Diario de un resentido social

Semana del 4 al 10 de febrero de 2002

La casa de los líos

Interesante reportaje de Victoria Prego en El Mundo sobre la anunciada salida de Fernando Almansa de la Casa del Rey http://www.elmundo.es/2002/02/10/cronica/1104921.html). Es obvio que ha contado con fuentes de primera mano. Yo, desde que anunciaron que el relevo de Almansa no tenía nada que ver con el affaire Eva Sannum, me dije: «O sea, que ésa es la clave». Pero una cosa es intuirlo y otra aportar todos los detalles.

El reportaje está salpicado de mentiras piadosas, destinadas tanto a satisfacer a quien(es) le ha(n) dado los datos del episodio como a dejar en claro que la autora no quiere hacer daño alguno a la Corona. Hay falsedades muy diversas: desde las históricas (atribuye a Juan Carlos Borbón el regreso a España de la Monarquía, olvidándose de un cierto general y de sus «previsiones sucesorias») hasta las recientes (afirma que los jefes de la Casa Real siempre han servido los designios del monarca, cuando yo sé de cierto que alguno le ha puesto zancadillas deliberadamente, así fuera por su propio bien: para evitar que se excediera en sus aventuras amorosas y que se rodeara de demasiados crápulas).

Pero no se trata tanto de analizar el reportaje, en tanto que tal, sino de tener en cuenta la información que proporciona. Y lo que nos deja ver, todo lo púdicamente que se quiera, es que en La Zarzuela hay un ambientazo que para qué te cuento. El episodio del hipotético noviazgo del heredero con la modelo lo ha puesto de manifiesto a base de bien. Ahí han estado todos contra todos y, en particular, el rey contra el príncipe, cuyos designios amorosos ha boicoteado (sin duda que por su propio bien, para respetar la tradición).

Pero lo que resulta más sorprendente de la historia es el convencimiento, compartido por casi todos sus protagonistas, de que, de haberse llevado a cabo la boda de marras, todo el tinglado de la Monarquía podría haberse ido al garete, poniendo en peligro la estabilidad del propio Estado. Ese criterio, por lo visto, lo compartían el rey, el presidente del Gobierno, los ex presidentes Suárez y Calvo Sotelo... y la tira de notables más, excepción hecha de Felipe González. Al parecer, éste tuvo un encuentro privado con el príncipe para hacerle llegar su apoyo y su simpatía, imagino que pensando en el día de mañana.

A mí, esos temores apocalípticos me parecen una exageración como la copa de un pino. ¿Que la institución perdería parte de su falso empaque, fabricado con toneladas de halagos babosos y aún más autocensuras informativas? Probablemente. Pero, de ahí a hundirse como un castillo de naipes hay un buen trecho. O exageran o es que saben más de sus propias debilidades de lo que sé yo.

 

(10-II-2002)

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Oppenheimer

Vi ayer en televisión una película dedicada a relatar el drama de Robert J. Oppenheimer, el científico norteamericano que dirigió el proyecto de creación de las primeras bombas nucleares. La película, cuyo título no sé –la vi recién empezada–, está bien hecha y cuenta con un buen reparto (incluido un Paul Newman excelente en su papel de general belicista).

Ignoro en qué medida el guión recoge fielmente lo que ocurrió en el centro de investigación de Los Álamos en aquellas terribles semanas que precedieron al lanzamiento de las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. A juzgar por lo que se cuenta, Oppenheimer y los demás científicos eran conscientes de que las bombas que estaban construyendo se iban a lanzar sobre Japón cuando Tokio estaba ya a punto de rendirse. Tuvieron fuertes escrúpulos morales, pero siguieron hasta el final con la fabricación de la bomba –salvo alguno que dimitió– para no asumir las muertes de soldados norteamericanos que pudieran producirse hasta el momento de la capitulación japonesa, para no tirar por la borda todo el dinero que se había invertido en el proyecto... y para no arruinar su carrera. Obviamente, sabían que en el otro plato de la balanza estaban las vidas de cientos de miles de civiles japoneses.

Tengo la grabación de unas posteriores declaraciones de Oppenheimer a un programa documental. La que se oye es la voz de un hombre moralmente destrozado, incapaz de soportar su responsabilidad histórica y perplejo al comprobar la indiferencia de la mayoría ante los efectos de su barbarie.

