Diario de un resentido social

 Semana del 22 al 28 de julio de 2002

 

Manuel Jiménez que Larga

Cuando me detuvo la Guardia Civil en el Pirineo catalán, allá por julio de 1974, según trataba de regresar a Francia después de haber hecho un periplo político por la península, todo el interés de mis allegados era lograr que la Policía no descubriera quién era yo en realidad. Hacía muy poco que los amigos del Movimento de Esquerda Socialista de Portugal nos había hecho llegar un informe que la Policía política del franquismo había pasado a sus homólogos de la PIDE, entonces recién desmantelada, en el que se me describía como uno de los principales dirigentes de la extrema izquierda vasca. Yo llevaba documentación falsa y me hacía pasar por un joven de Calatayud recién doctorado en Filosofía por la Universidad de Barcelona que hacía una excursión domincal con dos amigos. Convenía entonces que nombrara un abogado cuya elección no dejara trasparentar mi militancia antifranquista. «Coge a Manuel Jiménez de Parga», me aconsejaron. «No está muy a malas con el Régimen». Es lo que hice. Mi representación legal –formal– corrió durante un par de meses a cargo del despacho de ese caballero que no estaba «muy a malas» con la dictadura.

Lo perdí de vista –no de oídas– hasta que, con el tiempo, me lo topé escribiendo breves artículos para Diario 16. Firmaba con el seudónimo de Secondat, evocando el apellido del barón de Montesquieu. Reconocí en aquellos articulitos su imprudente verbosivad, su enquistado derechismo y, sobre todo, su estomagante y visceral nacionalismo español. Es una maldición que arrastra Cataluña: la de los foráneos que se instalan en su suelo, hacen carrera en él y le demuestran su agradecimiento poniendo mala cara a la realidad de sus diferencias.

Por lo que me cuentan, Jiménez de Parga añade a esas virtudes la de ser también un vago importante. Según otro catedrático de Derecho Constitucional, cuando todavía daba clases en la Universidad, el menda admitía que no hacía nada por ponerse al día en la disciplina de la que impartía enseñanza. «Estoy ya muy viejo para ponerme a estudiar», decía. Su magisterio olía a naftalina. A la naftalina que se usaba en España cuando él todavía estudiaba y lo más parecido a una Constitución que había por aquí eran los Principios Fundamentales del Movimiento. Demasiado viejo para estudiar, para cobrar, en cambio, estaba hecho un chaval.

Durante el trecenato felipista, don Manuel consiguió llamar la atención por los artículos de prensa en los que maldisimulaba su benevolencia hacia las actividades de los GAL y otros llamativos abusos de poder. Un hijo suyo –y no precisamente con su desaprobación– asumió la defensa de no recuerdo ahora qué acusado en el sumario sobre el caso Marey.

El historial –incluyendo la ignorancia constitucional– avala suficientemente las razones por las que el PP decidió apoyar su candidatura a presidente del Tribunal Constitucional, cargo en el que se desayunó llamando a Ibarretxe «lehendakari de Oklahoma», por el aquel de caer bien a sus padrinos y, ya de paso, ir sentando las bases de la imparcialidad de su magisterio. Ahora se ha vuelto a señalar asumiendo la defensa del general Rodríguez Galindo, al que ha tratado de exonerar y dejar en la calle por las más diversas vías. En su indisimulada parcialidad, ha tenido la santa jeró de decir que, si bien Galindo es sin duda culpable del secuestro de Lasa y Zabala, no está probado que tenga nada que ver con su tortura y asesinato. ¿Cuál es su hipótesis? ¿Que Galindo ordenó su secuestro pero luego olvidó que los tenía secuestrados y los subordinados de Galindo se insubordinaron y tiraron por su cuenta sin que él se enterara?

Ahora Jiménez de Parga –que larga, larga y no para– ha decidido asumir públicamente la defensa del indulto gubernativo para el ex capo del cuartel de Intxaurrondo. Como se ve, todo está en orden.

 

(28 de julio de 2002)

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Por pura justicia

«El Mundo» me pide que participe en su sección dominical titulada En la Red respondiendo a la siguiente pregunta:

¿Debería España modificar su posición sobre el Sáhara para mejorar sus relaciones con Marruecos?

Este es el articulito que les he remitido.

 

Planteado así, el objetivo parece indiscutible: que España mejore sus relaciones con Marruecos.

