Diario de un resentido social

Semana del 2 al 8 de diciembre de 2002

 

Desvergüenza televisiva

Canal 9, televisión pública valenciana. Noticias de las 21 horas del sábado 7 de diciembre. Arranque: «El Ebro ha arrojado al mar en los dos últimos días una cantidad de agua equivalente a la que la Comunidad Valenciana necesitaría para resolver sus problemas hidrológicos de todo un año». A continuación, y tras entrar en el detalle de la cantidad –algo así como 300.000 hectolitros, me pareció entender– e insistir en el despilfarro que supone dejar que toda esa agua se pierda en el Mediterráneo, entrevistan a media decena de mendas que hablan de lo importante que es la solidaridad interterritorial, como la que se está proporcionando a Galicia ahora mismo, y cómo no tiene sentido que alguien quiera quedarse para sí lo que finalmente no puede utilizar. Ni una sola voz discordante. 

A lo que cabe presentar dos grandes objeciones. Dos objeciones de principio. Descalificadoras.

La primera: eso no es ninguna noticia. Eso es, como mucho, una reflexión. Un editorial. Empezar un teórico noticiario con un mitin político y sectario, que no deja margen alguno para las opiniones contrarias, representa no sólo un atentado a las normas más elementales de la profesión periodística, sino también, y sobre todo, una muestra escandalosa de desprecio hacia la audiencia.

Segunda objeción: eso no sólo es una opinión, sino que además es una opinión demagógica, que toma por idiota al que la oye. Da igual lo que el Ebro haya vertido en el Mediterráneo en el curso de los dos últimos días, porque ningún sistema de trasvase hubiera permitido llevar hasta la Comunidad Valenciana toda esa cantidad de agua en ese plazo. Sin contar con que, una vez llegada a destino, no creo que hubieran tenido dónde embalsarla.

Lo que la Generalitat valenciana reclama es un desvío sistemático de una parte del caudal del Ebro, no una reconducción esporádica de las eventuales crecidas del río. Teniendo esto en cuenta, todo el presunto razonamiento del mitin sedicentemente solidario se queda en el terreno de la pura patraña.

Uno lo ha visto –y oído, y leído– casi todo. Pero uno –o sea, yo– sigue todavía sin estar curado de espanto.

 

(8 de diciembre de 2002)

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Aznar, a por el récord

¿Recordáis –los que tengáis edad para ello– el tramo final de Felipe González como jefe del Gobierno? Desabrido, irritable, incapaz de sonreír sino como mueca de sarcasmo, antipático hasta extremos verdaderamente desagradables. 

A su modo, Aznar está en las mismas. Su intervención de ayer en el Congreso de los Diputados fue antológica. Lo de menos es que le diera plantón a Rodríguez Zapatero recurriendo a una añagaza. Incluso cabría dejar a beneficio de inventario que acusara al secretario general del PSOE de haber sido él el culpable del desencuentro. Lo que chirrió al máximo fue su explicación. En un tono patibulario, malencarado, dio a entender que los socialistas habían desdeñado la reunión porque «la situación es de ligera mejoría, dentro de lo que significa (?) la catástrofe, y dudo mucho que esa información pueda interesarles». Y, por si alguien no hubiera captado la idea, se explayó en ella, acusando al PSOE sin apenas disimulo de desear que el desastre económico y medioambiental fuera a más para mejor soliviantar a la gente contra su Gobierno. Sólo le faltó decir que daba traslado del conjunto de los datos al fiscal general del Estado, por si la actuación del PSOE pudiera ser constitutiva de delito.

González se expresaba en términos de semejante escozor, ya digo. Pero la situación era francamente diferente. Tenía enfrente a una oposición política y mediática de una agresividad tremenda, que le negaba el pan y la sal día tras día y se mostraba militantemente dispuesta a llevarlo a la cárcel en cuanto tuviera la más mínima posibilidad y los jueces fieles a su poder flaquearan en su labor de coraza protectora. Estaba sometido a un asedio de mil pares. Merecido, pero de mil pares.

En cambio Aznar se pone de los nervios ante una oposición que parece educada en Versalles, que dice amén a todas sus opciones políticas fundamentales, que sólo critica pijadicas accesorias y que se pirria por un buen puñado de consensos.

Si este personajillo se pone así sólo porque le tosen un poco, ¿de qué no sería capaz si realmente le zurraran la badana como se merece? Prefiero no imaginarlo.

Miento: prefiero no decirlo. Porque imaginármelo, me lo imagino.

