Dylan, poeta
Pronuncié esta conferencia en el Centro Cultural del
Cabildo de Gran Canaria el 29 de junio de 2001. El local estuvo abarrotado de
público y las “ilustraciones músicales” de The Diego fueron espléndidas. La
charla formó parte de un ciclo titulado “Rock & Letras” que el Centro
Cultural del Cabildo grancanario me encargó, y en el que incluí a cuatro
cantautores de habla inglesa: John Lennon, Bob Dylan, Paul Simon y Van
Morrison.
No seguiré en esta ocasión
un hilo conductor biográfico, como hice en la charla dedicada a John Lennon,
primera del ciclo que nos viene congregando aquí. No seguiré el hilo conductor
de la biografía del personaje –ya digo–, pero de eso tampoco cabe deducir que
vaya a menospreciar los hitos que han marcado la trayectoria vital de Bob Dylan
y que nos dan las claves de su deambular personal y artístico por este valle de
lágrimas.
Así, sería absurdo
desconocer el hecho de que Robert Allen Zimmerman, que el siglo ha conocido por
el sobrenombre de Bob Dylan, naciera –hace hoy 60 años, un mes y cuatro días–
en el seno de una familia judía de hondas convicciones hebreas. Porque la
infancia es lo que es, y no en balde la obra más representada en el escenario
de la infancia de Bobby Zimmerman fue la Biblia, y más específicamente el guión
del Viejo Testamento, tomado por sus mayores y heredado por él como pauta de
conducta y como patrón literario.
Dylan no es el único de los
grandes cantautores contemporáneos marcados psicológica y literariamente por su
ascendencia judía. Tampoco ha sido el único en haber cargado sobre sus espaldas
de por vida esa gloria o ese baldón, según se mire. Lo mismo cabría decir de
Leonard Cohen, y de Paul Simon, sin ir más lejos.
Es un dato que no hay que
perder de vista: Dylan ha sido siempre inevitablemente judío, rematadamente
judío, más allá de sus pretensiones iniciales más o menos agnósticas y de su
posterior y aparatosa conversión al catolicismo. Se revela judío incluso en sus
prisas por no aparecer como tal, liberándose de su inconfundible apellido,
Zimmerman, para adoptar el neutro de Dylan –nada que ver con Dylan
Thomas, por cierto–. Lo cual no le impidió financiar años después diversas
organizaciones sionistas, dicho sea de paso.
El conocimiento de la biografía
de Dylan –de su biografía, no de su mitología– permite también deshacer
bastantes de los malos entendidos que le han perseguido. O que nos han
perseguido a sus admiradores.
El de su perdida rebeldía,
por ejemplo.
Dylan ha sido siempre un
inconformista. Siempre. Ahora también. El error está en confundir inconformismo
y progresismo, o dar por hecho que el inconformismo va inevitablemente unido a
la oposición al sistema capitalista, o a la identificación con las masas
oprimidas.
Quiá. El inconformismo puede
tomar los más variados caminos.
Ni el Dylan joven fue un
excelso revolucionario socialista ni el Dylan adulto es el meapilas
reaccionario que muchos creen.
Su inconformismo –el de
entonces y el de ahora– le ha llevado siempre a rebelarse, primera y
principalmente, contra los intentos de etiquetarlo, de encasillarlo, de hacerlo
predecible.
Pondré dos ejemplos de su
comportamiento que resultan ilustrativos.
El 13 de diciembre de 1963,
en lo más dorado de su fama como cantante de protesta, una poderosa
organización progresista, el Comité de Emergencia por los Derechos Civiles, le
concedió el Premio «Tom Payne» por su contribución a la lucha contra el orden
establecido. Dylan creyó que lo estaban convirtiendo en un icono dentro de un
movimiento organizado, y se rebeló. A la hora de recibir el premio, espetó a
los organizadores: «No me gusta su organización. No me gustan ustedes». Y se
fue.
Viajemos ahora en el tiempo
hasta 1991, 28 años después. Ese año Dylan recibió el premio Grammy. Las
principales cadenas de televisión retransmitieron el acto. El establishment norteamericano
estaba henchido a la sazón de fervor patriótico: deambulábamos por lo peor de
la Guerra de Golfo. Pues bien: Dylan aprovechó la ocasión para cantar
Masters of War, su canción más vitriólicamente antibelicista y
antimilitarista. Con lo cual sembró el estupor general.
Venid, señores de la guerra,
los que fabricáis las armas,
los que fabricáis los
bombarderos,
los que fabricáis grandes
bombas,
los que os escondéis detrás de
las paredes,
los que os escondéis detrás de
vuestros escritorios...
Espero que muráis,
que la muerte os llegue pronto.
Seguiré vuestro cortejo
fúnebre
en la pálida tarde
y vigilaré mientras os bajan
a vuestro lecho de muerte,
y me quedaré de pie sobre
vuestras tumbas
hasta estar seguro de que habéis
muerto.
¿Fuerte, verdad? Escuchemos
cómo The Diego nos recuerdan ese espléndido Masters of War.
[THE DIEGO TOCA “MASTERS OF WAR”]
Muy parecido al numerito de
los Grammy fue el que les montó un año después a los Clinton durante un acto en
el Lincoln Memorial. Cuando se suponía que iba a agasajar al emperador y su
corte, les soltó una desmelenada versión de Chimes of Freedom, canción
que homenajea –cito, de pasada– «al soldado que lleva las de perder en cada
noche, al refugiado en la inerme carretera de la fuga», «al rebelde, al
libertino, al infortunado, al abandonado y olvidado, al marginado que arde
constantemente en la pira», «a la maltratada madre soltera y a la mal llamada
prostituta» y «al fuera de la ley por un delito insignificante, acosado y
engañado por la persecución»... entre otros.
Cuentan las crónicas que los
asistentes no se esforzaron demasiado por ocultar su disgusto. Ese tipo
impertinente e inclasificable había vuelto a las andadas.
¿Dylan rojo? ¿Dylan,
próximo del marxismo? Jamás. Ni en sus años más mozos.
