[Del 7 al 13 de enero de 2005]

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Qué gente más rara

(Jueves 13 de enero de 2005)

Cuenta hoy El País que Zapatero va a comunicar a Ibarretxe su firme intención de no permitir que se realice ningún referéndum en Euskadi.

He estado repasando la legislación vigente y está claro que la ley no permite al Gobierno vasco convocar por su cuenta y sin la aprobación de las Cortes un referéndum sobre el Estatuto de Autonomía del género de los previstos en los artículos 151 y 152 de la Constitución. Lo que no veo por ningún lado es que la ley prohíba al Gobierno vasco la realización de una consulta sin ningún poder vinculante que permita conocer la opinión que tienen los vascos y vascas –quienes quieran opinar, por supuesto– sobre lo que sea. Si la memoria no me falla, algunas alcaldías españolas han convocado en los últimos años referendos informales para sondear la opinión del vecindario sobre asuntos que no tenían claros, y ninguna fue conminada por las autoridades del Estado para que renunciara a la realización de la consulta.

Y es que no todo lo que no está específicamente previsto en la ley es ilegal.  Ilegal es sólo aquello que la ley determina que está prohibido.

Es extraña la perra que les ha entrado con esto del referéndum a los partidos que se dicen «constitucionalistas». Es extraña, quiero decir, en el supuesto de que estén realmente convencidos de que la realidad es como ellos la pintan. Por ejemplo: sostienen que la mayoría de la población vasca rechaza el plan Ibarretxe. Incluso han encargado y publicado sondeos que refuerzan esa tesis. Pues bien: ¿qué mejor modo de cerrar la boca a quienes pretenden lo contrario que demostrarles palmariamente en las urnas su equivocación? ¡La cantidad de larguísimas y aburridísimas discusiones que nos ahorraríamos si se demostrara de una vez por todas que el pueblo vasco no quiere ser soberano sino en la medida porcentual que le corresponde como parte integrante del pueblo español! 

Dejaríamos de paso también en el olvido las recurrentes especulaciones con las tan controvertidas «dos mitades» en las que supuestamente se divide la ciudadanía vasca. Podríamos establecer con certeza: de tal criterio, este tanto por ciento; del criterio opuesto, este cuanto; de criterios diferentes a ambos, indiferentes a ambos o mediopensionistas, los demás. Y a otra cosa, que ya va siendo hora.

Pero no. Se niegan a que su verdad resplandezca.

No me lo explico. Qué gente más rara.

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Una cierta política catalana

(Miércoles 12 de enero de 2005)

El ahora europarlamentario Jaime Mayor Oreja, fiel a sus obsesiones, afirma que ETA tutela tanto el proceso de reforma estatutaria de Euskadi como el de Cataluña, y Josep Piqué, presidente del PP catalán, rechaza esa imputación y afirma que el de Cataluña no porque, así como el plan Ibarretxe es «un disparate en todos los sentidos», lo que ellos están haciendo está muy bien porque participan todos los partidos y nadie quiere que la sociedad catalana se divida.

Esta misma línea argumental, que marca la diferencia entre ambos proyectos  apelando a que en el proceso catalán están todos y no hay peligro de fractura social, la he oído ya en labios de los portavoces de todos los partidos catalanes, con la parcial excepción de ERC.

Toca las narices que pasen por alto el hecho de que, si en Euskadi el proceso de gestación del proyecto no estuvieron todos, fue porque el PP y el PSE, de un lado, y Batasuna, del otro, no quisieron formar parte de ningún foro de debate sobre la reforma del Estatuto, los unos porque sostenían entonces que no había nada que reformar y los otros porque no aceptan que haya un Estatuto de Autonomía de las tres provincias.

No es casualidad ese «olvido» de los partidos catalanes. Optan por él para no tener que culpar de lo sucedido en Euskadi a las secciones vascas del PP y el PSOE, por más que todos –incluidos el PSC y el PP catalán– sepan muy bien que fueron los Mayor Oreja y los Redondo Terreros quienes se cerraron en banda al diálogo y practicaron una política de enfrentamiento sistemático con el PNV y EA, importándoles un bledo que eso contribuyera a dividir a la sociedad vasca en dos bandos (que no en dos mitades).

En una muestra acabada de egoísmo nacional, prefieren no negar que el malo de la película sea Ibarretxe. Y es que, a fin de cuentas, el lehendakari no les puede estropear su fiesta particular, en tanto que el establishment político y mediático capitalino sí.

