Diario de un resentido social

  Semana del 24 al 30 de junio de 2002

 

Orgullo gay

Se ha avanzado, vaya que sí. Todavía me acuerdo de los tiempos en los que Enrique Múgica, a la sazón prohombre del PSOE, respondía a una pregunta sobre las reivindicaciones de gays y lesbianas diciendo: «La Constitución ya deja muy claro que no es admisible ninguna discriminación en razón de sexo». O la contundente afirmación, hecha por aquellos mismos tiempos –finales de los setenta– por un alto dirigente del PCE, creo que Ignacio Gallego: «Yo me tomo una copita de coñac de vez en cuando, claro que sí, porque no soy maricón».

Habrá quien diga –yo mismo, sin ir más lejos– que el trecho que se ha avanzado es en muy buena medida formal. Pero las formas son muy importantes. A la hora del trato social superficial, que es el que tenemos con la mayoría de la gente con la que nos relacionamos, lo que cuenta es la apariencia. Vale con que haga como si no tuviera nada contra nosotros y con que se comporte de manera educada y respetuosa. Por lo demás, los comportamientos sistemáticos, por dudosamente sinceros que sean en sus inicios, acaban casi siempre por calar en el carácter.

Claro que no todo el mundo, ni mucho menos, se comporta de manera educada con quienes evidencian su ruptura con el modelo socio-sexual dominante. Hacen legión por estos lares quienes, cuando se topan con esa realidad en cualquiera de sus variantes, siguen dando muestras de incomodidad, de desasosiego, de rechazo e incluso –ya en el peor de los extremos– de odio violento.

Los cambios sociales nunca son homogéneos. Avanza una parte de la sociedad, otra se deja ir y otra se resiste.

Incluso la que avanza lo hace de manera sinuosa.

Oigo algunas voces representativas de la impresionante manifestación de ayer en Madrid que se felicitan por la presencia al frente del cortejo de dirigentes políticos y sindicales. Ver esa cabecera, en la que lo mismo caminaba gente realmente comprometida en la lucha por los derechos de lesbianas y gays que los aprovechados y oportunistas de un día –¡pero si incluso estaba Esteban Ibarra, que come a diario en el pesebre del PP!–, me produjo tristeza. ¿Ya nadie recuerda lo que hizo el PSOE por la igualdad de derechos de las y los homosexuales durante sus trece años de gobierno de España?

¿Que el PP es peor todavía? Vale, todo resulta siempre empeorable, pero la lapidación no puede servir de coartada a la silla eléctrica.

¿Quieren dar una segunda oportunidad a los socialistas? Allá ellos. Pero, ¿por qué han de dársela poniéndolos por delante?

Me contestaré yo mismo: porque en las organizaciones de gays y lesbianas también hay mucho politiqueo.

Se avanza, pese a todo. Pero a costa de mucho esfuerzo, y de mucho sofoco.

 

(30 de junio de 2002)

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Fanatismo

Escribe hoy Eugenio Trías en El Mundo un interesante artículo: «El fanatismo es contagioso». Él se refiere a «el fanatismo», en singular, como fenómeno único, aunque no ignore –y precise oportunamente– que hay muy diversos fanatismos, de muy diferente justificación y de aún más divergentes intenciones, a veces incluso opuestas. Pero todos los fanatismos –como todos los odios, como todos los enamoramientos– responden a estímulos semejantes y presentan un modus operandi equivalente.

Hay un aspecto del artículo de Trías que no me convence nada de nada. Me disgusta su empeño por constreñir el adjetivo humano a la caracterización de las acciones «positivas» de nuestra especie, reservando para las «negativas» la calificación de inhumanas.  No tengo nada en contra de la poesía, pero no creo que pinte demasiado como instrumento de análisis. La observación empírica de la Historia –y de la actualidad– demuestra que buena parte de los comportamientos que Trías califica de «inhumanos» no sólo son humanos, sino exclusivamente humanos. Ninguna otra especie animal incurre en ellos.

