Diario de un resentido social

  Semana del 27 de mayo al 2 de junio de 2002

Discutiendo sobre la huelga

Mi buen amigo Gervasio Guzmán está particularmente cabreado conmigo por mi defensa de la huelga general del 20-J.

–Pero ¿qué tienes contra una ley que lo único que pretende es luchar contra la vagancia? Tú sabes que hay gente que se instala en el paro y que, mientras cobre un subsidio, no va a hacer nada por conseguir empleo. O que está trabajando en chapuzas que cobra en negro y se lleva también lo del paro, con lo que se afana dos sueldos. ¿Te parece bien eso?

Tengo tantos argumentos contra su posición que no sé ni por dónde empezar.

Debería arrancar, tal vez, por recordarle que hay un principio elemental que desaconseja que paguen justos por pecadores. Si hay gente que trabaja y cobra el paro –que la hay, ya lo sé–, que actúe la Inspección de Trabajo, que para eso está. Pero que no se aproveche el Gobierno de las irregularidades de los falsos parados para maltratar a los verdaderos.

Habría de continuar señalándole en qué consiste hoy en día, en muchísimos casos, eso que él llama «empleo». La cantidad de gente que es contratada cada lunes, despedida el viernes y recontratada el lunes siguiente, para que su empleador pueda librarse de pagarle el fin de semana. Y la que es despedida el 31 de julio y vuelta a contratar el 1 de septiembre, para que se costee ella misma las vacaciones. Y la que trabaja diez y doce horas diarias sin papeles y por sueldos que serían de risa, si no fueran de llorar.

No estoy pensando sólo en los plásticos de El Ejido, en los frutales de Murcia o en los campos de claveles de Cataluña. Pienso también en muchos otros sitios y otros muchos sectores. El de la Prensa en Madrid, sin ir más lejos.

Conseguir un empleo precario, agotador y mal pagado no es precisamente la perspectiva más animante.

Se nos dice que en toda Europa se están recortando los beneficios del llamado Estado del Bienestar, y es cierto. Pero no es lo mismo bajar de 70 a 50 –que es lo que está sucediendo en Francia, Gran Bretaña, Alemania o Italia– que descender de 40 a 20, como se trata de hacer aquí. Después de años de ofensiva neoliberal, los trabajadores de la Europa próspera siguen gozando de ventajas muy superiores a las que jamás hayan tenido los trabajadores españoles. La cobertura del paro, las ayudas para vivienda o los subsidios familiares que todavía rigen en la mayor parte de la Europa rica están muy por encima –a veces descomunalmente por encima– de sus presuntos equivalentes españoles. En lo único en lo que España se está acercando vertiginosamente a sus socios europeos es... en el coste de la vida.

Me entra la risa cuando oigo que el Gobierno va a llevar al Congreso el decreto del viernes 24 de mayo, para que sea tramitado como ley. Quiero ver con qué cara hablan de luchar contra la vagancia los diputados y diputadas, muchos de los cuales cobran su buen sueldo por pasarse sesión tras sesión mirando las musarañas, limitándose a apretar el botoncito de rigor cuando llega el momento de votar. Y eso los que van.

Me gustaría, ya de paso, que alguien les preguntara qué apartado de la nueva Ley se aplicará para lograr que no haya vagancia en el mando de las Fuerzas Armadas, ni en la Administración, ni en el clero subvencionado.

Por lo demás, ni la ley afecta sólo a quienes rechazan ofertas de trabajo de manera reiterada con intención fraudulenta, ni la huelga –al menos tal como yo la concibo– está para protestar sólo por el contenido específico de ese decreto concreto. Es también un modo de plantarse ante una política económica general que privilegia del modo más descarado a quienes tienen ya más y que castiga por las más diversas vías –incluida la impositiva indirecta– a quienes cuentan con menos recursos. Sirve para decirle a Aznar que ya le vale, y para decírselo en el momento en el que más le puede zumbar en los oídos.

¿Que los dos sindicatos de más campanillas hubieran debido plantearse mucho antes, en vez de firmar todo lo que les ponían por delante, en plan «ande yo caliente y ríase la gente»? Cierto.

¿Que la gente que está en condiciones más precarias y más motivos tendría para protestar es precisamente la que más dificultades tendrá para hacer huelga –por contar con empleos que penden de un muy frágil hilo– o sencillamente no podrá, porque para dejar de ir a trabajar lo primero que se necesita es tener un trabajo? Cierto también.

Ésta no es, desde luego, la huelga que más me gustaría. Pero es la que hay.

