[Del 8 al 14 de abril de 2005]

 

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Qué votar

(Jueves 13 de abril de 2005)

Como siempre que llegamos a vísperas electorales, algunos lectores me escriben para pedirme que reflexione sobre las opciones de voto (o de no voto) que se plantean.

En este caso, tengo una respuesta sencilla, que puede parecer una pata de banco, pero que no lo es: no estoy inscrito como elector en la Comunidad Autónoma Vasca, sino en Madrid, de modo que no podría votar, aunque quisiera.

Digo que no es una pata de banco y explico por qué: no estoy registrado como elector en la CAV porque no vivo en la CAV, y el hecho de no vivir en la CAV me impide hacer un balance general y fundamentado de mi experiencia como ciudadano de la CAV a lo largo de la pasada legislatura. Con lo que no reúno los requisitos necesarios –no ya legal, sino políticamente– para votar.

La mía es una mirada exterior y circunscrita a aspectos muy  parciales. No sirve. Supongo que no descubro ningún secreto si digo que a mí, en particular, no me ha ido nada mal en Euskadi durante los últimos cuatro años, en la medida en que la radio y la televisión públicas vascas me han tenido de comentarista habitual, me han dejado decir lo que me ha dado la gana y me han pagado por ello. Pero no soy tan cutre como para hacer un balance político con pretensiones globales basándome en eso. Es más: precisamente en la medida en que tal implicación personal existe, he de fiarme menos de los juicios que me salen de manera espontánea. La espontaneidad es muy interesada.

Añado a ello otro aspecto subjetivo que me tengo detectado desde hace décadas: cuando estoy instalado fuera de Euskadi (en Madrid, la mayor parte del tiempo), tiendo a simpatizar más con el nacionalismo vasco. Es una reacción que me suscitan las acusaciones estrafalarias y disparatadas que oigo contra él a mi alrededor. Sin embargo, cuando paso un cierto tiempo en mi tierra natal, me voy cabreando más y más con el nacionalismo, o por lo menos con sus sectores más proclives a la autosatisfacción nacional y al ombliguismo. (Se ve que lo mío es la inadaptación al medio).

Sabiendo eso, he de repasar con doble escepticismo cuanto me brota de forma espontánea de las vísceras, puesto que ahora mismo resido en Madrid. 

Todo lo cual no quiere decir que no tenga opinión ni preferencia alguna por lo que pueda suceder en las urnas vascas el próximo domingo.

El punto que más rifirrafes me crea con alguna gente próxima es el que se refiere a la posibilidad (o a la no imposibilidad, si se prefiere) de que el PSE-PSOE consiguiera un ascenso electoral tan importante que pudiera resultar viable un gobierno de coalición PNV-EA-PSE.

Quienes valoran de manera positiva esa eventualidad no lo hacen necesariamente porque sientan una viva simpatía por el PSE –ni por el tándem PNV-EA– sino, muy a menudo, porque piensan que una alianza como ésa ayudaría a propiciar soluciones de integración a los diversos conflictos que atenazan Euskadi.

Yo no lo creo. Me baso para ello en la experiencia: los nacionalistas moderados y el PSOE ya gobernaron juntos, y eso sólo sirvió para que aflorara lo peor que tienen los unos y los otros por separado. Estoy de acuerdo en que conviene que se produzca en Euskadi un diálogo constructivo entre los partidos que defienden la autodeterminación y los que la rechazan, y sé que el PSE es una pieza fundamental para tal diálogo, pero considero que ése es un asunto que ni tiene por qué condicionar ni conviene que condicione la formación del próximo Gobierno vasco.

Para lo cual, y puestos a expresar preferencias, no tengo nada en contra de que el PSE mejore posiciones a costa del PP. Pero discretamente, y a costa de nadie más.

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¿De qué va Zapatero?