La progresía mundial, el
comunismo internacional y todos sus satélites, naturales y artificiales,
creyeron ver en Blowin’ in the Wind un himno cuasi revolucionario. Hace
unos pocos años hubo una fuerte discusión en un chat de Internet sobre el
significado de la canción. «Blowin’ in the Wind no es más que un canto
ingenuo a la rebeldía juvenil», sentenció uno de los participantes. «Y tú,
¿cómo lo sabes?», le respondió otro, mosqueado. «Porque soy Bob», replicó.
Bullicio general. Le exigieron que lo probara. El comunicante dijo que en el
concierto que iba a dar al día siguiente metería una canción no programada: Highlands.
Y al día siguiente Bob Dylan tocó Highlands.
Hay canciones mucho más
enérgicas y estremecedoras que Blowin’ in the Wind (que, efectivamente,
puede entrar en el repertorio musical de cualquier catequesis con pretensiones
sociales). Acabamos de escuchar Masters of War. Pero no es ésa la
canción más corrosiva de Dylan. Mucho más revolvedora de estómagos –mucho más
ajustada al disparate que constituye nuestro mundo contemporáneo– es, en mi
criterio, A Hard Rain’s A-Gonna Fall, por aquí muy propiamente traducida
como Lloverá a cántaros. El patriarca del folk norteamericano, el
brigadista Pete Seeger, rojo entre los rojos, se quedó de una
pieza cuando escuchó la canción. «Este chico será el más grande de todos nosotros, si es que antes no revienta», dijo.
Y le dio un lugar de honor en su celebérrimo concierto del 8 de junio de 1963
en el Carnegie Hall, en el que consagró Guantanamera, y We Shall
Overcome, entre otras piezas del progresismo internacional.
Pues bien: en mi criterio, A
Hard Rain’s A-Gonna Fall no es en absoluto una canción que quepa inscribir
en la trayectoria de las canciones “de protesta”. Es un canto de ecos bíblicos,
emparentado mucho más con el Apocalipsis de San Juan que con el This
Land Is Your Land de Woody Guthrie, o con el Where Have All The Flowers
Gone?, del propio Seeger.
Dylan no es un ideólogo.
Dylan no tiene una opinión demasiado definida sobre casi nada. Dylan es una
esponja, que se impregna del estado de ánimo de quienes lo rodean y que lo
difunde con muchos vatios en forma de poesía recitada al son de unas notas.
Cuando el ánimo de su entorno roza la desesperación, él se desespera. Y, como
su subconsciente está lleno de imágenes bíblicas, las retoma, incluso sin darse
cuenta.
Retengamos la letra de A
Hard Rain:
–¿Dónde estuviste, oh hijo mío
de ojos azules?
¿Dónde estuviste, mi bien
amado?
–Tropecé con la falda de
doce montañas brumosas,
caminé y me arrastre por seis
sinuosas autopistas,
anduve en medio de siete bosques
desolados,
estuve frente a doce océanos
muertos,
y es fuerte, muy fuerte,
es muy fuerte la lluvia que va
a descargarse.
–¿Y qué viste, oh hijo mío de
ojos azules?
¿Qué viste, mi bien amado?
–Vi un recién nacido rodeado
de lobos salvajes,
vi una pista de diamantes que
nadie utilizaba,
vi una rama negra que goteaba
sangre,
vi una habitación llena de
hombres con martillos ensangrentados,
vi una escalera blanca
cubierta de agua,
vi diez mil oradores con las
lenguas rotas,
vi pistolas y espadas en manos
de niños,
y es fuerte, muy fuerte,
es muy fuerte la lluvia que va
a descargarse.
El padre sigue preguntando a
su hijo. Le pregunta qué oyó, y el hijo responde, y le pregunta a quién
encontró, y el hijo responde, y por fin, le pregunta qué va hacer, y el hijo
contesta:
Regreso antes de que la
lluvia empiece a caer,
caminaré hasta lo más hondo del
bosque más abrupto y sombrío,
donde la gente es mucha, toda con
las manos vacías,
donde las bolas de veneno inundan
las aguas,
donde el hogar del valle parece
una sucia y húmeda prisión,
donde el rostro del verdugo está
siempre bien tapado,
donde el hambre es odiosa, donde
las almas están olvidadas,
donde el color el negro y el
número nada,
y lo diré, y lo pensaré, y lo
hablaré, y lo respiraré,
y lo mostraré desde la
montaña para que todas las almas lo vean,
y luego me asentaré en el
océano hasta que comience a hundirme,
pero, antes de cantarla, me
aprenderé bien mi canción,
y es que es fuerte, muy
fuerte,
es muy fuerte la lluvia que va
a descargarse.
La traducción no hace
justicia a la impresionante belleza del texto, pero da una idea.
Seguramente la traducción
tampoco hace justicia a este fragmento del Apocalipsis de San Juan que
voy a leer a continuación, pero también da una idea de su inspiración, y veréis
cuán próxima está de la de Dylan:
«Yo estaba de pie sobre la
arena del mar. Y vi surgir del mar una Bestia que tenía diez cuernos y siete
cabezas, y en sus cuernos diez diademas, y en sus cabezas títulos blasfemos. La
Bestia que vi parecía leopardo, con patas como de oso, y fauces como fauces de
león. Y el Dragón le dio su poder y su trono y gran poderío. Una de sus cabezas
parecía herida de muerte, pero su llaga mortal se curó. Entonces la tierra
entera siguió maravillada a la Bestia. Y se postraron ante el Dragón, porque
había dado el poderío a la Bestia, y se postraron ante la Bestia diciendo: “¿Quién
como la Bestia? ¿Y quién puede luchar contra ella?”. Le fue dada una boca que
profería grandezas y blasfemias, y se le dio el poder de actuar durante
cuarenta y dos meses... Se le concedió hacer la guerra a los santos y
vencerlos, y se le concedió poderío sobre toda raza, pueblo, lengua y nación. Y
la adorarán todos los habitantes de la tierra cuyo nombre no está inscrito
desde la creación del mundo en el libro de la vida del cordero degollado.»
Toma castaña, el profeta
visionario. Y toma castaña Dylan, el San Juan de la era nuclear, de la era de
la Bestia. Oigamos su profecía apocalíptica. A Hard Rain’s A-Gonna Fall. The
Diego.