Pero no caigamos en la trampa de las palabras. ¿De quién hablamos, cuando hablamos de «España»? Y, sobre todo, de quién hablamos, cuando hablamos de «Marruecos»? Se nos dice «Marruecos», pero en realidad no se alude a la sociedad marroquí, que no tiene ni voz ni voto dignos de ese nombre, sino a la casta alauí que la sojuzga. Reformulemos, pues, la pregunta, planteándola sin eufemismos edulcorantes: ¿debería el Estado español plegarse a los deseos expansionistas de Mohamed VI en el Sáhara para tenerlo contento y sacarle determinados beneficios?

Esa es la verdadera cuestión que se está planteando. Y es a ella a la que respondo que no.

Rodríguez Zapatero, empeñado en darse aires de estadista, se ha puesto a defender ahora que el Estado español adopte una posición «más realista» ante el conflicto del Sáhara Occidental. Lo que sugiere es que el Gobierno de Madrid se avenga discretamente a la «solución» patrocinada por Estados Unidos y Francia y acepte la integración forzosa de la ex colonia española en el Reino de Marruecos. El secretario general de los socialistas ha olvidado súbitamente que su partido suscribió compromisos muy solemnes a este respecto.

Dicen que el Estado español mantiene una posición «excesivamente rígida» en relación a este conflicto. Nada menos cierto. Los sucesivos gobiernos de Madrid han deshonrado de manera reiterada sus compromisos con el pueblo saharaui. Dos ejemplos: han dado luz verde a la industria española de armamento para que abastezca a bajo precio al Ejército de Marruecos y han admitido que el Ejecutivo de Rabat se lucre con la pesca en aguas saharianas, sobre las que no tiene soberanía. Lo único que el Estado español ha hecho –aparte de no boicotear la solidaridad activa de la sociedad española con el pueblo saharaui– es respaldar la resolución de las Naciones Unidas que defiende la celebración de un referéndum de autodeterminación en el Sáhara Occidental.

En resumen: estamos hablando de una política de mínimos.

¿Que hay gente que considera que esos mínimos son máximos? Allá ellos. Otros preferimos no olvidarnos de que estamos hablando del destino de todo un pueblo. De un pueblo al que los dirigentes españoles ya han traicionado demasiadas veces.

 

(27 de julio de 2002)

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El espacio de centro

Aznar se declara sorprendido porque, según él, el PSOE ha renunciado al espacio de centro. Bueno, lo ha dicho echando mano de uno de esos latiguillos perifrásticos que tanto le gustan y de los que tanto abusa («en términos de lo que es y significa el espacio de centro», o algo así), pero la idea es ésa. 

El presidente del Gobierno sostiene que el PSOE ha optado por «la radicalidad de izquierda», lo cual le parece un tremendo error: a su juicio, la experiencia europea de los últimos tiempos demuestra que tanto más se escora un partido a la izquierda, tanto peores resultados recoge en las urnas.

Cabría discutir este supuesto axioma. Bien reciente está la derrota de los socialistas franceses, que se pegaron el tortazo precisamente cuando dejaron de poner por delante los rasgos más socialdemócratas de su programa y se empeñaron en disputar a Chirac las banderas de la derecha (aumento del control policial de la vida ciudadana, restricción del flujo inmigrante, etcétera).

Pero no vale la pena entrar en ese debate, sencillamente porque es falso que Rodríguez Zapatero esté escorando al PSOE hacia la izquierda.

Repásese su programa.

¿Defienden los socialistas una política económica de izquierda? De ningún modo. Hace bien poco, Aznar acusó al líder socialista de carecer de una alternativa económica, y tenía razón. La política económica que propone hoy el PSOE es, en lo fundamental, la misma que defiende el PP, de la misma manera que la política económica que proponía el PP cuando estaba en la oposición era la misma que ya estaba aplicando el PSOE. Es cierto que Zapatero insiste en señalar algunas lacras sociales resultantes de la orientación de la economía, pero ninguna de las respuestas que sugiere van más allá de lo que ya se está haciendo en tales o cuales países integrados en la UE.

¿Son izquierdistas las sugerencias de Rodríguez Zapatero en materia de política exterior? ¡Por dios, si es más pro Bush que Aznar!

No hay ni un solo gran capítulo programático –véase, muy en especial, la política vasca– en el que las posiciones del PSOE no se conformen con matizar las del PP, excluidas algunas poses en materia de fe y de costumbres que ya adoptaron los socialistas antes de llegar al Gobierno y que descartaron en cuanto se hicieron cargo de él.