Dejando esto de lado, vale la pena detenerse en la caracterización que hace Trías de los fanáticos y de la fascinación que éstos ejercen sobre determinados espíritus necesitados de formulaciones unívocas, ávidos de concepciones contundentes e incapaces de caminar por su propia cuenta sobre las arenas movedizas –y necesariamente contradictorias– de la realidad. El fanático, que todo lo tiene clarísimo, que aprueba o condena a la velocidad del rayo y dispone siempre de alguna guerra santa prêt-à-porter (así sea laica), es una auténtica peste para la relación entre los humanos, necesaria incluso en caso de enemistad inevitable y manifiesta. Hasta la guerra tiene sus leyes y normas de comportamiento.

Es apreciable la denuncia que hace Trías del fanatismo presuntamente antifundamentalista que tantos mentores ha encontrado en los países del mal llamado Occidente, lo mismo que su crítica del uso fetichista del término Islam, grosera simplificación donde las haya.

Recientemente me encontré con Trías, al que conozco de cuando ambos éramos miembros del Consejo Editorial de El Mundo (él lo sigue siendo). Estuvimos hablando precisamente de fanáticos, sólo que de modo nada teórico: con nombres y apellidos.

Trías y yo tenemos ideas políticas muy diferentes, pero en este capítulo coincidimos a toda velocidad.

 

(29 de junio de 2002)

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Fuerte con el débil

El ministro del Interior no oculta su satisfacción (su autosatisfacción) por el buen funcionamiento del dispositivo policial que puso en marcha para afrontar la Cumbre de Sevilla y las manifestaciones populares subsiguientes.

El señor Rajoy se felicita calurosamente por los resultados obtenidos, pero se abstiene de pormenorizar los medios de los que se ha servido para lograrlos.

En Portugal se ha hablado bastante de algunos de ellos. Han tenido la oportunidad de contemplarlos por televisión. Los noticiarios lusos han mostrado cómo el pasado día 22 la Guardia Civil detuvo en el puesto de Rosal de la Frontera a varios autobuses que iban a la manifestación de Sevilla, cómo obligaron de mala manera a sus ocupantes a dar vuelta atrás y cómo zarandearon violentamente a dos diputados del Parlamento de Lisboa que pedían explicaciones a los agentes españoles por su inaudito comportamiento.

Es una pena que ningún canal de televisión de España haya considerado de interés la emisión de esas imágenes. A mí me han parecido muy impactantes, literalmente hablando.

Un incidente similar se produjo tres horas después en Villanueva del Fresno.

«Se actuó conforme a las posibilidades de la normativa europea de Schengen», alegó Piqué.

No es verdad. A lo que autoriza el apartado 2 del artículo 2º del Convenio de Aplicación del Acuerdo de Schengen es a que, cuando se produzcan problemas de seguridad nacional, las autoridades de un Estado miembro puedan solicitar de la UE (y obtener) el restablecimiento del control policial de sus pasos fronterizos, de cara a identificar a las personas que los transiten.

En la frontera hipano-lusa no hubo aquel día nada de eso. La Guardia Civil no movió ni un dedo para identificar a nadie. A los que tenían aspecto de turistas, los dejaba pasar sin el menor control, y a los que acudían en autobuses con banderolas, los echaba para atrás en masa, sin el menor distingo. Nuno Sá Lourenço, periodista del diario Público, de Lisboa, contó en su crónica del lunes cómo, cuando se presentó en la frontera de Caia (Badajoz) y comentó a la Guardia Civil que iba a Sevilla para informar sobre la manifestación, le cerraron el paso agresivamente. Hubo de entrar en España por otra frontera... haciéndose pasar por turista.