[THE DIEGO INTERPRETA “A
HARD RAIN’S…”]
No es, ni mucho menos, el
único texto de Dylan dotado de poderosas resonancias bíblicas. En un tono
totalmente diferente –éste muy en la onda de los anuncios de llegada a la
Tierra Prometida–, compuso When the Ship Comes In («Cuando llegue el
barco»), canción plena de optimismo y esperanza, sentimientos tan hermosos
como, si bien se mira, injustificados.
Porque lo cierto
es que, si hay un Dylan cenizo y triste, amargado y melancólico, también hay un
Dylan alegre y optimista, risueño e irónico, capaz de bromear y de reírse hasta
de su sombra.
Poca gente sabe que, en sus
años mozos, cuando empezó a actuar en público, Dylan hacía el payaso, contaba
chistes e imitaba a Charlot. Incluso solía ponerse una especie de bombín como
el de Chaplin, del que nunca ha dejado de declararse admirador ferviente.
Su sentido del humor ha
estado siempre presente en sus declaraciones públicas. «¿Qué
clase de canciones son las suyas?», le preguntó en cierta ocasión un audaz
reportero. «Pues, verá», le contestó. «Tengo canciones de tres minutos, de
cinco minutos, de siete minutos y hasta de diez minutos. Le parecerá increíble,
pero es así». Otra vez, otro estúpido de mi gremio le preguntó si sus canciones
le gustaban a su madre. «A mi madre, no. Pero a mi abuela sí. De hecho, los
músicos de The Band no son amigos míos; son amigos de mi abuela». Y en este
plan. Así se fabricó su imagen de artista antipático y arisco. Reconozcamos, en
honor a la verdad, que es difícil no salir con una pata de banco cuando a uno
le hacen preguntas intrínsecamente imbéciles. O tediosas. O disparatadas.
Pero Dylan, como decía, es
también capaz de reírse de sí mismo. Incluso de las cosas que se toma más en
serio. En 1981, tras haber dedicado tres discos e ímprobos esfuerzos a predicar
la palabra de Jesucristo por medio mundo –con éxito tirando a escaso, tanto en
el plano artístico como en el estrictamente proselitista– se dio cuenta de que
se había pasado tres pueblos. Y lo admitió gastándose
a sí mismo un bromazo: «A fin de cuentas», dijo, «el propio Jesucristo sólo
predicó tres años. Me parece que ha llegado el momento de hacer otras cosas».
Hay muchas canciones de
Dylan que dan cuenta de su espíritu burlesco. Una, que a mí me divierte mucho,
es Motorpsycho Nightmare, esa «Pesadilla Psicomotriz» en la que lucha
contra un granjero que le tira a la cabeza anuarios del Readers’s Digest y
le llama «rata comunista», y al que él consigue sacar de quicio
gritándole «¡Viva Fidel Castro!».
Dylan burlón, Dylan
optimista –recordemos I Shall Be Released–, Dylan también risueño.
Quizá la canción más
representativa del lado risueño de su alma de mil facetas sea Mr. Tambourine
Man. Una canción con historia, por cierto: cuando la sacó, allá por 1995,
sus admiradores se quedaron perplejos: no sólo por esa nueva manía que
le había entrado de meter bulla con instrumentos electrónicos, sino también
porque la letra no parecía tener ningún mensaje social específico:
Eh, panderetero: toca una
canción para mí.
No he dormido. No tengo
adónde ir.
Eh, panderetero: toca una
canción para mí
y seguiré tus pasos en la
cantarina mañana.
(...)
Aunque quizá oigas risas que
dan vueltas y se balancean
[locamente
frente al sol
no pienses que van por nadie:
son sólo una escapada en la
huida;
no hay más barreras que el
cielo.
Y si oyes vagos trazos de
danzas de rimas saltarinas
a ritmo con tu pandereta, es
sólo un payaso harapiento que te sigue,
yo no le prestaría atención:
es sólo una sombra lo que estás viendo que persigue.
Dylan es ese payaso que
persigue una sombra y que quiere disfrutar con las festivas tonadas del
panderetero, sin más historias, para alegrar con cuatro brincos la mañana
resacosa. Recuerdo que, cuando escuché por primera vez el disco de 45 r.p.m. en
el que venía esta canción, ahora hace más de 35 años, sentí su inyección
festiva, aún sin entender ni jota de la letra.
Espero que también vosotros
la sintáis ahora. The Diego se encarga de intentarlo.
[THE DIEGO INTERPRETA “MR.
TAMBOURINE MAN”]
Dylan ha tenido siempre también
ese lado risueño, como ha tenido también siempre un lado tierno. El que
demostró sobradamente en To Ramona, en The Girl Of The North Country,
en Ain’t Me Babe, en Lay Lady Lay, en I’ll Be Your Babe
Tonight, en esa maravilla de melancolía que es Boots of Spanish Leather o,
quizá todavía más, en Forever Young, su canción más ingenuamente
pletórica de buenos deseos.
Pero no siquiera el más fan
de sus fans podría pretender que la característica dominante del trato que
Dylan ha dispensado a las mujeres a lo largo de su vida, sea como compositor o
como ciudadano, haya sido la ternura. Del Dylan hombre quizá lo más terrible
que quepa decir es lo mismo que puede afirmarse del último de nuestros héroes
nacionales, Joaquín José Martínez: que ni una sola de sus ex mujeres recuerda
con agrado el tramo de vida que recorrió a su lado. Suzanne Rotolo, su primera
novia –la que le acompaña en la portada de The Freewheling–, se quejó
del empeño que ponía en acabar con su carrera y encerrarla en casa. Se enteró
de que ya no era su novia por la prensa, cuando ya todo el mundo sabía que
nuestro hombre se había liado con Joan Baez. A la cual tampoco dejó conocer
mucho más de sus sentimientos más íntimos: ella también hubo de sacar con el
tiempo sus propias conclusiones.
Todas parecen unánimes en
que el temperamento del diablo de Minnesotta es hermético como él solo. También
en que es un ególatra endiosado. Y un pesetero. El matrimonio que más le duró
–una larga década– fue el que contrajo con Shirley Nodznisky, que se había
rebautizado como Sara Lowdness para aparecer en las páginas de Playboy. Dylan
quería que se comportara como ama de casa y madre convencional y Sara aceptó el
papel. Le sacó 13 millones y medio de dólares a la hora del divorcio, así que
no puede decirse que cobrara barata su interpretación.