Pues nada, que con su pan se lo coman. Muy unidos y sin ninguna fractura social.

Menos mal que algunos vascos conocemos lo suficientemente bien Cataluña como para saber que ese mundillo politiquero no representa al conjunto del pueblo catalán. Que por allí hay gente solidaria a manta. De hecho –lo digo y así ya no dejo títere con cabeza–, siempre he encontrado más solidaridad con Euskadi en Cataluña que con Cataluña en Euskadi.

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De Juana

(Martes 11 de enero de 2005)

No descarto que José Ignacio de Juana Chaos haya podido cometer nuevos delitos desde el interior de la cárcel. De haber pasado a ETA nombres y circunstancias personales de funcionarios de prisiones, como sostiene hoy algún medio de comunicación, merecería ser castigado por ello. Pero nadie ha aportado esas pruebas y, de hecho, tampoco veo que el juez de la Audiencia Nacional haya retenido esa acusación en el auto que elaboró ayer a la carrera.

Las acusaciones que retiene el magistrado son dos, una por pertenencia a banda armada y otra por amenazas terroristas, que deduce de sendos artículos publicados en Gara el 1 y el 30 de diciembre del año pasado.

Las dos acusaciones están muy traídas por los pelos.

En primer lugar, el juez sabe que no se pertenece a una bandan armada por el mero hecho de mostrarle simpatía. La pertenencia exige alguna forma de organización. Empero, no se han tomado el trabajo de aportar nada que ponga en evidencia que De Juana Chaos está efectivamente integrado ahora mismo en ETA.

El supuesto segundo delito –el de amenazas terroristas vertidas contra la directora general de Instituciones Penitenciarias, Mercedes Gallizo– tiene un aire aún más vaporoso. Es obvio que no resulta nada tranquilizador que alguien con un montón de muertos a sus espaldas escriba que llevas camino de acabar mal, pero esa afirmación, considerada en sí misma, no entraña ninguna amenaza. Se puede acabar mal por muchas razones y de modos muy diversos. Y sin que para ello se requiera la intervención personal de quien emitió el augurio.

Pero no afirmo taxativamente que son dos imputaciones de mera circunstancia porque así lo vea yo, según mi personal criterio, sino porque todo el mundo reconoce que lo son. Nadie niega que esas acusaciones contra De Juana Chaos han sido esgrimidas no con intención de asegurar el imperio de la Ley, sino para lograr un fin contrario a lo previsto en ella. A De Juana le correspondía salir en libertad el mes que viene y todos los poderes –el cuarto incluido– se han movilizado para encontrar un subterfugio que lo impidiera. Así lo admiten. Con lo que, a confesión de parte...

Se han quitado de enmedio el asunto como han podido –mal–, pero se les volverá a plantear a la vuelta de la esquina, porque dentro de nada habrá otros presos de ETA en la puerta de la calle y son reclusos sin las ansias calígrafas de De Juana. ¿Qué harán con ellos?

La discusión de fondo que plantea este asunto, de todos modos, es la que sugieren esos titulares de Prensa que dicen que De Juana «sólo» ha cumplido 18 años de cárcel. ¿Cuántos años de condena consideran que serían suficientes para que De Juana pagara la deuda que contrajo con la sociedad? Quienes así se expresan están demostrando que entienden la pena de cárcel como la materialización de una venganza. Pero, si de una venganza se tratara, entonces tampoco bastaría con mantener a De Juana en la cárcel 30 o 40 años.

Sean sinceros y digan la verdad: son partidarios de la pena de muerte. Sólo que no quieren aplicarla en una sola dosis letal. Prefieren hacerlo en 18.250 pequeñas dosis diarias a lo largo de 50 inacabables años.

Son más crueles que los defensores abiertos de la pena capital.

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Hastío

(Lunes 10 de enero de 2005)

Wenceslao Fernández Flórez fue –lo cuento para quienes no lo sepan, que seguro que los habrá– un aceptable novelista gallego, un excelente cronista parlamentario... y un señor muy de derechas, al que probablemente libró del fanatismo falangista su inocultada homosexualidad, incompatible con la recia virilidad del estilo oficial joseantoniano.

