Lizarra
(Antecedentes y perspectivas del proceso
de paz en Euskadi)
Conferencia
pronunciada en Moratalaz (Madrid) el 20 de enero de 1999
Pronuncié
esta breve alocución por invitación de la organización de Izquierda Unida del barrio
de Moratalaz, en Madrid, a comienzos de 1999, cuando el proceso de paz en
Euskadi parecía marchar viento en popa.
Tiene cierto interés para ver cómo
encarábamos algunos aquella situación,
sobre
todo a la vista del desarrollo posterior de los acontecimientos.
El llamado Foro de Lizarra, o más frecuentemente
por aquí Pacto de Estella, nació,
como seguramente ya sabéis, por iniciativa de diversas organizaciones
políticas, sindicales y pacifistas que se propusieron analizar la experiencia
irlandesa para comprobar si cabía extraer de ese proceso de paz alguna
enseñanza aplicable al conflicto que se vive en Euskadi.
Al punto surgieron muchas
voces de protesta, que argumentaron que las situaciones de Irlanda del Norte y
Euskadi son totalmente diferentes, y que sería un disparate homologarlas. Por
supuesto que hubiera sido una tontería poner las realidades socio-políticas de
ambos países en el mismo plano, pero nadie pretendía eso. De lo que se trataba
era de analizar cómo se había conseguido poner en marcha la iniciativa de
pacificación irlandesa, para ver si algo de lo hecho allí –algo, poco o nada–
era aplicable al caso vasco.
Mucho se ha hablado de ello,
y a veces muy bien, pero hay dos diferencias esenciales entre ambos conflictos
que no siempre se han tenido suficientemente en cuenta.
La primera estriba en que
los republicanos de Irlanda del Norte están respaldados, en una u otra medida,
no sólo por la República de Irlanda, sino también por los poderosos círculos de
origen irlandés de los Estados Unidos. Eso les facilitó en muy buena medida la internacionalización del proceso de paz,
en el que el propio presidente de los Estados Unidos, William Jefferson
Clinton, está jugando un papel de primera importancia, ayudando a vencer no
pocas de las resistencias británicas.
Los nacionalistas vascos
–radicales o no– carecen, en cambio, de padrinos con peso internacional. Por
eso sus intentos de internacionalizar el
problema han resultado tan infructuosos.
La segunda diferencia, aún
más clave, estriba en el tipo de relaciones existentes entre el Sinn Fein y el
IRA, de un lado, y Herri Batasuna y ETA, del otro. En el caso irlandés, estamos
ante una organización política que tiene un brazo armado; en el vasco, ante una
organización armada que tiene un brazo político. Con todos los matices que se
quiera –que desde luego son necesarios–, puede decirse que en el bando
republicano irlandés quienes mandan son los políticos, en tanto que en el caso
del MLNV quienes tienen la batuta son los activistas armados.
Luego volveré sobre alguna
de las consecuencias que ha tenido y sigue teniendo este factor.
Pero regresemos a
Lizarra/Estella. Decía que aquel foro se reunió por iniciativa de diversas
organizaciones políticas, sindicales, pacifistas, etc. Entre ellas, HB y otras
de la Koordinadora Abertzale Sozialista (KAS). Esa fue la principal novedad del
evento: que, por vez primera, los factótum del MLNV se avinieron a discutir las
bases de una plataforma política no previamente dictadas por ellos.
Hasta entonces, habían
publicitado muchas iniciativas que se decían de paz: unas muy ilusorias, otras algo más realistas (entre ellas,
la del célebre vídeo que llevó a la cárcel a la anterior Mesa Nacional de HB).
Pero todas venían pura y exclusivamente de su mano: a las demás fuerzas políticas,
no les quedaba sino apoyarlas o rechazarlas. Con lo que las rechazaban, o
simplemente no las tenían en cuenta. En esta ocasión, en cambio, aceptaron
sentarse a debatir sin condiciones previas. Y aceptaron hacerlo con partidos a
los que hasta entonces habían estado poniendo de vuelta y media, acusándolos de
ser renegados de la causa vasca: caso del PNV, caso de EA. Porque por aquí
siempre se habla de lo problemático que es para el PNV, EA, Ezker Batua o Gesto
por la Paz sentarse con HB, pero no se tiene en cuenta lo conflictivo que
resulta también para HB hacer lo propio, después de haberse pasado años
diciendo que los dirigentes de esas organizaciones son un hatajo de vendidos al
Estado español.