Cuando se lanzaron las bombas, el Gobierno de los EEUU concedió a Oppenheimer el título de «héroe nacional». Cuando hizo público su arrepentimiento y se declaró enemigo de las armas nucleares, se lo retiraron.

Al final, arruinó su carrera igual, pero con doscientos mil muertos en su haber.

Las grandes opciones de la vida nunca son cuestión de inteligencia, ni de saber. Siempre son opciones morales.

 

(9-II-2002)

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Aprovechando los argumentos del apunte anterior, “Cuestión de profilaxis”, escribí ayer

esta columna que publica El Mundo de hoy.

Elogio del Carnaval

Tanto más comparo la anterior legislatura con ésta, tanto más añoro aquellos benditos tiempos en los que el PP no contaba con la mayoría absoluta.

Fueron tiempos de modestia. En muy diversos terrenos.

En el social, por ejemplo. Empeñado en demostrar –o en parecer– que no era el feroz ogro derechista que vaticinaban los agoreros, el Gobierno de Aznar buscó denodadamente el consenso de las organizaciones sociales. Y lo obtuvo. Con lo cual no hizo mucho, pero tampoco destruyó gran cosa.

También en la autonomización del Estado. Necesitado del apoyo de CiU –y deseoso, ya metido en gastos, de granjearse también el del PNV– desarrolló una sensibilidad descentralizadora que nadie le había supuesto. Pasó, por así decirlo, del «¡Pujol, enano, habla en castellano!» a hablar catalán en la intimidad. Visto y no visto.

Se cuidó igualmente muy mucho de lanzar asaltos a bayoneta calada contra el régimen de libertades. Para cuantos ya nos habíamos habituado al estilo Corcuera, lo de éstos nos parecía hasta light.

Ellos se quejaban. Decían que su situación de debilidad parlamentaria les impedía emprender algunas reformas regeneracionistas fundamentales. La de los medios de comunicación públicos, por ejemplo. O la del Poder Judicial.

Al final, les llovió del cielo –Borrell y Almunia mediantes– la ansiada mayoría absoluta.

A partir de la cual, enterraron en cal viva sus supuestos afanes de regeneración democrática. ¿Reformar RTVE? Sí: para meternos más publicidad, publicidad hasta en la sopa –ahora también hasta en la radio, según anuncian– y  para consolidar los informativos como la versión audiovisual del BOE.

¿Acabar con el sistema de cuotas en el Poder Judicial? Ni de broma: el sheriff de Oklahoma al Constitucional y el atrabiliario Garzón a los altares, incluido los del CGPJ.

¿Autonomías? Patriotismo constitucional, y Santiago y cierra España. Sobre todo por el Estrecho.

¿Avances sociales? Desregulación del mercado laboral e impuestos indirectos –perdón: tasas– a gogó. Que pague todo dios lo mismo, aunque unos ganen cien y los otros uno. Viva la nueva igualdad.

Están que se salen.

Se han quitado la careta.

¡Bendito tiempo de Carnaval! Los prefería cuando estaban disfrazados.

 

 (8-II-2002)

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Cuestión de profilaxis

En la pasa legislatura, el PP se quejaba de que no podía llevar a la práctica algunos aspectos claves de su programa electoral –muy particularmente en lo tocante a RTVE y al Poder Judicial– porque no contaba con la mayoría parlamentaria necesaria.

Nunca tuve muy clara cuál era exactamente su posición programática con respecto a la radiotelevisión pública. Hacía vagas referencias al modelo de la BBC y daba a entender que, de poder, le asignaría un papel complementario al cubierto por los medios de información privados, despojándola de servidumbres publicitarias y confiriéndole una neta intención cultural. Como no concretaba de qué modo lo haría, era imposible saber a qué atenerse: un plan de ese género podía llevar tanto a la transformación positiva de los medios públicos de comunicación como a su desmantelamiento puro y simple.

Lo del Poder Judicial, en cambio, lo definía con total nitidez: decía que quería acabar de una vez por todas con el llamado sistema de cuotas, es decir, con el reparto canibal de los principales órganos del Poder Judicial entre los partidos políticos.