De todos modos, Dylan
siempre ha sido un celoso guardián de su intimidad. Lo ha logrado prodigándose
poco en público y hablando todavía menos de sus vida privada.
No sólo ha hablado muy poco de ella, sino que además algunas de las cosas que
ha contado son mentira. Mentiras conscientes y deliberadas, destinadas a
despistar. A sus primeros amigos de Nueva York no les dijo que Dylan era un
seudónimo, les contó que procedía de algún lugar de por Nuevo México o Texas,
que era huérfano, que era mayor de edad... Toda su vida ha seguido haciendo lo
mismo: contando cualquier cosa, para que nadie sepa qué parte de verdad y qué
parte de mentira hay en lo que se dice de él, y en lo que dice él mismo.
Consideraciones éticas al
margen, lo cierto es que las canciones de Dylan más resultonas y que más
reconocimiento han merecido, dentro de las referidas a mujeres, son
aquéllas en las que saca su mala uva a relucir. Just Like a Woman, tan
festiva ella, o Don’t Think Twice, It’s All Right, sin ir más lejos. Por
cierto que siempre me ha resultado curioso el empeño de todos los folksingers
en cantar Don’t Think Twice como si fuera una canción progresista. No
le des más vueltas, está bien es una confesión de misoginia,
extraordinariamente hermosa y hasta, si se me apura, sorprendentemente honesta,
pero misoginia al fin y a la postre: la chica enamorada es incapaz de entender
al genio, él le ha dado su corazón pero ella quiere robarle el alma, a él no le
queda más remedio que seguir su camino, lo único que le ha hecho es obligarle a
«malgastar su precioso tiempo» (sic!!) y, además, casi mejor que no le
dé más vueltas, porque no lo va a entender. Versos melancólicos, imágenes
envolventes, perfectas: todo un monumento a la trampa. ¿Han leído ustedes los
sonetos amorosos de Shakespeare, o los de Quevedo? Dylan sigue su rastro: genial
y tramposo.
Convendrá quizá que nos
detengamos aquí en ese punto: la genialidad poética de Dylan. Porque es
indudable, pero también singular. Dylan es un gran poeta, al que incluso
algunos proponen insistentemente para el Nobel, y al que la Academia Sueca de
la Música ya ha concedido el Premio Polar, considerado «el Nobel de la música».
Pero, curiosamente, la poesía de Dylan no se lleva nada bien con el soporte
papel. Cuando no tiene una música que la sustente y le añada fuerza, se
desvanece. No es que sea mala. Es que no es lo mismo: no tiene la misma chispa,
la misma inspiración. Dylan nos devuelve a los orígenes de la poesía, cuando el
texto vivía por y para la música, como en los cantos de trabajo, como en
Homero, como en los romances de ciego. La métrica es la música implícita de los
versos, pero hay poetas que necesitan hacerla palpable, material, explícita.
Dylan es uno de ellos. Dylan necesita apoyarse en la capacidad comunicativa
complementaria de la música para expresar plenamente la intención de sus
versos. Por eso su libro de poemas, Tarántula, en el que puso tanto interés, tuvo tan escaso éxito:
los poemas eran correctos, estaban bien escritos, tenían inspiración... pero
les faltaba música. Y por eso algunos poemas que en sí mismos no tendrían
demasiado calado se convierten en dinamita pura cuando reciben la inyección de
la música.
Un caso paradigmático,
como dicen ahora los cursis, es el de Like A Rolling Stone («Como un
canto rodado»). Dylan zahiere en esa canción a una niña bien para la que
todo fueron facilidades y a la que la vida le ha dado súbitamente la espalda.
En el fondo, nada muy diferente del Fallaste, corazón, de Cuco Sánchez,
sólo que al maestro de las rancheras le desgracia de la chamaca le produce la
honda penita propia del género y a Dylan, en cambio, le excita la vena sádica.
La letra de la pieza de Dylan es enérgica. Dice:
¡Hubo un tiempo en el que vestías tan bien!
Arrojabas una moneda de diez centavos a los vagabundos
En la primavera de tu vida. ¿No fue así?
La gente clamaba.
Decía: «Ten cuidado, muñeca, que te vendrás abajo».
Pensabas que estaban tomándote el pelo
Solías reírte de todo bicho viviente
Ahora no hablas tan alto
Ahora no pareces estar muy orgullosa
de
tener que buscarte la próxima comida.
¿Qué
tal sienta,
Qué tal sienta
Estar sin hogar
Como una completa desconocida
Como un canto rodado?
Has ido a los mejores colegios, ya lo sé, Señorita Solitaria.
Pero sabes que sólo lo hacías para beneficiarte.
Nadie te enseñó cómo vivir en la calle,
Y ahora descubres que deberás acostumbrarte a hacerlo.
Decías que nunca te comprometerías
Con el misterioso vagabundo, pero ahora
Mientras miras fijamente sus ojos fríos
Descubres que no vende ninguna
coartada
Y le preguntas si está dispuesto a hacer un trato
¿Qué
tal sienta,
Qué tal sienta
Tener que valerte por ti misma
Sin un hogar
Como una completa desconocida
Como un canto rodado?
Ésa era la línea. Pero la fuerza añadida de la música convertía
aquello en un festival contra el conformismo, contra la burguesía,
personificada en esa niña tonta del Serrano niuyorquino. Disfrutemos de la
venganza musical de Dylan.
[THE DIEGO TOCA “LIKE A
ROLLING STONE”]
De hecho, la música no sólo convierte en productos superiores muchos
de los poemas de Dylan, sino que, en ocasiones, la poesía es la música; la
música es el mensaje.
Mucha gente cree que Dylan fue un cantautor folk que se reconvirtió en
rockero. Falso. Dylan fue un chaval rockero que se reconvirtió en cantautor
folk, porque eso era entonces lo que se llevaba, y que, en cuanto pudo, volvió
a sus gustos primigenios. Los más astutos especialistas han dicho que incluso Another
Side Of Bob Dylan, su cuarto LP –el tercero como cantautor consagrado–, un
trabajo exclusivamente acústico, era ya, de hecho, «un disco de rock sin electrificar». Como los
unplugged ahora tan de moda. Estoy de acuerdo.
