Diario de un resentido social

Semana del 23 al 29 de diciembre de 2002

 

El fuel se ve (II)

El desconcierto que ha cundido en la dirección del PP a cuenta de lo del Prestige es de órdago. Me cuentan el prodigio de cinismo desplegado por un diputado popular hace un par de semanas ante un buen puñado de testigos: «Hasta ahora hemos ido siempre a piñón fijo... Cada vez que sucedía una desgracia –un atentado, o lo que fuera– siempre encontrábamos a alguien a quien echar la culpa... Estábamos acostumbrados a lavarnos las manos y a sacar provecho de todo. Pero con esta mierda del fuel no hay manera. Tratamos de quitárnoslo de encima, tratamos de dirigirlo contra el PSOE, pero siempre regresa contra nosotros, como un bumerán...».

Han puesto en marcha un aparatoso intento de desviar la antención de la opinión pública reconduciéndola hacia el bien conocido –y rentabilizado– terreno de la lucha antiterrorista, resucitando con gran boato su propuesta de cumplimiento íntegro de las condenas por delitos de terrorismo. Fiasco total. En primer lugar, porque es la enésima vez que le dan vueltas a esa hipótesis, dudosísimamente constitucional. En segundo término, porque la opinión publicada ha constatado que quieren rentabilizarla en exclusiva, sin pactarla con nadie, con lo que ha quedado catalogada de inmediato como maniobra partidista. En fin –y eso es lo fundamental–, porque al personal no le da la gana de dejar de hablar del chapapote.

Todo se vuelve contra ellos. Incluso su intento de manipular la solidaridad popular y ahorrarse el dinero utilizando la mano de obra gratuita de los voluntarios. Ahora esos voluntarios son miles y miles de jóvenes que, tras pasar unos días en Galicia deslomándose y sufriendo la incompetencia y la racanería de los poderes públicos, regresan a sus puntos de origen, por toda España, poniendo a parir al PP en todos sus escalones de mando: central, autonómico y local. Nadie hubiera podido imaginar un servicio de contrapropaganda más eficaz: todo el mundo sabe que esos miles de jóvenes no están movidos por intereses espurios; que se limitan a contar lo que han visto.

Vuelvo a la explicación que di hace ya semanas: la ventaja que tiene el fuel del Prestige –alguna debía de tener– es que es muy abundante, y va y viene, y es viscoso, y se pega a todo, y apesta. Si se les hubiera hundido un cargamento de hexafloruro de uranio, es harto probable que casi nadie hubiera movido un dedo: son cosas misteriosas, que corroen en silencio, en las que es difícil creer, que no sabemos cómo imaginarlas. Pero ésta pega el cante a base de bien.

Para mí que esta vez están pillados.

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«Consulte a su farmacéutico»

Nunca hay que cantar victoria antes de tiempo.

Me habían pronosticado que este año me asaltarían los catarros y gripes con mucha facilidad. Porque he dejado de fumar. La explicación es plausible: el fumador tiene una capa de porquería que envenena su sistema respiratorio pero que, a la vez, lo protege de los agentes externos. Cuando uno deja de fumar, esa capa se va desmoronando, dejando al descubierto partes del organismo nada acostumbradas a relacionarse directamente con la atmósfera. Víctimas propiciatorias de virus, bacterias y demás bichitos.

¡Estaba yo tan contento! Se había acabado el otoño, estábamos ya en invierno, y de catarros y gripes... ¡nada de nada! ¡Yupi!

Hasta el martes pasado.

Empezó suave, fue a más, a más, a más... y, en fin, un desastre. Lo típico: fiebre, mocos, tos, articulaciones doloridas...

Al principio, tratando de cortar por lo sano y dando rienda suelta a mis tendencias pasablemente histéricas, me atiborré de paracetamol. Logré controlar más o menos los síntomas de la gripe pero, a cambio, me hice polvo el estómago. Sometido ayer a esa contradicción (¿ataco los síntomas de la gripe o mejoro mi estómago?), le pedí a Charo que fuera a la farmacia y tratara de comprarme un antigripal en supositorios, que no actuara a través del estómago. Algo tipo Hubergrip.

Me llama al cabo de un rato.

–No tienen ni Hubergrip ni nada parecido... Dice la farmaceútica que, si los antigripales tomados vía oral te atacan el estómago, te tomes algo para el estómago. Y que, si tienes fiebre, lo mejor es que tomes un antibiótico.

–¿Te ha dicho eso?

Sí.