Pero no podía llevar adelante estas y otras reformas regeneracionistas –alegaba– porque estaba atado de pies y manos a sus socios parlamentarios y,  en especial, a CiU. 

Lo cual no fue negativo en todos los campos, ni mucho menos. En razón de esa servidumbre, se vio obligado, por ejemplo, a desarrollar una sensibilidad hacia la autonomización del Estado de la que hasta entonces no había dado demasiadas pruebas. Pasó, por decirlo gráficamente, del «¡Pujol, enano, habla en castellano!» a hablar catalán en la intimidad. Un giro tirando a copernicano.

Dispuesto a hacer de la necesidad –de la debilidad– virtud, desarrolló, en general, un notable espíritu pacificador y de consenso, bastante alejado de las pautas de cerrado derechismo que muchos esperaban (esperábamos).

Y en esto que le llovió la mayoría absoluta.

¿Cuál fue el resultado?

Para empezar, mandó al trastero sus viejas propuestas regeneracionistas. Antes he señalado dos puntos concretos: RTVE y Poder Judicial. La radiotelevisión pública se ha comercializado todavía más, por imposible que pareciera, y sus servicios informativos continúan sirviendo de instrumento de chabacana propaganda gubernamental. En cuanto al Poder Judicial, qué deciros que no sepáis: ya tenemos en el Tribunal Constitucional al inventor del lehendakari de Oklahoma y ahí está el CGPJ quitándose alegremente de enmedio a la Sala Cuarta de la Audiencia Nacional para que no siga poniendo obstáculos a las garzonadas de turno.

A cambio, ha tirado por la borda su anterior condescendencia autonomista, sus afanes de consenso y su pudibundez derechista. Ahora cabalga feliz y orgulloso a lomos del caballo de Santiago Matamoros, repartiendo mandobles a diestro y siniestro. Bueno, no: a siniestro.

La experiencia ya la habíamos tenido durante el trecenato felipista. Ahora la vemos desdichadamente confirmada de punta a cabo. Las mayorías absolutas acarrean arrogancias absolutas, indiferencias absolutas hacia las minorías, intentos de acaparamiento absoluto de los resortes del Poder. Sacan de cada partido lo peor que lleva dentro.

Una sociedad madura y plural debería prohibirse a sí misma otorgar a nadie tanto poder.. Por mera profilaxis.

 

 (8-II-2002)

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Perversos y estúpidos

Vengo manteniendo desde hace algunos días una divertida polémica con un lector que no comparte mi reflexión –mi broma boba– sobre las ventajas que tendría que el PP se presentara a las próximas elecciones con un cabeza de lista impresentable. Por el aquel de que presentar a un impresentable no puede ser buena idea. 

Anteayer comprendí que mi lector objetante tiene razón.

Estaba escuchando Radio Nacional según venía en coche para mi refugio alicantino, cargado de escritos pendientes.

Y me encontré con unas declaraciones del alcalde de Madrid, José María Álvarez del Manzano (¿o es «del Matanzo»?).

El individuo, tratando de dárselas de gracioso, contaba una anécdota. Y la relataba así: «El torero Mazantini tuvo en su cuadrilla a un banderillero que luego fue gobernador civil. Y le preguntaron al maestro cómo había sido posible que ese hombre llegara a banderillero. Y él contestó: “Degenerando”». Todos los asistentes le rieron mucho la gracia.

Bueno, pues la historia no es ésa. Ni por el forro. Lo que le preguntaron al torero –que, además, me da que no fue Mazantini– fue cómo explicaba que un simple banderillero hubiera llegado hasta la dignidad de gobernador civil. De ahí la gracia de su respuesta: «Degenerando».

Se ve que el alcalde capitalino se quedó con la copla de que en esa historia había algo cómico –probablemente porque vio cómo se reían otros cuando la escuchaban– y la contó a ojo, sin saber de qué iba. Como el tontaina que es.

Bueno, pues ese tontaina –lelo hasta lo indecible– sacó mayoría absoluta en las anteriores elecciones municipales.

De modo que conviene preguntarse: ¿quién es mejor cabeza de lista para unas elecciones? ¿Un listo o un cretino?