Es un puro efecto óptico: Aznar se desplaza más y más hacia la derecha pero, como da por hecho que está firmemente instalado en el centro, deduce que es el PSOE el que marcha hacia la izquierda.

Le propongo un ejercicio práctico. Coja papel y lápiz y trate de establecer los puntos que no podrían faltar en el programa de un partido de la derecha española. Verá cómo le sale su propio programa. Es él el que abandonó hace tiempo el espacio de centro.

 

(26 de julio de 2002)

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Dos reinos y una agenda

Aún a medio digerir el potaje del Perejil, la ministra española de Exteriores, Ana Palacio, y su colega marroquí, Mohamed Benaisa, han quedado a la vuelta del veraneo para comenzar a discutir a fondo. Dicen que aprovecharán el ínterin para estudiarse la agenda.

Esto de la «agenda», soltado así, tiene un aire very British, pero también cabe tomárselo en su literalidad latina, como nominativo plural neutro del participio pasado del verbo ago en su forma perifrástica pasiva. O sea, agenda = las cosas que han de ser hechas.

Siempre he defendido que los estados deben coexistir en paz, incluso cuando defienden modelos políticos diferentes. No digamos nada cuando responden a modelos tan similares como los asumidos por los Reinos de Marruecos y de España.

Dispuesto a contribuir a la causa de su buen entendimiento, he decidido aportar tres cosas que han de ser hechas si se quiere evitar que la situación actual se desarrolle por su lado negativo. Tres nada más, pero cuyo adecuado tratamiento contribuiría a situar a cada cual en el sitio debido.

1ª.– Así que se vean en septiembre, Ana Palacio debería comunicar al ministro de Exteriores marroquí que el Estado español reconoce plenamente la soberanía marroquí sobre el islote de Perejil.

2ª.– La ministra española de Exteriores habría de hacer también patente a Mohamed Benaisa el deseo del Gobierno de España de iniciar conversaciones con el Reino de Marruecos sobre el futuro de las ciudades de Ceuta y Melilla, partiendo del mutuo entendimiento de dos realidades: la primera, que Ceuta y Melilla están enclavadas en territorio marroquí; la segunda, que las poblaciones de ambas ciudades gozan de unas libertades y unos derechos políticos, jurídicos y sociales que deben ser respetados.

La reciente experiencia internacional proporciona ejemplos de descolonizaciones paulatinas y condicionadas –la de Hong Kong, por ejemplo– que cabría tener en cuenta a este respecto.

3ª.– Convendría igualmente que Ana Palacio comunicara a la representación del monarca alauí que, por razones históricas sobradamente conocidas, el Estado español debe defender y defiende el proceso de autodeterminación del pueblo saharaui, tal como fue acordado en su día por las Naciones Unidas, y que, por esta razón, toda acción unilateral del Reino de Marruecos en territorio de la ex colonia española sería considerada como un acto gravemente inamistoso hacia el Reino de España.

Digo yo que, para empezar a hablar, estos tres puntos ya proporcionan una buena agenda, ¿no?

 

(25 de julio de 2002 – 2º aniversario del Diario de un resentido social)

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El Sahara y los hechos consumados

La Asamblea General de las Naciones Unidas votó en su día a favor de la realización de un referéndum de autodeterminación en el Sahara Occidental. La monarquía alauí, radicalmente opuesta a esa resolución, viene haciendo de todo para impedir que se lleve a la práctica. Y la ONU se lo ha venido consintiendo, básicamente porque el Sahara ex español no se parece al Timor ex portugués: mientras aquel es oriental, el Sahara es occidental. Tan occidental como los intereses que defiende Mohamed VI cuando no está ocupado con los suyos personales.

El Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas decidió ayer aplazar de nuevo su decisión sobre el destino del Sahara Occidental. Conforme –para variar– con los criterios de Washington, Kofi Annan ha pretextado que no hay un «consenso suficiente». Pero ése no es el problema: ya hubo consenso general en torno a la autodeterminación y no sirvió de nada. Lo que Kofi Annan quiere decir es que EEUU y Francia todavía no han conseguido que su lobby se imponga. Tanto Chirac como Bush –con el apoyo del siempre solícito Blair– quieren que Mohamed VI se quede con el Sahara a cambio de una mera promesa de «amplia autonomía» en cuya posibilidad nadie cree, porque es directamente incompatible con los fundamentos mismos de la autocracia alauí.

