Diario de un resentido social

Semana del 31 de diciembre de 2001 al 6 de enero de 2002

Regalos de Reyes

Me telefonea mi buen amigo Gervasio Guzmán.

–¿Qué te han regalado los Reyes?

–Muchísimas cosas. Todo lo que no me han quitado –le respondo.

No es una salida de pata de banco, ni ganas de ponerme filosófico. Es la verdad, pura y dura.

Consideremos, por ejemplo, el día de ayer.

Por la mañana, me quedé encerrado en la habitación que me sirve de estudio, aquí en Aigües. Se estropeó la cerradura. «Bueno, qué se le va a hacer. Desmontaré la mierda ésta», me dije. Pero dentro del estudio no tenía ningún destornillador. Y tampoco podía saltar al jardín por la ventana, porque la verja de seguridad estaba cerrada y la llave que la abre la guardo en otro punto de la casa.

De haber estado solo, como lo estoy tantas veces, la habría hecho buena. No hubiera tenido más remedio que telefonear a algún amigo en Alicante –ésa es otra: encuentra a alguien en su casa un sábado al mediodía– para que se subiera hasta aquí con un destornillador. Tres cuartos de hora, como poco. Y, entretanto, el horno en el que se hacía la lubina a la sal, encendido.

Charo me pasó un destornillador a través de la verja de la ventana y en dos minutos todo estuvo solucionado.

Un regalo.

Peor fue lo de la tarde. Por la tarde cascó el ordenador. No me preguntéis qué le pasó. Sigo sin saberlo. Se ha hundido en una especie de bucle melancólico del que no hay manera de sacarlo. Ocurrió la cosa cuando me disponía a atender el correo electrónico, después de haber estado trabajando todo el día en la finalización de mi libro (y cuando digo «todo el día» quiero decir todo el día: he estado levantándome a lo largo y lo ancho de las vacaciones a horas inverosímiles para quitarme ese muerto de encima de una pajolera vez).

Pero los cielos me fueron propicios. Desde que llegué aquí, puse en marcha los dos ordenadores, el fijo y el portátil. Y los distribuí por tareas: el fijo lo destiné al trabajo en la página web y al correo electrónico; el portátil, al libro. Lo hubiera podido hacer al revés, pero lo hice así. Gracias a lo cual, las 25 o 30 páginas de sesudo ensayo final que había escrito a lo largo de las últimas 12 horas –descontados los periodos de alimentación, de bricolaje y de automedicación, destinada a sobrellevar el supercatarro que arrastro– quedaron al margen del desastre.

Como de la página web había hecho copia de seguridad en un diskete, el balance de daños se limita a los correos electrónicos de los últimos dos días. Los he perdido, y es una faena, pero de género menor. (*)

Otro regalo, éste realmente inapreciable.

Aparte de eso, nadie me ha regalado ninguna colonia. O sea, que no puedo decir que todo sea perfecto,  pero casi.

 

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(*) Por cierto: si me has escrito en los dos últimos días y no te he contestado, ahora ya sabes por qué.

 

(6-I-2002)

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Desbordados

Aseguran los responsables del Banco de España que, si están faltando euros en el mercado, es porque la demanda les ha desbordado. Ayer se lo escuché a una menda de sonrisa beatífica: «Ha superado todas nuestras previsiones».

Y lo decía encantada, como si fuera estupendo.

Eso es muy español. Aquí se considera un éxito que la realidad pase alegremente por encima de lo calculado. Un éxito en general: de la realidad y de los que han hecho mal los cálculos. Típico ejemplo: «Los organizadores del acto se vieron desbordados por la acogida que mereció la convocatoria». Lo oyes y te dices: «Vaya, pues qué mal. Los habrán destituido, por incompetentes». Qué va. Nunca. Al contrario: los felicitan.

Son curiosidades celtibéricas. Como esa otra que mueve a que se califique de «experto» a todo aquel que aparece en público demostrando que no sabe un pijo de la materia. Sacan al presunto especialista en asuntos del Oriente Medio y le preguntan: «¿Qué pasaría si Sharon decidiera encarcelar a Arafat?». Y el sedicente experto responde: «Se abriría una situación de consecuencias impredecibles». Que no es sino un modo retorcido de contestar: «Ni puta idea».