 

(7 de diciembre de 2002)

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Más Estado, menos Estado

Parece que la Xunta de Galicia ha decido asumir unilateralmente la coordinación de los trabajos de lucha contra la marea negra, arrebatando al Gobierno central las competencias correspondientes. Tiene suerte Fraga de ser él. Eso lo hace Ibarretxe y lo crucifican. Aunque no: lo mismo le envían el Ejército, que es lo que han estado pidiendo los gallegos sin ningún éxito desde que se inició el desastre.

Trillo dice ahora que no va a mandar más tropa porque, como han mejorado los vientos, «ya no hace falta». El lapsus es evidente: está admitiendo que antes sí hubiera sido necesaria. Y envió sólo a un puñado de soldados, sin apenas material.

De todos modos, el hecho es que este fin de semana van a estar trabajando en las costas gallegas 3.000 voluntarios. ¿Debemos entender que hacen falta voluntarios, pero no soldados?

Tienen una concepción del Estado más que preocupante. Organizan un despliegue impresionante para hacerse con el control de un islote insignificante en la costa de Marruecos, especulan con mucha seriedad sobre las hipotéticas ventajas e inconvenientes que tendría poner al Ejército a patrullar por las calles de Euskadi... y se quedan zozobrando en un mar de dudas hamletianas ante la posibilidad de poner a las Fuerzas Armadas a hacer algo socialmente útil.

Escuché el otro día decir a no sé qué autoridad –¡hablan tantas, y tanto!– que España no puede permitirse contar con barcos especializados en la absorción de hidrocarburos vertidos al mar porque «son muy caros, y no vamos a tenerlos parados años y más años esperando a ver si ocurre algo». Dejemos de lado el hecho de que, desgraciadamente, la frecuencia de los vertidos en las costas españolas es bastante más alta que la sugerida y quedémonos con el principio: al parecer, no podríamos permitirnos ese «despilfarro». ¿Y qué son los aviones de la Fuerza Aérea sino aparatos carísimos que están ahí sin hacer nada «esperando a ver si ocurre algo»? He leído que, sólo con el dinero invertido en uno que se estrelló recientemente durante unos ejercicios de entrenamiento, se hubieran podido comprar varios barcos de ésos de precio supuestamente «imposible».

Se dice que un criterio rector del neoliberalismo imperante es disminuir al máximo la intervención del Estado. «Menos Estado». Pero no es verdad. Nuestros gobernantes son partidarios solamente de disminuir la intervención social del Estado. La parte socialmente útil de su actividad. ¿Para qué enviar a chapotear en el fuel a los soldados profesionales, que no paran de quejarse y que se dan de baja a las primeras de cambio, si se puede lograr que se traguen el marrón –el negro– unos cuantos miles de voluntarios que además no cobran nada?

En eso sí vale la pena ahorrar. Y en ayuda al Tercer Mundo. Y en atención a los viejecitos.

Para todas esas partidas, voluntariado, y cuanto más mejor. Y métodos artesanales, y chapucería a espuertas.

Pero mis aviones supersónicos, y mis carros de combate –comprados o de alquiler–, y mi seguridad, y mis fronteras de país rico, y los privilegios de mi amada Iglesia, y mi sueldo... eso que no me lo toquen. Que para eso está el Estado.

 

(6 de diciembre de 2002)

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Quousque tandem, Rouco...?

 

 

¿Hasta cuándo, Rouco, vas a abusar de nuestra paciencia?

Ahí tienes a tus predecesores a justo título, brazo en alto, salve romana, fascio con sotana, báculo de marfil y cruz de pedrería al cuello.

¿Dónde vuestro arrepentimiento? ¿Dónde vuestros golpes de pecho?

Sigo a la espera de oírte decir: «Fuimos fascistas, qué horror», «Bendijimos el crimen», «Lavamos con agua bendita el terrorismo de Franco», «Regalamos absoluciones a los torturadores», «Peor: los alentamos para que prosiguieran su inmunda tarea», «Les dijimos que robaban y mataban por la Gracia de Dios».

 Ahora musitas en voz baja, para uso de amigos, que te preocupan  las ambigüedades del clero vasco. Y promueves documentos para que los dueños de tu aldea no te reprochen connivencia alguna.

En los años sesenta, en los setenta, una parte de los curas vascos se pusieron del lado de la oposición antifranquista. A riesgo de su propia integridad, más de una vez. Lo mismo hizo un sector considerable de la curia catalana. ¿Dónde estabas tú, Rouco? ¿Negociando con Escrivá tu prometedora carrera de correveidile?

El Poder mataba, el Poder torturaba, el Poder robaba... y tú sonreías, beatífico.

¡Oh, no, nadie podrá acusarte jamás de ambigüedad! Siempre estuviste con los que estás: con los que mandan. En todas las fosas sépticas, los trozos mayores ascendéis siempre a lo más alto.