El ex secretario de Estado norteamericano James Baker, designado por la ONU mediador en el conflicto –lo que ya tiene sus bemoles–, ha afirmado que debe elegirse entre tres opciones: la que él defiende (es decir: la entrega pura y simple del Sahara a Marruecos), la partición del territorio (dividiéndolo entre Marruecos y el Frente Polisario) y la celebración del referéndum de independencia. Es un falsario. Si realmente pensara que el referéndum es una hipótesis plausible, habría hecho algo por darle viabilidad. La alternativa que en realidad propone es: o Marruecos se queda con todo o se queda con la parte económicamente más interesante y deja un pedazo de desierto para el Frente Polisario.

¿Y por qué ha de aceptarse que el asunto se plantee en esos términos, cuando lo cierto es que la inmensa mayoría de los estados que componen la comunidad internacional respalda que se celebre el referéndum de autodeterminación? Por una razón sencillísima. O mejor dicho, por dos: Bush y Chirac. Dado que ninguno de los dos acepta el referéndum, el referéndum es imposible. Porque de la ONU no puede salir nada que contraríe los designios de Washington. Y si encima contraría también los de París, pues para qué te cuento. Y lo de Londres por añadidura. De modo que se votará, y se volverá a votar, y se seguirá votando. Hasta que salga lo que ellos quieren.

Claro que también existe otra posibilidad: que Mohamed VI aplique a gran escala la táctica del Perejil y se monte una nueva Marcha Verde hacia el Sahara, con la esperanza de que luego sus amigos Bush y Chirac pasen a la firma el certificado de hechos consumados.

El asunto tiene una pinta espantosa. O se empieza desde ahora mismo a armar bulla en contra de todas esas maniobras oscuras o quizá dentro de cuatro o seis meses ya sea tarde.

 

(24 de julio de 2002)

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Sin complejos

Les ha entrado de repente una extraña manía: se han puesto a decir todos a coro que no tienen complejos.

Acebes asegura que él hace política «sin complejos». Arenas, tres cuartos de lo mismo. Y Rajoy. Incluso Aznar presume de ser inmune a los complejos, por sorprendente que resulte.

No es una exclusiva del PP. El pasado domingo, Rodríguez Zapatero recurrió también a la falta de complejos para definirse.

¿De qué complejos se han liberado tan en tropel, si puede saberse? No lo dicen, pero se les nota.

Veamos qué hace Rodríguez Zapatero así que deja constancia de su ausencia de complejos: se pone a hablar de Marruecos y afirma que las exigencias de la  realpolitik son más importantes que la solidaridad con el pueblo saharaui.

Así, por la brava. Sin cortarse un pelo. Sin complejos.

El resultado de la falta de complejos de los ministros de Aznar –y del propio Aznar– es parecido al del secretario general del PSOE, pero en su género. Zapatero pasa de parecer de izquierdas. A ellos les da igual que se les acuse de estar regresando a sus orígenes franquistas. Adiós al complejo de Suárez, que les forzaba a parecer autonomistas, moderados y hasta pasablemente laicos: ahora miran con mal disimulada desconfianza los Estatutos de Autonomía y zancadillean su desarrollo, sustituyen el debate de ideas por el insulto sin sustancia y mantienen viva la memoria del don Guido machadiano travistiéndose de esforzados costaleros u ofrendando sus carteras ministeriales a la Macarena, a ver qué cae.

La experiencia ha demostrado sobradamente que, cada vez que un preboste del establishment avisa que va a hacer algo «sin complejos», lo más sensato es echarse a temblar. «Sin complejos» es el giro abreviado que utilizan para anunciar que van a tirar por la calle de en medio, cual elefante en cacharrería. O que no van a tener ningún pudor en prometer una cosa y hacer a continuación exactamente la contraria, como ha ocurrido con lo de los mediadores en el conflicto del Perejil, que primero quedaron tajantemente excluidos por razones de principio y luego fueron servilmente bendecidos por razones de final.

Yo, la verdad, los prefería con complejos. Cuantos más, mejor. A más complejos, menos simples. ¡Qué maldita manía ésta de desear que todo quisque «se quite la careta» y se muestre «tal cual es»! Confieso que prefiero no comprobar empíricamente cómo son y hasta dónde pueden llegar algunos políticos profesionales. Me basta y me sobra con el horror de imaginármelo.