Sé que la fina ironía, el humor marcadamente melancólico y la capacidad para distanciarse de los hechos que caracterizaban las crónicas parlamentarias de Fernández Flórez fueron en mi adolescencia –y habrán seguido siendo con el tiempo, supongo– algunas de mis más claras fuentes de inspiración. Igual que los artículos costumbristas de Juan Pérez de Munguía, más recordado en nuestros tiempos por el nombre de Mariano José de Larra.

Fernández Flórez era capaz de contemplar los debates políticos de las Cortes de la Segunda República como quien mira a las palomitas del parque disputarse las migas de pan que les echan los ancianos.

A veces. Otras no. Entonces evidenciaba sus querencias ideológicas. Recuerdo en particular una crónica que escribió a cuento de una intervención de Telesforo de Monzón en la tribuna del Parlamento, que destilaba desprecio, no ya sólo por lo vasco, sino por todo «lo provinciano». Él, que venía «de provincias» y que debió sus páginas más brillantes a la inspiración gallega.

En 1936 publicó un artículo de prensa que me impresionó mucho en mis años mozos, un cuarto de siglo después. No me viene a la memoria en qué noticia tomaba pie. Puede que en el asesinato de José Calvo Sotelo. Lo que recuerdo es lo que venía a decir: que se lo había pasado muy bien en los meses anteriores escribiendo sobre las quisicosas del Parlamento y las tonterías de los diputados, pero que el ambiente general se había cargado demasiado, los enfrentamientos políticos tenían cada vez peor aspecto, las pendencias amenazaban con acabar a tortas... y él no tenía la menor gana de poner letra a aquella música militar.

Así que lo dejó.

Salvando las distancias –que deseo firmemente que las haya, y que sean enormes–, me embarga durante estos días un sentimiento parecido. Tengo la sensación de que poco importa lo que uno razone, porque no sirve de nada: sólo convence a quienes ya pensaban lo mismo, y quienes no, o no oyen o no escuchan. Lo que están deseando es liarse a tortas.

Fernández Flórez cerró el tintero y no publicó más crónicas parlamentarias. Se ve que tenía otras fuentes de ingresos.

Yo seguiré escribiendo y hablando sobre lo que veo –o sobre lo que creo que veo– porque ésa es la actividad de la que vivo y porque no sé hacer otra cosa. Pero, que conste: si de competir en hastío se tratara, podría retar a todos los Fernández Flórez del mundo.

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Rentistas de la desmemoria

(Domingo 9 de enero de 2005)

Los partidos llamados «constitucionalistas» sacan provecho de un elemento clave de nuestra realidad: la desmemoria colectiva. La inmensa mayoría de nuestros conciudadanos, incluidos los que en 1979 y 1988 eran ya adultos y se molestaban en informarse, recuerda hoy poco y mal las cosas de entonces.

Existe un antídoto eficaz contra los efectos de la desmemoria: la lectura. En estos tiempos de ahora, gracias a internet, es fácil documentarse y comprobar lo que cada cual decía, hacía o firmaba en aquellos momentos. Pero muy poca gente lo hace. Casi nadie.

Amparados en ello, los partidos llamados «constitucionalistas» pueden pretender sin sonrojo que toman como normas supremas de referencia el Estatuto de Gernika y el Pacto de Ajuria Enea. Incluso puede pretenderlo con el mayor desparpajo el Partido Popular –por entonces Alianza Popular– que se opuso a la aprobación del Estatuto.

Si los ciudadanos de ahora leyeran esos textos –que, insisto, están a su alcance– se llevarían muchas sorpresas. Comprobarían, por ejemplo, que el Estatuto de Gernika se inicia afirmando: «El pueblo vasco o Euskal Herria, como expresión de su nacionalidad, se constituye como comunidad autónoma», esto es, atribuyendo al pueblo vasco la potestad de determinar qué tipo de autonomía quiere. Verían igualmente que el propio Estatuto aclara que su aprobación no supone ninguna renuncia a cotas superiores de autogobierno. Y cómo hace expresa mención, a tal efecto concreto, de la posibilidad de su reforma posterior.

No menos asombro les produciría la lectura del Pacto de Ajuria Enea, en particular del punto en el que invita a los violentos a que «se incorporen a la actividad institucional, desde la que estarán legitimados para defender, por vías pacíficas y democráticas, sus propios planteamientos políticos». Les sorprendería, y con razón, que puedan declararse ahora mismo a favor de ese texto quienes tienen decidido que Batasuna quede fuera de las próximas convocatorias electorales. Más aún quienes rechazan airadamente que todos los planteamientos políticos puedan ser promovidos por vías pacíficas y democráticas, que son las que está siguiendo Ibarretxe. (*)

Podrán alegar que esos textos de referencia ya no se ajustan a la realidad. Que consideran que fueron positivos en su momento, pero que han dejado de valer. Sea. Pero, si eso es lo que piensan, ¿por qué no lo dicen? ¿Por qué continúan invocándolos?