(Miércoles 13 de abril de 2005)

De todas las razones que pueden explicar que Rodríguez Zapatero haya decidido no impugnar la candidatura de EHAK, la primera que descarto es la que ha hecho pública: que, en este caso, no había pruebas suficientes de la vinculación entre EHAK y Batasuna. En la Audiencia Nacional hay abiertos procedimientos penales que pretenden la vinculación con Batasuna de asociaciones culturales, como la Fundación Joxemi Zumalabe, cuyos lazos orgánicos con el partido ilegalizado son inexistentes. Y quienes sostienen la existencia de esa relación no son sólo los jueces instructores, como Garzón, sino también los fiscales, que dependen jerárquicamente del Ejecutivo.

En el caso de EHAK, de haberlo deseado el Gobierno, el fiscal general del Estado podía haber echado mano de lo que fuera. He oído en Radio Euskadi que EHAK acaba de encargar de sus relaciones con la Prensa a dos personas muy relacionadas con las viejas relaciones públicas de Batasuna. Entre eso, la petición de voto y la cesión de medios materiales y humanos para el desarrollo de la campaña, el fiscal habría podido montar un papeleo igual de sólido –igual de endeble– que el que puso en marcha para la ilegalización de Aukera Guztiak.

Sencillamente, no han querido hacerlo.

¿Y por qué? ¿Por razones electorales? Zapatero no puede dar por hecho que los votos de los que EHAK prive a los tres partidos del anterior Gobierno vasco les vayan a dejar sin la mayoría absoluta. A cambio, la izquierda abertzale volverá a estar presente en el Parlamento de Vitoria, lo que no encaja con los designios que venía haciendo suyos.

¿Será entonces eso? ¿Será que ha cambiado de designios? ¿Estará tratando de desmarcarse de la política de la que la Ley de Partidos fue máxima expresión para adoptar otra más flexible hacia la izquierda abertzale, más propicia a vías de diálogo y negociación? De ser así, este podría ser un primer paso para ir escenificando ante la opinión pública española su progresivo distanciamiento del PP y de la política de patadón y tente tieso que éste abandera. Si es ese el giro que quiere dar, no puede ignorar los riesgos que corre, tras tantos años aleccionando a su base social con las ventajas del mayororejismo a ultranza, que cuenta en su propio partido con fervientes paladines, tales como Rodríguez Ibarra, Bono y Francisco Vázquez.

No sé a qué está jugando Rodríguez Zapatero. Quizá a todo a la vez. Es el problema que plantean los políticos que no tienen una línea definida. No es fácil saber a qué juegan, porque sucede a menudo que juegan tantas partidas simultáneas que al final ni ellos mismos saben en qué punto se encuentra cada una.

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La supuesta dispersión del voto

(Martes 12 de abril de 2005)

Dicen algunos comentaristas políticos próximos al tándem PNV-EA que la presencia electoral de Batasuna a través de la fórmula EHAK va a «dispersar el voto abertzale», lo que puede tener como resultado que el actual tripartito gobernante no obtenga la mayoría absoluta en el nuevo Parlamento de Vitoria.

Es una reflexión que, francamente, me deja pasmado.

Es obvio que lo mejor para la coalición PNV-EA sería que todos los nacionalistas vascos le dieran su voto. ¡Todos, como un solo hombre y una sola mujer! Y si también se lo concediera una parte del electorado no nacionalista, todavía mejor. No te jode. Pero para lo que se supone que están las elecciones es para dar cuenta de la pluralidad de opciones que existen en la sociedad.

Dentro del campo nacionalista vasco hay posiciones muy diferentes. El PNV y EA, que proceden del mismo tronco, han decidido pasar por alto sus diferencias en aras de la eficacia electoral. Es su decisión. Nada que objetar. Pero los demás no tienen por qué plegarse a ello. Aralar se presenta por su cuenta, porque lo tiene a bien, sólo faltaría, y Batasuna ha decidido llamar a sus seguidores a respaldar las candidaturas de EHAK, porque quiere que sus posiciones políticas tengan una plasmación parlamentaria propia. Con todo el derecho del mundo.

Eso no se llama «dispersión del voto». Se llama pluralismo.

