TRIBUNA LIBRE («EL MUNDO», 30 DE MAYO DE 1995)
Las lentejas de Julio Anguita
JAVIER ORTIZ
Sostienen no pocos comentaristas políticos que los resultados
obtenidos por IU en los comicios de anteayer, «aunque no sean pésimos, no están
a la altura de las expectativas creadas».
No acierto a ver a qué expectativas se refieren. Leo en Las impresiones de EL MUNDO del pasado domingo, página 5: «En las elecciones municipales de 1991, IU obtuvo un modesto 8,5% de los votos. Elevar el porcentaje a un 12% sería un buen éxito para la coalición que lidera Julio Anguita». No he escuchado ni leído a ningún observador medianamente imparcial que no pusiera la barrera del éxito de IU en torno al 12%. Y es exactamente lo que ha conseguido. O, mejor dicho: ha conseguido más, porque cuando EL MUNDO formuló esa hipótesis no sabía que se iba a producir el mayor índice de participación que jamás hayan registrado unas elecciones municipales en España (+7% con respecto a las de 1991), con lo que, para alcanzar ese objetivo, IU ha necesitado reunir la friolera de un millón de votos más que en la precedente convocatoria. Por lo demás, en las elecciones autonómicas se ha mostrado a un nivel de eficacia semejante.
¿Dónde está el fracaso? No tiene sentido considerar esos resultados como fallidos. A no ser que quien lo haga los ponga en relación, no ya con las expectativas razonables que cabía tener, sino con sus propios delirios de grandeza.
O que le pierdan -ay- sus ganas de descalificar a Anguita.
Es sin duda cierto que el progreso electoral de IU sigue un ritmo indiscutiblemente lento. Y es comprensible que eso exaspere a quienes quisieran verle «morder» electorado felipista a toda velocidad. Pero no por perder la calma IU logrará avanzar más rápido.
Hay diversas razones que explican, e incluso hacen inevitable, la lentitud del progreso electoral de la coalición que lidera Anguita. Algunas son razones internas; otras se sitúan fuera de sus filas.
Entre las internas debe contarse con las contradicciones ideológicas y políticas que IU encierra. En la coalición hay desde corrientes que están en total ruptura con el felipismo, al que consideran un simple disfraz de la derecha, hasta otras que sueñan con que los felipistas «rectifiquen» -no se sabe muy bien qué: si la fórmula de la cal viva, los principios de la escuela de Chicago o el Tratado de la Unión Europea-, lo que haría posible la «unión de la izquierda».
Poner a trabajar coordinadamente una organización así, por lo demás no demasiado organizada, no es nada fácil. Requiere dosis elevadísimas de tacto, cuando no de pasteleo. Y los frutos, en todo caso, no pueden ser espectaculares. Sobre todo cuando se carece de una estructura de cuadros dirigentes e intermedios amplia, homogénea y bien engrasada. Y la que hay se definiría más fácilmente por los adjetivos contrarios.
Se reprocha a Anguita su retórica anticuada. Reconozco que su lenguaje, lo mismo que sus referencias culturales, huelen muchas veces a naftalina. Está claro que debería esforzarse por conectar más con el pulso de este fin de siglo. Pero conviene relativizar ese problema: recuérdese el muy elevado índice de aceptación que el coordinador general de IU tiene entre los jóvenes, según todos los sondeos. Quienes peor conectan con él son los mayores de 40 años. Y conviene también dejar claro qué se le pide. Porque me parece evidente que, detrás de algunas críticas aparentemente dirigidas a su estilo, lo que asoma es el deseo de jubilar anticipadamente al líder que más hace por mantener vivos en IU los objetivos menos acomodaticios de la izquierda tradicional.
A los problemas internos de IU se suman los externos. En primer lugar, debemos tener en cuenta qué clase de sociedad es la española de hoy. Algunas claves culturales de la izquierda clásica -laicismo, tolerancia ante las diversas opciones personales, etc.- han prendido en amplios sectores de la población. Pero la izquierda política mínimamente consecuente es escasa. Dudo de que supere el 20% del electorado. Y, además, está muy fragmentada. Una parte no votará nunca a IU porque le parece insuficientemente de izquierdas. Otra, porque la considera maximalista. Otra más, porque la juzga poco sensible a los problemas de las nacionalidades. Otra, porque no perdona que a veces se alíe con el PSOE...
Ante tal panorama, ¿que podrían hacer Anguita y los suyos para mejorar más rápidamente sus resultados electorales? ¿«Dejarse de planteamientos utópicos» y girar hacia el centro, como les reclaman cada dos por tres el ala derecha de la propia coalición y quienes la jalean desde fuera? Aparte de que ese tipo de planteamientos sólo tienen sentido desde una concepción mercantil de la política («Puesto que tus ideas no venden lo suficiente, cambia de ideas»), no creo que permitieran a IU avanzar gran cosa. Más probable es que la llevaran a la escisión.
No soy votante de IU. Pero mi exterioridad no es tanta como para no darme cuenta de que Anguita y sus más próximos están llevando adelante, con aparente honestidad, el más sólido intento que ha habido en lo que va de siglo dentro de la izquierda tradicional para construir una opción no enteramente gobernada por la politiquería, las ansias de Poder y el sectarismo, tres lacras que han marcado desde siempre las trayectorias del PSOE y del PCE.
¿Que esforzarse por mantenerse alejado de esos tres estigmas conduce a progresar lentamente en el plano electoral? Qué se le va a hacer. Peor sería que Anguita hiciera como tantos otros supuestos líderes de supuesta izquierda y vendiera a sus hermanos por unos cuantos platos de lentejas electorales.
Que eso son lentejas para hoy y hambre para mañana.
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JAVIER ORTIZ es subdirector de EL
MUNDO