No vale la pena que me respondan. Ya lo sé: para presentarse como continuadores de una causa histórica a la que se sumaron a regañadientes –los que se sumaron– y que sigue sin ser realmente la suya.

(*) En las largas discusiones que precedieron a la aprobación del Pacto de Ajuria Enea, Carlos Garaikoetxea ironizó varias veces con la idea –finalmente recogida en el texto– de que dentro del Estado español todos los objetivos políticos pueden ser pretendidos por vías pacíficas. «Te dejan que los pretendas, sí», decía. Pero apostillaba, sarcástico: «Lo que no están dispuestos a tolerar es que los alcances». Vistas las cosas a la luz de la experiencia, habrá que convenir en que se quedó corto: no es verdad que todos los objetivos puedan ser pretendidos. así sea por las vías más pacíficas del mundo. [Después de escrita esta nota, he leído un artículo de X. Arzalluz en Izaro News (http://www.izaronews.com/) que se refiere también a aquella posición de Garaikoetxea en términos semejantes.]

Añadido.– Para facilitar las cosas a quienes no tengan demasiado tiempo para buscar los documentos originales y leérselos in extenso, he preparado esta breve antología del Pacto de Ajuria Enea, que contiene también algunas referencias pertinentes al Estatuto de Gernika.

 

Párrafos extraídos del Acuerdo para la Normalización y Pacificación de Euskadi, firmado en Vitoria el 12 de enero de 1988 y conocido como «Pacto de Ajuria Enea»

Del preámbulo:

«El mismo Estatuto contiene además en su propio texto los mecanismos necesarios, igualmente refrendados por la voluntad popular, para poder acceder a su eventual reforma. Más aún, como expresión de respeto y reconocimiento de las profundas aspiraciones al autogobierno que el pueblo vasco ha demostrado a lo largo de su historia, el propio Estatuto refrendado, en su disposición adicional, hace reserva expresa de los derechos que a dicho pueblo hubieran podido corresponder en virtud de su historia y a cuya actualización, mediante la expresión de su voluntad en cada momento y de acuerdo con lo que establezca el ordenamiento jurídico, aquél no renuncia por la aceptación del actual régimen de autonomía.» (...)

«Convencidos, por tanto, de que la única vía para la normalización y pacificación de la sociedad es la que pasa por el estricto respeto de la voluntad popular, dirigimos un llamamiento a quienes aún continúan utilizando o legitimando la violencia para que, por respeto a esa misma voluntad popular, abandonen las armas y se incorporen a la actividad institucional, desde la que estarán legitimados para defender, por vías pacíficas y democráticas, sus propios planteamientos políticos.»

Del articulado:

«2.b. El pleno y leal desarrollo de todos y cada uno de los contenidos del Estatuto sigue siendo el marco válido para la resolución progresiva de los conflictos de la sociedad vasca y contribuirá de manera decisiva al reforzamiento de la democracia y de la convivencia pacífica, por lo que todos los firmantes del presente Acuerdo nos comprometemos a desarrollarlo en su plenitud, de conformidad con los principios que lo inspiraron y respetando su singularidad.» (...)

«2.c. Es la voluntad mayoritaria del pueblo, a través de sus representantes legítimos, y no la de quienes pretenden imponer de forma violenta o totalitaria sus criterios sobre el conjunto de la sociedad. quien debe juzgar en cada momento de la validez o invalidez del Estatuto como instrumento de autogobierno y decidir, en su caso, su reforma y desarrollo mediante los procedimientos contemplados en el propio Estatuto y en la Constitución, estando siempre legitimado el mismo Pueblo para reivindicar cualquier derecho que, de acuerdo con las Disposiciones Adicional Primera de la Constitución y Unica del Estatuto, lo hubiera podido corresponder.» (...)