Tenemos calculadores que no saben calcular y expertos que están in albis. Nos quejamos de vicio.

 

(5-I-2002)

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No se puede/No se debe

Tengo observado que muchos conciudadanos nuestros confunden con lastimosa frecuencia el poder y el deber. «Eso no se puede hacer», afirman, cuando lo que en realidad tratan de decir es: «Eso no se debería hacer». 

El pulso que han entablado los gobiernos de Aznar y de Ibarretxe a propósito de la renovación del Concierto Económico navega viento en popa por los procelosos mares de esa confusión.

«El Gobierno central no puede prorrogar unilateralmente lo que es, por su esencia, un pacto entre dos partes», dice el Ejecutivo de Vitoria. ¿Cómo que no puede? Vaya que sí. Ya lo ha hecho.

¿Que no debería, que muy mal, que vaya disparate? Ah, bueno: eso es harina de otro costal.

«El Gobierno Vasco no puede negarse a pagar el cupo fijado por ley en el Parlamento español», dicen los ministros de Aznar. ¿Ah, no? ¿Seguro? Pues para mí que poder, lo que se dice poder, sí que puede. ¿Que si lo hace le armaréis un bochinche de mucho cuidado? Bueno, eso también es posible. No sé si deseable. Pero posible, sin lugar a dudas.

No se trata sólo de una confusión semántica. Me temo que afecta más bien a lo que cada cual coloca dentro del campo de lo posible. Y que ambas partes yerran a la hora de evaluar lo que el otro es capaz de hacer.

Los dos están dando por hecho que el otro juega de farol, en plan chuleta, y que al final se rajará, antes de que la sangre llegue al río. Pero yo no estaría tan seguro. Porque estamos ante uno de esos asuntos peliagudos en los que se discute menos del huevo que del fuero. Aznar está en plan de demostrar que aquí manda él y el Gobierno Vasco está en plan de demostrar que aquí no sólo manda Aznar, porque por encima de él están los derechos históricos que la propia Constitución reconoce al pueblo vasco.

Aznar debería ir pensándose hasta dónde está dispuesto a llegar si el Gobierno Vasco se cierra en banda. Y el Gobierno Vasco debería ir cavilando sobre lo que hará si Aznar se lía la manta a la cabeza.

Porque, como decía al comienzo, deber y poder no es lo mismo. Todos sabemos lo que no debería ocurrir. Pero nadie sabe lo que puede ocurrir.

 

(4-I-2002)

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El PSOE, zapateado

Más de una vez he expresado la desconfianza que me producen los sondeos de opinión que publican los periódicos. 

Se trata de una desconfianza basada en el conocimiento. Sé hasta qué punto las empresas demoscópicas tienden a halagar los más bajos instintos políticos de sus clientes y sé, además, qué juegos florales pueden hacer los medios, una vez que reciben los resultados, para resaltar aquellos que más les complacen y ocultar o desdibujar los que menos.

Otra parte de mi desconfianza es meramente técnica. Algunos sondeos se basan en conversaciones telefónicas realizadas sobre una muestra muy pequeña de la población. Por mucho que la empresa encargada del sondeo presuma siempre de su fiabilidad (¿qué otra cosa podría hacer?), hay veces que su margen de error real es tan amplio que vuelve insignificantes los resultados obtenidos. Otras, la muestra es amplia, pero no tanto como para que los resultados de menor cuantificación puedan tomarse en serio. Cuando la horquilla de fiabilidad declarada está en un ±3%, los análisis basados en diferencias inferiores –por no hablar de los que se apoyan en decimales– carecen del más mínimo sustento probatorio.

A cambio, me tomo más en serio lo que leo cuando se trata de un sondeo realizado sobre una muestra realmente amplia y cuando lo que se somete a examen son sus resultados más globales.

En razón de todo esto, me tomo relativamente en serio lo que dice el macrosondeo que publica hoy El Mundo, según el cual el PSOE no ha conseguido apenas recortar la distancia que le separa del PP en las preferencias electorales de la población. También me parece verosímil que el índice de prestigio de Rodríguez Zapatero se haya quedado parado, o incluso descienda.