–¡Pero si tratar una gripe con antibióticos es una barbaridad! ¡Es como matar moscas a cañonazos!

–Ya.

–Anda, déjalo.

Recordé la recomendación de los anuncios: «Consulte a su farmeceútico». Siempre me había choteado del consejo diciendo: «Yo no tengo ningún farmacéutico en propiedad». Ahora sé que la cosa es peor: hay farmacéuticos que, con tal de vender y sacarte la pasta, cualquier cosa.

Admito, de todos modos, mi admiración por la desenvoltura que se precisa para decir: «Pues si ese medicamento le fastidia el estómago, que se tome otro para el estómago». Me recordó al tío que cita Groucho Marx al final de Una noche en la ópera, al que presenta como «inventor de los macarrones rellenos de bicarbonato, que dan y quitan el ardor de estómago al mismo tiempo».

 

(29 de diciembre de 2002)

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El ridículo

Al PP y el PSOE se les lleva el alma el diablo por el ridículo que han hecho en el Parlamento Vasco. A decir verdad, están que echan chispas los dos partidos, aunque el ridículo, propiamente hablando, lo hizo casi exclusivamente el PP: Varios de sus diputados fallaron a la hora de votar los Presupuestos del Gobierno Vasco –alguno, como Mayor Oreja, porque llegó tarde; algún otro, como Leopoldo Barreda, porque se equivocó y votó a favor–, con lo que el Ejecutivo de Ibarretxe sacó adelante su propuesta.

El asunto no tiene nada de baladí porque, como es bien sabido, los Presupuestos son el instrumento fundamental para poner en práctica la política de los gobiernos. El pasado año, el Ejecutivo de Vitoria no tuvo más remedio que prorrogar los Presupuestos del anterior ejercicio, lo que le impidió desarrollar algunas iniciativas en las que tenía particular empeño. El próximo año no será el caso y podrá asignar sus dineros a las partidas que mejor le cuadren.

Se está diciendo que el tripartito logró sus propósitos recurriendo a una fea argucia: adelantando la hora de la votación para aprovecharse de las ausencias. No sé a qué dirigente del PSE le he oído decir que fue un acto de «piratería parlamentaria». Supongo que quería decir «filibusterismo», que es el término que suele utilizarse en los parlamentos de todo el mundo para referirse a las triquiñuelas que permite el uso pijotero de los Reglamentos.

Podría haber sido así, ciertamente, y no habría tenido nada de ilegítimo, pero el caso es que no lo fue. Socialistas y populares fueron víctimas de su propia torpeza. Les habría bastado con hacer uso de la totalidad del tiempo que tenían asignado en el debate (media hora de intervención y diez minutos de contrarréplica: 40 minutos para cada uno de los grupos) para que la sesión hubiera llegado, como poco, a las 11 de la mañana, dando sobrado tiempo para que los retrasados ocuparan sus escaños. Actuaron con una patética falta de reflejos, indicativa de su lamentable capacitación como políticos. Aparte que no deja de tener su punto de cómico que se quejen de hipotéticas argucias quienes el año pasado llegaron a extremos tan sorprendentes como negarse a ocupar sus escaños, por ejemplo, para boicotear el debate presupuestario.

Un asunto que todo esto vuelve a poner en entredicho es el de las opciones de Mayor Oreja como posible sucesor de Aznar. Él mismo ha venido a reconocer que el incidente le ha dejado tocado. Y así es, pero no tanto por su desliz horario como por la demostración de su incapacidad para formar equipos competentes. La plana mayor del PP vasco ni se olió la que se le venía encima.

Eso no es un problema de puntualidad, sino de neuronas.

 

(28 de diciembre de 2002)

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Es uno de los suyos

Si se hubieran propuesto regalarnos su propia caricatura no habrían podido hacerlo mejor.

Retengamos el especial recochineo que aporta la simultaneidad de los dos hechos: casi en el mismo punto y hora en el que el presidente del Gobierno anunciaba que los terroristas y demás autores de crímenes «especialmente graves» habrán de cumplir íntegra su condena, sin obtener el menor beneficio penitenciario –por lo menos mientras no demuestren fehacientemente su arrepentimiento–, el Ministerio de Defensa se las arreglaba para que el ex general Enrique Rodríguez Galindo abandonara la cárcel en virtud de un entrañable permiso navideño.

Me declararía desconcertado... si realmente lo estuviera.