El clero vasco no es ambiguo, cardenal prelado. El clero vasco es –eso sí, sin duda– contradictorio. Hay en él quienes se preocupan por los problemas reales de la gente que sufre, y quienes van, como tú, a lo suyo. Quienes aceptan con resignación que les peguen todos los sopapos en la misma mejilla, porque no tienen siquiera tiempo de poner la otra, y quienes le ríen la gracia a quien los pega.

Pero, ¿con qué autoridad tratas de dar a nadie lecciones de democracia, de tolerancia, de libre pensamiento?

Cállate, Rouco. Calla. No vale la pena que nos demuestres tan a las claras que, como todos los dueños, tienes alma de esclavo.

 

(5 de diciembre de 2002)

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De pastorales y pastores

La ramplonería periodística es propicia a los sarcasmos que abundan en el lado cutre y frívolo de nuestra profesión. Desde el «No dejes que la realidad te estropee un buen reportaje» hasta el «No descuelgues, no vaya a ser una noticia».

La actualidad me ha sugerido otro tópico, que bien podría añadirse a la colección: «No profundices en el asunto sobre el que escribes, no sea que descubras que no es tan simple y la líes».

He estado tomando nota de lo mucho que se ha dicho y escrito estos días sobre –contra– la última pastoral del obispo de San Sebastián. Ha merecido general repulsa que monseñor Uriarte afirme que el documento aprobado el 22 de noviembre por la Conferencia Episcopal Española «no es moralmente vinculante» para los católicos.

Si antes de empezar a echar sapos y culebras nuestros voluntariosos censores se hubieran informado un poco, se habrían enterado de que Uriarte se limitó a señalar un hecho objetivo. Sólo hay dos modos por los que un documento del colectivo episcopal puede convertirse en doctrinalmente vinculante para la feligresía: que sea aprobado por unanimidad o que, suscrito por una mayoría cualificada, reciba el respaldo del Vaticano. No reuniendo ninguna de las dos condiciones, el manifiesto en cuestión no es vinculante. Porque no lo es, sin más.

Mucha gente ignora el trasfondo de esta polémica. El problema surgió porque la cúpula católica española se empeñó en sacar adelante un documento que, amén de relacionar de modo confuso los nacionalismos periféricos con el terrorismo, se opone al derecho de autodeterminación, afirmando que tal principio sólo tiene encaje dentro de los procesos de descolonización del Tercer Mundo. Los obispos vascos y catalanes se opusieron.

La corriente mayoritaria del obispado español ha hecho bien en no someter su tesis a la consideración del Vaticano. Sobre todo porque choca de frente con las posiciones defendidas una y otra vez por el actual Papa. Por ejemplo, en su discurso ante la 50ª Asamblea General de las Naciones Unidas, en el que defendió el derecho de autodeterminación de los pueblos como fórmula idónea para abordar los problemas históricos de integración nacional... en Europa.

El Vaticano ha respaldado los procesos independentistas de los países bálticos, ha aprobado la partición de Checoslovaquia y apoya a la Iglesia de Irlanda, también favorable a la autodeterminación. Ni colonialismo ni Tercer Mundo. Hic et nunc.

Cabe preguntarse a cuento de qué se mete la mayoría episcopal española a elaborar doctrina política. Hay quien sostiene que para quedar bien con el Gobierno que le da todo lo que pide y le tapa cuanto agujero y descosido tributario amenaza con rasgarle las vestiduras. Tal vez, pero no sólo. También lo hace porque está recibiendo informes muy alarmantes que dan cuenta de una vertiginosa desafección de los fieles. En los últimos cuatro años –los datos cantan–, las misas dominicales se están vaciando de público. Los seminarios ya sólo abundan en telarañas. Rouco y sus hermanos han llegado a la conclusión de que «eso de la Iglesia vasca» tiene buena parte de la culpa, y se han lanzado al combate, Santiago y cierra España.

Me da que hacen mal en simplificar. El fenómeno es más amplio y más complejo. Tiene más que ver con el hecho de que, finalmente, esta sociedad se está haciendo laica. Gracias a Dios.

 

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Notas.

1) El apunte anterior, conveniente “jibarizado” por razones de espacio –suprimidos los dos párrafos iniciales, en concreto–, aparece hoy como columna en El Mundo.

2) El pasado lunes está página contabilizó, según Nedstat, más de 300.000 visitas. Ayer tuvo 956. Casi mil en un solo día. Más que nunca, desde que puse en marcha este rincón en la web en julio de 2000. ¡Todavía recuerdo cuando escribí, allá por septiembre de 2000: «Bien, todo indica que nos estabilizaremos en torno a las doscientas visitas diarias...»!