La «lógica» de esos comentaristas me recuerda a la que suele poner en marcha el PSOE cada vez que se aproxima una cita con las urnas. Siempre dice que las candidaturas de IU y otras de ámbito local «dispersan» el voto de la izquierda. Como si «la izquierda» fuera un bloque monolítico. Digo más: como si se supiera qué es «la izquierda». O aún más: como si estuviera claro que el PSOE es de izquierdas.

«¡Que florezcan cien flores y rivalicen cien escuelas de pensamiento!», clamó Mao Zedong un día que se sintió tolerante (o creyó conveniente parecerlo).

Pues así lo veo yo, sólo que con el alma en la mano. No temo la dispersión; temo el agrupamiento. Me horrorizan los parlamentos como el de Madrid, en el que dos partidos que sólo discrepan en lo accesorio se lo pueden guisar y comer todo al alimón.

¡Diversidad, divino tesoro!

¿Que la mayoría absoluta de la coalición PNV-EA corre peligro? Mejor que mejor. He conocido ya muchas más mayorías absolutas de las que hubiera querido.

 

Post Data.– Ayer fue el estreno de mi pieza de teatro José K, torturado. La cosa se produjo en una sala de la preciosa sede modernista que tiene la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE) en Madrid. (De sobra son conocidas mis malas relaciones con algunos de los directivos de esa asociación y con la línea que siguen, pero la vida tiene estas cosas.)

Algunos amigos y amigas me han pedido que haga una crónica del acontecimiento. No puedo, y juro que no es por modestia, ni falsa ni real; es que no tengo los datos necesarios. Ni siquiera pude constatar si el local se había llenado. Me dijeron que sí, pero yo ni me enteré. Sentado en la primera fila y con la iluminación propia de una representación teatral, no pude apreciar cómo se lo tomó el público; si se creyó lo que estaba oyendo; si le pareció que aquel mitin de casi una hora era interesante o una pasada propia de un mediocre agitador anti-sistema...

 

(c) Diego Sinova / El Mundo

 

A mí, como autor, me gustó cómo declamó el texto Ramón Langa. Mucho. Ramón (en la foto de arriba, durante una de nuestras sesiones de trabajo) se ha ido identificando con el papel más y más, y se le nota: le sale de las vísceras. Lo dijo tan bien que a veces me costaba creerme que aquello fuera cosa mía. La dirección de Sandra Toral, tenaz como ella sola en la promoción del proyecto –en el que ha puesto mucha más fe que yo mismo–, merece algo más que mi aplauso: mi abrazo. El respaldo del productor del ciclo, Robert Muro, y del productor de la obra, Luis Lorente, la labor de Jorge del Cura, tan inteligente y eficaz como discreto... Mi lista de muy sinceros agradecimientos –parece mentira: para una cosa tan modesta– podría y debería prolongarse, pero tampoco es éste el sitio ni el momento.

Cuando acabó, se me acercó bastante gente para felicitarme, pero supongo que eso es lo típico. Imagino que a la gente a la que una obra le parece una mierda no es tan sádica como para ir a espetárselo al autor. (Lo digo por propia experiencia: cuidado que he visto mierdas y sólo me he pronunciado al respecto en voz baja y en petit comité.)

Sé que hubo por allí algunos amigos y amigas de esta página. A algunos incluso los vi y pude saludarlos. Si cualquiera de ellos se anima a hacer una crónica del acto –espero que todo lo crítica que se le ocurra–, la incluiré por aquí con gusto. (*)

Para mí, si he de ser sincero, lo que más me divirtió es alargar el ciclo del dicho tópico: he publicado ya ocho libros, he plantado un puñado de árboles, he tenido dos hijas –una de ellas estuvo ayer en la representación para darme su respaldo, como siempre– y ya, incluso, he estrenado una obra de teatro. Hubo un amigo que me dijo, bromeando: «Ya sólo te falta una novela». Le respondí la verdad: que confío en no perder la conciencia de para qué no valgo.

Ayer me arriesgué a pasear un rato por esa problemática frontera. Veremos si he salido indemne.

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(*) Belén Martos ya ha escrito su particular crónica, que agradezco de corazón.