El gusto por el rock, por la fuerza animal del rock, le ha llevado en
ocasiones a subordinar cualquier otro afán comunicativo a esa clave. Entonces
la letra es el apoyo, la excusa, el mero soporte vocal: un instrumento más,
incluso. Para mí hay una canción que refleja esto mejor que ninguna otra, con
una fuerza arrolladora. Me refiero a All Along The Watchtower, cuyas
feroces posibilidades casi demoníacas no se le escaparon al mismísimo
Jimmy Hendrix. No deja de ser curioso que se tratara de una canción metida
dentro de un disco (John Wesley Harding) de aires predominantemente countries.
La letra es buena, pero insignificante. Quiero decir que da igual lo
que signifique, porque es una pura excusa.
Hela:
«Tiene que haber manera de salir de aquí»,
dijo
el bufón al ladrón.
«Hay demasiada confusión y no logro tranquilizarme.
Los hombres de negocios se beben mi vino,
los
labradores escarban mi tierra,
Y ninguno de ellos sabe lo que eso vale.»
«No hay razón para ponerse nerviosos»,
habló
amablemente el ladrón.
«Hay mucha gente aquí que piensa
que
la vida no es sino una broma.
Pero tú y yo ya hemos pasado por eso,
y
ése no es nuestro destino,
Así que no digamos mentiras,
que
se está haciendo tarde.»
A lo largo de la atalaya,
los
príncipes vigilaban el paisaje,
Mientras las mujeres y los sirvientes iban y venían descalzos.
A lo lejos, un gato montés gruñó,
Dos jinetes se aproximaban,
el
viento empezó a aullar.
Bueno, pues, aunque esté muy bien, eso es lo de menos. Lo de más es
que suena tal que así, con la rabia y la energía que vamos a oír.
[THE DIEGO TOCA “ALL ALONG THE WATCHTOWER”]
Entro en la sexta y última reflexión de mi disertación.
Se refiere al famoso accidente de moto que tuvo nuestro hombre el 29
de julio de 1966, o sea, hace hoy 35 años, menos un mes.
La práctica totalidad de sus biógrafos lo han considerado como un
punto de grave inflexión, al margen del valor real o anecdótico del propio accidente.
Hay quien cree que la inflexión se habría producido de todos modos por esa
época, con o sin el castañazo. Sostienen que su último gran trabajo redondo fue
el Blonde On Blonde, y que ya nunca volvió a mostrar una capacidad
creativa tan completa como la evidenciada hasta entonces.
Bueno, es verdad. El propio Dylan otorga una gran importancia al
accidente, aunque ya sabemos que, de sus declaraciones, es mejor creerse menos
de la mitad de la mitad. Pero es un hecho que se hirió gravemente y, sobre
todo, que tuvo ocasión de apercibirse de lo efímera que es la existencia. Se
acabó el Dylan loco, que todo lo probaba y experimentaba, y apareció un señor
maduro, angustiado por el más allá, temeroso del futuro, interesado en las
virtudes de lo hogareño, más reconcentrado que nunca. Y consciente de que sus
facultades empezaban a flaquear. Dejó de fumar y, aunque inicialmente se sintió
sorprendido por las facultades vocales que eso le dio («Podría cantar ahora
como Caruso», bromeaba), no tardó en comprobar que su voz de gato acatarrado
iba a menos. A todavía menos, lenta pero irresistiblemente. Y que lo que antes
le salía de manera espontánea, cigarro de hierba y Jack Daniels en la mano,
ahora le costaba Dios y ayuda. Sobre todo Dios.
Pero es que la producción que este caballero tuvo entre 1961 y 1965
fue una auténtica locura. Como para dejar con la boca abierta a la persona más
confiada en las capacidades creativas del género humano. He recordado lo que
Pete Seeger había dicho de él: que sería el mejor, si no reventaba. Reventó,
pero fue el mejor.
El Dylan de después de 1996 nunca fue como el de antes, de acuerdo,
pero muchos cantautores de primerísima línea se darían con un canto en los
dientes por tener un repertorio la mitad de bueno que el del Dylan posterior al
66. Sirva como ejemplo el Long Along The Watchtower que acabamos de
escuchar: lo compuso en 1967. Y luego vinieron hasta 37
discos más. Con canciones tan indiscutidas como Lay Lady
Lay, Sign of the Window, Knockin’ On The Heaven’s Door, Too Much
of Nothing, Queen The Esquimo, George Jackson, I Shall Be Released, Hurricane,
If Not For You, Seven Days, Simple Twist of Fate…
Por cierto que –y en contra del tópico al uso– esta segunda gran etapa
de la vida artística de Dylan no ha estado exenta de compromisos de peso. No me
refiero al ya aludido –y no eludido– compromiso con la fe católica, apostólica
y romana, sino a compromisos contra el orden establecido de su tierra: George
Jackson es una canción contra el asesinato en prisión de un joven líder
radical de la causa de los derechos civiles, y Hurricane, recientemente
recordada por la película del mismo título, un alegato contra el sistema
judicial norteamericano, casi siempre decantado del lado de los ricos y los
blancos.
Pero no son las únicas canciones que Dylan ha dirigido contra el establishment,
yanqui e internacional, en las últimas décadas. Algunas, excelentes, han
pasado injustamente desapercibidas. De una de ellas quisiera hacer mención a
modo de epílogo de esta pequeña charla. Me refiero a Political World, incluida
en su disco Oh Mercy, de 1989. En ella vemos a un Dylan enfadado,
cargado de razones contra los mandamases de la tierra, nada convencido de las
ventajas del rumbo que sigue el mundo, que recurre a los aires obsesivos del
rock evolucionado, según se los ha ido mostrando un excepcional productor,
Daniel Lanois, del que ha echado mano en los últimos tiempos, entre otras cosas
para disimular que su voz ya no vale para casi nada. El descuidado Dylan, al
que le importaba un carajo lo que ocurría con su música así que entraba en los
laboratorios –y que así salía de ellos a veces–, pasa a inclinarse ante la
profesionalidad de un Lanois que no sólo entiende su música, sino que además
sabe también tocarla. Y que simpatiza con su diatriba contra el mundo
político cargado de falsedad y ambición. El Dylan reciente es, con todas
sus carencias, mucho Dylan. Escuchémoslo.