«Dado que la ruptura que se ha producido en nuestra sociedad entre quienes mayoritariamente hemos optado por las vías democráticas y estatutarias y quienes continúan haciendo uso de la violencia sólo podrá superarse como consecuencia del cese de esta última, hacemos un llamamiento a quienes aún continúan utilizándola para que, atendiendo a la voluntad mayoritaria de su pueblo, renuncie a ella como instrumento de acción política y se incorporen a la tarea común de buscar, por los cauces mayoritariamente aceptados, los instrumentos más adecuados para dar satisfacción a las aspiraciones compartidas de la sociedad vasca.» (...)

«8. Hacemos, igualmente, un llamamiento a quienes, aun ostentado representación parlamentaria, no ejercen sus derechos y obligaciones inherentes a la misma, para que, al igual que el resto de las fuerzas políticas, asuman las responsabilidades institucionales y defiendan desde ellas sus propios planteamientos políticos. En tal sentido, la legitimidad de todas las ideas políticas, expresadas democráticamente, tiene en el marco parlamentario, la vía de defensa y, en su caso, de incorporación al ordenamiento jurídico de cualquier reivindicación.» (...)

«10. Si se producen las condiciones adecuadas para un final dialogado de la violencia, fundamentadas en una clara voluntad de poner fin a la misma y en actitudes inequívocas que puedan conducir a esa convicción, apoyamos procesos de diálogo entre los poderes competentes del Estado y quienes decidan abandonar la violencia, respetando en todo momento el principio democrático irrenunciable de que las cuestiones políticas deben resolverse únicamente a través de los representantes legítimos de la voluntad popular.»

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Desaforados

(Sábado 8 de enero de 2005)

Ayer se me hizo imposible terminar de ver el telediario de TVE.

Empecé ya a disgusto, porque de ese telediario me enfada hasta la presentadora, que tuvo hace unos días el detallazo de titular las novedades sobre el terrible desastre que se acababa de producir en una discoteca bonaerense diciendo: «Baile de cifras». ¡Toma ya! ¡Baile en la discoteca!

¿Pésimo gusto? ¿Torpeza a raudales? Cualquiera sabe. Cabreante, en todo caso. Desde entonces, cada vez que la veo, tan guapita ella, me sulfuro.

Pero lo de menos fue ella. Lo de más, la sucesión de declaraciones desaforadas que ensartaron a continuación. Y que conste que en este caso no culpo al mensajero, sino al mensaje: hizo bien TVE en recoger esas declaraciones, porque realmente eran noticia. El caso es que tomaron la palabra, en sucesión crecientemente pasmosa, Ángel Acebes, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, Carlos Iturgaiz y Manuel Fraga.

Paso de lo que dijo el vocero del PP con su dicción entrecortadamente asmática porque tampoco tuvo nada de novedoso: se limitó a insistir en el mensaje apocalíptico que su partido viene emitiendo desde el pasado 30 de diciembre. 

Lo de Rodríguez Ibarra fue más fuerte. Pidió que el Gobierno central –es decir, el Gobierno del partido del que él es dirigente– retire al Ejecutivo vasco las competencias en materia de Policía, colocando a la Ertzaintza bajo una autoridad que no sea cómplice del plan Ibarretxe.

A continuación salió Iturgaiz –que imagino que andará por aquí de vacaciones– y dijo, con entera naturalidad, que lo que Ibarretxe acaba de hacer representa «un auténtico golpe de Estado», al que hay que responder como es debido. Enviando a Euskadi a los ejércitos de Bono, se supone.

En fin, apareció el ya siempre balbuciente Manuel Fraga para hacernos saber que, en su criterio, «puede llegar a ser imposible» no recurrir al artículo 155 de la Constitución, que permite al Gobierno central dejar sin efecto la autoridad de un gobierno autónomo. El presidente de la Xunta se permitió poner como ejemplo a Alejandro Lerroux, que en 1934 suspendió la autonomía catalana. «Y no pasó nada», añadió Fraga. (Uno no sabe que es más de pellizcarse: si que el energúmeno éste afincado en Galicia se apoye en el ejemplo de un político que hubo de dimitir por corrupto o que pretenda que la política anticatalana de aquel incurable demagogo que fue Lerroux no tuvo consecuencias negativas.)

Bueno, pues en éstas nos hallamos. Éste es el ambiente.

Y las respuestas, dudosas. También ayer, sólo que por la radio, oí a un portavoz de Iniciativa per Catalunya que se desmarcaba escandalosamente del proyecto aprobado por el Parlamento de Euskadi diciendo que el nuevo Estatut catalán «no dividirá a la sociedad en dos mitades». Se oyen voces procedentes de IU que son directamente incompatibles con los pronunciamientos oficiales de la coalición en pro del derecho de autodeterminación y que resultan de auténtica vergüenza ajena. La propia ERC, que empezó advirtiendo a Zapatero de que se cuide de volver a los tics de su pacto con el PP si quiere acabar la legislatura, guarda ahora un sospechoso silencio. 