 

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José K no es de ETA

(Lunes 11 de abril de 2005)

Generosa crónica previa en M2, el suplemento madrileño de El Mundo, sobre el estreno hoy de mi pieza teatral José K, torturado.

No tengo nada que objetar –todo lo contrario: mucho que agradecer–,  a quienes se han tomado el trabajo de anunciar con semejante despliegue, más propio de un estreno hecho y derecho, la lectura dramatizada de la obra.

Pero hay un aspecto del texto de la crónica –reproducida abajo– que me ha fastidiado de verdad, porque frustra uno de los puntos esenciales de mi planteamiento: afirma que la obra se refiere a ETA.

José K, torturado no habla ni de España ni de ETA, sino del terrorismo y de la tortura en donde sea. De hecho, el terrorista que protagoniza la obra, que más bien cabría tomar por latinoamericano, no se interesa en ningún momento por cuestiones nacionales. Habla en todo momento de conflictos sociales e internacionales. Por decirlo gráficamente: está muchísimo más cerca de Iván Ilich, Carlos, que de Urrusolo Sistiaga.

La obra no habla de tal lugar, sino del mundo. No se refiere a tales hombres, sino a los hombres. No pone en cuestión tal violencia terrorista, sino el terrorismo. No denuncia la tortura y la guerra sucia de este o de aquel Estado, sino la tortura y la guerra sucia practicadas desde el poder de cualquier Estado.

No aparecen en ningún momento las siglas de ETA, ni falta que hacen.

Ha sido un malentendido.

Me queda un consuelo: como el estreno no va a tener la más mínima repercusión, el error tampoco.

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Ésta es la crónica de referencia:

 

Ocio

Los márgenes del sistema

Teatro. La SGAE presenta 'José K., torturado', un monólogo escrito por Javier Ortiz sobre las torturas policiales a los presos de ETA

BEATRIZ PULIDO

       
Cuatro o cinco años lleva este texto esperando el momento de ser representado. José K., torturado es el monólogo escrito por el periodista Javier Ortiz que narra las desgarradoras reflexiones de un terrorista de ETA que acaba de ser detenido por la policía y los métodos que utilizan para sacarle información. La obra ha encontrado, por fin, su momento (hoy mismo) y su espacio escénico en la Sociedad General de Autores y Editores (SGAE).

La reflexión en torno a la tortura es el tema principal del texto, que también habla de la incongruencia del sistema, de la ceguera de la sociedad que prefiere no saber lo que ocurre en algunas dependencias policiales y del silencio de la mano que administra la tortura. Ortiz, en este sentido, escribía en el prólogo del libro Escritores frente a la tortura: «Detesto el miedo, el dolor y la sangre... pero escribir sobre la tortura es un deber social».

Tiene el peso de una lógica aplastante que puede despertar cierta polémica. «Asusta porque todo lo que se cuenta ha pasado en realidad y, lo que es más grave, sigue pasando», comentaba Ramón Langa, el encargado de darle vida a José K. Al leer el texto, el actor se sintió inmediatamente atraído por todo lo que dice su personaje. «Aparte de la dureza tiene también una gran dosis de sensibilidad, de ternura y de impotencia. Todo eso me despertó una complicidad con el personaje y, fundamentalmente, con el texto».

José K., torturado, ha sido apadrinada por José Saramago. La muerte ronda todo el monólogo. La muerte de las personas que circulan por la plaza en la que el terrorista ha puesto la bomba y la muerte del propio José K., de cuya detención no se ha informado a nadie, lo que otorga cierta impunidad a sus captores.

«O matas o no matas, la decisión viene antes. Luego ya no tienes elección», grita el personaje, quien durante su vida ha ido cimentando ese odio al poder establecido. Lo interesante de su visión es que ha tenido mucho tiempo para reflexionar, la detención le ha llegado ya en su madurez y conoce al otro, al contrario y sus métodos, casi como a los suyos, como a sí mismo. «Es alguien que está absolutamente convencido de que hace lo que tiene que hacer», explicaba Langa. «Es su forma de luchar contra el sistema y dice unas verdades como puños. Al final de la obra dice: 'y no me arrepiento de nada', y momentos más tarde reflexiona y concluye 'que tontería, claro que me arrepiento'. Eso es lo que me conmocionó del personaje».