¿Seguridad nacional? ¿Qué tiene que ver todo esto con la seguridad  nacional? Estamos hablando de la asistencia a un acto legal de  ciudadanos pertenecientes a nuestro mismo espacio de derechos y libertades. Si Interior tenía algún motivo especial para temer algo de esos manifestantes concretos, ¿por qué no ordenó que fueran debidamente identificados, y registrados los autobuses en los que viajaban?

Fue un acto de intimidación chulesca que probablemente sólo se explica por la frontera en la que se produjo.

Porque, la verdad: no veo yo a la policía española zarandeando a diputados franceses.

 

(28 de junio de 2002)

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¿Y en el caso de que no?

El pasado 6 de abril, el secretario general del PP, Javier Arenas, proclamó de modo muy solemne: «El primer día que esté en vigor la nueva Ley de Partidos, los diputados y senadores del PP instarán el proceso de ilegalización de Batasuna. Lo haremos exactamente ese primer día, en defensa de la democracia y la libertad».

Leo ahora que el Gobierno no promoverá el procedimiento de ilegalización hasta que se produzca un atentado y Batasuna se niegue a condenarlo. Véase que abandonan una idea jurídicamente problemática, pero sólo para apuntarse a otra: supongo que habrá más de un jurista estupefacto ante el hecho de que, según la nueva ley, los partidos estén obligados a medir no sólo sus palabras, sino también sus silencios, so pena de verse ilegalizados.

Pero no son los aspectos jurídicos del asunto sobre los que quisiera llamar hoy la atención, sino sobre los más arrastradamente prácticos.

Pongámonos en la siguiente eventualidad: la ley está ya en marcha, ETA asesina a alguien, Batasuna vuelve a salirse por los cerros de Urbasa y, en consecuencia, resulta ilegalizada. Se le retiran las subvenciones oficiales, se clausuran sus locales, se prohíben sus órganos de expresión, etcétera. (Sus representaciones institucionales se mantienen tal cual, dado que los cargos electos no pertenecen a los partidos, sino a sus titulares). Vienen luego las elecciones  municipales, pero ahí la ilegalización tampoco tiene demasiado efecto, porque los ex militantes de Batasuna acuden a las urnas encuadrados en agrupaciones de electores.

En suma: imaginemos que, después de tanto trajín, de tanta pelea y de tanto dictamen, va pasando el tiempo y el personal comprueba que, hechas las cuentas, la Ley de Partidos Políticos ha dejado las cosas casi tal cual, porque no ha servido ni para poner coto a ETA ni para limar sustancialmente el arraigo social de Batasuna, que lo que ha perdido por el lado de las limitaciones legales lo ha recuperado por el del cierre de sus filas, al quedarse su creciente disidencia interna sin espacio político en el que respirar.

Si tal hipótesis –nada descartable– se verificara, ¿qué tienen previsto hacer el PP y el PSOE?

Porque imagino que no serán tan insensatos de pensar que su ley está abocada al éxito.

Todos les hemos oído hablar de lo mucho que esperan de la ley. Pero ¿qué harán en el caso de que esperen mucho... y no llegue nada? ¿Envainársela? ¿O sacar más sables?  

 

Aviso importante (segunda parte). Hablaba ayer de las dificultades con que he venido tropezando para actualizar la página. Una de ellas, importante, es que, con frecuencia, aunque yo haya culminado con éxito la maniobra de actualización, al navegante le aparece la página del día anterior. Para lo cual os sugería una solución. Me escribe un buen amigo para decirme que esa presunta solución no sólo es laboriosa, sino también poco práctica, y me propone otra mucho más sencilla y eficaz. Cuando entréis en la página y os aparezca la del día anterior, apretad la tecla de mayúsculas (no la de “bloquear mayúsculas”, sino la que se oprime normalmente para la mayúscula inicial) y, con ella apretada, pinchad en el botón de Actualizar (o Refresh, o Reload, o como quiera que se llame en vuestro navegador).

Si yo he actualizado ya la página, os aparecerá la del día. Y si no os aparece, es que no la he actualizado todavía.