De tener que simular sorpresa, preguntaría si tal vez el Gobierno considera que el secuestro, tortura y asesinato de José Antonio Lasa y José Ignacio Zabala no fue una cadena de crímenes «especialmente grave», o si quizá su benevolencia se debe a que Rodríguez Galindo se ha arrepentido de las fechorías que cometió y ha aportado pruebas suficientes de su sincera contrición, dándose muchos golpes de pecho en las medallas y confesando con el debido detalle todo: quiénes lo hicieron, con ayuda de quiénes, con conocimiento de quiénes y –ya de paso, y puesto que de confesiones hablamos– cuántas veces.

No fingiré sorpresa: mentiría. Veo todo muy en su sitio.

Me parece normal que el Gobierno otorgue a Rodríguez Galindo trato de general, aunque no sea ya ni siquiera soldado. Considero lógico que le conceda un régimen penitenciario de privilegio. Entiendo perfectamente que le permita entrar y salir de la cárcel como Pedro por su casa.

Es bien sabido lo de Franklin D. Roosevelt con Anastasio Somoza García: no importa el hecho, importa el bando *. En Intxaurrondo se secuestraba, se torturaba y se mataba (eso sostiene el Tribunal Supremo, por lo menos). Pero se hacía para loor y gloria del Estado. ¿Cómo no tener en cuenta ese hecho diferencial? Cuando Aznar afirma que a partir de ahora los criminales lo van a tener crudo, está hablando de los criminales del otro bando. No de los de casa, obviamente.

Porque, además, los de casa tienen inconvenientes añadidos. Por ejemplo: conocen demasiadas entretelas.

Rodríguez Galindo se estaba mostrando demasiado nervioso. Incluso había cambiado de abogado, prescindiendo del que le proporcionó en su día el Ministerio del Interior.

Imagínense ustedes que acabara hartándose y se pusiera a largar. ¿Cuántos prebostes no empezarían a cambiar de opinión sobre los beneficios penitenciarios?

 

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* La anécdota se ha atribuido a varios presidentes norteamericanos, pero las versiones más fiables se la asignan a Franklin Delano Roosevelt. Cuentan que su secretario de Estado, Cordell Hull, le hizo ver un buen día que el dictador nicaragüense Tacho Somoza, al que la Casa Blanca estaba tratando como un excelente aliado, era «un perfecto hijo de puta». Y Roosevelt le respondió: «Sí, es un hijo de puta. Pero es nuestro hijo de puta».

 

(27 de diciembre de 2002)

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El rollo del rey

Es de auténtica coña: los representantes de guardia de todos los partidos, comentando la importancia de tal o cual punto del mensaje navideño del rey. El momento estelar llega cuando Izquierda Unida –¡Izquierda Unida!– resalta la «sensibilidad social y medioambiental» del monarca. ¡Tócate las narices!

Lo más cómico es que ninguno de estos pelotas ignora que lo único que hace Juan Carlos de Borbón, en esta ocasión como en todas las que le toca hablar en público, es leer los papeles que le pasan. La técnica es prácticamente fija: la Moncloa envía a la Zarzuela un proyecto de discurso, el equipo de la Casa Real lo repasa –más que nada para que no le metan más goles de los imprescindibles– y, en fin, acuerdan un texto definitivo, que pasan al otro para que lo lea (mal, pero eso no es culpa de los autores).

Es imposible atribuir al rey nada de lo que dice, ni para bien ni para mal, porque no es cosa suya. Él es ágrafo.

Una anécdota demuestra hasta qué punto no se entera de lo que lee. Alguna vez lo he contado ya. Sucedió hace años, con ocasión de un viaje a Brasil. Los amanuenses del Gobierno se equivocaron y le pasaron un discurso que días antes había leído Felipe González. Naturalmente, era un exordio propio de un jefe de Gobierno; no de un monarca que, según se supone, «reina pero no gobierna». Pues nada: él largó el mitin de González y se quedó tan ancho.

Por eso resultan particularmente grotescos los intentos de algunos partidos –este año el PSOE e IU, particularmente– de oponer las palabras del rey a la práctica del Gobierno. ¡Claro que no coinciden! Las palabras del rey, repletas de vaporosos buenos deseos, están en contradicción con la práctica del Gobierno... y con la práctica del propio rey que, así que termina de soltarse el rollo, vuelve a sus verdaderas preocupaciones, buena parte de las cuales visten falda.

