonato del Mundo de la especialidad y tenía un perfecto hartazgo de patriotería autosatisfecha. Me veía venir una segunda ración de lo mismo, corregida y aumentada.

Que es lo que acabó viniéndome pocas horas después por tierra, mar y aire, o sea, por prensa electrónica, radio y televisión.

Cada vez soporto peor la naturalidad con que se lleva por estas tierras de España la doble moral del internacionalismo verbal y la patriotería visceral. Todo el mundo se declara «ciudadano del mundo» en cuanto se topa con un nacionalismo que no es el suyo, pero, así que le dan la ocasión, se inflama de amores patrios y blande banderas cual poseso.

Según una encuesta que publica hoy El Mundo, el 75% de los ciudadanos españoles considera que Cataluña es parte «esencial e inseparable» de España. Hay gente que es la monda. No quiere saber nada de Cataluña, tiene un paquete de aquí te espero a los catalanes, tuerce el gesto si oye hablar en catalán... pero no acepta la idea de que Cataluña pudiera dedicarse a lo suyo por su cuenta. Aunque también es cierto que hay toneladas de gente que opina tan sólo después de enterarse de qué es lo que se supone que debe opinar.

–¿Te lo tomarías igual si fuera el equipo de Euskadi? –me objeta Gervasio en plan malicioso.

–Acuérdate –le respondo– cómo dije en su momento que no quería que el equipo de mi pueblo, la Real Sociedad, ganara la Liga. Las exhibiciones de petulancia colectiva me disgustan. Todas.

Pero admito que, si llevo mal todos los nacionalismos, en general, llevo peor el nacionalismo español, en concreto. Y ello por dos razones: una de principios; la otra práctica y tirando a funcional.

La de principios: el nacionalismo español es impositivo. La encuesta que publica El Mundo –aunque me la crea de aquella manera, conociendo cómo se hacen estas encuestas– lo deja claro: la mayoría considera que vascos y catalanes deben ser españoles aunque no quieran, por narices.

La práctica: el nacionalismo español es el que me afecta más, porque paso la mayor parte de mi vida rodeado de quienes lo exhiben.

Alguna vez lo he escrito: si paso un cierto tiempo en Euskadi, en seguida empiezo a mosquearme con el nacionalismo primario vasco, con todo su acompañamiento ritual de «no hay sitio en el mundo más bonito que Donosti», «como se come aquí no se come en ningún lado», «dónde vas a encontrar una calidad de vida como la nuestra», «los vascos es que somos muy sencillos y muy trabajadores», etcétera, etcétera. Pero ahí está la cosa: que no suelo pasar mucho tiempo por allí, sino por las tierras en donde, así que te descuidas, te dicen eso de «español, un orgullo; madrileño, un título», «España, ¡casi !», «de Madrid al cielo», «la española cuando besa es que besa de verdad» y chorradas por el estilo. Lo cual me sulfura hasta extremos que cualquier día van a requerir tratamiento médico.

Por resumir: yo es que me llevo mejor con los perdedores.

 

Nota de régimen interno.– Observaréis que se ha producido un notable descenso en el número diario de visitantes de esta página. Como cuando se registra un ascenso importante lo comento, me parece de rigor tomar igual nota de lo contrario. ¿Razones posibles? 1ª) El 1 de diciembre hubo un problema de conexión que provocó un fuerte descenso de las visitas contabilizadas, lo que afectó notablemente a la cifra media; 2ª) En seguida nos ha venido este macropuente, que ha alejado a bastante gente de los ordenadores desde los que conecta habitualmente; y 3ª (y nada descartable): puede que las cosas que cuento vayan interesando menos.

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Otegi en off side

(Domingo 5 de diciembre de 2004)

Otegi perdió ayer la oportunidad de desmarcarse de la violencia de ETA y de demostrar que, cuando afirma que la política debe ocupar el puesto de mando dentro de la izquierda abertzale, lo sostiene en serio y él y los suyos están dispuestos a hacer lo necesario para que así sea.

De manera oblicua y entre líneas, lo que Otegi vino a decir ayer es que ETA actúa para demostrar que posee capacidad operativa y para contar con más peso a la hora de la negociación. Pero eso, que hubiera tenido sentido antes del discurso del velódromo de Anoeta –ese significado di yo a la colocación de dos bombas poco antes del acto de presentación de la nueva estrategia de Batasuna–, aguanta poco y mal ahora. Arruina los intentos de la organización ahora ilegal de mejorar sus relaciones con las otras fuerzas parlamentarias de cara a facilitar la distensión e incluso su vuelta a la legalidad electoral. A la vista de lo sucedido, el PSOE –que es el partido que más cuenta a tales efectos– no va a aceptar que se haya inaugurado realmente ninguna nueva etapa.