A cada cual le toca definirse. Debe decidir en qué cómputo quiere figurar el 21 de junio.
Yo no tengo ninguna duda sobre el particular.

 

El negocio de los «manteros»

Un compañero de El Mundo leyó, supongo que en una filmadora, la columna que había escrito yo

 para ser publicada el sábado y me mandó el viernes por la noche la siguiente reflexión.

Como no le he pedido autorización para hacer pública su misiva, no lo identifico,

pero la copio, para que se vea que hay periodistas que siguen pensando. Y bien.

 

Buenas tardes, caballero. Te pongo estas pocas líneas para mostrarte mi acuerdo con lo que escribes en la columna («Piratas y piratas») que saldrá publicada mañana.

La actitud de las grandes discográficas me parece preocupante, además de insultante. Coincido contigo en que el objeto final parece ser el de deshacerse de las pequeñas compañías, para poder quedarse así con todo el pastel.

Además, estoy convencido de que son las propias discográficas las que están promoviendo el negocio de los manteros. ¿Cómo, si no, iban a disponer de todos los títulos que llegan al mercado? Si realmente existieran «fugas» en estas compañías, hace ya tiempo que las hubieran cortado. Basta con ver los medios que están desplegando para exponer su problema.

En mi opinión, han creado así un nuevo circuito comercial que les permite mantener el lucrativo mercado estándar, en el que los cedés se venden al precio estándar.

Los manteros, por su parte, aportan un triple beneficio.

1.- Por un lado, permiten captar el mercado de los jóvenes y de los inmigrantes, que, sin estas series ultraeconómicas, comprarían muchísimos menos discos.

2.- La presencia en la calle de los manteros también garantiza que personas que nunca acudirían a una tienda de discos (amas de casa y transeúntes), compren este tipo de productos.

3.- Por último, las grandes discográficas también se verán «compensadas» por lo que se recaude mediante la tasa adicional con la que se pretende gravar los cedés vírgenes.

En resumidas cuentas, los manteros son un negocio redondo para las grandes discográficas.

Un abrazo.

F. L.

 

(2 de junio de 2002)

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El nuncio

Os voy a contar un chiste de los que a mí me gustan. O sea, muy malo.

Resulta que el Gobierno, cabreado como una mona gibraltareña por la pastoral de los obispos vascos, convoca al nuncio del Vaticano para hacerle patente su protesta. Cosa de los usos y costumbres de la diplomacia: podía habérselo dicho por teléfono.

El nuncio, al que la requisitoria gubernamental pilla en Vichy, donde había ido a tomar las aguas, no tiene más remedio que coger un avión y salir zingando para Madrid.

Al pie del avión, aún en tierra francesa, varios periodistas quieren hablar con él. «A las 5 de la tarde llego a Madrid. Allí hablaremos», les responde, creyéndose prudente.

En realidad, ha cometido un error fatal: comunicar su hora de llegada a la capital de España.

Se ignora quién tomó la iniciativa y de dónde partió la convocatoria, pero el hecho es que a las 5 de la tarde, cuando el nuncio desembarca en Barajas, una ingente multitud, henchida de fervor patriótico, le está esperando. Llueven los insultos. Los manifestantes le increpan. Se le acercan amenazadoramente.

Sorprendido, el embajador del Vaticano trata de escabullirse, pero lo único que consigue es que el gentío se cabree todavía más. Desconcertado, echa a correr. Y la masa detrás.

Sale el nuncio por patas, perseguido por no menos de 300 energúmenos que gritan «¡A por él!».

Tira por dónde puede. Atraviesa varios pasillos, sin saber muy bien ni dónde está.

Descubre que se ha metido en el edificio del párking. Sigue corriendo.

De pronto, se encuentra metido en un callejón sin salida.

«Que sea lo que Dios quiera», suspira, agotado. Y se respalda en el muro del fondo.

¡Oh sorpresa! La masa de perseguidores, según le ve contra la pared, para en seco. Hay un momento de desconcierto pero, poco a poco, todos van volviendo grupas y marchándose.

¿Qué ha pasado? ¿Un milagro?

No. Es que, en el muro ante el que el enviado papal se ha parado, justo encima de su cabeza, hay un letrero que dice con grandes letras: «Prohibido pegar a nuncios».

·

Bueno, ya había avisado que el chiste era muy malo.

Lo que más gracia me ha hecho cuando me ha venido a la cabeza es recordar cuándo me lo contaron por primera vez. Fue allá por 1974. Franco estaba por entonces cabreado como una mona con la Iglesia vasca por sus tomas de postura hostiles al régimen.

