«Réquiem
por la soberanía popular»
(Diálogos
de Maquiavelo y Rousseau sobre la sociedad actual)
Autor: Juan
Francisco Martín Seco. Temas de Hoy / Ensayo. 284 páginas.
Esta
es la crítica del último libro de J.F. Martín Seco que publiqué en “El Mundo”
al poco de
su publicación.
A
Juan Francisco Martín Seco se le identifica como economista. Supongo que es
inevitable: sabe de economía y se gana los garbanzos en la Hacienda pública.
Pero no es para nada un economista al uso, de ésos que hablan de su negociado
como si manejaran una ciencia exacta, situada por encima del bien y del mal. Al
contrario: pone especial empeño en desvelar que no hay economía que no sea
política. Que, en economía, no hay opciones desinteresadas: todas son en
beneficio de alguien y a expensas de alguien. A cada economista corresponde
decidir con qué alguien está.
Si
la palabra no estuviera tan devaluada, lo correcto sería decir que Martín Seco
es un político, en el genuino sentido
del término. Se interesa por la economía en la medida en que ésta cumple un
papel decisivo en el ordenamiento de las relaciones sociales. Pero son éstas
las que le preocupan prioritariamente. Y le preocupan en la medida en que es
sobre todo –otra palabra lastimosamente devaluada– un demócrata: aspira al gobierno del pueblo. Pero no de modo nominal,
formal, recubierto con la coartada tramposa de las urnas: a un gobierno efectivo del pueblo.
Así
lo demuestra sobradamente en su última obra, en la que la economía aparece en
su vasto contexto, como un elemento necesario para la comprensión de nuestro
momento histórico. En la medida en que la economía –el poder económico– se ha
adueñado de todo y lo abarca todo: la política –el poder político–, los medios
de comunicación, la cultura, el ocio... el conjunto de la organización social,
en suma.
Juan
Francisco Martín Seco sintetiza en dos las opciones ideológicas que cabe
adoptar ante la realidad actual. Una –que él personifica en Maquiavelo– es la
de quienes consideran que las cosas son
como son, y no tienen vuelta de hoja: que la desigualdad, la explotación y
el dominio de unas personas sobre otras están en la propia naturaleza humana,
en el homo hominis lupus, y que
tampoco es malo que así sea, porque esa lucha, fruto de la ambición, es motor
de progreso. La otra opción –de la que convierte en portavoz a un Rousseau
imaginario– es la de quienes no aceptan esa fatalidad, se revuelven contra el
estado de cosas actual y aspiran a alcanzar un verdadero gobierno igualitario
del pueblo.
Martín
Seco imagina a Maquiavelo y a Rousseau en los infiernos y los hace hablar, cada
uno de ellos con su propio aliento, sobre las claves esenciales de ese debate:
sobre si el poder económico ha corrompido o no la democracia y puesto el voto a
su servicio, ahormando la soberanía popular; sobre la capacidad del los Estados
para regular los excesos del poder económico; sobre si la división de poderes
existe realmente y si cabe una Justicia para todos; sobre la independencia o la
sumisión de la opinión pública y de los medios de comunicación; sobre la
capacidad o incapacidad de la opinión pública para rectificar el rumbo de la
Historia; sobre si la economía está siendo utilizada como una nueva religión;
sobre si es conveniente y eficaz el Estado del Bienestar o está condenado a
desaparecer; sobre si es posible poner en marcha un modelo socio-económico
sustancialmente distinto del capitalista o si todo intento de hacerlo degenera
inevitablemente en tiranía monstruosa; sobre si la globalización es deseable, por un lado, y evitable, por otro;
sobre si la Unión Europea es un invento destinado a acabar con la soberanía
popular y a independizar al Poder de cualquier control... y, en fin, sobre si
la ideología mal llamada neoliberal, dominante
en el mundo de hoy, es la única sensata posible, o si tiene sentido pensar la
realidad de otro modo, radicalmente
crítico.
El
catálogo es amplio, como puede verse.
Juan
Francisco Martín Seco aborda el debate sobre estos grandes asuntos desde una
premisa digna de encomio: asume que las dos grandes opciones pueden ser
defendidas de modo inteligente. Ni su Maquiavelo ni su Rousseau son de cartón
piedra: cada uno esgrime razones sólidas, las argumenta bien, apela a datos
objetivos. El autor no oculta sus propios criterios, pero deja honestamente que
sus personajes construyan sus respectivos discursos sin trampa. Está del lado
de Rousseau, pero sabe que Maquiavelo no desbarra en absoluto: hay verdad en
mucho de lo que dice.
Escribe
Martín Seco: «En esta obra, Maquiavelo y Rousseau constituyen meros artificios
literarios que permiten confrontar dos posiciones radicalmente opuestas sobre
los problemas más esenciales y acuciantes del Estado y la sociedad actuales. La
pretensión última de este ensayo consiste en poner en cuestión si la democracia
y la soberanía popular son todavía posibles. Maquiavelo considera que no;
Rousseau espera que sí». Repárese en la diferencia de los verbos: Maquiavelo considera; Rousseau confía.
Dice
el tópico que un pesimista es un optimista bien informado. Martín Seco está muy
bien informado, pero no renuncia a la esperanza. También ésa es una constante
de la especie humana: junto a las tendencias gregarias y sumisas a las que
apela su Maquiavelo, siempre hay
también hombres y mujeres que se ponen del lado de la rebeldía y la insumisión.
Y no es obligado que conformen sistemáticamente una aplastante minoría. El
estudio de la Historia muestra que, si bien los pueblos son conservadores, como subraya Maquiavelo, a veces están revolucionarios. Y entonces es la
hora de los Rousseau. Y los Rousseau cambian la Historia.
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