[THE DIEGO INTERPRETA “POLITICAL WORLD”]
And that’s all, folks. Dylan ha sido
durante medio siglo torbellino de ideas, plasmado en decenas y decenas de canciones pasmosas.
Ya no es el de antes. Bueno, tampoco Pelé es el de antes. Pero Dylan
sigue saltando al campo de vez en cuando y metiendo golazos por la escuadra, en
nada peores a los que de vez en cuando le salen a Rivaldo.
Ha compuesto e interpretado del orden de 600 canciones, de las que no
menos de la mitad son magníficas. Y casi ninguna de vergüenza. Si alguien puede
exhibir un historial así, que lo diga. Me encantaría conocerlo.<
CRONOLOGÍA DE BOB DYLAN
1941. 24 de mayo. Nace Robert
Allen Zimmerman en Duluth, Minnesotta, en el seno de una familia judía de
hondas creencias hebreas.
1955. Le regalan su primera
guitarra.
1959. Actúa ocasionalmente
como pianista de la banda de Bobby Vee. Se matricula en la Universidad de
Minnesotta, en Minneapolis. Abandona la casa de sus padres.
1960. Prescinde de sus
iniciales aires rockeros y, fascinado por Woody Guthrie, se orienta hacia el
folk. El gusto por las canciones de Hank Williams le empujan
también hacia el country. Abandona la Universidad y recorre el país. Actúa
donde puede. Conoce a Jesse Fuller, que le enseña a tocar la guitarra con la
armónica colgada del cuello.
1960. Diciembre. Viaja a
Nueva York, ya con el seudónimo de Bob Dylan. Lo contratan en un garito del
Greenwich Village a cambio de alojamiento. Visita a Woody Guthrie en Greystone.
Se hacen amigos. Guthrie alaba su estilo.
1961. Invierno/primavera.
Gracias a Guthrie, va conociendo alguna gente influyente. Compone sus primeras
canciones.
1961. Verano. Conoce a
Suzanne Rotolo, militante izquierdista, y se hacen novios.
1961. Otoño. Hace buenas
migas con John Hammond, director de la CBS. Firma un contrato con él. En
noviembre graba su primer LP, Bob Dylan, que saldrá a la venta en la
primavera de 1962. Sólo hay dos temas suyos: Song to Woody y Talkin’
New York. Apenas se vendieron 5.000 ejemplares.
1962. 9 de agosto. Cambia
oficialmente su apellido.
1963. Mayo. Sale The
Freewheelin’. En lo foto de la portada aparece del brazo de Rotolo, aunque
ya ha empezado a salir con Joan Baez. El éxito es rotundo. Blowin’ in the
Wind, A Hard Rain’s A-Gonna Fall y Masters of War se convierten en
“clásicos” de la noche a la mañana. De todos modos, sube más alto en las listas
del Reino Unido que en las de los USA.
1963. El 8 de junio, Pete
Seeger celebra su célebre concierto en el Carnegie Hall. Canta A Hard Rain’s A-Gonna Fall, Who Killed Davey Moore? y Farewell.
1963. Julio. Dylan
acude al Festival de Newport. Éxito clamoroso.
1963. Septiembre. Empieza a
grabar su tercer LP, The Times They’re A-Changin’. El disco simplifica
los recursos. Es de una sobriedad pasmosa. La letras
se hacen más áridas.
1964. Sale al mercado The
Times... Excelente acogida juvenil. Pero Dylan ya empieza a cansarse del
folk acústico. En noviembre saca Another Side of Bob Dylan, «un disco de
rock sin electrificar» (Tim Riley).
1965. Se junta con Mike
Bloomfield y Al Kooper para grabar Subterranean Homesick Blues. Adiós al
folk, viva el rock. Rock con letras. Sus fans se quedan perplejos. Y se cabrean.
1965. Sale de gira con Joan
Baez. Su relación personal está tan deteriorada como la musical: Dylan canta
folk, pero se aburre y está ausente.
1965. Festival de Newport.
Sale al escenario con la Paul Butterfield Blues Band y muchos watios. La bronca
es monumental. Dylan se retira. Se le saltan las lágrimas. Regresa al escenario
con la guitarra acústica y la armónica, pero advierte al público: «Será la
última vez».
1965. Verano. Comienza la
grabación de Highway 61 Revisited. Cuando sale a la luz, las ventas
demuestran que ha desbordado ampliamente los límites
del público folk.
Entrega a la editorial su
libro Tarántula, que no sería publicado hasta años más tarde.
1965. Noviembre. Se casa en
secreto con Sara Lowdness (Shirley Noznisky), una modelo de Playboy.
1966. Decide hacerse apoyar
por una banda estable. Se pone en contacto con un grupo llamado Levon & The
Hawks (Jamie Robbie Robertson, Levon Helm, Garth Hudson, Richard Manuel y Rick
Danko) cuyo sonido le gusta. Congenian, se quedan con él y pasan a hacerse
llamar, sin más, The Band.
1966. Comienzos de año:
graba en Nashville Blonde On Blonde, doble LP que muchos consideran su
obra cumbre y que fue el primer doble LP jamás publicado. Robbie Robertson
forma parte de los músicos de estudio. Sale de gira con The Band.
1966. 29 de julio. Se pega
el gran castañazo con su moto Triumph. Ve la muerte de cerca y se asusta. Se
retira a su finca de Woodstock. Deja las drogas, incluido el tabaco, pero no el
alcohol. Hace lecturas intensivas de la Biblia. Aprovecha para distanciarse de
la actividad pública. No volvería a salir de gira hasta siete años más tarde.
1967. Los de The Band se
instalan en una casa cercana, en cuyo sótano montan un rudimentario estudio de
grabación. Trabajan allí con Dylan días y más días. Algunas grabaciones de
aquéllas circularon profusamente como bootlegs (discos piratas).
Bastantes más salieron a la luz oficialmente en 1975 bajo el título de The
Basement Tapes.
1967. Dylan desconecta su
música. Vuelva a la acústica teñida de country en John Wesley Hardyn, primer
LP suyo editado en España. Sacar un disco así, en un momento en el que el rock
estaba dominado por la psicodelia y los viajes de lisérgico, fue una chirriante
demostración de independencia.