 

(4 de diciembre de 2002)

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Víctimas del terrorismo y Víctimas del Terrorismo

Se venía hablando de ello desde hace tiempo. Ahora, ante la publicidad dada a denuncias muy concretas, con nombre y apellidos, el Gobierno se ha creído en la obligación de congelar las subvenciones que otorga a la Asociación de Víctimas del Terrorismo. Según las informaciones publicadas, algunos directivos de la AVT han estado sacando sistemático provecho personal del dinero público recibido. Se sabe de viajes realizados a cuerpo de rey y de muchas comidas en restaurantes de lujo («Todos los gastos que requiere la representación de la AVT hay que hacerlos. Los directivos tenemos que ir bien, con una prestancia», ha declarado el comandante Rafael Villalobos, a guisa de explicación), de facturas que han servido para justificar gastos ante varios ministerios a la vez, de locales pagados por la AVT y utilizados para actividades lucrativas privadas, de supuestos cursos de formación nunca realizados...

Me da que más de un jefecillo y de una jefecilla de la AVT se consideraban intocables, no sólo por la consideración social que su desgracia les otorga, sino también por la elevada rentabilidad política que el Gobierno central y su partido venían obteniendo de su actividad estrictamente política, realizada de la mano del Foro de Ermua, ¡Basta ya! y fundaciones afines. Hace tiempo que la AVT, apartándose de su finalidad orgánica primigenia –o dándole una interpretación muy sui generis–, se dedica a tomar partido político en todo y para todo.

Todavía hace sólo unos días, una portavoz de la AVT se refería en términos despectivos a la plataforma de Atención a las Víctimas de ETA, que dirige Maixabel Lasa, viuda de Juan María Jáuregui, reprochándole dedicarse «tan sólo» a la asistencia social, psicológica y económica a las víctimas y sus familiares, renunciando a actuar en el plano de la lucha política. En un alarde de surrealismo realmente portentoso, la dirigente de la AVT insistió una y otra vez en hacer de portavoz de los muertos: «A nosotros no nos han matado... A nosotros nos han matado...». Según ella, no puede haber defensa efectiva de las víctimas que no pase por «ir a la raíz» del problema, lo cual obliga... a montones de cosas: a oponerse al plan de Ibarretxe, a condenar a IU, a proclamar que el nacionalismo vasco es intrínsecamente perverso, a poner a caldo a Odón Elorza y a reconocer, en suma, que Mayor Oreja es la reencarnación de San Jorge a punto de lancear al dragón, tarea que todos estamos obligados a facilitarle, so pena de no ir «a la raíz» del asunto.

Cuando se pregunta a esta gente por los dispendios que ha hecho con dinero público, monta en cólera y se ampara en lo mucho que ha sufrido por culpa del terrorismo. Va siendo hora de que alguien les haga ver que el sufrimiento puede hacer muchas funciones, pero no la de cheque en blanco.

 

(3 de diciembre de 2002)

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Los fundamentos de una gran nación

El canal Cinematk (Vía Digital) está reponiendo la última película que filmó el hiperprolífico director de Casablanca, Michael Curtiz: The Comancheros.

Tremendo tipo, el Curtiz éste. Debió de dirigir del orden de un centenar de filmes. Un par por año, hasta el día de su muerte. Casi todos de aventuras, y muchos, muchísimos, del Oeste. Ninguno malo del todo –conocía muy bien el oficio–, pero bastantes de ellos, prescindibles. Para mi gusto, casi todos. Salvo Casablanca, por supuesto –que fue fruto de una de esas extrañas coincidencias a las que tanto tiene que agradecer la historia del cine–, y quizá también, aunque por otras razones, King Creole.

Una característica clave del cine de Curtiz es la pasión con la que el realizador hollywoodiense se tomaba los filmes dedicados a retratar –a mitificar, más bien– la gesta del nacimiento de los Estados Unidos de América. Santa Fe Trail (1940), con Ronald Reagan en uno de los papeles estelares, es ejemplar: se supone que cuenta un episodio histórico, pero allí la verdad histórica no pinta un carajo.

Él iba a hacer patriotería, y no podía detenerse en pequeños detalles.

Curtiz era especialista en emocionar al ciudadano medio de los EEUU exaltando su orgullo nacional y animándolo a pensar que como lo suyo, nada.

