Diario de un resentido social

Semana del 28 de enero al 3 de febrero de 2002

El candidato peligroso

Entrevistan a Rodrigo Rato, que asiste en Nueva York a la Cumbre de Davos (la llaman así, aunque se haya desplazado para la ocasión), y le preguntan qué opina de la reunión internacional de Porto Alegre. El vicepresidente de Aznar contesta muy suavemente que se trata de un encuentro interesantísimo al que acuden pensadores de gran valía y cuyas conclusiones habrá que estudiar con mucho detenimiento, porque nadie está en posesión de toda la verdad, las realidades son muy complejas («Si no, no tendríamos problemas: los solucionaríamos sobre la marcha») y es necesario tener en cuenta todas las aportaciones inteligentes.

Me inquieta.

En general, prefiero enfrentarme a gente tosca, como Aznar, u obcecada, como Mayor Oreja, o evidentemente desaprensiva, como Rajoy. Cuando veo que el bando opuesto puede acabar siendo dirigido por tipos sutiles y florentinos, me alarmo.

Hay gente que me dice: «Rato será todo lo de derechas que quieras, pero es inteligente». Y yo contesto: «¿Y estáis seguros de que eso es mejor?».

No dudo de que sea mucho más interesante jugar al ajedrez contra un maestro que contra un principiante. Pero cuando lo que uno quiere es ganar, y cuanto antes mejor, el principiante resulta muy preferible.

Mi candidato para la sucesión de Aznar es Mayor Oreja. Ya le he visto dirigir una campaña electoral y sus métodos me infunden una gran confianza. Mayor Oreja es garantía de fracaso.

El PSOE no se equivoca: hace bien en ir a por Rato. Necesita neutralizarlo, y cuanto antes mejor.

Sobre todo teniendo en cuenta la categoría de su propio candidato.

 

 (3-II-2002)

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De baja calidad

Desde muy joven, Román Pérez se especializó en la fabricación y venta de productos de baja calidad.

«Por un lado, es una cosa mala», le dijo su hermano Eduardo, con su beatífica sonrisa permanente. «Pero, por otro, es una cosa buena.»

Román no estaba de acuerdo. Sabía por dónde iba Eduardo, y que se lo decía con la mejor intención, pero a él no le convencía. Él sólo le veía ventajas a su actividad industrial.

«A veces necesitas productos de alta calidad; de acuerdo», le respondió. «Pero, ¿cuántas veces no te hace falta dar el pego? ¿Cuántas veces no te viene bien exhibir algo que parece estupendo, aunque no lo sea? ¿Tú sabes cuánta gente hay que debe aparentar que tiene lo que no tiene?».

Román cree que ése es un fenómeno universal. Y diario.

«Necesitas aparentar que tu casa está protegida a tope, para que no entren los ladrones», siguió dándole la vara a su hermano, en plan persuasivo. «¿Tú sabes lo que vale un buen equipo de seguridad? ¿Quién carajo puede pagarse eso? Yo vendo unas falsas cámaras de TV que se ponen en el exterior de las casas, o de las tiendas, que sólo son cajas de plástico con un simulacro de objetivo, y  doy unas placas que dicen: “¡Cuidado! ¡Protegido por Todosegur! ¡Atención inmediata!”. Bueno, pues con eso la gente espanta al 99% de los cacos. ¡Qué saben los ladrones si existe Todosegur o no! El total sale por mil duros, y es la hostia de eficaz».

«¿A quién le importa si el candado que tienes puesto en la verja es todo lo bueno que parece? Lo parece, y eso es lo que vale. Yo vendo candados que son una mierda. Los puedes hacer saltar con un estornudo. ¿Que son de baja calidad? ¡No baja: pésima! Pero, oye, cuidado: parecen cojonudos. Según los miras, se diría que no te los cargas ni con un gato de coche».

E insistió en la idea: «Yo vendo apariencias. Y las apariencias, hoy en día, tienen mucha importancia».

Su hermano Eduardo, que le tenía ley, le dio la razón.

Llegó a la conclusión de que Román estaba perfectamente adaptado a la vida moderna.