El terrorista desde su madurez reconoce la ingenuidad del idealismo que albergaba en sus inicios: «Mi error era pensar que una revolución es algo constructivo. Y no. Lo de construir viene luego. Un revolucionario sólo debe pensar en destruir. En destruir, destruir, destruir, lo más a fondo posible. Y, una vez lograda la destrucción del viejo orden, entonces, lo que sea».

Durante la lectura dramatizada se proyectarán cuadros de Francis Bacon, asomarán voces de policías cuando es detenido y la música del bereber Idir, de Lluís Llach y de Pete Seeger. Las voces en off, que interrumpen la lectura, corresponden a Andoni Ferreño, Juan Jesús Valverde, Francisco Merino y Jesús Cabezón. La batuta de la dirección la lleva Sandra Toral.

José K., torturado en la sala Manuel de Falla de la SGAE (Fernando VI, 4), a las 19.30 horas. Entrada libre hasta completar el aforo.

 

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Con los sondeos a cuestas

(Domingo 10 de abril de 2005)

Me he tomado el trabajo de estudiarme los resultados de los cuatro sondeos sobre intención de voto en las elecciones autonómicas vascas que he encontrado en los periódicos de hoy: el de El País, el de El Mundo, el del grupo Vocento y el de La Razón. Todos me han dado la sensación de responder, en lo esencial, a un trabajo de campo previo a saberse que Batasuna pide el voto para EHAK y que han sido retocados a toda velocidad para incluir ese factor, lo que es poco probable que redunde en favor de su solvencia.

Esa impresión se vuelve casi certeza en el caso de los sondeos de Vocento y La Razón, que divagan con bastante descaro en los aspectos clave.

Por lo demás, no se ponen de acuerdo: El Mundo pronostica que en el nuevo Parlamento de Vitoria habrá mayoría absoluta de las fuerzas del tripartito saliente, El País lo deja en el alero y los otros dos hacen cálculos diversos, pero no se definen.

Pocas veces habrán tenido los periódicos una conciencia tan clara de haber tirado el dinero encargando sondeos, porque dicen muy poco realmente novedoso sobre lo que no se sabe y casi todo lo que afirman con un mínimo de rotundidad ya se sabía de sobra.

El único dato que me ha llamado la atención en los sondeos de El País y El Mundo es que, según ambos, puede haber una proporción bastante alta del electorado tradicional de la izquierda abertzale que no atienda la consigna de Batasuna de votar a EHAK. En efecto, de cumplirse los pronósticos de Sigma Dos y el instituto Opina publicados por El Mundo y El País respectivamente, EHAK obtendría entre dos y cuatro escaños, lo cual supondría una pérdida de algo así como el 50% con respecto a los apoyos electorales que los de Otegi tuvieron en 2001. Y eso que aquellos resultados fueron ya de por sí mucho más modestos que los logrados en anteriores comicios.

¿Cabe que suceda eso? Cabe. Podría ser resultado de la conjunción de diversos factores. El pasado jueves le oí decir a Joseba Azkarraga que hay votantes de la izquierda abertzale que no darían jamás su voto a un partido que se proclama comunista. Eso no lo sé. Más probable me parece que los haya que no vean nada clara la maniobra que ha hecho Batasuna escudándose en ese partido y que no se fíen del papel que pudieran hacer en el Parlamento de Gasteiz sus candidatos, a los que no conocen de nada. También me consta que hay bastante gente que antaño votó a Batasuna, con unas u otras siglas, y que está en total desacuerdo con la trayectoria que han seguido Otegi y los suyos en los últimos años, no sólo por los repetidos paseos por la cuerda floja que han emprendido cada vez que ETA se ha metido de por medio, sino también por las supuestas astucias parlamentarias que han desplegado durante la pasada legislatura con resultados prácticos más que discutibles.