Los petardos de anteayer tampoco envían ningún mensaje particular al Gobierno de Zapatero, que sabe muy bien que ETA cuenta con la gente y el material bélico necesarios para atentar. Las exhibiciones de ese género pueden valer para la ciudadanía de a pie o para cerrar la boca a algunos comentaristas políticos despistados, de ésos que dan a ETA por muerta, pero no para el Gobierno, que sabe a qué atenerse. Tengo el convencimiento de que, si Zapatero no está ya negociando en firme con ETA, es, en lo esencial, porque no ha recibido de ella un mensaje concordante con el que el propio Otegi lanzó en Anoeta, en el que le comunique que quiere pactar su desaparición y que el orden del día de la correspondiente negociación se circunscribirá a las condiciones de su «desmilitarización», con la situación de los presos y los exiliados como asunto central.

El gesto crispado que mostró ayer Otegi y su negativa a responder preguntas de los informadores fueron las mejores pruebas de que, dijera lo que dijera –que probablemente era lo único que podía decir–, sí se sentía desautorizado por los autores de los atentados. Que en ETA hay mar de fondo es un hecho. Existe un tira y afloja entre quienes creen que ha llegado ya la hora de decir adiós a las armas, y de hacerlo con la máxima dignidad que quepa antes de que la cosa se ponga aún peor para ellos, y quienes consideran que hay que seguir dando leña al mono hasta que cante gregoriano, si se tercia. Lo de que los petardos de anteayer, con el estrambote de ayer en Almería, sea expresión de esa tensión interna o no es lo que no sé. Lo deduzco, sin más.

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ETA petarda

(Sábado 4 de diciembre de 2004)

Qué gran idea, hacer la puñeta a varios cientos de miles de habitantes de Madrid, que se iban ayer tan felices a pasar el macropuente por cualquier lado, a norte, sur, este y oeste, y colapsar su salida con un puñado de petardos. (*)

Si el propósito de los autores de esos atentaditos fuera que la causa vasca no tenga ni un simpatizante en la capital del Reino, habría que admitir que están en la buena vía.

Pero qué va. Lo que buscan es hacer ruido. Y si para hacerlo hay que fastidiar a la población española, pues eso: que se fastidie. Que por algo es española, o vive en España, o lo que sea.

He dicho «los autores de esos atentaditos», y no ETA, porque tengo mis serias dudas de que se trate de actos decididos colegiadamente por los órganos de dirección de ETA. En contra de lo que he leído esta mañana en algún periódico, no creo que el objetivo de los petardos fuera tocar las narices a Rodríguez Zapatero. A quien están buscándole las cosquillas es a Arnaldo Otegi.

Me consta que hay una parte de ETA, bien situada en los órganos de dirección, que está en la línea marcada por Batasuna en el mitin de Anoeta y que desea que «el conflicto» pase a tener un tratamiento pura y exclusivamente político. Me han dicho que entre esos dirigentes de ETA y el Gobierno de Zapatero hay ya algún contacto. No sé si será cierto. Otros me han asegurado que no hay contactos directos, pero sí a través de intermediarios. Eso me parece más probable.

En todo caso, es evidente que quienes han colocado en estos últimos días un par de bombas lapa simuladas en Euskadi y quienes pusieron los petardos de ayer en Madrid no están por esa labor. Quieren boicotear esa salida, un tanto al modo de quienes en Irlanda se autodenominan IRA Auténtico, que perpetraron la carnicería de Omagh. (**)

Hay ahí un tira y afloja que, como experto que me considero en estos asuntos, he de declarar que no tengo ni la más mínima idea de cómo acabará.

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 (*) Los madrileños que fueron atrapados por el monumental atasco que sucedió a los atentaditos no tienen ni idea de lo que es un atasco de verdad. Para atasco, el que pillé yo a la altura de Villena, donde estuve parado dos horas –¡dos horas!– por culpa de la incapacidad de los encargados de retirar de la calzada unos cuantos vehículos que se habían visto implicados en un accidente.

 (**) Disfrutad de verdad de las delicias de la intoxicación informativa en su más elevado y delirante estadio entrando en http://ar.geocities.com/laotraverdad/aq1.html. Os encontraréis con un texto en el que se cuenta cómo Ben Laden, el IRA Auténtico, ETA y los terroristas kosovares trabajan en consuno a través de una ONG irlandesa denominada "Agencia de la Misericordia y el Consuelo".

 

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Dos Españas en Bruselas

(Viernes 3 de diciembre de 2004)

El Gobierno de Rodríguez Zapatero ha aceptado que las comunidades autónomas tengan una representación directa, única y rotatoria, en los consejos de ministros de la UE en los que se aborden materias con más claras repercusiones para la gobernación territorial. Asume igualmente que dos funcionarios designados de manera también rotatoria por las CCAA se integren en la representación permanente española en Bruselas.