 

 (2-II-2002)

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Francisco Granado

También hay categorías dentro de la injusticia. Algunas habría que catalogarlas como injusticias cum laude. 

Es el caso de la que está cometiendo el presidente de la Comunidad de Madrid, Alberto Ruiz Gallardón, con Pilar Vaquerizo.

Como imagino que ustedes no saben quién es doña Pilar, se lo cuento.

La señora Vaquerizo es viuda de Francisco Granado Gata, un militante antrifranquista que fue detenido por la Policía política de la dictadura el 1 de agosto de 1963, torturado salvajemente, juzgado por un tribunal militar de excepción, condenado a muerte y fusilado 17 días después.

Los restos de Francisco Granado reposan desde entonces en el cementerio de Carabanchel, en Madrid.

En 1999, el Gobierno de Ruiz Gallardón, siguiendo el ejemplo de otras comunidades autónomas, decidió otorgar una pequeña ayuda económica a las personas que fueron encarceladas durante el franquismo por motivos políticos o, en caso de fallecimiento del interesado, a su cónyuge viudo o heredero principal.

Para marcar límites a la ayuda –cuya ridiculez el propio Gallardón admitió un año después, dicho sea de paso–, el Ejecutivo madrileño estableció que sólo se harían acreedores de ella las personas que hubieran estado en la cárcel más de un año.

Doña Pilar Vaquerizo solicitó esa ayuda. Y el Gobierno de Ruiz Gallardón se la denegó alegando que Francisco Granado no cumplía el requisito fijado... ¡puesto que sólo había permanecido detenido 17 días!

Parece una broma de mal gusto, y de mal gusto es, pero no broma. ¡Qué más hubiera querido ella que su marido hubiera estado más de un año en la cárcel! Pero, ¿es represalia menor el fusilamiento que la cárcel prolongada?

No se trata de un mero error administrativo. La señora Vaquerizo ha insistido una y otra vez en su demanda, y una y otra vez el Gobierno de la Comunidad de Madrid le ha contestado que el caso de su marido «no cumple los requisitos».

¿Cuál es el problema? ¿Será que don Alberto Ruiz Gallardón, como el burócrata de La mujer fosforescente de Maiakovski, «en vez de corazón tiene un pisapapeles» y no entiende que las leyes tienen espíritu, además de letra? ¿O tal vez será que recuerda que en el Consejo de Ministros de Franco que dio el visto bueno al inicuo fusilamiento de Francisco Granado se sentaba, en tanto que titular de la cartera de Información y Turismo, la misma persona que hoy ostenta el cargo de presidente de honor de su partido?

Una aclaración

Alguna gente lectora parece desconcertada por mi deambular profesional. «¿Pero no habías dicho que ya no estabas en El Mundo? ¿Y las columnas, entonces?». 

A ver si lo aclaro.

Mi presencia en El Mundo ha tenido siempre dos vertientes. De un lado, he sido durante muchos años subdirector, responsable de la sección de Opinión, editorialista y coordinador del Consejo Editorial, todo de una tacada. Al margen de eso, he sido –y sigo siendo– columnista.

En virtud de lo primero, figuraba en nómina (y bastante bien, para qué engañaros). Por lo segundo, ni siquiera cobraba, ni falta que hacía.

Lo que he hecho ahora es renunciar a todo el primer capítulo y pasar a ser tan sólo columnista. Es decir, un colaborador externo, sin nómina, ajeno a la empresa y, en consecuencia, suprimible en cualquier momento.

Desde el punto de vista de quien compra el periódico en el kiosco, o lo lee por Internet, no hay diferencia: lo único que veía firmado por mí –mis dos columnas semanales– lo sigue viendo. Considerado el asunto desde dentro del periódico, la diferencia es bastante mayor: ahora carezco de influencia alguna en su línea editorial.

En razón de ello, y como ni los ingresos que tiene un columnista de gama medio-alta como yo son fastuosos, ni me es dada la certeza de conservar por mucho tiempo los que ahora tengo, he negociado mi ingreso como directivo en una editorial que va a permitirme trabajar espiritualmente tranquilo en la edición de libros interesantes (todo lo interesantes que yo sea capaz de conseguir). Empezaré esa labor a primeros de marzo. Y espero disfrutar con ella.