 

(27 de junio de 2002)

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La calle y las urnas

Comprendo que se resista a admitirlo –supongo que a nadie le gusta constatar su propio declive–, pero la pérdida de fuelle político de José María Aznar es más que evidente. Al igual que el profundo cabreo que le produce comprobar que las cosas ya no son lo que eran: desciende su prestigio tanto en el interior como en el exterior, la oposición y los sindicatos se le suben a la chepa, CiU le enseña los dientes... y, para colmo, a la economía, su ultima ratio, le chirrían los goznes de mala manera.
        De no ser Aznar como es y no estar inmunizado contra cualquier atisbo de autocrítica, se plantearía (y haría bien) qué parte de responsabilidad le corresponde en la aparición de tan feas grietas en las murallas de su fortaleza. Pero, para él, que se tiene prohibido conjugar el verbo errar en primera persona, sólo pueden ser otros los causantes de su decadencia: los conspiradores, los envidiosos, los demagogos, los irresponsables, los que no dudan en perjudicar a España para promocionarse ellos mismos... En fin, todos esos. Los demás.

Lo peor no es que el presidente de Gobierno rumie esos rencores, sino que los exhibe, y hasta trata de argumentarlos para defenderse de cara al público. Y eso, cuando se tiene sus muy limitadas dotes de polemista, puede (suele) tener efectos deprimentes. Porque, para ocultar la endeblez de sus posiciones, lanza contra sus críticos un tropel de acusaciones sin pies ni cabeza, absurdas, tremendistas, en plan «a mal Cristo, mucha sangre». 
        Tomemos la última con la que trata de castigar a Rodríguez Zapatero. Le acusa día sí día también de ser un irresponsable que convoca huelgas generales «para conseguir en la calle lo que no logró en las urnas».
        Eso no es una argumentación, sino una suma de burdos infundios.

  En primer lugar, Rodríguez Zapatero no convocó la huelga general, y pretender lo contrario es insultar a los sindicatos.

  En segundo lugar, lo que el PSOE no consiguió en las urnas (el Gobierno) no podría lograrlo de ningún modo con una huelga, ni siquiera con la huelga general más general de todas, como sabemos todos desde la del 14-D, que precedió a un nuevo triunfo electoral de González.

  ¿Qué pretende Aznar? ¿Llamar golpista a Rodríguez Zapatero? Porque sólo los golpistas consiguen en la calle lo que no logran en las urnas. Golpistas como los que mandan en Argelia, o como los que trataron de hacerse con el poder en Venezuela, sin que, por cierto, Aznar haya dicho jamás ni una palabra en su contra.

Y es que este hombre se lía a pedradas y se olvida de que tiene el techo de cristal.

 

Aviso importante. Verdaderamente impresionante, la cantidad de pirulas que me está montando la cosa ésta del ftp de Mundofree. Unas veces hace como que me ha permitido actualizar la página, pero no; otras admite la actualización, pero no la verifica hasta al cabo de unas cuantas horas; otras me permite hacerla desde el portátil (conexión telefónica vía Mundofree), pero no desde el PC grande (ADSL de Terra)... En condiciones normales, removería Roma con Santiago para corregir esa situación o, por lo menos, para saber a qué se debe. En las actuales, renuncio.

En todo caso, os comunico un truco que os puede ser de alguna utilidad. Si, en alguna ocasión, al conectar con la página principal, os sale la del día anterior, comprobad si en la barra de direcciones pone http://www.mundofree.com/javier_ortiz/ y, si es así, añadid al final “index.html/”, de modo que quede  http://www.mundofree.com/javier_ortiz/index.html/

No sé ni cómo ni por qué, pero de este modo “emerge” la página actualizada, que con la otra dirección (teóricamente la misma), se negaba a salir.