De momento, la experiencia indica que los cretinos no se las apañan nada mal.

 

 (7-II-2002)

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Demasiado evidente

¿Cometieron un error los jueces de la Sala Cuarta de la Audiencia Nacional que pusieron en libertad condicional al presunto narcotraficante Carlos Ruiz, apodado El Negro? Sí.

¿Cómo debe interpretarse ese hecho? Pues como un error judicial. Otro error judicial, de los muchos que se cometen a diario.

Todo juez que trabaja –los hay que no– está obligado a tomar decisiones sin parar. Errare humanum est.

Si todos los jueces que cometen errores fueran relevados de sus funciones, el Estado español se quedaría sin poder judicial en un abrir y cerrar de ojos. Por falta de integrantes.

De haber claros indicios –no hablo ya de pruebas: me conformo con indicios– de que esos tres jueces decidieron la puesta en libertad de Carlos Ruiz por motivos espurios, sobornados o coaccionados, tendría sentido apartarlos de la carrera judicial. No habiéndolos, resulta inexplicable. Una tacha técnica en su trayectoria, tenida generalmente por muy estimable, no justifica una medida tan tremebunda.

Entonces, ¿por qué se plantea el Consejo General del Poder Judicial adoptar hoy esa terrible medida cautelar?

Sumemos dos y dos.

Baltasar Garzón volvió ayer a la carga. Decidió declarar ilegales las actividades de Askatasuna y Segi. Dice que forman parte de «la organización terrorista ETA-KAS-EKIN». De tal guisa, toda persona que tenga vinculación con cualquiera de esas organizaciones puede ser automáticamente acusada de pertenencia a banda armada. Que es lo que suele hacer Garzón cuando pilla a quien sea.

Cada vez que Garzón ha actuado así, la Sala Cuarta de la Audiencia Nacional le ha reconvenido, señalando que está por demostrar que el conjunto de las organizaciones de la izquierda abertzale tengan una relación de dependencia orgánica con respecto a ETA y recordándole que las imputaciones penales, en un Estado de Derecho, deben ser individualizadas, no colectivas. Hablar de «la organización terrorista ETA-KAS-EKIN» no tiene más sentido que hablar de «la organización terrorista GAL-PSOE-UGT».

Esta tenaz actitud de la Sala de lo Penal de la Audiencia Nacional hace tiempo que viene poniendo de los nervios, no ya a Baltasar Garzón, mindundi veleta y frívolo donde los haya, sino a los sucesivos ministros del Interior y a los dos partidos que respaldan sus intentos sistemáticos de criminalizar al conjunto de la base social de la izquierda abertzale.

Los tres jueces de la Sala Cuarta de la Audiencia Nacional se habían convertido en un intolerable obstáculo para los integrantes del llamado «Pacto Antiterrorista».

Bien. Aclarado esto, recordemos qué es el Consejo General del Poder Judicial: un órgano político, cuyos miembros son nombrados por consenso entre el PP y el PSOE.

Hoy el CGPJ se dispone a apartar de la carrera judicial a los tres miembros de la Sala Cuarta de la Audiencia Nacional.

¿Ya habéis sumado dos y dos?

 

 (6-II-2002)

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De mala fe

No está clara la acogida que ha dispensado el Gobierno central a la propuesta del lehendakari de aparcar el asunto de la representación vasca en la UE. Según El Mundo, el Ministerio de Hacienda afirma que el anuncio que hizo ayer Ajuria Enea no cambia  nada. De creer a El País, en cambio, Montoro sostendría que, si el Ejecutivo de Ibarretxe confirma esa nueva posición por escrito, el Concierto Económico podría firmarse de inmediato.

Todo es cosa de saber si Aznar está dispuesto a cerrar ese frente de lucha, considerando que ya lo ha explotado demasiado y que no puede seguir bombardeando indefinidamente unas posiciones que el enemigo ha abandonado.