Es perfectamente posible. Y, a la vez, terrible para los socialistas y su ya no tan nuevo secretario general. Porque, si en un pasado más o menos reciente, Rodríguez Zapatero podía alegar en su descargo que Aznar se estaba aprovechando de la bonanza económica y de los pluses sociales que gracias a ella podía conceder,  ahora ya no puede echar mano de esa coartada. La desaceleración económica es un hecho, como lo son los recortes sociales –vía impuestos indirectos, sobre todo– y como lo es la creciente chulería antipática y reaccionaria del PP, de la que el PSOE debería estar sacando partido intensivo. Han mejorado las condiciones objetivas para hacer oposición y Zapatero no está aprovechándolas. En resumen: que su oposición tranquila será todo lo tranquila que se quiera, pero apenas es oposición. Constituye un amasijo informe de poses incoherentes que sólo convencen a los previamente convencidos. No formula propuestas alternativas, ni se distancia significativamente de la política del Gobierno en ningún asunto crucial. Y cuando lo hace, como en el caso de su reciente viaje a Marruecos, es para pillar a Aznar por la derecha, que manda huevos. En otras ocasiones, ni siquiera es capaz de adoptar una posición unificada: él dice que A y los barones de su partido sostienen que B, y se quedan tan anchos.

Con Zapatero al frente del PSOE, tenemos PP para rato. ¿O para Rato?

 Pobre Rayo

Indignante. El Real Madrid organiza un trofeo de fútbol capitalino mano a mano con el Ayuntamiento y ambos lo convierten en un partido Real Madrid-Atlético de Madrid, marginando al Rayo Vallecano. ¿A cuento de qué? ¿Acaso el Rayo no es de Madrid? ¿Ha descendido a Segunda B sin que nos hayamos enterado? 

Es una afrenta fea, injustificada y desagradable. No sólo al Rayo, sino a todo Vallecas.

Y si aún fuera la única... La Real Federación Española de Fútbol ha rechazado la fecha que habían acordado el Rayo y el Alavés para disputar el encuentro que se suspendió hace un par de semanas por la nieve y les ha impuesto otra. Pero con la particularidad de que la fecha elegida por la gente de Villar para que se dispute ese partido sólo será viable si para entonces el Rayo está eliminado de la Copa del Rey. ¡La Federación da por hecho que el Rayo no pasará la eliminatoria! Es de una descortesía que quita el hipo.

Mis sentimientos hacia doña Teresa Rivero y hacia su señor marido, don José María Ruiz Mateos, no son precisamente como para presentarlos a un premio de simpatías. Pero este asunto desborda ampliamente las cuestiones personales. Es de un cutre intolerable.

El partido Madrid-Atlético se celebró para promocionar la candidatura de la capital de España a sede de los Juegos Olímpicos del 2012.

Yo que el Rayo, montaba un Comité contra la Candidatura Olímpica de Madrid.

Si deciden ponerlo en marcha, no dejen de contar conmigo.

 

(3-I-2002)

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No sé si saben

No sé si saben ustedes que, apenas hace unos días, el PP calificó de «intolerable falta de respeto a la institución parlamentaria» la actitud del PSOE, que montó un numerito en el Congreso de los Diputados clamando que una votación era «un atraco» –pero con cada diputado sentado en su sitio– cuando, en ese mismo instante, el PP vasco y el PSE-PSOE se dedicaban a bloquear el debate parlamentario de los Presupuestos, en connivencia con Batasuna, por el mucho más irregular e irrespetuoso sistema de ausentarse, los tres en comandita, de sus respectivos escaños. 

 No sé si saben ustedes que el PP vasco y el PSE-PSOE eran tan conscientes de estar sacando partido político de Batasuna que, cuando los de Otegi optaron por volver al hemiciclo, ellos hicieron exactamente lo mismo.

Quizá hayan escuchado decir a los representantes del PP y del PSE que rechazan los Presupuestos vascos porque el Gobierno de Ibarretxe representa sólo a «una minoría». No sé si saben que el PP tiene el peso que tiene en el Parlamento autónomo porque en mi tierra,  por causa de derechos históricos, las tres provincias eligen exactamente el mismo número de diputados, razón por la cual Álava, que tiene cuatro veces menos habitantes que Vizcaya y menos de la mitad de los de Guipúzcoa, designa la misma cantidad de representantes que los otros dos territorios. Y como el PP es relativamente fuerte en Álava, obtiene una representación parlamentaria que, de aplicarle la estricta proporcionalidad democrática, se quedaría en lo que en realidad es: bastante menos cosa. Nada que le autorizara a hablar de minorías ajenas, desde luego.