Se avanza así en una dirección hacia la que venían señalando desde hace ya muchos años los gobiernos de varias comunidades, incluyendo alguno regido por el PP.

En su momento, cuando el Ejecutivo de Ibarretxe presentó una reclamación de este género, señalé hasta qué punto resultaba peregrina la idea aznariana de que acceder a ello equivaliera a dejar vía libre al separatismo. Todo lo contrario: lo que pedía el lehendakari es que la Comunidad Autónoma Vasca tuviera un hueco dentro de la representación española ante la UE. Menos separatista, imposible.

Su reivindicación tenía un sentido eminentemente práctico. Dos sentidos, mejor dicho.

Uno, y por poner un ejemplo: si se va a debatir en Bruselas sobre la costera de la anchoa, casi mejor que en la reunión esté presente alguien que conozca el asunto bien a fondo. (Lo cual, por supuesto, vale lo mismo para Andalucía y el aceite, o para el País Valenciano y los cítricos, o para Castilla-La Mancha y el girasol.)

Segundo asunto práctico al que apuntaba la reivindicación (aunque éste de modo algo más oblicuo y con una finalidad más política): daba por hecho que, en la medida en que la representación de Euskadi se vaya haciendo notar en los foros continentales, mejor podrán combatirse los tópicos existentes sobre «lo vasco» y más se facilitará la extensión de la idea de «la Europa de los pueblos».

Pero hay un punto del acuerdo alcanzado por el Gobierno de Rodríguez Zapatero y la representación de las CCAA que me resulta particularmente chocante. Me refiero a que se haya convenido que quienes vayan en nombre de las CCAA a las reuniones de la UE no actúen en defensa de su comunidad autónoma en particular, sino del conjunto de todas ellas, en general. Habrán de alcanzar acuerdos previos de consenso para acudir a esos encuentros con un punto de vista único, que represente a las CCAA de manera global.

Oído lo cual, mi pregunta es: entonces, ¿qué pinta la representación del Estado? ¿No se supone que los representantes del Estado acuden allí para defender los intereses conjuntos de todas las comunidades autónomas? ¿O deberemos suponer que el Estado tiene intereses distintos al de la suma de las poblaciones de los territorios que lo integran?

A nada que se reflexiona sobre ello, resulta obvio que seguimos enredados en las viejas contradicciones puestas en marcha durante la Transición.

Lo que tenemos aquí no es un Estado federal ni un Estado centralista, sino un Estado federal y centralista a la vez. O sea, un engendro.

Pero de verdad que me alegro, y mucho, de que se entre por esa vía, por rara que resulte. Cuanto más evidentes se vuelvan los problemas, más acuciante se volverá la necesidad de encararlos.

 

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Nota 1.– Mi apunte de ayer sobre José Antonio Aguirre contenía un error de bulto, que varios lectores se han apresurado a señalarme: Aguirre no fue nunca presidente del EBB del PNV. Sólo el despiste producido por escribir mientras trataba de resolver un pequeño desastre informático desde la habitación de un hotel –en fin, cosas que suceden– explica que cometiera un error tan tonto, porque sé de sobra que el PNV siempre ha separado las funciones de dirección gubernamental y de partido. De hecho, se produjo un episodio curioso cuando Aguirre, elegido lehendakari, rechazó estar sometido formalmente a la disciplina del partido y los responsables del EBB le obligaron a hacer un juramento secreto ante la virgen de Begoña. Quizá algún día cuente esa historia, si viene al caso. Aguirre fue durante años y hasta su muerte la máxima autoridad moral dentro del PNV, pero no su presidente.

Otros lectores me han señalado otros presuntos errores del breve retrato que hice del primer lehendakari.

Alguno me ha dicho que nunca colaboró con los anarquistas. Según mis noticias, sí lo hizo. Tuvieron un cenetista en el organismo clandestino encargado de representar al Gobierno Vasco en el interior. Era, en concreto, un taxista de Donostia.

Otros me han señalado que su colaboración con los comunistas fue efímera. Pero, aparte de que yo no haya escrito que esa colaboración tuviera un carácter estable y permanente, tampoco me referí en exclusiva al Gobierno. Sus contactos con el PCE nunca se interrumpieron por completo.

Alguno más se ha extrañado de mis referencias a la colaboración de los Servicios del PNV con la CIA y me ha preguntado que de dónde me he sacado eso. Ahora no tengo tiempo de extenderme, pero créanme: es un asunto que está más que documentado. Y hasta novelado, como saben bien los lectores del extinto Vázquez Montalbán.

Nota 2.– Os regalo una frase tomada de un documental sobre Pierre Desproges, genial humorista francés fallecido a edad lamentablemente temprana: «El heroísmo es el único modo de llegar a ser célebre cuando se carece de talento».

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