Hay un desánimo importante en amplios sectores de la izquierda abertzale y eso tendrá su reflejo en las urnas, con toda seguridad. Pero ¿qué reflejo? O, mejor dicho: ¿qué reflejos, en plural? Porque las posibilidades son varias: la abstención, el voto útil a Ibarretxe, el voto a Aralar, el voto a EB... No me parece nada casual que las encuestas pronostiquen un crecimiento significativo del respaldo a las cuatro opciones mencionadas, incluida la de la abstención. Se nutren, en no poca medida, de lo que Batasuna pierde.

El fenómeno de la progresiva decadencia electoral de HB (EH, Batasuna o como quiera llamarse) merece un análisis específico y a fondo. No representa al  5% o el 6% del electorado, como tal vez pueda parecer tras las elecciones del domingo próximo. Su magma social es bastante más amplio; tal vez superior al 15%. Pero, con sus torpezas, con sus  anuncios de mucho y sus avances de nada, con sus marrullerías políticas y su politiqueo sin horizonte definido, se las está arreglando para que ese magma, del que forman parte decenas y decenas de miles de nacionalistas vascos que se sienten más radicales que el PNV (más radicales en su nacionalismo, más radicales en sus planteamientos sociales o en ambos terrenos a la vez), se vaya disgregando políticamente, sea en favor de opciones que parecen estar más cercanas a la realidad, con más posibilidades de hacer algo práctico, sea retirándose a las tranquilas tierras de la abstención.

Se podría decir que no es que el electorado les esté dando la espalda; que son ellos los que se empeñan en dar la espalda al electorado.

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A vueltas con lo mismo

(Sábado 9 de abril de 2005)

En las anteriores elecciones autonómicas vascas, el sondeo que realizó el Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS) clavó los resultados que finalmente salieron de las urnas. Pero nos enteramos sólo unos pocos, porque el Gobierno de Aznar, asustado, decidió ocultarlos. ¿Acertará esta vez? Es fácil que no, porque el sondeo que dio a conocer ayer se realizó cuando aún no se sabía que Batasuna iba a hacerse representar por EHAK.

El CIS trabaja bien. Y cuenta con medios. Pero ofrece fotos fijas: dice qué ocurriría si la votación se produjera en las fechas en las que hizo el sondeo. Si las circunstancias de la realidad cambian, el resultado también puede variar. Es lo que probablemente sucederá en esta ocasión.

Para lo que sí nos vale este sondeo del CIS es para saber que habría ocurrido si la votación hubiera tenido lugar hace una semana. Y lo que se constata es que, como ya dije por aquí en su momento y en contra de los tópicos que los medios repetían sin parar, la ausencia de una candidatura tipo HB habría beneficiado más al bloque españolista que a la coalición PNV-EA. En efecto, según los datos del CIS, ésta obtendría sólo uno o dos escaños más que en la actualidad, en tanto que el bloque que han venido formando hasta ahora el PSE-PSOE y el PP lograría entre tres y cuatro diputados más, al ganar seis el PSE (19) y perder el PP dos o tres (16-17).

Otra cosa es que la jugada les hubiera salido mal de todos modos, porque la suma de los votos parlamentarios de PNV-EA (34-35) y Ezker Batua (cuatro) habría permitido no sólo reeditar el tripartito que ha gobernado en la última legislatura, sino hacerlo incluso con mayoría absoluta.

Añado un factor más que merece particular reflexión: según los datos del sondeo del CIS, el bloque PSE-PP, con el 39,8% de los votos, lograría entre 35 y 36 escaños, en tanto que la coalición PNV-EA obtendría dos menos, pese a contar con el respaldo del 42,5% de los electores. ¡Más votos, menos escaños! Peculiaridades del sistema electoral vasco.