Resumiendo: he dejado de ser periodista.

Y tan ricamente.

That’s all folks!

 

(1-II-2002)

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El deber de socorro

Unas treinta personas vieron cómo los vigilantes jurados del puerto de Barcelona apaleaban a Wilson Pacheco y lo tiraban al agua. Nadie hizo nada por salvarlo.

El Código Penal español (artículo 195, apartados 1 y 2) tipifica el delito de omisión del deber de socorro. No sé si la autoridad judicial encargada del caso se tomará el trabajo de estudiar si la pasividad de esas personas es deudora de castigo penal. Imagino que ellas –las que hayan sido identificadas– alegarán que el rescate de un hombre que se está ahogando comporta riesgos, y que la existencia de riesgo exime del deber de socorro, con lo cual el juez dejará correr el asunto (por más que todos sepamos que, si el salvamento se emprende entre varios y en aguas tan calmas como las de un puerto, el peligro es mínimo, por no decir nulo).

Sea como sea, y códigos al margen, el comportamiento que tuvieron esas personas me resulta repugnante.

Pero no extraño. Vivimos en una sociedad en la que el ejercicio de la solidaridad ha perdido casi por completo su carácter directo. La mayor parte de la gente solidaria lo es por delegación: entrega comida, ropa o dinero a terceros, para que ellos se encarguen de hacérselo llegar a los necesitados, pero no mueve ni un dedo ante la desgracia que sucede delante de sus narices. La ve y no hace nada. O vuelve la cabeza para no verla. Teme verse metida en complicaciones. A veces con razón: en cierta ocasión en la que intervine para reconvenir a los miembros de una patrulla policial que estaban maltratando a unos chavales, los chavales pudieron irse tranquilamente, pero yo me pasé cuatro horas en dependencias policiales y acabé en un juicio de faltas, acusado de haber llamado «fascistas» a los policías (lo cual, dicho sea de paso, era rigurosamente cierto).

La hipocresía de nuestro sistema oficial de valores es flagrante. De un lado, se educa a la ciudadanía en el individualismo más exacerbado, en eso de que «la caridad bien entendida empieza por uno mismo», en el «ande yo caliente y ríase la gente», en el «a mí déjame de líos». Con lo cual, cabe vez que se topa con un conflicto que no le concierne directamente –un accidente, una agresión, alguien que sufre un infarto en plena calle–, pone tierra de por medio. Pero, por otro lado –y a la vez–, se sueltan rollos abstractos sobre el deber de socorro, y hasta se incluye como obligación imperativa en el Código Penal.

Basura.

 

P.D. Misterio. El martes, los medios de comunicación relegaron a quinta fila el asesinato de Wilson Pacheco (dejé aquí constancia de ello, como puede verse infra en el apunte titulado Paqui y Wilson). Ayer, sin embargo, decidieron ponerlo en primer plano, pese a que no surgieron novedades en el caso que justificaran tan brusco cambio en la jerarquización de la noticia. ¿Alguien sabe qué pudo motivar esa súbita revaloración del suceso? Yo no, aunque me lo barrunto. Pero, como sólo es una hipótesis, me callo.

 

(31-I-2002)

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Guevara

Emilio Guevara es expulsado del PNV y las campanas de los medios de comunicación con sede en Madrid tocan a rebato. ¡Hala, todos a hacer cola para entrevistarlo! El telediario de las 15:00 de TVE le dedicó... ¡cinco minutos! Apuesto lo que sea a que el día en que el bueno de don Emilio fallezca –quiera el destino que eso tarde mucho en suceder– no le concederán ni medio minuto.

Televisiones, radios, periódicos... Todos al alimón: ¡Viva Guevara!

Nótese que ninguno de estos guevaristas de ocasión se ha tomado el trabajo de reproducir el artículo de Prensa que ha motivado la sanción disciplinaria. Porque en ese artículo Guevara no se limitaba a mostrar sus discrepancias con la línea oficial del PNV, sino que llamaba abiertamente a la base militante a rebelarse contra la dirección del partido. Que me digan de un partido cuyos estatutos autoricen a montar rebeliones contra la línea decidida por la mayoría. O a tratar de montarlas, más bien, porque nadie en el PNV hizo caso del llamamiento del señor Guevara.