¿Por qué se produjo ese giro
en HB? O, mejor: ¿por qué ETA admitió que HB diera ese giro? O, todavía mejor:
¿por qué ETA y HB convinieron en darlo y ambas lo dieron de consuno, cada una
en su propio terreno?
Esta pregunta no tiene una
respuesta única. Todos hemos escuchado algunas muy rotundas.
Asegura el Gobierno de
Aznar, por ejemplo, que lo ocurrido es fruto del debilitamiento de la
organización terrorista, que ha recibido durísimos golpes tanto en España como
en Francia, gracias a la eficacia de las fuerzas del orden españolas y a la
colaboración de las autoridades políticas y judiciales del país vecino. Y es
cierto que eso ha influido: ETA ha recibido golpes muy duros en su estructura
organizativa y financiera. Pero también es verdad que ningún golpe de los que
ha encajado en los últimos tiempos ha sido tan contundente como el que recibió
su dirección en Bidart hace ya años, en tiempos del glorioso Luis Roldán. Y
consiguió rehacerse y volver a la carga con los contundentes efectos que todos
conocemos.
Añaden Aznar, Mayor Oreja y
muchos más que otro factor decisivo ha sido el aislamiento político y el
hostigamiento social que sufrió el MLNV
a partir del asesinato de Miguel Angel Blanco. Lo cual también es exacto, pero,
también en este caso, sólo en parte. La movilización puesta en marcha cuando el
llamado espíritu de Ermua impresionó
y desconcertó al MLNV. Pero tampoco conviene olvidar que esa tensión, de base
política muy frágil, descendió enseguida, y apenas robó base social al
abertzalismo radical, según reflejaron todos y cada uno de los sondeos de opinión,
incluidos los más interesados.
Rechazan HB y ETA, por su
parte, estos argumentos y aseguran que no es su bando el que está agotado, sino
el de sus enemigos. Que el Estado español no ha conseguido acabar con su
resistencia, que tampoco ha logrado solidificar el frente español, porque no ha conseguido que se sumaran a él
plenamente los representantes políticos de la mayoría de la población vasca, y
que eso ha abierto un nuevo campo de posibilidades a la lucha estrictamente
política. Que de ningún modo retira la presión armada por incapacidad para
continuar con ella, sino sólo para facilitar la creación de un frente mucho más
amplio en pro de la soberanía vasca.
Lo cual tiene no poco de
coartada, pero también su parte de verdad.
Lo que ha sucedido de hecho,
en la práctica, combina todos estos elementos, y algunos más.
Para estas alturas, es una
obviedad que ETA, por más que exhiba en sus siglas el adjetivo militar, no es una organización que se proponga
objetivos militares. Sabe perfectamente que no puede derrotar al Estado español
en el plano militar. Es –o ha venido siendo, hasta hace unos meses– una
organización política que practica la propaganda armada. El fin de una
organización de esas características no es «acabar con la fuerza viva del
enemigo», según la brutal pero ajustada definición de Clausewitz, sino
hostigarlo, impedirle vivir en paz, hacerle la vida insoportable, hasta lograr
que ceda, en todo o en parte. O, mejor dicho: hacer la vida insoportable a la
base social del enemigo, a la sociedad sobre la que se asienta, sembrar en ella
el terror –de ahí que quepa hablar de terrorismo,
no como insulto, sino como definición–, para que ésta presione sobre sus
dirigentes y los obligue a desistir de continuar la lucha.
Que ETA ha hostigado a la
sociedad española hasta granjearse el odio de la mayoría es un hecho que admite
escasas dudas. Más discutible es que se haya hecho literalmente insoportable.
En mi criterio, la sociedad
española ha dado muestra de estar en condiciones de soportar la violencia de
ETA. De soportarla con dolor, con rabia, indignadamente... pero de soportarla.
Un dolor insoportable es el que nos mueve a hacer lo que sea para quitárnoslo de encima. Hay gente que llega a suicidarse
para escapar de ciertos dolores. La sociedad española no ha sentido nunca así
el dolor de ETA. Es en ese sentido en el que debe entenderse la frase que
Arzalluz siempre atribuye a Luis María Anson: «ETA es como una úlcera: molesta,
pero no mata». Claro que mata, pero sólo a algunos. No a la colectividad. Por
las mismas se podría decir que es como el automóvil: también mata, pero hemos
llegado a acostumbrarnos a convivir con sus desastres.