Es cierto que el Gobierno vasco no ha acertado a explicar bien a la opinión pública española en qué consistía su propuesta de participación en determinadas delegaciones del Estado español ante los organismos comunitarios. La gran mayoría cree que Ibarretxe reivindicaba que Euskadi tuviera una presencia propia ante los órganos de la UE. Poca gente está al tanto de que lo único que reclamaba era que, cuando se discutiera en Bruselas de asuntos que afectaran de modo muy específico a sectores económicos vascos, la delegación española incluyera a expertos designados por la Administración autónoma vasca. Tampoco se ha enterado casi nadie de que, además, no solicitaba tal cosa en exclusiva para Euskadi, sino que sugería que se hiciera lo mismo con el conjunto de las comunidades autónomas. De hecho, Fraga llevó una propuesta idéntica al reciente Congreso del PP, y sólo la retiró in extremis cuando le hicieron ver que, si el Gobierno la respaldaba, hacía el ridículo.

El Gobierno de Ibarretxe no ha conseguido que la opinión pública se enterara de la verdadera naturaleza de su propuesta, ya digo, pero también es cierto que, en buena medida, eso ha sido así porque la práctica totalidad de los medios informativos españoles han hecho un esfuerzo consciente y sistemático por ocultarla, presentándola como una reivindicación soberanista.

Sea como sea, si finalmente ese litigio se cierra, pronto se abrirá otro, de parecida o de superior entidad. Porque la línea de fortaleza del PP elegida por Aznar para el tramo final de la presente legislatura, en la que confía para renovar la mayoría absoluta de su partido, pasa por hacer constante vudú con el nacionalismo vasco, convenciendo a la población española de que sólo el PP está en condiciones de enfrentarse con la suficiente energía a ese Gran Maligno. La reciente irrupción pública de Mayor Oreja postulándose como sucesor de Aznar en nombre de su superior conocimiento del «principal problema que tiene España» –un paso que no creo que haya dado a espaldas de su jefe– apunta en esa misma dirección.

Así que se prepare el PNV: todas las baterías van a apuntar contra él.

Por lo que haga, por lo que deje de hacer o por lo que se diga que hace, aunque no lo haga.

 

 (5-II-2002)

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Dos líneas para Mantero

He escuchado en mi entorno dos géneros de reflexiones sobre la salida del armario del cura de Valverde del Camino (Huelva), José Mantero: hay quien dice que es estupendo lo que ha hecho, proclamando su homosexualidad a los cuatro vientos y plantando cara a la jerarquía eclesial, y hay otra gente que afirma que sí, que vale, pero que, si tan en desacuerdo está con la disciplina de la Iglesia católica, que la abandone, y santas pascuas.

Ya sé que se trata de dos posiciones incompatibles, pero simpatizo con las dos.

La primera –la que defiende que se luche contra la hipocresía clerical desde dentro– tiene la virtud de colocar al alto mando católico ante sus propias contradicciones. Gracias a lo que ha hecho José Mantero, ha salido a la luz, ya para empezar, que al menos tres obispos españoles son gays. Y que corren el peligro, si se empeñan en perseguir al cura onubense, de que los pongan con el culo al aire, con nombres y apellidos. Al menos ésa es la amenaza que ha formulado el presidente de la Plataforma Gay del PP, Carlos Alberto Biendicho. Estas luchas internas –también la de los gays del PP– obligan a las estructuras más reaccionarias de la derecha social y política española a adaptarse poco a poco a los tiempos que corren, lo que favorece el clima general de tolerancia. Y eso es positivo.

Pero tampoco les falta razón a los que sostienen que, cuando José Mantero hizo sus votos, ya sabía dónde se metía. Que firmó un pacto con la Iglesia católica que incluía determinadas condiciones, y que, si ahora aquel pacto ya no le gusta, lo que debe hacer es romperlo, no tratar de alterar las condiciones por su cuenta y riesgo.

Mantero afirma que está «a gustísimo» en la Iglesia católica. O prescinde del hecho de que esa Iglesia cuenta con una doctrina oficial y una determinada organización interna –que ya es prescindir– o tiene un cacao mental de mil pares. ¿Cómo diablos puede alguien estar «a gustísimo» en una asociación que condena sus más íntimas querencias por activa y por pasiva?

En todo caso, no soy yo quién para dictar qué normas deben regir en un club del que no soy miembro. Me interesa el ciudadano Mantero, no el cura Mantero. Y el ciudadano Mantero tiene todo el derecho a ser gay y católico, si le peta.

 

 (4-II-2002)

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