Me hacía gracia ayer cuando escuchaba, por ejemplo, a Iñaki Gabilondo decir que el PNV ha aplicado en este caso una «disciplina militar, más militar que la de los propios ejércitos». Lo decía desde los micrófonos de una radio propiedad del grupo Prisa, cuya dirección ha llegado a poner de patitas en la calle a un redactor de gastronomía que se permitió hablar mal de la comida expendida en un restaurante propiedad de un amigo de don Jesús Polanco. ¿Querrá Gabilondo que hablemos de la disciplina laboral de Prisa y la comparemos con la disciplina militante del PNV? Lo digo de Prisa, pero podría aplicárselo por igual a cualquiera de las empresas propietarias de los medios que tanto se han escandalizado por la expulsión del PNV de Emilio Guevara. Venga, hombre.

¿Ha hecho bien el PNV aplicando esta sanción disciplinaria? Supongo que no. Guevara no pasaba de ser una anécdota política. Hubieran podido mantenerlo en sus filas, así fuera como mera curiosidad, así fuera para evitarse este tragicómico despliegue mediático. Para mí que a Arzalluz le ha perdido, una vez más, la soberbia. Porque, aunque ya sé que la sanción no la ha decidido él –el PNV tiene para esas cosas un comité disciplinario, independiente de la dirección del partido–, dudo de que hubieran expulsado a Guevara si el EBB hubiera opinado que no valía la pena. La propia evidencia de que Guevara estaba buscando la expulsión para hacerse notar debería haber sido ya suficiente motivo para no acordarla.

Otro punto gracioso: todo esto sucedía el mismo día en el que la comisión de Derechos y Garantías del PP gallego decidía abrir un expediente disciplinario a Elena Ramallo, concejala del Ayuntamiento de Sada (A Coruña), acusándola de haber divulgado documentos sobre varias cuentas de gastos de Ramón Rodríguez Ares, senador del PP y alcalde del municipio, pagadas con cargo a las arcas municipales. La corporación municipal abonó el combustible y los desplazamientos por autopista de un automóvil que utiliza habitualmente una hija del alcalde. El senador también cobró del Ayuntamiento los gastos de un viaje a Nueva York y la estancia en el hotel Hilton de él y otra persona no identificada, viaje cuyo motivo Rodríguez Ares dice no recordar. El PP gallego ha considerado que las manifestaciones de Elena Ramallo sobre la gestión del alcalde constituyen una falta muy grave y, en tanto no se resuelve el expediente, ha pedido a los órganos nacionales del partido que sea suspendida de militancia.

Ahí no hay «inquisición», ni «caza de brujas», ni «estalinismo». Ahí, en realidad, ni siquiera hay noticia: muchos medios han prescindido del hecho, y otros le han dado un tratamiento minúsculo. Tal vez para no quitarle espacio a Guevara.

 

(30-I-2002)

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Paqui y Wilson

En la madrugada del pasado domingo, un grupo de vigilantes jurados propinó una terrible paliza a un joven ecuatoriano, Wilson Pacheco, en la zona de discotecas del puerto de Barcelona. Primero lo persiguieron a la carrera hasta darle caza, luego lo golpearon hasta el hartazgo y, finalmente, uno de ellos lo tiró al agua. Según la declaración de un testigo, el que lo arrojó al mar dijo: «Si esta rata sabía correr, sabrá nadar».

Pocas horas después, los bomberos rescataron el cadáver del muchacho del fondo del puerto.

Les ruego que comparen ustedes el tratamiento que ha tenido esta noticia en los medios informativos españoles con el que mereció la pasada semana la muerte violenta de dos niños murcianos, al parecer provocada por su madre, a la que ya todo el mundo conoce por Paqui. Aquel suceso provocó un despliegue mediático de primera magnitud y dio para tema de apertura de telediarios y boletines informativos durante días y más días.