Qué vueltas da la vida, ¿verdad? A veces muchas. Y todo para acabar regresando tontamente al punto de partida.

 

(1 de junio de 2002)

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Piratas y piratas

Las compañías discográficas se quejan a coro del terrible daño que les está causando la venta de discos piratas. Pero no todas sufren por igual los efectos de ese asalto. Las grandes compañías pierden una porción de sus pingües ingresos, pero siguen ganando mucho. En cambio, los pequeños sellos independientes ven cómo desciende hasta lo insoportable su muy reducido margen de beneficio.

Los discos son un producto extraño. No funcionan como los libros. Todos somos conscientes de que un libro editado con mimo, impreso en buen papel, con fotografías de calidad y una encuadernación sólida, tiene por fuerza que costar mucho más que una edición de las llamadas populares, impresa en papel de ínfima categoría y encolada con moco.

Pero a los discos no se les aplica ese criterio. Se supone que todos deben tener un precio similar. Aunque de uno se hayan hecho 2.000 copias y del otro 200.000. Aunque el uno lleve un primoroso folleto adjunto, con notas, información complementaria y una cuidada traducción de las letras, si hace al caso,  y el otro no te dé cuenta ni de quién es el autor de las canciones.

Me viene a la cabeza esta reflexión, tirando a melancólica, viendo –y escuchando– el contenido de una impresionante caja editada en Gran Bretaña por Topic Records –la casa de discos alternativos más veterana de Europa– bajo el título The Acoustic Folk Box. Cuatro cedés y casi un libro, más que folleto, ilustrando una cuidada antología de cuarenta años de música folk británica, que otros locos parecidos a los de Topic Records –los del sello independiente Resistencia– han traído a las estanterías de las tiendas españolas. Entre un producto tan primoroso como ése y la mayoría de los engendros que venden los manteros en las aceras hay la misma relación que la existente entre un chuletón de buey gallego y una grasienta hamburguesa de puesto de feria.

Nadie tratará de piratear una obra así: la copia saldría más cara que el original. Pero el mercado negro del disco –la guerra de precios que provoca– acabará consiguiendo que las compañías que comercializan músicas minoritarias –minorizadas, mejor dicho– se vean en la obligación de echar la persiana, un poco antes o algo después. Y que no tengan un mal euro para producir lo que compone e interpreta gente nueva y con ideas.

¿Solución? Supongo que ninguna. Pedir al personal que no compre a los manteros es empeño inútil. Parece que también lo es reclamar a las autoridades que sigan la pista de ese comercio ilegal hasta pillar a sus negociantes mayoristas.

Sólo una cosa queda: rendir tributo de admiración y reconocimiento a quienes todavía se dedican a producir discos porque aman la música. Constituyen otra especie más en vías de extinción.

 

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Nota de régimen interno.– Qué carajo la pastoral de los obispos vascos: el verdadero escándalo es Mundofree.  Tengo el correo bombardeado por misivas de gente que me dice que no tiene modo, ni divino ni humano, de entrar en esta página. Como me escribe uno, «este servidor tuyo no es ni afectísimo ni seguro». La verdad es que no tengo ni tiempo ni ganas de pegarme con él. Tampoco de recoger los bártulos y pasarme a otro. Como esta situación se prolongue, de verdad: adiós muy buenas.

 

(31 de mayo de 2002)

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D’Ormesson

A veces me indigno cuando me entero de que a éste o a aquel tipejo le han concedido un premio. «¿A ése?», salto cual fiera corrupia.

En cambio, en otras ocasiones no me queda sino aplaudir la decisión del jurado correspondiente. 

El pasado lunes se dio a conocer que el Premio Luca de Tena ha recaído este año en Jean d’Ormesson. El jurado explicó que premia con ello «toda una brillante carrera dedicada al periodismo».

Como supongo que la gran mayoría de los lectores no saben quién es el premiado, les daré algunos datos.

Jean d’Ormesson fue durante muchos años el director de Le Figaro, el periódico más prominente de la derecha francesa. Como tal, tiene tras de sí toda una brillante carrera dedicada... al derechismo más militante que imaginar quepa.

A la defensa del colonialismo francés, por ejemplo.

Fijé mi vista en el personaje en los años setenta, a raíz de un artículo particularmente repugnante que escribió lamentando «el abandono» norteamericano de Vietnam. En él, el patrón de Le Figaro se quejaba de que, con la firma de la paz, Saigón, capital de Vietnam del Sur, iba a perder «el aire de libertad» (sic) que tenía. El artículo mereció incluso una canción. La escribió el cantautor Jean Ferrat y se tituló así, precisamente: «Un air de liberté».