 

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Nota.– Ayer, una vez comprobado que persistía el k.o. técnico de Mundofree –que sólo salió del estado de coma muy avanzada la tarde–, tomé dos decisiones. En primer lugar, compré un nuevo dominio en la Red. Todavía está pendiente de certificación pero, si no se presenta ninguna objeción –que no parece–, la dirección de esta página pasará a ser en un próximo futuro http://www.javierortiz.net. En segundo lugar, me puse en contacto con los responsables del servidor nodo50 para que sean ellos quienes alojen mi sitio web. Ya hemos llegado a un acuerdo. Una vez materializado, habré roto por completo mis ataduras con Mundofree.

Es posible que no realice la mudanza hasta la vuelta de vacaciones (me tocará renombrar todos los ficheros para redireccionarlos –o sea, redirigirlos– al nuevo dominio, lo que me llevará bastante tiempo). Ya avisaré. Además, quienes conecten con la actual dirección después del traslado serán oportunamente advertidos del cambio de domicilio.

 

(23 de julio de 2002)

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Homosexualidad y paternidad

Los responsables de Orientaciones –«revista de homosexualidades», según se subtitula– han planteado una encuesta entre intelectuales sobre «paternidades homosexuales»*. Quieren publicarla en su próximo número. Han tenido la doble gentileza de pensar en mí y de considerarme intelectual.

Como no estoy nada seguro de que los apuntes que estoy escribiendo últimamente para el Diario estén llegando a los lectores habituales de esta página, dado el más que intermitente funcionamiento del servidor Mundofree, voy a optar por dedicar el apunte de hoy a contestar la encuesta, con lo que es seguro que no pierdo el tiempo.

Ahí van las tres preguntas y sus correspondientes respuestas.

Pregunta.– ¿Considera que las parejas homosexuales son una opción idónea para darles a un menor en adopción conjunta?

Respuesta.– Si por «idónea» entendemos «apta», la respuesta es sí, a expensas de la consideración concreta que merezca la pareja en concreto. A cambio, si tomáramos el adjetivo como sinónimo de «especialmente apta» –que es como mucha gente lo utiliza, de modo erróneo–, la respuesta sería no.

Niguna pareja está mejor o peor preparada para la adopción por el hecho de ser homosexual o heterosexual.

Tampoco conviene dar por hecho que la educación de un o una menor deba necesariamente afrontarse en la modalidad de parejas. La mayor o menor aptitud para la adopción no viene determinada ni por las prácticas sexuales confesas ni por el número de personas que asumen la tarea.

Pregunta.– ¿Considera necesario que haya una legislación a nivel estatal que incluya esas parejas entre los adoptantes?

Respuesta.– Sí. Pero insisto en la necesidad de considerar también los derechos de las personas que no viven en pareja.

Pregunta.– ¿Piensa que eso repercutiría en algún sentido en el crecimiento y orientación sexual del menor?

Respuesta.– Supongo que ese «eso» se refiere a la homosexualidad de los hombres o las mujeres que asumen la adopción.

Si así es, no veo cómo dar una respuesta de validez universal.

Para empezar, dependerá del hecho de que la pareja oculte o asuma su homosexualidad ante su entorno, en general, y ante la o el menor, en particular. Y de que haga lo uno o lo otro desde el primer día. Y de con qué naturalidad lo haga. Dependerá también de que la pareja sea de hombres o de mujeres y de que la criatura adoptada sea niño o niña. Dependerá, en fin, del carácter que tenga el o la menor, porque cada persona es un mundo. Dicho esto, imagino que es fácil que la homosexualidad de quienes ejercen de progenitores tenga alguna influencia en la formación del o la menor. ¿No la tiene acaso la heterosexualidad? Lo que estará por ver en cada circunstancia concreta  es si la repercusión resulta positiva, negativa o neutra.

 

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* Hay quien cree que la homosexualidad es cosa de hombres, por el aquel del prefijo homo-. Aclarémoselo a quien no lo sepa: el prefijo homo- no indica masculinidad, sino igualdad (como en homónimo, homogéneo, homófono, etcétera). Homosexual quiere decir «que mantiene relaciones sexuales con personas de su mismo sexo», con independencia de que se trate de hombres o de mujeres. De ahí el dislate en el que se basa el neologismo homófobo, con el que se pretende aludir a quienes manifiestan hostilidad hacia las personas homosexuales. Homófobo, en rigor, quiere decir «que odia a sus iguales», cosa que ignoro en qué podría consistir.

 

(22 de julio de 2002)

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