Toda la infinita gente que se pasó años y más años conminando a ETA a abandonar la lucha armada porque «en una democracia todo se puede defender por la vía pacífica y desde las instituciones» (¿os acordáis?) se ha dado cuenta ahora súbitamente de que no. De que por la vía pacífica y desde las instituciones tampoco cabe defender determinadas ideas. 

P. D. Me había olvidado yo –ay, qué cabeza la mía– de los pronunciamientos de la Conferencia Episcopal Española, en general, y de algunos de sus integrantes más ultramontanos, en particular, que ayer invocaron la ayuda de Dios para preservar la unidad de España y tildaron el plan Ibarretxe de idólatra (sí, sí, de idólatra, en concreto). Viendo el panorama de conjunto y tomando nota de los referentes ideológicos principales al uso (Dios, Patria, Rey), me siento talmente como en los tiempos del Requeté. Están de un moderno que se salen. Me imagino que dentro de nada el himno de los tradicionalistas, el Oriamendi («Por Dios, por la Patria y el Rey / lucharon nuestros padres. / Por Dios, por la Patria y el Rey / lucharemos nosotros también»), entrará en los 40 Principales.

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Haciendo la Pascua

(Viernes 7 de enero de 2005)

«¡Cuánto penar para morirse uno!», escribió, ya umbrío por la pena, casi bruno, el bueno de Miguel Hernández.

Se me viene a la cabeza el deprimente endecasílabo del oriolano pensando en las vueltas y revueltas que ha dado nuestra Historia para acabar volviendo a una de sus más tristes estaciones de paso: a aquel «¡Antes una España roja que una España rota!», de hace casi 70 años.

Dice el ministro de Defensa, José Bono, que España es «una de las naciones más antiguas del planeta». Y lo ilustra señalando que en 1782, fecha del primer acto de la Pascua Militar española, «no existían Canadá, ni Italia, Ni Brasil, ni Alemania. Ni siquiera los Estados Unidos de América habían sido reconocidos. Sin embargo, España ya había conocido, desde los Reyes Católicos, diez reyes».

Visión singular la de Bono, ciertamente. Porque la España a la que alude abarcaba una población y ocupaba un territorio muy distintos de los actuales. Serviría mejor su argumento para defender la idea de que España se mantiene incólume por muchas tierras y muchas poblaciones que se le desgajen. Lo cual podría servir muy bien para quitar importancia a las posiciones separatistas, pero no para lo contrario.

La entidad a la que Bono hace referencia no es la nación española, sino el Estado español. Una nación no experimenta los vaivenes que ha sufrido España desde hace cinco siglos. No pasa de extenderse por el mundo entero y sumar cientos de millones de habitantes a esto de ahora. Esas convulsiones las padecen los estados, no las naciones, si nos atenemos al concepto moderno de nación. 

La prueba palmaria de que la nación española presenta problemas importantes de conformación nos la proporciona el hecho mismo de que una parte notable de las gentes nacidas en su territorio no se identifica con ella.

«Euskadi y Cataluña gozan de una autonomía mucho más amplia que ninguna otra región de ningún otro Estado del mundo», se quejan. «Les des lo que les des, siempre piden más. Los nacionalistas vascos y catalanes son insaciables». ¿Sí? ¿Y por qué creen que sucede tal cosa? ¿Tal vez por alguna extraña malformación genética extendida por las áreas periféricas? ¿No será más bien porque no se avienen a que alguien les dé o les niegue –les administre: tutele, en suma– unas libertades que consideran propias?

 Lo que más me preocupa del discurso de Bono en el acto de la Pascua Militar no es que afrontara un expediente político tan complejo con argumentos traídos por los pelos. Lo que me inquieta es que Rodríguez Zapatero deje en manos de su ministro de Defensa la teorización de esos asuntos, y que le permita hacerlo en actos que se supone dedicados a asuntos estrictamente castrenses.

A no ser que piensen que éste es un asunto estrictamente castrense.

Lo que nos devolvería a los planteamientos que se estilaban hace algo así como 70 años. (Que es el punto por el que he empezado estas líneas.)

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