Las movilizaciones
convocadas tras el asesinato de Miguel Angel Blanco fueron un arma de doble
filo. De un lado, sirvieron de respaldo al establishment,
evidenciando el rechazo casi unánime que suscita ETA fuera de Euskadi. Pero, de
otro, entrañaron un peligro: que ETA creyera que estaba empezando a volverse
realmente insoportable. Pronto se vio, sin embargo, que aquel fenómeno tenía un
importante componente mediático: como
la solidaridad con Uganda, o con Centroamérica, estalló, se recreó en sí misma
durante un tiempo... y pasó a desvanecerse. ETA se dio cuenta de que su acción
también podía ser un espectáculo de usar
y tirar, de los tantos que existen actualmente. No había hecho más que
arañar la piel del enemigo.
¿Que ETA optó por la tregua
como resultado de su desgaste? Por supuesto. Pero no en el sentido en que tantas
veces se dice.
Se ha afirmado una y otra
vez en los últimos años que ETA había convertido el terrorismo en un negocio,
al modo de la Mafia. Es una perfecta estupidez. Todo joven vasco que decidía
entrar en ETA sabía que su futuro a medio plazo –a cinco o siete años, más o
menos– tenía dos posibilidades casi únicas: o morir o ir a la cárcel. Vaya
negocio. Vaya negocio vivir en la clandestinidad, siempre escondido, siempre
acechado, esperando el golpe. Algo así se puede soportar a base de mística y de
fanatismo, sin duda. Pero la mística y el fanatismo también necesitan un caldo
de cultivo adecuado. Bajo el franquismo, la realidad social propiciaba esa
mística. Ahora, no. Ahora –hace unos meses– el activista de ETA abría los ojos
y veía que la gran, la inmensa, la abrumadora mayoría del pueblo vasco
–incluyendo a la gran, la inmensa, la abrumadora mayoría de los simpatizantes
de su propia causa– se dedicaba a vivir su vida. Una vida a veces problemática,
pero a menudo también muy agradable, porque la calidad de vida en Euskadi es,
sin duda, una de las más altas del mundo. Y veía que las masas distaban de
estar movilizadas: que de tanto en tanto, sí, se manifestaban algunos miles,
incluso bastantes miles, pero que cada vez eran menos; y que los llamamientos a
la huelga general encontraban eco más y más apagado, como tras el
encarcelamiento de la Mesa Nacional de HB; y que los votos recogidos en las
urnas descendían también más y más en número...
En suma: ETA fue
apercibiéndose de que el suyo era un proceso de decadencia continua. Nada
vertiginosa, desde luego, pero sí sistemática. Que la curva de su tendencia
apuntaba a la baja, lenta pero inexorablemente. Que seguir por la misma vía
sólo podía llevarle –tal vez no en unos pocos años, pero sí en un plazo no muy
largo– a la extinción pura y simple. A una derrota tan amarga en lo personal
como estéril en lo político.
A la vez, comprobaba que el
campo nacionalista no violento, lo mismo que ciertos sectores no nacionalistas
pero políticamente críticos con respecto al Estado español, con un nivel de
incidencia social relativamente alto, se le distanciaban por culpa de la
violencia. Que se estaba aislando más y más de todo ese conjunto social –que no
es exclusivo de Euskadi, pero que allí tiene una extensión desconocida en otras
zonas de España– por estar intentando forzar la unidad sobre unas bases
inaceptables para los demás.
Empezó así a asumir lo que
algunos habíamos dicho ya hacía mucho: que su terrorismo no sólo era éticamente
repugnante; que también, y para más inri, resultaba totalmente contraproducente
para sus propios fines. ETA no asumió la primera parte de nuestra reflexión,
desde luego, pero sí se fue acercando más y más a la segunda.
Fue así como se abrió paso
en su dirección la hipótesis de una tregua indefinida e incondicional.
Hipótesis que, asumida a finales de la primavera del pasado año, se fue
perfilando en diversas consultas con algunas fuerzas políticas. Lo cual, una
vez confirmadas las posibilidades a las que podía dar lugar, cristalizó finalmente
en el anuncio público de la tregua.