1967. 3 de octubre. Muere
Woody Guthrie.
1968. 20 de enero. Dylan
participa, junto a The Band, en un multitudinario concierto-homenaje a Guthrie.
La crítica lo pone por las nubes.
1969. Mayo. Nashville
Skyline. Country a tope. «He dejado de fumar y eso se nota. Podría cantar
como Caruso».
1969. 15-17 de agosto.
Festival de Woodstock. Dylan no acude.
1969. Septiembre. Participa
en el Festival de la isla de Wight. Actúa sin ningún entusiasmo, lo que
decepciona al público y a la crítica.
1970. Doctor honoris
causa por la elitista Universidad de Priceton.
1970. Verano. Nuevo doble
LP: Self Portrait. La crítica lo califica de «mierda absoluta». Son
bocetos, apuntes, ideas, incursiones en otros estilos... que los dylanitas
acogen como una auténtica tomadura de pelo.
1970. Octubre. New
Morning. La crítica y el público se reconcilian con él. If Not For You suena
mucho.
1971. Participación en el
concierto organizado por George Harrison a favor de Bangla Desh. Toca sobria
pero enérgicamente cinco temas acústicos que el público aplaude a rabiar.
1972. Aparece George
Jackson como single. Regreso de Dylan a la protest song.
1973. Compone la banda
sonora de Pat Garrett & Billy The Kid, de Sam Peckinpah. Regreso al country
& western. Dylan hace un papel tan secundario como enigmático en el
film (el de un tal Alias, que no está claro a qué se dedica). Knockin’
On Heaven’s Door se convierne en un clásico de su discografía.
1974. Febrero. Planet
Wawes, con The Band. Larga gira de presentación.
1974. Before the Flood.
Primera grabación de una actuación en directo. Dylan y The Band tocan como
posesos, con una inusual energía destructiva que convierte viejos temas
acústicos en... otra cosa.
1975. Blood on the
Tracks. La crítica considera que es su mejor trabajo desde Blonde On
Blonde. Los temas del disco muestran a un Dylan atormentado y
desconcertado, pero rematadamente vivo.
1975. La Prensa revela que
Dylan financia organizaciones sionistas e invierne en pozos de petróleo.
1975. Comienza el rodaje de Renaldo
y Clara. La película tardaría tres años en estrenarse y sería un rotundo
fracaso. En paralelo, realiza la gira Rolling Thunder Revue, concebida
como una aventura de amigos: llegan a las
ciudades sin anunciarse, actúan y siguen su camino.
1976. Parte del material
grabado durante la gira sale al mercado en el LP Hard Rain.
1976. Rompe con su mujer.
Graba Desire, con Emmylou Harris en las segundas voces y armonías. Hurricane
sube en las listas como la espuma y marca el momentáneo retorno de Dylan a
la canción de protesta.
1978. Aparece Street Legal. Es un desastre de grabación y se oye muy mal. La
crítica lo destroza. (En 1999 sería remasterizado para hacer justicia a
unas canciones que, de haberse podido escuchar en condiciones, habrían merecido
mejor suerte) .
1978. Larga gira y grabación
en Japón de At Budokan. Su estilo es incierto, y su desasosiego vital,
más evidente que nunca. Entiende que se está haciendo adulto y se siente a
disgusto teniendo que cantar una y otra vez sus canciones juveniles.
1979. Dylan asegura que
Jesucristo se le ha aparecido en la habitación de un hotel. Abraza el
cristianismo en versión notablemente integrista. Graba Slow Train Coming –de
dudosa inspiración, incluida la religiosa– con la colaboración de Mark Knofler,
considerado el rey del AOR (Adult Oriented Rock). Dylan parece querer
suplir con su fe en Dios la que ya no tiene en sí mismo.
1980. Aparece Saved. Más
mística aburrida. En los conciertos, llama al público a abrazar el catolicismo,
en plan «Arrepentíos, el final está cerca». Sus sermones son acogidos con
chuflas. Él no entiende nada: cuando no pretendía ser profeta, lo tomaban por
tal, y ahora que se ha decidido a predicar la buena nueva, se le ríen en las
barbas.
1981. Shot Of Love. Se
termina la trilogía religiosa. El disco incluye ya temas profanos,
como la canción dedicada a Lenny Bruce. «A fin de cuentas, el propio Jesucristo
sólo predicó tres años. Me parece que ha llegado el momento de hacer otras
cosas», bromea. Sigue considerándose católico, pero ya sin el fanatismo
anterior.
1983. Infidels no
tiene ya nada de religioso, salvo el título, que no pasa de ser una humorada.
Mark Knofler sigue con él, pero ahora para hacer buena música. Tras años de
desastre comercial, el disco se vende bien. Los dylanitas suspiran con
alivio.
1984-88. En el 84 realiza
una larga gira, de la que sale el LP Real Live, que no aporta
nada: parece un mero compromiso contractual. Todo lo que hace en los cuatro
años siguientes tiene el mismo aire desganado y chapucero. Lo mismo en sus
actuaciones en directo (Live Aid, Farm Aid), que en sus grabaciones
discográficas (Empire Burlesque, 1985, Biograph, 1985 –una buena
antología, pero sólo una antología–, Knocked Out Loaded, 1986, y Down
in the Groove, 1988). Otro tanto cabe decir de su única y muy prescindible
presencia cinematográfica (Corazones de fuego).
1988. Monta la Travelling
Wilbury con Jeff Lyne, George Harrison, Tom Petty y Roy Orbison,
usando el seudónimo de Lucky Wilbury. Se divierte tocando con amigos, en plan
totalmente relajado. El LP, no incluido en su discografía oficial, recibió el
único disco de platino que Dylan obtuvo en la década de los 80.
1989. Dylan & The Dead. Con Grateful Dead. No se entienden demasiado y el disco resulta tirando
a anodino.
1990. Marzo. Sale Oh
Mercy, un alentador comienzo para la carrera hacia el nuevo siglo. Dylan
Jr. (Jesse) dirige la grabación del vídeoclip.
1990. Septiembre. Under
the Red Sky. Nuevo bache. Es francamente malo. Por primera vez, la crítica
la arremete contra las letras, consideradas simplonas y sin gracia.