A decir verdad, en aquel artículo D’Ormesson se limitaba a mantenerse en sus trece: había defendido la guerra colonial francesa en Indochina y había denunciado a las «ratas pacifistas» opuestas a aquella masacre, en la que acabaron perdiendo la vida cerca de cien mil franceses. Igual que había defendido la represión del independentismo argelino.

D’Ormesson, académico, es célebre por sus ocurrencias presuntamente graciosas. Citaré una: «La Historia es como las mujeres: merece respeto, pero a veces hay que forzarla un poco».

Es éste el individuo que acaba de ser premiado.

Pero las cosas hay que examinarlas en su debido contexto. Tengamos en cuenta que se trata del Premio Luca de Tena.

A tal señor, tal honor.

 

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Nota de régimen interno.– Volvemos a las andadas. Muchos lectores –unos 200, según parece– no pudieron ayer acceder a esta página por culpa del mal funcionamiento de Mundofree. Descargaba la página con tal lentitud que desanimaba a quienes funcionan con una conexión a Internet no demasiado potente.  Lo siento. No me queda sino pedir paciencia.

 

(30 de mayo de 2002)

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Unidad de valores en lo universal

Dijo ayer Aznar en Roma que los EEUU, Rusia y la UE mantienen «una total unidad en la lucha contra el terrorismo y en la defensa de los mismos valores». 

Cabe preguntarse qué entiende Aznar por «valores».

Los EEUU, con su presidente a la cabeza, son firmes partidarios de la pena de muerte. Cuando Aznar habla de «unidad total en la defensa de los mismos valores», ¿estará pensando tal vez en su mentor ideológico y presidente de honor del PP, Manuel Fraga, quien tuvo a bien definirse en su día como «un liberal que fusila gente» y que, cuando fueron a pedirle que mediara ante Franco para que no ajusticiara a un joven anarquista catalán, respondió: «Yo a cierta gente no la fusilaba: la colgaba de los cojones»?

Los EEUU se niegan a suscribir el acuerdo de Kyoto de lucha contra el cambio climático, y con razón, porque es uno de los países que más sustancias tóxicas emite a la atmósfera. La «unidad total de valores» a la que se refiere Aznar, ¿hay que entenderla a partir del hecho de que el Estado español esté siendo denunciado constantemente ante los organismos correspondientes de la UE por superar los límites de contaminación que tiene asignados?

Los EEUU han rehusado firmar el Convenio internacional que prohíbe el alistamiento bélico de menores de 18 años. ¿Dónde sitúa aquí Aznar la «unidad de valores»? ¿Quizá en su intento de rebajar la edad penal para meter en la cárcel a chavales de 16 o 14 años?

Los EEUU ridiculizan constantemente a las Naciones Unidas tomando iniciativas militares que no cuentan con el consentimiento previo del alto organismo internacional y respaldando la actitud de Israel, que se ríe de la ONU y del Derecho Internacional. ¿Por qué vía establece ahí Aznar la «unidad de valores»? ¿Por alguna que pasa por el Sahara Occidental?

Los EEUU se han abstenido orgullosamente de aceptar el acuerdo internacional contra la fabricación de minas antipersonas y sigue vendiéndolas all over the world. Aquí hay que dar por hecho que Aznar no se para tanto en la circunstancia concreta y que eleva su mente hacia el asunto general: él también vende armas a quien se tercie, aunque sepa que van a ser utilizadas para aplicar políticas de exterminio genocida, como en el caso de Turquía contra el pueblo del Kurdistán.

Pero no olvidemos que la «unidad total» en «la defensa de los mismos valores», de la que el presidente del Gobierno español hablaba ayer, no abarca sólo a los EEUU, sino también a Rusia. ¿Qué «valor» es el que compartimos en Chechenia? Admito que ahí ya empiezo a perderme.

Me temo que Aznar haya incurrido en una lamentable imprecisión terminológica. No debería haber dicho «la defensa de los mismos valores». Él lo que quería decir es «la defensa de los mismos intereses». Los valores y los intereses no son la misma cosa. Ni siquiera en el mercado financiero.

 

(29 de mayo de 2002)

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Huelga de papel

Hay un gremio en el que ya parece claro que la huelga general del 20-J no va a tener apenas seguimiento: el de los columnistas, editorialistas y comentaristas políticos de la capital del Reino.