Por más que he examinado las circunstancias de la historia de Paqui y sus dos hijos, no he conseguido encontrar por ningún lado su extraordinario interés social. Se trata, sin duda, de un suceso terrible. Pero de un suceso, a fin de cuentas. ¿De qué nos ilustra? ¿De que los tópicos sobre el «amor de madre» no son de obligado cumplimiento? ¿De que la mezcla de alcohol y cocaína es explosiva? ¿De que a alguna gente puede írsele la olla muchísimo? No es gran cosa, si bien se mira.

La historia del puerto de Barcelona tiene, en cambio, verdadera trascendencia colectiva. Evidencia, en primer y principal lugar, que el racismo va creciendo en el cuerpo de nuestra sociedad como un cáncer incontenible. Y también que hay servicios de teórica seguridad que se componen de matones fascistas. Y que hay empresas que los contratan precisamente porque son matones fascistas, para que se comporten como tales.

Sin embargo, esa tragedia ha sido tratada con llamativa circunspección por los medios informativos. Algunos la han retirado de sus portadas en el breve plazo de 24 horas. (*)

Se preguntarán ustedes por qué. Yo se lo digo: porque es una noticia incómoda, que no implica sólo a sus autores. Que nos concierne a todos. Que nos acusa, no por soterrada menos directamente.

En el show mediático de nuestro tiempo, los sucesos son tratados como noticias trascendentales, y las noticias trascendentales, como sucesos. Es un modo de ayudar a la mayoría a no ver lo que no quiere ver.

––––

(*) El noticiario de las 14:30 de la Ser, que dura media hora, ha abordado hoy el asunto... en el minuto 25. Casi al cierre. Lo mismo ha hecho el telediario de las 15:00 de TVE, que le ha dedicado minuto y medio a las 15:25. La noticia no figura en la portada de El Mundo de hoy, que la relega a una triste columna en la página 22. (No he visto las ediciones en papel de otros periódicos).

 

 

(29-I-2002)

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Patriotismo municipal

Aznar dejó ayer grabado para la posteridad –o para «la posterioridad», como decía una amiga mía– su testamento político.

No creo que ninguno de los puntos que lo componen haya causado sorpresa a nadie. Recogen el conjunto de sus bien conocidas obsesiones: que CiU se convierta al nacionalismo español a cambio de un par de carteras ministeriales, que el PNV se rinda y firme el Pacto Antiterrorista ( o sea, que el PNV firme un pacto contra el PNV)...

Si acaso, puede que alguien se haya quedado sorprendido ante el interés que ha mostrado por aumentar las competencias y atribuciones de los Ayuntamientos. «La segunda descentralización», lo llama.

¿A qué viene ese súbito furor municipalista?

La idea no es nueva. Ya hace meses que la viene promocionando.

A primera vista, la cosa parece atractiva: cuanto más cerca de la ciudadanía estén los centros de poder, mejor.

Pero el plan tiene truco. Para calarlo, hace falta mirar en detalle las nuevas competencias que él quisiera que asumieran las corporaciones municipales: casi todas están actualmente en manos de las administraciones autónomas.

No se trata tanto de aumentar la capacidad de gestión de las alcaldías como de reducir la de los gobiernos autónomos.

Se trata, en suma, de otro modo de lanzarse al asalto del Estado de las Autonomías. Esta vez, fabricando una pinza (gobierno central / gobiernos municipales) que acogote el poder de aquellas comunidades autónomas que han reivindicado –y obtenido– un mayor nivel de descentralización real. Dado que el poder municipal es, por el género de su actividad esencial, bastante técnico –menos politizado–, el resultado de la jugada conduciría a que el centro de gravedad de la actividad política fuese regresando poco a poco hacia la capital de España.

So capa de municipalismo, lo que Aznar pretende es poner en marcha una nueva ofensiva centralista.

Dudo que pueda conducirla al éxito. Porque ahí no sólo se topará con la resistencia de los nacionalistas,  sino también con la de las comunidades regidas por el PSOE y, muy probablemente, también con la de algunas de las que tiene en sus manos el propio PP. Porque Fraga y Zaplana –por poner dos ejemplos– serán todo lo españolistas que haga falta, pero les gusta el poder como al que más.

Pero Aznar no puede dejar de intentarlo. Está en su naturaleza.

 

(28-I-2002)

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