 

(26 de diciembre de 2002)

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Qué tropa

Un lector decidió meter mi Carta abierta al subcomandante Marcos (ver el apunte del Diario correspondiente al pasado sábado) en un foro de discusión de internautas de Euskadi. La reacción de algunos participantes en el foro –sólo algunos, insisto– fue fulminante: se lanzaron a llamarme de todo, de fascista para arriba. Al parecer, no soy más que un (otro) español genocida que quiere mantener al pueblo vasco bajo toda suerte de yugos.

Varios amigos habituales del foro me escribieron pidiéndome que proporcionara a los vocingleros algunos datos sobre mi persona. Según ellos, mis descalificadores sumarios se lo pensarían un poco más si se enteraran de mi historial de casi cuatro décadas de lucha por las libertades, incluidas las libertades nacionales y el derecho de autodeterminación, y del precio que me ha tocado pagar por haberme mantenido en ésas, primero bajo el franquismo, en forma de cárceles y tortura, y luego ya, con el régimen parlamentario, mediante otras represalias más sutiles, pero también costosas (incluso literalmente: en dinero).

Agradecí la intención de mis amigos, pero me negué a entrar en esa dinámica. Aparte del bochorno que me produciría dedicarme a la autoconcesión pública de medallas, me parece absurdo que nadie tenga que refugiarse en su currículo para conseguir que se tomen en consideración sus argumentos y se discutan con seriedad, sin que lo descalifiquen ipso facto con un par de juicios ligeros y media docena de insultos.

Eso sin contar con que la altura del debate que se amagaba por detrás de las diatribas era como para descorazonar al más pintado: el uno desautorizaba mis críticas al esencialismo nacionalista argumentando que lo que no tiene esencia no existe (¡tal cual!), mientras otro me espetaba muy serio que la autodeterminación no es un derecho, sino una libertad (sic!) Sobre esas bases no resulta nada sencillo trabar una discusión de cierto interés. No tengo nada en contra de polemizar con gente de la izquierda abertzale –lo he hecho bastantes veces, y en ocasiones creo que ha resultado estimulante para los dos–, pero sí reclamo que el debate parta de unos mínimos de cultura política elemental.

Resumiendo: que me niego a disputar con gente firmemente decidida a no utilizar la cabeza sino para embestir. Con los basta ya de toda laya.

De verdad que hay personajes que chillan tanto que desaniman a los muchos que no tenemos la menor gana de levantar la voz.

 

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Nota. – De cara a la publicación de la Carta abierta... en México, los amigos de La Jornada me pidieron que añadiera un par de párrafos que contribuyeran a aclarar más ante los lectores mexicanos mi propia posición con respecto al conflicto vasco. Lo hice con mucho gusto. Quien quiera leer esa versión ampliada de la carta puede hacerlo pinchando aquí.

 

(25 de diciembre de 2002)

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Información de utilidad

Una parte importante de los periodistas que trabajan en los servicios informativos radiofónicos se limitan a leer el papel que tienen delante, sin tomarse el trabajo de mirar si lo que están diciendo tiene sentido o no. Había empezado ya a escribir este apunte cuando he escuchado en el informativo de las 8 de la mañana en Radio 5, de RNE, que mañana disputarán el Torneo de Navidad de baloncesto el Real Madrid y el Macabi de Tel Aviv, «dos históricos del baloncesto europeo». Si la redactora hubiera dicho «dos históricos de las competiciones europeas de baloncesto», habría acertado, porque a Israel se le permite jugar en los torneos de Europa. Pero lo que el favoritismo político nunca conseguirá es que Israel esté en Europa.

Voy haciendo día tras día acopio de los disparates que largan. Uno, ahora muy de moda, consiste en decir «o» en vez de «y». Por ejemplo: «Al encuentro asistirán escritores importantes, entre los que destacan Fulanito, Menganito o Perenganito». Otro ejemplo: «Entre sus canciones más celebradas están Tal, Cual o Esa Otra». ¿A cuento de qué meten la «o», si no hay nada donde elegir? Son modas.

El latiguillo topiquero que más me divierte, de todos modos, es el que anima a los conductores de informativos de la práctica totalidad de las emisoras a anunciar: «...Y ahora, la información de utilidad» cuando quieren dar paso a las noticias sobre el tránsito, el tiempo y las loterías. Resulta verdaderamente enternecedor que admitan con tanta sinceridad que el resto de la información que proporcionan no es de utilidad.