1990. Nueva entrega de
Travelling Wilbury, con Orbison desaparecido. Se llama, cualquiera sabe por
qué, Volume 3. Es rutinaria y carece de la frescura del primer trabajo.
El annus horribilis se completa con la colaboración en una campaña
benéfica de la Disney.
1991. Febrero. Grammy
honorífico «a toda una carrera». En plena Guerra del Golfo, se distancia del estabishment
tocando en el acto de entrega su ácido Masters of War.
1991. Bootleg Series. Los
discos pirata son oficializados.
1992. 18 de octubre. Magno
concierto en el Madison Square Garden para celebrar los 30 años transcurridos
desde la grabación del primer disco de Dylan. Él parece ausente. No interviene
en defensa de su invitada Sinnead O’Connor y canta rematadamente mal un puñado
de viejas piezas.
1992. Noviembre. Good As I Been To You. Nuevo regreso a la música
acústica. Un disco bueno, pero difícil.
1992. Actúa para los Clinton
en el Lincoln Memorial. Se desmelena con una furiosa versión de Chimes of
Freedom. La audiencia tuerce el gesto. Le ha vuelto a salir su lado
impertinente.
1993. La Columbia le
presiona para que prepare otro disco. Reúne un conjunto de viejas melodías folk
(World Gone Wrong) que hacen las delicias de los más estrictos dylanitas...
y que desesperan a la compañía discográfica, que no sabe cómo vender lo
mismo por enésima vez.
1993. Agosto. Los asistentes
al nuevo Woodstock, mero pastiche publicitario del anterior, acogen con
simpatía –y teléfono móvil en mano, para no perderse las cotizaciones de Wall
Street– a un Dylan que se limita a cubrir el expediente, como casi todos los
demás.
1994. 17-18 de noviembre. MTV
Unplugged. Lo hace bien. En algunos momentos, incluso está brillante.
1995. Nueva gira por Europa,
enfermo. Suspende uno de los conciertos.
1996. Sufre lo que
inicialmente se considera un ataque cardíaco. En realidad fue una
histoplasmosis, fácilmente curable con unos meses de reposo. «Lo pasé mal. No
tanto como para hacer buenos propósitos y todo eso, pero bastante mal».
1997. Vuelve con Daniel
Lanois, con quien ya hizo Oh Mercy, y graba Out Of the Mind, que
la crítica califica como su mejor trabajo de la década. Lanois –que ya ha
trabajado duro con voces proclives al disparate, como la de Bono (U2), y con
otras espléndidas, como la Emmylou Harris– consigue enderezar en el estudio los
desfallecientes maullidos de Dylan y dar al acompañamiento un sonido moderno.
1998. Sale el esperado doble
CD (The Best of Bob Dylan) con la grabación de sus actuaciones durante
la gira británica de 1966.
1999. Gira europea (incluyendo
España) y norteamericana, mano a mano con Paul Simon.
2000. La Academia Sueca de
la Música le concede el Premio Polar, considerado el equivalente musical de los
Nobel.
2000. Candidato al Óscar por
Things Have Changed, compuesta e interpretada como banda sonora para el
filme Wonder Boys.
2001. Prepara una gira
europea para el verano. Actuará en los países nórdicos, Alemania, Gran Bretaña,
Irlanda, Suiza e Italia.<
DISCOGRAFÍA
OFICIAL DE BOB DYLAN
(En orden cronológico
inverso)
Live 1966 -
1998
Time Out Of Mind -
1997
MTV Unplugged -
1995
Bob Dylan's Greatest Hits, Vol. 3 - 1994
World Gone Wrong -
1993
The 30th Anniversary Concert Celebration - 1993
Good as I Been to You -
1992
The Bootleg Series Volumes 1-3 - 1991
Under the Red Sky -
1990
Oh Mercy -
1989
Down in the
Groove - 1988
Dylan & the Dead -
1988
Knocked Out Loaded –
1986
Biograph -
1985
Empire Burlesque -
1985
Real Live -
1984
Infidels -
1983
Shot of Love -
1981
Saved - 1980
Slow Train Coming -
1979
At Budokan -
1979
Street Legal -
1978
Hard Rain -
1976
Desire - 1976
The Basement Tapes -
1975
Blood on the Tracks -
1975
Before the Flood -
1974
Planet Waves -
1974
Dylan - 1973
Pat Garrett and Billy the Kid - 1973
Bob Dylan's Greatest Hits, Vol. 2 - 1971
New Morning -
1970
Self Portrait -
1970
Nashville Skyline -
1969
John Wesley Harding -
1967
Bob Dylan's Greatest Hits - 1967
Blonde on Blonde -
1966
Highway 61 Revisited -
1965
Bringing It All Back Home - 1965
Another Side of Bob Dylan - 1964
The Times They Are A-Changin' - 1964
The Freewheelin' Bob Dylan - 1963
Bob Dylan –
1962
BIBLIOGRAFÍA SOBRE
DYLAN MANEJADA PARA ESTA CHARLA
Bob Dylan, Canciones y
dibujos. Letras originales y traducción española de Carlos Álvarez, 2 tomos, Ed. Aguilera, Madrid, 1973.
Bob Dylan, Tarantula, Ed.
Júcar, Madrid, 1996.
Vicente Escudero, Bob
Dylan: Las palabras. Ed. Júcar, Madrid, 1996.
Vicente Escudero, Bob
Dylan: Las canciones. Ed. Júcar, Madrid, 1996.
Vicente Escudero, Bob
Dylan en la Prensa española (1980-1993). Ed. Júcar, Madrid, 1995.
Luis Martín, Bob Dylan. Rock/Pop
Cátedra, Madrid, 1999.
John Bauldie, Bob Dylan:
Se busca. Celeste, Madrid, 1990.
Darío Vico, Bob Dylan.
Una introducción. La Máscara, Valencia, 2000.
Jesús Ordovás, Bob Dylan
(1). Ed. Júcar, Madrid, última ed., 1998.
Mariano Antolín Rato, Bob
Dylan (2). Ed. Júcar, Madrid, 1995.
Danny Faux, Bob Dylan
(3). Ed. Júcar, Madrid, 1982.
Vicente Escudero, Bob
Dylan (4). Ed. Júcar, Madrid, 1992.
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