 

(26 de junio de 2002)

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Un país vacío

Mi médico ironiza: «Y ahora ¿qué nos queda? Eliminados del Mundial, celebrada la huelga general, pasadas las movilizaciones contra la globalización, Aznar, sin la Presidencia europea... Este país va a sentir un gran vacío».

Gracias a él, yo no corro el menor riesgo de arrastrar una vida vacía y sin sentido: me da más y más volantes para que me someta a tropecientos análisis, radiografías y ecografías.

Me pongo a hacer cola para que me asignen las citas de rigor con los especialistas correspondientes. La cola es larga, pero avanza a buen ritmo. Por delante de mí, dos señores mayores –mayores que yo– hacen como que no se toman nada mal el fracaso del fútbol español en Corea.

–Pues te creerás tú que a mí me importa lo de la Selección –dice el uno.

–Pues mira que a mí... Que les den dos duros –replica el otro.

Estaría dispuesto a creerles si no fuera porque los dos llevan bajo el brazo su correspondiente ejemplar del diario Marca.

Veo que el gran titular de la portada del periódico deportivo está en la misma línea de desprecio: «¡Este Mundial da asco!», clama, con letras enormes.

¿Y por qué les da asco y lo desprecian ahora, y no el pasado viernes? Según dicen, porque los arbitrajes están siendo muy favorables a determinados equipos. Pero ya lo habían sido antes de la eliminación de los de aquí. Cuando las perjudicadas fueron las selecciones de Italia, de México, de Costa Rica, de Portugal o de Camerún, lo lamentaron de manera apenas protocolaria y siguieron jaleando el Campeonato, tan encantados, tan forofos y tan expectantes.

Ahora, como les han echado, resulta que en realidad les daba asco.

Son la imagen misma de la zorra y las uvas de la hermosa fábula de Fedro: saltan como la zorra para cazar el fruto, se quedan con un palmo de narices porque no llegan y, entonces, fingen desdén. Nondum matura est. «No están maduras».

Decid más bien que os habíais montado un negocio del copetín a costa de quienes soñaban con los eventuales triunfos de la selección de Camacho y que os ha tocado las narices que el invento se os haya chafado tan pronto.

¿Qué asco os dio el Mundial de España, ahora hace 20 años, cuando el árbitro regaló a la selección española su primer partido, porque no era cosa de dejar descolgados a los anfitriones a las primeras de cambio?

No os molesta el ventajismo. Sólo el ajeno.

 

 (26 de junio de 2002)

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Imposible

Es célebre la frase ingeniosa de Mark Twain: «Dejar de fumar es la cosa más sencilla del mundo. Yo lo he hecho cientos de veces». Tampoco era mala la boutade de un periodista mexicano, que decía: «Siempre recordaré cuando dejé de beber. Fue el cuarto de hora más duro de mi vida».

Bueno, pues yo me he metido en ambas batallas a la vez.

La del alcohol me coge entrenado, porque todos los años me impongo un par de meses de abstinencia voluntaria, en plan cura de desintoxicación. Pero lo del tabaco me está resultando espantoso. No es sólo que mi cuelgue a la nicotina sea de los que hacen época. Es también –y no sé si sobre todo– que el acto de sacar el paquete de tabaco y encender un cigarrillo, repetido desde los 14 años muchas veces al día –unas 60, en los últimos tiempos–, funciona en mí ya como algo automático, instintivo. El gesto que más repito en las últimas horas es el de echar la mano al bolsillo o a la mesa... para encontrarme con que no hay nada.

Lo peor de todo es cuando me pongo a escribir. Porque, en mí, tabaco y escritura han ido siempre inseparablemente unidos. Tanto que hasta ahora me he negado siempre a escribir dentro de recintos donde no permitieran fumar.

No penséis que estoy bromeando con el asunto. Lo digo tan en serio como que paro de escribir ahora mismo, porque los nervios no me permiten continuar haciéndolo.

 

 (24 de junio de 2002)

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