Esto en lo que a ETA
concierne. Refirámonos ahora brevemente al otro bando.
Los responsables del Estado
español también son conscientes desde hace años del sentido descendente de la
curva evolutiva de ETA. De la práctica inevitabilidad de su derrota. Pero a los
políticos profesionales no les basta con que gane su causa; quieren vencer
ellos, personalmente.
Desde la transición, todos
los gobiernos que ha habido en Madrid han soñado alternativamente con ser el
cirujano que cortara el problema de ETA por lo sano y con ser el médico que
descubriera el medicamento adecuado para curar el mal sin traumas mayores.
Todos han deambulado, con sus esperanzas a cuestas, entre la represión y la
negociación. Entre los crímenes de los GAL y las conversaciones de Argel, por
poner los ejemplos más extremos.
El Gobierno de Aznar no ha
sido una excepción.
Es cierto que Aznar podía aspirar a mantenerse en el poder aunque el terrorismo siguiera presente: no suponía para él un obstáculo insuperable. Incluso, en la medida en que ETA dio un giro a su táctica y empezó a matar concejales del PP, podía sacar partido electoral de la desgracia, beneficiándose de la simpatía popular que suscitan las víctimas (sabido es que, como dijo Su Excremencia el Jefe del Estado anterior cuando murió Carrero Blanco, «no hay mal que por bien no venga»). Así como en las ambiciones de Mayor Oreja sí figuraba desde 1996 jugar un papel de primer orden en la búsqueda de una solución negociada al largo conflicto vasco –aunque luego los acontecimientos lo hayan empujado por otros derroteros–, las ambiciones de Aznar no incluían en absoluto pasar a la Historia por su papel decisivo en el conflicto de Euskadi.
Estoy en condiciones de
afirmar que, de hecho, la declaración de tregua unilateral de ETA le pilló
totalmente por sorpresa. Se quedó muy
desconcertado, y tardó bastantes horas en darse cuenta de que, bien
mirado, se le abrían posibilidades altamente prometedoras.
Lento de reflejos pero
eficaz rumiante, acabó apercibiéndose de la baza histórica que el destino ponía
en sus manos. Y decidió jugarla.
Desde el pasado septiembre,
ya no es cuestión para él solamente de vencer en las próximas elecciones.
Quiere escribir su nombre con letras de oro en el libro de la Historia. Aznar, El Pacificador, con mayúsculas. Aznar,
el que triunfó donde fracasaron todos los demás. Aznar, el que venció donde
Felipe González salió derrotado, y poco menos que procesado.
Claro que sabe que conseguir
tal cosa también le aportaría réditos electorales, y no pocos. Pero ese
objetivo ha pasado a ser secundario para él. Ha visto que la paz es posible, y
quiere lograrla.
Es todo este conjunto de
factores, visto el asunto de un lado y del otro, el que me lleva a la
conclusión de que existen bastantes posibilidades de que se llegue a un acuerdo
de paz.
El acuerdo es doblemente
posible en la medida en que para ETA el cese de la violencia armada no es el
fin, no es la estación de llegada, no es la última moneda que saca de la caja
antes de declararse en quiebra, y a ver qué concesiones políticas consigue
comprar con ella, sino sólo el nuevo escenario de una lucha que ve más amplia y
más prometedora. Al menos en la concepción que de la tregua tienen los
dirigentes más lúcidos del MLNV, ETA y el Gobierno deben limitarse a negociar
exclusivamente las condiciones del cese de la violencia: la salida de los
presos, el regreso de los exiliados y la reintegración de los unos y los otros
en la vida civil, en condiciones que no se asimilen a una rendición. Lo cual no
puede decirse que sea poco, en absoluto, pero deja fuera, en todo caso, las
cuestiones específicamente políticas: la autodeterminación, el porvenir de
Navarra, las relaciones con el País Vasco situado del lado francés, etc. No
pretenden que nada de eso esté sobre la mesa de la negociación entre ETA y el
Gobierno. Esas serán cuestiones a plantear, a reivindicar y a negociar, pero en
el terreno político. Por los políticos.
Aclarado lo cual..., casi
todo sigue entre tinieblas, en realidad.
Porque, junto a estos
elementos que empujan hacia la paz, hay otros muchos que la dificultan.