No sé si saben que esos mismos beneficiarios de la singularidad de los derechos forales son los que dicen que el Concierto Económico es «un privilegio» y «una antigualla».

Otrosí: no sé si saben ustedes que, el pasado viernes, el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, afirmó que el único obstáculo que había para la renovación del Concierto Económico era que el Gobierno Vasco reivindicaba la posibilidad de formar parte de algunas delegaciones españolas ante la UE. Y no sé si saben que, cuando el Gobierno Vasco anunció que retiraba del debate esa reclamación, Montoro contestó que no podía dar por recibida la nueva propuesta, porque el Ejecutivo de Vitoria no había consultado con las Diputaciones provinciales. Y no sé si saben que, cuando se anunció que las Diputaciones no sólo habían sido consultadas, sino que además estaban de acuerdo, Montoro dijo que le daba igual, y que la respuesta seguía siendo no.

En fin, son cosas que les cuento. Por si no las conocían. Se mencionan tan poco por estos lares....

 

[Nota.– El apunte anterior es copia del Zoom de El Mundo aparecido hoy]

 

 Europapanatismo

Veo las colas que se formaron ayer ante algunas sucursales de bancos y cajas de ahorro –eso que mis colegas cursis llaman «las entidades bancarias»– y confirmo mis más hondos prejuicios: hay un montón de europapanatas. 

Salvo para quienes regentan establecimientos públicos, no hay ninguna prisa por tener euros. Todo cabe pagarlo todavía en pesetas, o mediante tarjetas de débito. A uno le basta con mantener su actividad normal para quedar instalado en el euro sin el menor problema en el plazo de pocos días. ¿Qué necesidad puede tener de pasarse un montón de tiempo bajo el frío invierno para hacerse con los billetes de la nueva moneda?

No voy a hacer la crítica de la moneda única, que priva a los gobiernos europeos de uno de los mecanismos de defensa más eficaces que existían: la devaluación. El ajuste de la paridad monetaria servía de fusible para muchos cortocircuitos económicos. Ya será imposible servirse de él. Sí me parece de rigor cachondearme de ese euroentusiasmo ante una nueva realidad que, de momento, el único efecto que ha tenido es un aumento masivo de los impuestos indirectos –perdón, de las tasas– y unos redondeos escandalosos al alza de los precios.

«Cuanto antes se aclimate uno, mejor», oigo en la radio a un ciudadano que hace cola. Cuanto antes se aclimate, ¿a qué? ¿Al frío?

Con gente tan analítica y racional, no me extraña nada que personajes como Aznar estén en lo más alto de la consideración social.

 

(2-I-2002)

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Los buenos americanos

Ya en el tramo final de la redacción de mi próximo libro sobre Ibarretxe, repasando las grabaciones de mis entrevistas con él, me topé ayer con una frase suya que me puso una vez más en guardia: «El día en el que los vascos dejemos de ser solidarios, dejaremos de ser vascos». 

No me privé de comentarla, y escribí la siguiente acotación (una de las bastantes que tiene el libro):

«Es cierto que lo ha dicho muchas veces. Y también es cierto que cada vez que se lo he oído le he puesto las mismas objeciones mentales.

Primera: los vascos –todos los vascos– no somos solidarios. Hay bastantes vascos que lo son –lo somos: yo trato de serlo–, pero tampoco es desdeñable la cantidad de los que no lo son gran cosa, o incluso no lo son en absoluto.

En segundo lugar, si asociamos la cualidad de solidario al hecho meramente objetivo de la nacionalidad, tendremos que negar la ciudadanía vasca a todo aquel que no aporte pruebas constatables de su carácter solidario. Lo que, por vía de consecuencia, nos obligará a fijar con nitidez la frontera que separa la solidaridad de la insolidaridad y, acto seguido, a instituir un tribunal que juzgue en qué medida cumple cada cual el requisito.