Por cierto que ese género de miniespacios radiofónicos también incluyen tópicos chuscos. «Conduzcan con prudencia en la carretera A-Tropecientos, donde pueden encontrarse con bancos de niebla». Ya. Y en el resto de las carreteras, ¿podemos conducir con imprudencia? O bien, en cuanto al tiempo: «Pueden producirse chubascos en el norte». Vale, sí, no cabe descartarlo; pero ¿tú qué crees, que va a llover, sí o no? Porque para saber lo que puede ocurrir no nos hace falta ningún experto...

Yo, que tengo una tesis para la práctica totalidad de las humanas cosas, también me he inventado una para este desaliño informativo. Sostengo que los periodistas cuidan cada vez menos el detalle de lo que leen –o de lo que escriben– porque intuyen –o incluso saben– que el rigor es peligroso para su futuro profesional. Te empiezas preguntando si la frase que vas a leer está bien redactada y tiene sentido y, en cosa de nada, te encuentras poniendo en duda la veracidad y honestidad de la presunta información que te han encargado que difundas.

Hablo por experiencia.

 

(24 de diciembre de 2002)

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Hipócritas y papanatas

En la casa de Santander, adonde hemos venido a pasar la Navidad, sólo accedemos a los canales de televisión llamados generalistas: los dos de TVE, Antena 3 y Tele 5. Verlos –lo poco que los veo– me sumerge violentamente en la dura y lacerante realidad que soportan a diario –supongo– la mayoría de los españoles.

Os haré gracia de referirme a su programación, espeluznante prodigio de zafiedad y chabacanería que seguro que conocéis mejor que yo, normalmente en órbita con los satélites.

Permitidme que escriba unas palabras, eso sí, sobre su apabullante producción publicitaria. Apabullante por la cantidad –hay cortes de más de 20 minutos de anuncios, como sabréis de sobra– y apabullante también, con harta frecuencia, por el contenido.

Dentro de la cosecha publicitaria de este año, me ha escandalizado particularmente el desarrollo elefantiásico de dos variedades de anuncios más o menos clásicas. Me refiero a los anuncios hipócritas y a los papanatas.

Típica muestra de anuncio hipócrita: te sacan toda suerte de vehículos de motor lanzados a 200 por hora, haciendo cabriolas casi circenses, en espectáculos que reúnen todos los requisitos de la apología de la velocidad y el riesgo... y, al final, colocan un letrerito que dice: «Escenas rodadas por especialistas en circuito cerrado». ¿Y a quién le importa eso? La cuestión no es saber cómo han hecho el anuncio, sino por qué y para qué. Y la respuesta no tiene vuelta de hoja. Lo hacen para que el personal asocie el producto publicitado con un conjunto de ideas y sensaciones –el poder, la conquista, el riesgo– que son, de hecho, otros tantos peligros para la colectividad. Y lo hacen porque esas ideas y sensaciones laten en el lado oscuro de buena parte de los hombres, particularmente en el Occidente capitalista. Para que aflore. Y rentabilizarlo.

De todos modos, los anuncios papanatas se llevan la palma.

La regla de oro del papanatismo publicitario, según he podido comprobar, manda que los productos caros o supuestamente exquisitos contengan, casi de todas todas, alguna frasecita en inglés (o en francés, si de cosmética se trata) pronunciada con excelente acento nativo. Aunque lo que digan sea tan discutiblemente extranjero como «Carolina Herrera». En cambio, si  se trata de un producto relativamente barato, las voces incluidas en el anuncio son reciamente celtibéricas, incluso cuando deben decir algo en inglés.

Es obvio que ese lazo subliminal (inglés = refinado; castellano = basto) no lo ha inventado la publicidad. Pero no menos verdad es que la publicidad contribuye a reforzarlo, ahondando en el proceso de pérdida de estima por lo autóctono y de sumisión mental ante lo procedente de los EEUU o, secundariamente, de la Europa más rica.

Un proceso en el que estamos inmersos... desde el siglo XIX, ahora que lo pienso.

 

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Nota 1. – La Carta abierta al subcomandante Marcos que incluí el pasado sábado en este Diario ya está en marcha hacia su destinatario. Es posible incluso, según me cuentan, que la publique el diario mexicano La Jornada.

Nota 2. – Aunque todos los apuntes del Diario son accesibles a través del índice anual (www.javierortiz.net/jortiz1/Diario2002/diario.htm), aviso a la gente que va a emprender sus vacaciones que fabricaré un acceso único el 8 de enero para que pueda leerse de un tirón todos los apuntes comprendidos entre el 21 de diciembre de 2002 y el 7 de enero de 2003.

 

(23 de diciembre de 2002)

Para leer los apuntes del pasado fin de semana, pincha aquí

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