Por ejemplo: acabo de
referirme a «los dirigentes más lúcidos del MLNV». Pero esos dirigentes se
encuentran, sobre todo, en el lado político
del MLNV, es decir, en la nueva Mesa Nacional de HB, en la dirección de Euskal
Herritarrok y en LAB. No estoy seguro de haya muchos de ese estilo en el Comité
Ejecutivo de ETA. Ahora bien, como he dicho al principio, una característica
clave del MLNV, que lo diferencia del bando republicano en Irlanda del Norte,
es la subordinación del brazo político al brazo armado del movimiento. Lo cual
puede dar origen a disfunciones que hagan chirriar el proceso, incluso
gravemente. Así, hay motivos para creer que la actual campaña de kale borroka, de lucha callejera, ha
sido ordenada por ETA a las organizaciones juveniles del MLNV directamente, sin
pasar por HB, y aún menos por EH. Tal parece que ETA quiere dejar claro que una
cosa es la tregua y otra muy diferente la paz, para impedir de ese modo que el
Gobierno se acomode a la nueva situación y dilate deliberadamente el proceso.
Pero la táctica elegida está sembrando la discordia entre los firmantes del
Acuerdo de Lizarra, con lo que el remedio aplicado les está resultando bastante
más perjudicial que la hipotética enfermedad.
En general, un problema
grave con el que va a toparse una y otra vez el MLNV es el de la impaciencia.
Ya hay en su seno quienes consideran que la tregua equivale a ceder mucho a
cambio de nada –ponen como evidencia que han pasado ya cuatro meses desde que
la declararon y que ni siquiera han conseguido el acercamiento de los presos– y
defienden que tal vez fuera preferible volver a los viejos métodos.
No hay que excluir incluso
que esa tensión pueda materializarse en alguna escisión dentro de ETA, lo que
resultaría singularmente delicado.
Los peligros que corre el
Gobierno no son menores. He dicho que Aznar tiene la firme voluntad de pasar a
la Historia como el pacificador de Euskadi. Pero hay que añadir que está decidido
a hacerlo igualmente como el preservador de la unidad de España. Le aterroriza
abrir la caja de los truenos del separatismo. En consecuencia, está dispuesto a
conceder muy poco. En consecuencia, quiere administrarlo al máximo.
Además, es hombre de
prudencia extrema, casi enfermiza: sólo da un paso cuando está totalmente
convencido de que debe darlo, y tras estudiar por activa y por pasiva sus
consecuencias. Y no concede nada hasta persuadirse de que está obligado a
hacerlo. Doblemente, en este caso.
«¡No se mueve!», clamaba
ayer Arzalluz. Y es verdad. Su meta última –que no haya más muertos– ya la
tiene en sus manos, a efectos prácticos, aunque no esté sellada en ningún
acuerdo. De modo que no tiene la más mínima prisa. Él se escuda en que ETA no le
ha señalado todavía ningún interlocutor. Pero sabe que podría avanzar, y no lo
hace. Está decidido a no conceder oxígeno a los dirigentes del MLNV hasta
constatar que, si no lo hace, se le ahogan. Quiere tenerlos permanentemente al
borde de la asfixia, y sólo darles aire in
extremis. Es un juego muy peligroso.
No es su único juego.
También está convencido de que puede coger a los otros partidos, y sobre todo
al PNV, en una pinza. Dejar que Euskal Herritarrok los cercene por la izquierda
y encargarse él de robarles terreno por la derecha. Conseguir que la vida
política vasca tenga sólo dos interlocutores, el Gobierno y EH, y que los demás
se encuentren fuera del mapa, pisando en falso.
De modo que los riesgos son
muchos, y acechan por todas partes.
Pero no perdamos la
perspectiva. Ahora hay riesgos; hace nada, apenas ayer, lo que había era
muertos, heridos, mutilados. Y ningún horizonte. Queda aún mucho por andar,
pero es también mucho lo que se ha avanzado.
Nota actual. Por desgracia, los peligros
a los que me referí en aquella ocasión son los que han marcado la evolución de
los acontecimientos, imponiéndose a las posibilidades positivas. Por ambos
bandos. ¿Podrá desandarse el camino mal andado? No parece factible a corto
plazo. En todo caso, las piezas manejadas en este análisis siguen presentes en
la realidad.
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