Sé que estoy llevando el razonamiento hasta el absurdo. Pero lo hago para mejor evidenciar lo inconsistente de la premisa inicial. El día en que los vascos, en general, dejáramos de ser solidarios... dejaríamos de ser solidarios. Lo cual sería sin duda una lástima, pero no nos privaría en absoluto de seguir siendo vascos.

El error de partida estriba en atribuir al pueblo vasco virtudes especiales. El mismo error en el que incurren quienes le presuponen defectos especiales. La sociedad vasca tiene determinados rasgos, ciertas características que le confieren una personalidad propia y, por ende, diferenciada. Eso es precisamente lo que autoriza a ponerle un adjetivo particular: es la sociedad vasca, no la castellana, ni la aragonesa, ni la bretona.

No es ni mejor ni peor: es, sencillamente, diferente.

Los nacionalismos tienden al esencialismo. También el nacionalismo español. En Madrid, algunos coches lucen una pegatina que reza: “Ser español, un orgullo. Madrileño, un título”. Obsérvese qué envidiables méritos se pueden adquirir sin mover un dedo, por el simple hecho de que a uno lo traigan al mundo en un determinado lugar.

El cantautor francés Maxime Le Forestier escribió hace años una canción –precisamente sobre la inmigración– titulada On est né quelque part. A uno lo nacen en cualquier lugar. “Uno no elige a sus padres, uno no elige a su familia”, cantaba. Estoy de acuerdo. No hay virtudes de sangre. Se equivocan los nacionalistas... y los monárquicos.

Curiosamente, Ibarretxe superpone las dos vías de reflexión: la nacionalista, repartidora de esencias, y la cartesiana, racionalista. Por fortuna, a la hora de afrontar la adopción de medidas concretas de Gobierno, se deja guiar en lo fundamental por la segunda.»

Acabé de escribir esto y me fui al cuarto de baño para tratar de asear en lo posible mi pobre fisonomía de cara a la cena de Nochevieja. Encendí la radio y me topé con una tertulia en la que Santiago Carrillo afirmaba con su voz reconociblemente campanuda: «George Bush no representa a la verdadera América». Y acto seguido: «Los intelectuales críticos norteamericanos representan mucho mejor a la verdadera América».

«¡Coño, otro experto en esencias nacionales!», exclamé para mí.

Dejando a un lado que Carrillo se pliegue a los usos y costumbres de «la  verdadera América» identificando a los Estados Unidos de América con el conjunto del continente americano –que la última vez que lo vi llegaba desde Groenlandia hasta Tierra de Fuego–, no pude por menos que preguntarme cómo sabe distinguir él la verdadera América de la falsa.

Si este hombre conservara así fuera una sombra de los reflejos críticos del marxismo –si los hubiera tenido alguna vez en su vida–, sería un poquitín menos místico y algo más materialista. La realidad es que tan estadounidense es Bush como Chomsky, y ambos forman parte de «la verdadera América», entre otras cosas porque no hay ninguna falsa América, ni maldito el sentido que tendría que la hubiera. Los Estados Unidos de América constituyen una realidad muy compleja, en la que hay sitio para ultraderechistas y para izquierdistas radicales, pasando por toda la casi infinita gama intermedia. Bush no es un mal norteamericano, porque la cualidad de  norteamericano no constituye, en sí misma, ningún valor. Ni ningún baldón.

Si aún hubiera dicho Carrillo que el pueblo norteamericano no se merece tener como presidente a un tipejo semejante, lo habría aceptado. Pero sólo porque estamos en Navidad. En otras fechas, seguramente me habría venido al recuerdo la afirmación de Hegel: «Cada pueblo tiene el Gobierno que se merece».

 

¡Qué nivel!

Estoy impresionado. Varios de los últimos apuntes de este Diario me han valido puntualizaciones, enviadas por lectores y lectoras, que son demostrativas de un nivel analítico y una finura intelectual de mil pares. Me desmontan argumentos, me aportan datos que abren perspectivas distintas... Fantástico. Reconfortante. 