En fin, y por remachar un clavo que nunca acaba de entrar en el leño de la opinión publicada: los partidos contrarios al derecho de autodeterminación seguirían muy lejos de ese 50% que reivindican cada vez que recurren al tópico de la Euskadi dividida «en dos mitades». No sólo porque según el CIS se quedarían en el 40% (ojo: el 40% de los votantes, que no del conjunto de la población, parte de la cual se habría abstenido al no contar con su propia opción electoral, representada por Batasuna), sino también porque incluso la mayor parte de los propios votantes del PSE y el PP no quisiera verlos gobernar juntos. El dato es de traca: de acuerdo con el sondeo del CIS, ¡sólo el 6% de la población vasca desea que Euskadi sea gobernada por una coalición PSE-PP!

Éste es el retrato electoral obtenido por el muy oficial –y por lo general riguroso– Centro de Investigaciones Sociológicas. Ya sabemos que no retrata lo que saldrá de las urnas del 17, porque ha surgido el factor EHAK, que ya veremos por dónde sale. Pero da pistas.

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Don José Quiroga López

(Nota.– El diario El Mundo me publica hoy como columna el texto infrascrito. Pero no tal cual, porque, por necesidades de edición –por falta de espacio–, hubo que comprimirlo, recomponer los párrafos, suprimir varios puntos y aparte... Aquí, como no tengo problemas de espacio –de eso que alguna vez he llamado «la dictadura del maquetariado»–, puedo copiarlo tal como lo concebí al redactarlo, con sus inflexiones y  su cadencia propias.)

De todas las muertes que se han producido en los últimos días –de las que he tenido noticia– la que más me ha impresionado es la de don José Quiroga López.

No sabía que se apellidara así. Regentaba una tienda de frutos secos y chuches enfrente de mi casa, en el barrio de Ventas, en Madrid.

La calle en la que vivo tiene dos aceras, como casi todas las calles. Pero en nuestro caso las dos aceras no marcan sólo la existencia de un lado derecho y un lado izquierdo, según se mire, sino también la frontera entre la parte bien y la parte más modesta, las más castiza y, hoy en día, también la más cosmopolita de nuestro barrio. De un lado, las casas nuevas, con grandes ventanas e imponentes galerías. Del otro, las típicas de ladrillo visto, con balconcillos llenos de tiestos y cachivaches.

La tienda de don José estaba de ese lado.

Solía visitarla para comprar patatas fritas, almendras, pipas con sal y gajos de naranja y limón, mayormente. Aprovechaba para charlar un rato con él. Tenía un conocimiento enciclopédico del barrio. Seguro que se sabía toneladas de maldades de todo pichichi, pero nunca hablaba mal de nadie.

Me fascinaba la paciencia con la que atendía a los críos, que entraban en su local con cuatro perras y querían comprar un poco de todo. Les sonreía sin pizca de malicia y les aconsejaba con aire de experto, cómplice de sus gustos: «Casi coge dos de éstos y uno de estos otros, y así tienes para pillar este chicle, que es buenísimo». Y los chavalines, lo mismo los oriundos de Ventas que los venidos del Ecuador, se dejaban aconsejar por él, porque sabían que les hablaba un entendido.

Tiempo ha, un día me preguntó:

–Y usted ¿a qué se dedica?

–Escribo –le respondí.

–Ah, ¿sí? ¿Y qué escribe? –se interesó.

–Soy periodista –suspiré mirando hacia la calle, a través del escaparate.

–¡Vaya por Dios! –dijo el buen hombre.

Y cambió de tema.

Se lo agradecí.

Hace un par de semanas entré a comprarle pipas con sal, porque con tanto fútbol se me estaban agotando las existencias, y le vi con unas bolitas de algodón en los agujeros de la nariz. Me explicó que estaba fastidiado porque sangraba espontáneamente, sin razón aparente.

–Hipertensión, tal vez –le dije, por decir algo.

–Algo así.

No era tan mayor.

Anteayer me acerqué para comprarle patatas fritas –él sabía con qué cantidad de sal me gustan– y me encontré con que la tienda tenía la persiana echada. Y sobre la persiana, un cartelito: «Cerrado por el fallecimiento de José Quiroga López».

Entré en la farmacia de al lado.

–¿Es Pepe el que ha muerto?