Estos por fas, aquellos por nefas, casi todos han descubierto que la convocatoria de huelga es inoportuna, si es que no perversa.

Los unos consideran que carece por completo de justificación. Es obvio que no temen quedarse sin trabajo y que el Inem los conmine a ejercer de pinches de cocina o de fontaneros en Alcalá de Henares.

Los otros la rechazan porque piensan que la huelga ha sido convocada pura y simplemente para chinchar a Aznar, mancillando para siempre su impoluta trayectoria. Por manía personal, como quien dice.

Los de más allá se declaran profundamente disgustados porque consideran que se trata de una huelga «antipatriótica» que va a menoscabar el buen nombre de España. Yo no sabía que, en la Europa de las libertades, los países en los que se ejerce el derecho constitucional a la huelga pierden su honra ipso facto, pero se ve que sí.

En fin, los hay que miran el llamamiento sindical con olímpico desprecio porque, según ellos, las huelgas de ahora son muy sosas y no tienen verdadera intención subversiva, con estos sindicatos paniaguados y de chichimoco. Ausente del 20-J el auténtico y primigenio espíritu revolucionario del movimiento obrero, ellos rechazan la huelga... poniéndose del lado del Gobierno y la patronal. Singular lógica.

Incluso me he topado con alguno que afirma muy serio (¿o no?) que sólo apoyará la huelga general si los huelguistas acaban siendo mayoría. Cómo logrará saber si son mayoría antes de que la huelga se produzca es un misterio. Cómo conseguirá respaldar la convocatoria cuando la huelga haya ya pasado, otro.

Lo más curioso es que no pocos de los que ahora abominan de la huelga general apoyaron otras convocatorias anteriores sin vacilación ni matiz alguno. ¿Y eso? Los motivos aducidos por los sindicatos fueron similares: se oponían a reformas del mercado de trabajo que apuntaban en la misma dirección neoliberal y desreguladora que las impuestas por decreto ley el pasado viernes.

Ahora rechazan la huelga por «politizada», olvidando que ellos (y no UGT y CCOO) manejaron en aquellas anteriores ocasiones argumentos específicamente políticos para defender la conveniencia del paro masivo.

Tal vez mi problema sea que soy muy antiguo, pero me temo que en esta ocasión, así sea por un elemental principio de congruencia personal, tampoco voy a dar motivos para que nadie me llame esquirol.

 

(28 de mayo de 2002)

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Armamentistas sin fronteras

El Gobierno está muy contento con las oenegés, muchas de las cuales se dedican a suplir en privado lo que el Estado debería hacer en público. Por eso las subvenciona, consiguiendo de paso que un puñado de avispados –sin fronteras, pero bien asentados en Madrid– vivan del cuento.

Pero hay algunas actividades internacionalistas que no quiere ver en manos de voluntariosos espontáneos. Por ejemplo, la venta de armas.

Hoy aparece en algunos periódicos –convenientemente perdida entre cientos de informaciones de superior importancia, como la debacle de Tallin o las mil y una razones para estar en contra de la Huelga General– la noticia de que España abastece de armas y munición tanto a la Unión India como a Pakistán. Dos países que están a la greña, dos Estados con armas nucleares, una situación que amenaza desastre... y España que se encarga de que, si finalmente deciden pegarse, no les falte con qué.

Aznar ahora –como Felipe González antes– pone mucho cuidado en que el personal no se entere de que este país tan nuestro se dedica a abastecer de armas a toda suerte de Estados criminales. El Gobierno del PSOE ya marcó la línea, vendiendo material antidisturbios a la Policía de Pinochet y al Ejército turco encargado del genocidio del pueblo kurdo. El del PP sigue fielmente sus pasos. O los acelera, cuando crece la demanda. Hace ya tiempo, un amigo me contó que la empresa española para la que trabaja vendía proyectiles de obús a Israel. ¿Seguro que en la destrucción de Yenín no hubo armas españolas?

Primero contribuyen a sembrar la muerte y la destrucción y luego mandan a las oenegés con las vendas, para que demuestren que somos un pueblo solidario.

 

Post Scriptum. Durante meses, he venido dejando los lunes los apuntes del fin de semana anterior, para que quienes sólo se conectan a Internet desde el trabajo o el centro de estudios pudieran leerlos a toro pasado. Ahora, como cabe repasar todos los apuntes anteriores del  año a partir del enlace correspondiente, ya no tiene sentido. Recuerdo que el enlace está en la página principal, justo debajo del que permite acceder a este Diario.

 

(27 de mayo de 2002)

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