Hay gente que lleva mal que la critiquen. No es mi caso. Hace poco, durante la grabación de un debate filosófico sobre la dignidad, realizado para un espacio cultural televisivo que se emitirá a finales de este mes, me pidieron que me autodefiniera, para elaborar el rótulo que habrá de aparecer bajo mi nombre. Dije que pusieran: «Pensador de base». Soy consciente de que hablo y escribo acerca de muchas materias de las que tengo un conocimiento muy limitado. A veces, escandalosamente limitado. Me dedico a trabar reflexiones con los mimbres de los que dispongo, con la esperanza de que los lectores y lectoras inicien –o desarrollen– sus propias cavilaciones.

Hay bastante personal que me escribe diciéndome, con unas u otras palabras: «Muchas veces no estoy de acuerdo con lo que expones, pero me resulta intelectualmente estimulante». ¡Perfecto! De eso se trata.

Como Joan Salvat Papasseit, yo tampoco soy modesto. Me reconforto pensando que éste es el público que me he ganado a pulso.

 

(1-I-2002)

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¿Bilingüismo forzoso?

Mil y pico enseñantes vascos van a ser recolocados en tareas no docentes porque su conocimiento del euskara no les permite impartir clases en lengua vasca.

«Un ciudadano vasco que no sabe euskara, ¿es un ciudadano de segunda?», le pregunté al lehendakari Ibarretxe en una de nuestras recientes y larguísimas entrevistas. «¡No, Jesús, claro que no!», me respondió. La recolocación  de estos enseñantes no parece muy acorde con su vehemente respuesta.

El asunto, sin embargo, es peliagudo.

Estamos ante un complejo caso de derechos encontrados. El enseñante no euskaldún tiene derecho a ejercer su profesión. Y los chavales y las chavalas que acuden a un centro de Enseñanza en Euskadi –o, a título jurídico, sus progenitores o tutores–  tienen derecho, a su vez, a que se les impartan las clases en euskara, si ése es su deseo. El derecho que debe prevalecer, en este caso como en cualquier otro en el que entren en contradicción un derecho individual y otro colectivo, es el colectivo.

Pongamos un caso típico: un ciudadano acude a la ventanilla de una oficina de la Administración autónoma y se dirige al funcionario en euskera. ¿Tiene derecho a que lo atiendan en su lengua? Sin duda.

Pero las cosas no son tan simples. Porque en Euskadi hay dos lenguas oficiales. Los modelos docentes en vigor tienen en cuenta ambas y apuntan a que toda la chiquillería, reciba instrucción preferentemente en euskara o preferentemente en castellano, llegue a la edad adulta manejando con soltura ambas lenguas (lo cual me parece sumamente razonable). En un contexto como ése, no veo por qué no puede hallar acomodo un cierto número de enseñantes que se expresen exclusivamente en castellano.

Están luego los posibles agravios comparativos. Ejemplo: la Administración vasca permite que la práctica totalidad de los jueces y fiscales con destino en Euskadi no sepa una jota de euskara, para lo cual ha habilitado el necesario contingente de traductores. ¿Cien en la Justicia y cero en la Enseñanza? ¿Por qué? ¿Porque las asociaciones profesionales de jueces y fiscales son españolistas y, en cambio, las de enseñantes son mayoritariamente nacionalistas? ¿Porque unas le presionan en un sentido y otras en otro? No me parece un criterio.

Doy por hecho que una proporción importante de los enseñantes que no saben euskara acogerán bien la propuesta de la Consejería de Enseñanza del Gobierno Vasco y aceptarán los nuevos destinos con interés, precisamente para evitarse los problemas prácticos que les plantea su monolongüismo castellano. Me sé de más de uno al que el bilingüismo de la mayoría de sus alumnos –su monolingüismo práctico en euskara– le provoca verdaderos quebraderos de cabeza y que considerará una liberación dedicarse a otras tareas. Pero habrá también muchos que no deseen apartarse de la Enseñanza.

Ignoro si es cierto que la consejera vasca de Enseñanza ha dicho, como he leído, que «en un país bilingüe, todo el mundo tiene que ser bilingüe». Si ha dicho eso, ha dicho una memez. No se puede convertir el objetivo último –el bilingüismo total– en una exigencia para el presente.

Porque –y puesto que de derechos preferentes hablamos– el derecho preferente de la ciudadanía vasca es el derecho a coexistir en paz y en armonía, sin que nadie pretenda obligar a nadie a no ser como es.

 

(31-XII-2001)

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