–Sí, el pobre. Una pancreatitis.

Me quedé hecho polvo. Pepe. ¿Y por qué él?

Karol Wojtyla no formaba parte de mi vida. Rainiero de Mónaco, aún menos (o igual, no sé). Pero José Quiroga López –Pepe, el de los frutos secos–, sí.

Lo que más lamento en no haberle dicho nunca que me parecía un tipo estupendo.

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Asuntos de armamento

(Viernes 8 de abril de 2005)

Están los del PP indignados por la insistencia con la que el PSOE y los medios que le son afines martirizan a algunos de sus más caracterizados representantes. En los últimos días, a la presidenta de la Comunidad Autónoma de Madrid, Esperanza Aguirre, y a su consejero Lamela. Dicen que han puesto en marcha una campaña «de acoso y derribo».

Me resulta curioso comprobar el amplio uso que tiene en política la ley del embudo. ¿No participaron ellos hace una década en una campaña sistemática «de acoso y derribo» contra Felipe González? Lo hicieron, vaya que sí. (También lo hice yo mismo, y con mucho gusto, porque deseaba contribuir a frustrar aquel régimen incipiente en el que el terrorismo de Estado y la corrupción funcionaban como pruebas rutilantes de modernidad.)

Ahora el PP está recibiendo una buena dosis de su propia medicina. Lógico. Entre otras cosas, porque se la merece.

Se lo dije hace ya bastantes años a un señor para el que trabajaba por entonces, una vez que se me quejó lastimeramente de los métodos inescrupulosos de los que se servían sus rivales político-empresariales: «Cuando estás en guerra, no puedes pedirle al enemigo que no dispare». Es lo suyo. Hay que tener bien presente el reverso de la célebre definición de Claus von Clausewitz, también formulada por él mismo: «La política es la continuación de la guerra por otros medios». Y no olvidar que el objetivo esencial de la guerra, según la agria formulación del propio Clausewitz, es «la aniquilación de la fuerza viva del enemigo».

Con todo, yo, que hago la guerra por libre, rechazo las armas prohibidas por mi Convención de Ginebra particular. Cuando me opuse a Felipe González, me negué a facilitar la rumorología, tan capitalina ella (y tan inclinada a los infundios), y rechacé el uso de argumentos no suficientemente fundamentados o que me parecían ajenos al debate, por referirse a cuestiones personales sin trascendencia política.

Me acaban de pedir que respalde y difunda un escrito que sostiene que los médicos del hospital «Severo Ochoa» de Leganés nunca han incurrido en ningún comportamiento impropio. He contestado que yo no puedo ni firmar ni afirmar tal cosa. Porque no lo sé. Me parece obvio que los del PP han ido a por ese equipo médico porque sustenta un centro progresista que les viene al pelo para sus prácticas de vudú religioso-empresariales. Promocionan así a la vez su cruzada fanática en pro del ensañamiento terapéutico y su defensa de la privatización de la sanidad pública.

Si se me pide ayuda para denunciar eso, la doy sin sombra de duda. Pero lo que no puedo hacer es salir garante de la ortodoxia de las prácticas médicas de unos señores que me merecen todos los respetos iniciales, pero a los que no conozco de nada.

Me temo que los peticionarios del apoyo no me han entendido.

Este pequeño desencuentro me ha recordado otro que tuve hace años, cuando el por entonces ministro del Interior, José Luis Corcuera, afirmó que el periodista Pablo Sebastián «perdía aceite». Escribí un breve editorial de El Mundo reprochando a Corcuera su zafiedad y su machismo y criticándolo por utilizar ese tipo de armas en la lucha política. Al día siguiente, me telefoneó Pablo Sebastián muy molesto porque nuestro editorialito no desmentía su homosexualidad. Le respondí la verdad: que no habíamos desmentido su homosexualidad, primero porque no teníamos conocimiento de sus preferencias sexuales, y segundo porque considerábamos que ese aspecto de su intimidad –que por lo demás nos era del todo indiferente– no venía a cuento.

Tampoco me entendió.

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