Claro que Curtiz entendía «lo suyo» de modo muy especial. En The Comancheros, el héroe de la película, interpretado por John Wayne, mata no menos de trescientos indios. El ranger es tan bueno disparando que, con mucha frecuencia, cada uno de sus disparos mata a dos o tres indios a la vez. Y ni se inmuta, porque es bien sabido que los pieles rojas no pintaban nada en el nacimiento de la Gran Nación: ellos, que estaban allí desde mucho antes, no necesitaban que naciera nada.

Curtiz era muy aficionado a actores como Wayne, o como Robert Taylor, o como Ronald Reagan, en quien pensó inicialmente para el papel de Rick, en Casablanca: buenos norteamericanos de ésos que subían al banco de los testigos del Tribunal de Actividades Antiamericanas, presidido por el senador McCarthy, y denunciaban con patriótico fervor a quienes consideraban comunistas, o «compañeros de viaje» de los comunistas. A Bogart, por ejemplo.

En The Comancheros hay una frase que me impresionó particularmente, cuando la escuché ayer. La dice el personaje que interpreta John Wayne. El tipo viene de matar a ochenta o noventa indios y se enfrenta con un menda que se ha cargado a un blanco. Lo detiene a mamporros, como tiene que ser, y, cuando ya lo tiene controlado, le dice: «Será un gran placer verte ahorcado».

Ése es un rasgo arquetípico del espíritu fundacional de aquella Gran Nación: la exaltación de la pena de muerte como placer.

Curtiz supo interpretar ese sentimiento –y fomentarlo– como muy pocos.

Una curiosidad: el tal Curtiz no era de El Paso (Texas), como cabría suponer, sino de Budapest (Hungría).

 

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El misterio de la Real

No sé si es un secreto para alguien que soy seguidor de la Real Sociedad. Téngase en cuenta el dato, en todo caso, a la hora de juzgar lo que sigue. A la hora de considerar, en primer término, mi satisfacción por el hecho de que ese modesto equipo de fútbol haya llegado a estas alturas del campeonato en primer lugar de la clasificación, sin haber perdido ni un solo partido y –lo que es más sorprendente– jugando muy bien.

Lo de ayer fue, como dirían los cursis de ahora, «paradigmático». Salió al campo la Real como un vendaval, arrinconó al Barça de los tropecientos mil millones y para los 5 minutos de juego ya había acertado a crear dos oportunidades de gol. Volvió una y otra vez a la carga como si sus jugadores no supieran qué es eso del cansancio y del desánimo, ni siquiera cuando un golpe de fortuna –una carambola– adelantó a los llegados de Barcelona.

Bien, pues la pregunta es: ¿se trata o no se trata de los mismos jugadores que el año pasado estaban ya a estas alturas preguntándose si la temporada siguiente estarían en Segunda, hundidos al fondo de la tabla? Respuesta: sí. O casi.

Entonces, ¿cuál es el misterio?

Pues, como escribiría Marti i Pol y cantaría Llach: «Potser el secret és que no hi ha secret». Tal vez sea –y regreso al mismo poema– que lo poco que tenían no habían sabido administrarlo. Y quizá ahora han aprendido a hacerlo.

El primer secreto de la Real es que sus jugadores corren y corren, entran y entran, no dan un balón por perdido y atosigan al contrario hasta ponerlo de los nervios. Para hacer lo cual, claro está, tienen que encontrarse en una forma física excepcional.

Así que primer punto clave: entrenan mucho y entrenan bien. Lo que nos conduce, incluso gramaticalmente, a un oficio: el de entrenador. La Real ha encontrado este año un entrenador que, en vez de hacer dibujitos en una libreta y teorizar chorradas, sabe entrenar, sabe apreciar los puntos fuertes y los puntos débiles del personal con el que cuenta y sabe administrarlos. No pone a los jugadores al servicio de una idea previa suya, supuestamente muy astuta, sino que deduce qué cesto puede hacer tras analizar con qué mimbres cuenta. Parece muy elemental, pero no lo es en absoluto. Que se lo pregunten al Barça.

Segundo secreto: los jugadores realistas luchan y siguen luchando durante la práctica totalidad del partido. No se relajan. Lo cual requiere que haya en el campo gente que se dedique a meter constantemente a sus compañeros guindillas por salva sea la parte. Eso tiene varios nombres, pero uno clave: Karpin. (Para mí que ese hombre está loco. Por lo menos mira como si lo estuviera. Pero, a estos efectos, es de gran utilidad.)

Y no creo que haya mucho más que explicar. El año pasado los jugadores podrían ser más o menos los mismos, pero conformaban un grupo blandengue, desmotivado, aburrido, que se desfondaba física y moralmente a las primeras de cambio.

Luego, aparte de todo eso, suele ser bueno tener también suerte.

 

(2 de diciembre de 2002)

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